Luis Pasteur y Emilio Sabourín y del Villar fueron dos contemporáneos del siglo XIX que nunca se conocieron. La única relación entre ambos es estrictamente geográfica, toda vez que Sabourín es un apellido de origen francés. Durante décadas, los monumentos habaneros al eminente científico galo y al héroe deportivo cubano estuvieron situados en lugares limítrofes. Sin embargo, una mirada contemporánea y dialéctica a estos próceres nos hizo pensar que, sin abandonar del todo su espacio originario, podían ser relocalizados en función de cumplir cabalmente el simbolismo que ambos entrañan.
Las razones para ejecutar esta mudanza estaban fundamentadas en el hecho de que el científico francés debía ocupar un área dentro del Hospital de Maternidad América Arias, donde constaba una Plaza Pasteur sin ningún elemento que la identificara; y en la evidencia de que Sabourín, ubicado en el perímetro trasero de esa propia institución, donde antes existió el terreno de pelota del Club Habana, se encontraba fuera del alcance de los miles de aficionados y seguidores del beisbol cubano que podrían rendirle homenaje.
Hoy, gracias al apoyo de la Oficina del Historiador de la Ciudad, y de manera particular por el empeño de María Isabel Martínez Oliver, Alejando Álvarez Martínez, Frank David Pérez Alfonso, Julio Larramendi y un numeroso grupo de obreros y restauradores, podemos admirar ambas esculturas totalmente restituidas a su imagen original, y colocadas allí donde resultan más útiles y pertinentes para la evocación y el respeto popular.
Es justo reconocer que en todo momento recibimos la comprensión y el apoyo a esta idea transformadora, del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, la Comisión Nacional de Monumentos, el Ministerio de Salud Pública, la dirección del Hospital América Arias y el Inder.
De igual modo, se ha incorporado a este pequeño parque un marcador que recuerda el origen estadounidense del beisbol cubano, a partir de la presencia en un colegio jesuita de Alabama, de los pioneros Nemesio y Ernesto Guilló, fundadores del Club Habana, y como expresión genuina del hermanamiento entre las ciudades de Mobile y La Habana.
En el caso de Sabourín, que es el obelisco que estamos reinaugurando en la mañana de hoy, se trata de un pedestal de piedra de cantería, con un disco de bronce en relieve que representa el rostro del héroe, obra del gran escultor Teodoro Ramos Blanco. Debajo, aparece una placa con el emblema del municipio de La Habana y la fecha del 2 de septiembre de 1953, indicativa de que fue colocada en el centenario del natalicio del ilustre habanero, donde se lee: “Fervoroso patriota y revolucionario, pionero del beisbol y fundador del Club Habana que en estos terrenos organizó el primer campeonato oficial de Cuba y laboró también por la independencia patria”.
Este monumento, esperado durante mucho tiempo por quienes lo conocieron y admiraron, fue posible gracias a la decidida contribución del Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, primer Historiador de la Ciudad, quien publicó un extenso artículo alegórico a su figura en la revista Carteles, en mayo de 1953.
Emilio Sabourín y del Villar era hijo del ingeniero francés Claudio Esteban Sabourín, agrimensor y comerciante con domicilio en Villegas 96, y de la cubana Emilia del Villar. Fue uno de los jóvenes que creó en 1868, a la edad de 15 años, el primer equipo de béisbol en Cuba: el Club Habana, al que también pertenecieron, como ya hemos dicho, Nemesio y Ernesto Guilló, Esteban Bellán y Ricardo Mora.
Al igual que los hermanos Guilló y Bellán, Sabourín recibió educación en los Estados Unidos, donde se graduó de comercio en Washington, y a su regreso a la Isla se dedicó al trabajo como agente aduanero. A la edad de 30 años, en 1883, contrajo matrimonio con una dama de estirpe camagüeyana, Martina Poo y Pierra, descendiente de Martina Pierra y Agüero, valiente colaboradora del mártir separatista Joaquín de Agüero.
Hoy, 27 de diciembre, día en que conmemoramos el 148 aniversario del célebre juego en el Palmar de Junco en 1874, recordamos que Sabourín fue uno de los jugadores más importantes de aquel desafío, en cuyo line up ocupó el octavo turno y defendió el jardín izquierdo del Club Habana, que derrotó ampliamente a Matanzas por 51 corridas a nueve. En ese desproporcionado marcador, a Sabourín le correspondió hacer el mayor número de corridas, con ocho, una más que las anotadas por sus compañeros de equipo Esteban Bellán y Ricardo Mora, quienes jonronearon en aquella tarde invernal.
Cuatro años más tarde, participó como segunda base y quinto bate, en el desafío inaugural de la primera edición de la Liga General de Beisbol de la Isla de Cuba, el 29 de diciembre de 1878, en juego donde los Rojos del Habana derrotaron a su archirrival Almendares por 21 carreras a 20. En esta ocasión su bateo fue de cinco-dos, con tres carreras anotadas.
“En los ratos de descanso durante los partidos de beisbol, Sabourín tenía una idea fija: la de hacer la independencia de su patria”.
Un resumen de sus estadísticas entre 1878 y 1887 no lo muestra como un gran bateador de promedio y tampoco de fuerza, más allá de que se trata de números fragmentarios. Su mejor temporada parece haber sido la de 1885-86, en la que conectó por encima de 300, con siete hits en 23 veces al bate.
Sin embargo, su labor como director del Club Habana fue la más importante de un manager en todo el siglo XIX cubano, pues durante las seis temporadas que lo dirigió alcanzó tres primeros lugares (1889, 1890 y 1892), el subcampeonato en 1893 y quedó tercero en 1894. En total acumuló 43 triunfos y 14 derrotas. Su estilo de dirección se caracterizó por la disciplina, la inteligencia y el rigor en los entrenamientos.
De acuerdo al testimonio del Dr. Juan Antiga, quien fuera un discípulo aventajado de Sabourín: “No se hizo ni una sola jugada sin haber sido antes ensayada y preparada por él”.
Un ejemplo de lo anterior es una sucesión de lances de toque de bola, en el campeonato de 1890-91, en un duelo frente al Progreso, lo cual nos da una idea del talento de Sabourín como estratega del juego. En el décimo inning, con el partido empatado a una carrera, el cuarto bate Alfredo Arcaño se embasó y Sabourín le ordenó al siguiente bateador, Francisco Alday, que tocara la bola. La jugada sorprendió a la defensiva del Progreso, ya que en esa época no era frecuente el toque. Con dos corredores en circulación, Sabourín mandó otro toque de bola al catcher mestizo Pedro Parra y, aunque esta vez no logró sorprender, cumplió la función de adelantar a sus compañeros hasta segunda y tercera. Con la carrera de la victoria muy cerca del plato, Sabourín ordenó un tercer toque de bola consecutivo a Juan Antiga. El squeeze play funcionó a la perfección y el Habana ganó dos a uno. Quizás esa haya sido la primera ocasión en la historia de la pelota cubana en que un partido se decidió de manera tan espectacular.
Del mismo modo, mantenía fraternales relaciones con los jugadores y los adiestraba, tomando asiento detrás de home, protegido por un paraguas verde, y desde allí corregía las posturas de los bateadores, el modo de correr las bases y les proponía jugadas con alto grado de dificultad. Todo ello lo hacía de buen carácter y con elogio para estimular a los bisoños practicantes del beisbol.
Su generosidad sobrepasó con creces el terreno de pelota, y en una etapa de transición del juego amateur al deporte profesional, Sabourín sufragó los estudios de medicina del joven Juan Antiga, convertido luego en el padre de la homeopatía cubana y figura descollante dentro de la generación de los años 1920 al 30. Para evitar suspicacias, ese dinero no le era entregado como un sueldo, sino como una gratificación.
Para muchos de sus contemporáneos, Emilio Sabourín y del Villar fue el más notable ejemplo de un beisbolista que puso su entusiasmo deportivo al servicio del patriotismo, y ya en la República se propuso que se le erigiera un monumento, donde lo acompañarían los nombres de todos los peloteros que marcharon a la manigua, muchos de ellos impulsados por su fervorosa prédica.
Esa convicción tenía origen en la figura de su padre, quien fue laborante en la etapa de la Guerra Grande, y dos de sus tíos murieron peleando por Cuba libre en la década gloriosa.
Antiga recordaba que en los ratos de descanso durante los partidos de beisbol, Sabourín tenía una idea fija: la de hacer la independencia de su patria. En esa orientación fue un activo conspirador en vísperas de la Guerra del 95, y una vez iniciada la contienda desplegó una intensa labor de acopio de armas, pertrechos y medicinas para enviarlas al Ejército Libertador. Con astucia compraba armas en mal estado en los predios de la Pirotecnia Militar, que una vez reparadas remitía a los mambises. También conservaba ocultas más de 20 000 balas en su domicilio y en la sede del Club Habana, las que nunca fueron encontradas por los soldados españoles.
Una de sus acciones más osadas fue brindar resguardo, en el local del Club Habana, al general José Lacret Morlot, quien había llegado a la ciudad oculto en un vapor estadounidense, y al que facilitó el embarque hacia Matanzas para una reunión con el delegado de la Revolución en aquella ciudad. Era tan eficaz su apoyo a la guerra desde la clandestinidad, que Sabourín nunca fue llamado a unirse al campo de batalla. Su participación en la frustrada evasión del general Julio Sanguily de la prisión de La Cabaña, provocó su detención el 15 de septiembre de 1895. En juicio celebrado en febrero de 1896, conocido como Causa de la Pirotecnia Militar, fue condenado a 20 años de presidio en el Castillo del Hacho, en Ceuta. Su esposa prosiguió las labores conspirativas, y durante la prisión de su compañero logró sacar del Club Habana 4500 cartuchos de fusil Winchester, que entregó al patriota y también beisbolista Fernando Chenard.
Sabourín compartió los rigores del presidio con Juan Gualberto Gómez, quien dejó un emocionado testimonio de la entereza y gallardía del gran pelotero, al que recordaba jovial, elegante y decidor ante la adversidad. Minado su cuerpo por una pulmonía doble, de la que fue atendido por el médico José Ramón Montalvo, falleció el 5 de julio de 1897, poco antes de cumplir 44 años. Guardaba bajo su almohada una fotografía de su esposa y sus hijos, la que mostró en sus instantes postreros a Juan Gualberto Gómez, quien escribió este magnífico obituario: “Había amado entrañablemente, y casi por igual, estas tres cosas: el baseball, su familia y su patria”.
El próximo año se cumple el 170 aniversario del natalicio de Emilio Sabourín, momento en que deberá rendírsele tributo por todas las personas que amamos y defendemos el deporte nacional. Como dijimos cuando restauramos y devolvimos al Estadio Latinoamericano las tarjas del Salón de la Fama y de los peloteros mambises, el pueblo de Cuba podrá ahora, de manera hermosa y perdurable, expresar su homenaje de admiración al ilustre patriota, y ponerle flores y ofrendas al pie de este venerable monumento.
Palabras en la reinauguración del monumento a Emilio Sabourín y del Villar, en el parque de Línea y G, Vedado, el 27 de diciembre de 2022.