Cuando varias instituciones, decenas de artistas y miles de espectadores se ponen de acuerdo para celebrar el cumpleaños 80 de una actriz, debe inferirse, como mínimo, su indiscutible legado a la cultura nacional. En 2024, Daisy Granados celebrará sus bodas de diamante con el cine cubano, pues debutó ante una cámara en las locaciones de Santiago de Cuba, donde José Massip rodaba el drama antirracista La decisión, en el cual participaba Pastor Vega como actor y asistente de dirección. Se enamoraron, tuvieron tres hijos y conformaron el tándem realizador-actriz más prolífico y significativo de nuestro medio. Pero antes de trabajar por primera vez a las órdenes de Pastor (en el mediometraje De la guerra americana, de 1969), la joven actriz se abrió paso gracias sobre todo a dos personajes muy notables: Beba, la espectacular rumbera que triunfa en el circo ambulante de la subestimada Tulipa (1967), de Manuel Octavio Gómez, y la tóxica Elena, en Memorias del subdesarrollo (1968), de Tomás Gutiérrez Alea.

“Debutó ante una cámara en las locaciones de Santiago de Cuba, donde José Massip rodaba el drama antirracista La decisión”. Imagen: Internet

Con 25 o 26 años, Daisy había logrado un sustancioso currículo donde figuraban los mejores cineastas cubanos, y varios papeles de impacto donde la actriz brillaba por su desbordado temperamento y su capacidad para hacer verídicos sus personajes, incluso en inflexiones negativas como el arribismo, la mentira, la zafiedad y la ordinariez. Esa entrega total al personaje, sobre todo en la voluntad por que resulten auténticos los rebordes más oscuros de esas mujeres forjadas a golpe de luz y sombra, es algo que pocas veces se le agradeció lo suficiente a una actriz enormemente elogiada después, especialmente por sus papeles heroicos o de víctima.

En los años 70 su carrera se interrumpe, obligada por la crianza de sus tres hijos y apartada del medio debido a cierto machismo predominante en el cine cubano de esa época, como ella misma ha declarado en varias entrevistas. No obstante la pausa, regresó con fuerza, de la mano de su esposo, con la polémica Retrato de Teresa (1979), donde se cuestionaba precisamente no tanto el machismo cubano como la desigualdad de género. Según el realizador, tanto Teresa como Ramón son personajes en proceso de búsqueda, contradictorios y en contradicción, enfrentados a sus propias limitaciones y prejuicios. El público cubano estuvo discutiendo durante meses y meses la propuesta del director; una propuesta vehiculada eficazmente por su actriz protagónica.

“Una de las parejas más queridas del cine cubano”. Foto: Tomada del sitio web del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

Filme de autor, realista y provocativo, porque Daisy y Pastor se sumergieron en el mundo obrero cubano de los años 70, y además, llegaron a incorporar en la puesta a sus tres hijos, que jugaban a hacer en la ficción lo mismo que vivían cotidianamente en su casa. Retrato de Teresa (1979) parece filmada ayer, sobre todo por la autenticidad extrema que transmite la protagonista, en conjunción con el no menos brillante Adolfo Llauradó, su amigo y compañero por tantos años; una de las parejas más queridas del cine cubano; dos histriones capaces de otorgarle a este filme, con las improvisaciones pactadas con el director, una veracidad sorprendente. Convertida en uno de los grandes éxitos nacionales e internacionales del cine cubano de aquella época, la actriz fue reconocida en los festivales de Cartagena, Moscú, Huelva y Londres.

“La transformación definitiva en símbolo de la mujer cubana se consolidó con su siguiente protagónico en Cecilia”. Foto: Internet

En la escena inicial de Retrato de Teresa, cuando se congela la imagen sobre el rostro de Daisy mientras la brisa del Malecón la despeina, la actriz comenzó a transformarse en ícono de belleza y feminidad a la cubana, a la manera de aquellas mujeres pintadas por René Portocarrero. Pero la transformación definitiva en símbolo de la mujer cubana se consolidó con su siguiente protagónico en Cecilia (Humberto Solás, 1982); una mujer víctima de terribles contradicciones entre su enamoramiento con un joven de superior clase social y la negación de su gente, raíces y raza. Aunque la versión libre de Solás evadía los tópicos sobre las mulatas que triunfan en la novela original y la zarzuela, la imagen de Daisy parecía recrear la semblanza de aquella Cuba torturada de la época colonial.

Pastor Vega volvió a dirigirla en varias ocasiones: Habanera (1984), en la que interpreta a una psiquiatra desequilibrada por la infidelidad de su esposo; Amor en campo minado (1987), que se ambienta en Brasil y se basa en una pieza teatral de Dias Gomes sobre los problemas de una pareja en medio de una compleja situación política; Vidas paralelas (1992), uno de los primeros largometrajes de ficción cubanos que lidiaron con los problemas del exilio cubano, y Las profecías de Amanda (1999), en la cual la actriz crea minuciosamente la poderosa imagen de una cartomántica inculta y egoísta, pero poseedora de un don extraordinario. Por su papel de Amanda, Daisy fue premiada en los festivales de Cartagena, Gramado, San Juan de Puerto Rico y Trieste.

“Daisy siempre quedaba hermosa, impresionante, expresiva”. Foto: Internet

Sin embargo, aunque alcanzó con Pastor Vega algunos de sus papeles consagratorios, Daisy exploró con otros directores muchísimas otras facetas de su desbordado histrionismo. Fue dirigida por segunda vez por Humberto Solás en la memorable, pero menos polémica, Un hombre de éxito (1986), y la fuerza arrolladora de su interpretación oscurece casi todo lo demás en cada una de las escenas donde aparece. En Un hombre de éxito, Daisy se reencontraba con el director de fotografía Livio Delgado, coautor de las imágenes de Retrato de Teresa y Cecilia. En una entrevista de esta época, Livio reconoció que el rostro de la actriz era el más fácil de retratar de todos los que había tenido delante, porque apenas había que calcular la angulación, la luz o el encuadre: Daisy siempre quedaba hermosa, impresionante, expresiva.

Juan Carlos Tabío le ofreció un par de oportunidades extraordinarias: interpretar la oscurantista y reaccionaria Concha, símbolo del conservadurismo y la inflexibilidad en la comedia Plaff o demasiado miedo a la vida (1989), y la posibilidad de hacer varios papeles en una misma película, exactamente en El elefante y la bicicleta (1993), un filme injustamente subestimado y pendiente de más profundas valoraciones que las escritas en su época, cuando tuvo la mala suerte de ser obnubilada por Fresa y chocolate.

También Fernando Birri la eligió para hacer la materialista y vulgar Elisenda en el delirio garciamarquiano que fue Un señor muy viejo con unas alas enormes (1988), y Rigoberto López le dio la oportunidad de representar, satíricamente, el excesivo amor por el poder y las pertenencias, en el corto de ficción La soledad de la jefa de despacho (1989), auténtica prueba de fuego, pues la actriz ejecuta un imparable monólogo ante la cámara que la redescubre. 

Fuera de Cuba, la actriz fue dirigida por los españoles Víctor Erice (en su cortometraje que forma parte de Los desafíos,de 1969); Fernando Colomo, en la comedia de enredos Cuarteto de La Habana(1998), y Manuel Gutiérrez Aragón, quien la dirigió en Cosas que dejé en La Habana(1997), dentro de un elenco del cual formaron parte varios de los más talentosos intérpretes de aquel momento, como Jorge Perugorría, Broselianda Hernández, Luis Alberto García e Isabel Santos. En una de las varias entrevistas que sostuve con esta última, ella decía que le gustaba compartir escena, sobre todo, con actrices del tipo de Daisy Granados, porque a ella le basta con mirarte a los ojos para darte réplica y comunicarte un mundo de emociones, y cuando actúa “te parten p’arriba como un tren”.

Más recientemente, Daisy Granados pulsó uno de los géneros más difíciles, la farsa, en Nada (Juan Carlos Cremata, 2001), con un papel secundario muy destacado, el de la delirante directora de una oficina de correos, autoritaria y marimacho, que le hace la vida imposible a la protagonista (Thais Valdés). En esta época, también hizo teatro, y nos queda la traslación a la pantalla de una de esas obras: Madre coraje: sus hijos (2006), dirigida por Enrique Álvarez, y al lado de Mario Guerra y Osvaldo Doimeadiós, entre otros. Más tarde, le dio vida, en Esther en alguna parte (2013), a la mujer ama de casa que tiene una doble vida y actúa como bolerista en un club nocturno.

“Los 80 años de Daisy Granados merecen que sus muchos admiradores, dentro y fuera de Cuba, hagan silencio para que ella imagine sus mejores deseos”.

Daisy recibió el Coral de Honor en el XV Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (1993), y una década y media más tarde recibió el Premio Nacional de Cine. En 2020 regresó a la televisión cubana para participar en varias telenovelas de notable éxito. Los 80 años de Daisy Granados merecen que sus muchos admiradores, dentro y fuera de Cuba, hagan silencio para que ella imagine sus mejores deseos, y luego aplaudirla, como siempre hemos hecho, para que apague de un soplo las 80 velitas, vaticinio indudable de que sus anhelos serán cumplidos.

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