Y se llama Nueva Trova: “… y escóndete bajo mi cintura…”
Para los años ochenta, la Nueva Trova había cambiado. Nadie supo precisar en qué momento dejó fuera a los poetas dentro de su estructura, y el hombre con la guitarra en ristre pasó a ser el protagonista fundamental y esencial de esta historia.
Del mismo modo, dentro del movimiento había una tendencia más interesada en la música folklórica sudamericana, en la que sobresalían grupos como Moncada; Manguaré; Canto Libre; Septiembre 5; Nuestra América, en Matanzas, y Granma, en Santiago de Cuba, todos formados dentro de las universidades. Había, además, otros proyectos interesantes como Mayohuacán o Girón que fueron derivando de lo puramente folklórico del sur hacia propuestas más cercanas al son, la guajira y el mismo sucu-sucu.
Este proceso de cambio dentro del movimiento ―que mostró su carácter heterogéneo— tuvo como matiz interesante el proceso de ruptura de Amaury Pérez con él. Las razones de este cisma han sido diversas y ―lo mismo que otras leyendas y asuntos relativos a la Nueva Trova y sus integrantes, miembros y fundadores― solo conocen sus interioridades los involucrados. En el caso de Amaury el rumor más conocido se basaba en sus inquietudes musicales que lo llevaron a acercarse a otras músicas, como fue el caso de su unión con Síntesis (antes Tema IV y que también formó parte de la Nueva Trova) que para ese entonces se acercaba al rock y a la experimentación musical de la mano de Lucía Huergo y el bajista Carlos Alfonso. El disenso de Amaury sería la base de lo que, para fines de esa década, ocurriría una vez que la influencia del rock sudamericano, en especial el argentino, llegara a oídos de los músicos cubanos y especialmente resulte del agrado de algunos miembros de la Nueva Trova.
Ese cambio que ocurrió en la Nueva Trova en los ochenta también involucró a nuevas figuras, nuevas propuestas estéticas y hasta abordajes distintos de la realidad contemporánea cubana.
Digamos que este segundo desembarco de trovadores importantes y/o trascedentes ya está alejado de la mística de la Casa de las Américas, de su génesis. Su estética se acerca a la épica revolucionaria con la misma pasión de sus antecesores, pero más cerca de su tiempo. Preocupa más entender al hombre y la mujer que incentivar la necesidad de estar cerca del fusil, y no es que el fusil se haya desechado, es que ahora se trata de demostrar y creer que “Cuba va”.
La primera figura que destaca en este segundo momento es la de Santiago Feliú, hermano de Vicente, sobre todo a partir de la interpretación que hace en un concurso Adolfo Guzmán de su tema Para Bárbara y que resulta premiado por un exigente jurado. Pero Santiago no está solo en este empeño de formar parte de la Nueva Trova, también están Donato Poveda, Alberto Tosca, Frank Delgado, Gerardo Alfonso, los hermanos Novo en Cienfuegos, Jorge García y, más tarde, se suma a ellos Carlos Varela. Hay otros nombres a considerar, como los de Marta Campos, José Antonio Quesada, José Antonio Rodríguez y otros que se me pierden en la memoria.
De Santiago Feliú, el Santi, se ha dicho y alimentado su leyenda más allá de lo imaginable, y a ello han contribuido en gran medida no solo sus amigos y seguidores, sino su actitud irreverente ante la vida y la sociedad. Santiago era el más rebelde de todos ellos, el díscolo o, como solían decir en el caraqueño barrio 23 de Enero sobre Alí Primera “…el buen malandro… que nos representa…” por su don de gentes y esa rara virtud de dejarse amar.
Sin embargo, poco se ha explorado esa virtud, la rebeldía y la irreverencia de sus otros compañeros de generación. Intentemos, breve y modestamente, un acercamiento a algunos de ellos.
Donato Poveda, tal vez la imagen más infantil que ha existido en toda la historia de la Nueva Trova, se aferraba a un lirismo muy refinado ―propio de los poetas románticos del siglo XIX— para contarnos las historias de los hombres y mujeres de ese tiempo en Cuba. Con su llegada hubo un punto de giro dentro de la dinámica del movimiento: no se trata solo de buena poesía, manejo de la guitarra y una actitud contestataria ante los fenómenos sociales; ahora hay que saber cantar, tener buena voz.
Digamos que este segundo desembarco de trovadores importantes y/o trascedentes ya está alejado de la mística de la Casa de las Américas de su génesis. Su estética se acerca a la épica revolucionaria con la misma pasión de sus antecesores, pero más cerca de su tiempo.
Los temas de Donato, sobre todo El hombre extraño, ya anuncian esa ligera o escondida influencia del rock de habla hispana dentro de la música cubana; sobre todo el argentino y el chileno. Pero hay un elemento importante: la voz y el talento de Lucía Huergo como orquestadora y productora musical; y junto a ella los músicos del grupo Síntesis.
Frank Delgado es, posiblemente, de todos ellos el que más explora y explota los elementos cruciales de la música cubana en su trabajo (algo parecido a lo que Pedro Luis Ferrer ya venía haciendo), sones y guarachas que no dejan dudas sobre su capacidad para comunicarse con el público que quiere algo más que el simple hombre con una guitarra, ese otro público que por momentos llega a considerar esa faceta de la Nueva Trova como aburrida, y no era una cifra despreciable. Frank representa la reencarnación del talento de Ñico Saquito y es, de todos ellos, quien impone en el gusto popular una frase que lo trasciende y se inserta en la mitología social: “…aquel que no se la sabe la tararea…”.
Los hermanos Novo, lo mismo que Jorge García, aportan a la trova de estos tiempos una poesía limpia, casi pura, como dicen algunos entendidos. Sus imágenes son complejas, pero no rebuscadas; hay una fuerte influencia del simbolismo de Silvio Rodríguez y de poetas franceses como Rimbaud, Verlaine o Marcel Proust. Tal vez por ello su modo de hacer y trascender dentro del público amante de la trova sea mínimo; lo que no resta grandeza a su trabajo.
He dejado para el final de este recorrido a dos figuras: Gerardo Alfonso y Alberto Tosca. Gerardo es nuestra versión de Bob Marley, no solo por su uso de la filosofía rasta en el modo de conectarnos con su imagen; también está presente en su música y en su poética. Gerardo encarna al hombre negro cubano contemporáneo, con sus virtudes, defectos y lagunas culturales. Lo desmitifica y le da un espacio social que hasta ese momento le ha sido negado o restringido por prejuicios que cierto sector de la sociedad no ha sido capaz de superar.
Alberto Tosca es la encarnación, desde la Nueva Trova, de esas grandes figuras negras de nuestra historia. Es una mezcla de la inteligencia de José Maceo, la elegancia de Juan Gualberto Gómez y la virilidad de Guillermón Moncada. Es la versión habanera del poeta santiaguero Jesús Cos Causse. Sus canciones llevan una carga de dolor y optimismo; es el primero de los trovadores que no teme ni oculta su fuerte filiación religiosa, ni su papel como sacerdote de Ifá en un momento en que asumir esas prácticas no era tan bien visto como en nuestros días.
El barracón, el cimarronaje en su poesía se visten de gala y nos llegan en imágenes sublimes. Quién no recuerda aquello de “…fe, que mantenías en las alas a mi amor…”. Si se revisan los patakines que abundan en la mitología afrocubana, se encontrará una referencia directa a la leyenda de Ochún y su relación carnal y espiritual con Changó. Ese romper y recomenzar, esa violencia contenida en la forma de amar… y, para rematar, interpretada por la voz de Xiomara Laugart.
Los mencionados, además de ser parte de la Nueva Trova definidos por la crítica como “los novísimos”, serán los primeros en engrosar las filas de la Brigada Hermanos Saíz, una institución de vanguardia cultural que agrupara el talento cultural joven de la nación y que, de alguna manera, intentara recuperar esa relación entre trovadores y poetas que marcó el inicio del movimiento en la ciudad de Manzanillo en el año 1972.