III
Cuando surgieron las primeras potencias económicas, mercantiles y militares, los ganadores se sintieron en la necesidad de exhibir su cultura frente a los derrotados, y en cualquier lugar del mundo la impusieron a pueblos más débiles. En Egipto, Grecia, China o Mesoamérica, esculturas y pinturas presentaban formas figurativas y abstractas, algunas prácticamente universales, repetidas casi por instinto, como la voluta y la greca, quizás porque se erigían en cánones o símbolos, mediante visiones subjetivas, de una “belleza geométrica”. Los artistas, cumpliendo encargos religiosos o políticos, deformaban la exactitud o precisión de los mensajes tributando a cada ideología y a cada percepción personal de lo bello.
“La búsqueda del ideal de belleza estaba incorporada a la ideología esencial”.
El cuerpo humano, constituido en ideal reproducido según relatos ancestrales, se copiaba e insertaba en los discursos religiosos y políticos. La búsqueda del ideal de belleza estaba incorporada a la ideología esencial, acompañada de una síntesis psicofísica, como práctica artística para expresar la trascendencia, lo sublime, lo desconocido… de los seres divinos y su relación con los mortales. Representaciones de Nefertiti, Apolo, el dragón —dador de agua para las culturas asiáticas— o Huitzilopochtli mostraban una gran riqueza de detalles que contribuía a la utopía o ideal de cada cultura, y se convertían en símbolos del Poder. El conjunto escultórico griego Laocoonte y sus hijos —Laocoonte fue sacerdote de Apolo en Troya y advirtió que no se debían permitir la entrada del caballo de madera, pues no era un envío de los dioses, sino una trampa de los aqueos—, en que dos serpientes causan atroces sufrimientos, demuestra que el dolor no destruye la belleza cuando los dioses castigan. Este concepto fue esencial para la Iglesia en la Edad Media, pues el nuevo papel social debía ser “disfrutable” la coacción extraeconómica para soportar penitencias y castigos.
Religión y belleza han sido hermanadas desde los inicios de la humanidad. En el antiguo Egipto se concentraron grandes obras arquitectónicas, de las artes plásticas y de la literatura, para venerar su religión a partir del conocimiento sobre la vida de ultratumba. El Libro de los muertos o Peri em heru, texto funerario que auxiliaba al difunto ilustre para comparecer ante el juicio de Osiris —dios egipcio de la fertilidad y de la muerte, según las crecidas del Nilo—, enseñaba la mejor ruta para viajar al Aaru —donde residía Osiris—. Este texto debía llevar a cada uno a la luz eterna; no había un solo libro canónico, y cada persona debía encargar su destino después de la muerte, bajo una selección de sortilegios.
Casi todas las grandes construcciones egipcias giran alrededor del tránsito posterior a la muerte. Sus pirámides son grandes monumentos funerarios, y en estas la manera de trasladarse al paraíso está escrita en los jeroglíficos; tres grandes pirámides en Guiza son tumbas de faraones: Keops, Kefrén y Micerino, las más visitadas, junto a la imponente Esfinge. Las esfinges son seres fabulosos, generalmente con cuerpo de león y cabeza humana, símbolo de la fuerza y la vida de ultratumba. Todos estos monumentos forman parte de muy diversos conjuntos que expresan la belleza conducente a la trascendencia.
Se conservan esculturas de los faraones Kefrén y Micerino, de la diosa Hathor y otras de príncipes, escribas de la corte, funcionarios, mujeres que preparan cerveza o con ofrendas; incluso, de animales como gansos y gatos. De las más famosas piezas de esta cultura, son la cabeza de la reina Nefertiti y la famosa máscara de oro de la tumba de Tutankamón. El Valle de los Reyes guarda las tumbas de los faraones Ramsés, colmadas de misterios sobre la existencia después de la muerte, una obsesión para sacerdotes y sacerdotisas egipcios. En Luxor se halla el espléndido templo consagrado a Amón-Ra, señor del cielo, el sol y el origen de la vida. Isis, gran diosa madre del nacimiento o reina de los dioses, maga y fuerza fecundadora de la naturaleza, tuvo en File una ciudad de templos para venerarla.
La cultura antigua de Mesopotamia, desplegada desde la confluencia del Tigris y el Éufrates, hasta más allá del noreste de Siria, congrega pueblos y etnias muy antiguos, dueños de bellezas propias y un concepto más práctico de estas, pues el intercambio de productos en una zona de gran trasiego comercial, contribuyó a ponderar la vida en el reino de este mundo, sin olvidar la de ultratumba, base de todas las religiones. En fecha tan lejana como el 3000 a.n.e. surgió en esta zona la escritura inscrita en arcilla mediante pictogramas, como necesidad para llevar las cuentas administrativas de la comunidad. Ciudades-Estados sumerias como Uruk, Lagaš, Kiš, Uma, Ur, Eridu… ya usaban ampliamente la escritura cuneiforme.
Etnias semitas —árabes, hebreos y sirios— invadían constantemente la región y dejaron su impronta. El templo Eanna, en Uruk —entre 3200 y 3000 a.n.e.—, que comprende edificaciones de varios niveles y diferentes períodos, es un ejemplo de construcción de gran funcionalidad práctica en espacios con volúmenes cúbicos y acceso a pisos superiores mediante escaleras. Estatuillas —como la del dios Ab-U—, yelmos de oro —como el del rey Mescalamdug—, máscaras con cabeza de toro, cabezas escultóricas, pinturas murales, sarcófagos, sellos… han sido hallados en una zona de cruces de culturas.
Un héroe legendario como Gilgamesh, protagonista de una de las epopeyas más antiguas de la humanidad, busca a toda costa la inmortalidad, negada por los dioses. La veneración a las leyes para la convivencia constituye su ideal, pues regían de manera estricta en esta civilización. No en balde en Mesopotamia se ha encontrado el Código Hammurabi —hacia el 1750 a.n.e.—, uno de los conjuntos legislativos más completos y antiguos. La fe profesada en los códigos formaba parte de la confianza en las leyes.
Las asombrosas construcciones conocidas como zigurats, templos como torres o pirámides escalonadas, resultan obras maestras arquitectónicas, elevadas en espiral, como el templo de Etemenanki, en Babilonia —similar a la Torre de Babel, descrita en la Biblia, y reproducida posteriormente como modelo por no pocos artistas. En ellos se han descubierto grabados y estelas que expresan la belleza de esta singular cultura. El Orante de Gudea —escultura de 2550-2520 a.n.e.—, la Máscara de Sargón —de 2250 a.n.e, hombre barbado del imperio acadio— y la Estela de los buitres —con grabados conmemorativos del período dinástico arcaico de 2450 a.n.e.— forman parte de las manifestaciones de la vida religiosa, civil y militar de la antiquísima Mesopotamia.
En la esplendorosa ciudad de Babilonia, hoy ruina arqueológica, estaba la Puerta de Ishtar, con murales de azulejos, que daba acceso al templo de Marduk, construido durante el reinado de Nabucodonosor II —604-562 a.n.e.—, al igual que los célebres Jardines Colgantes.Muchos de aquellos monumentos y ciudades fueron destruidos o desaparcieron, algunos recientemente, a causa de las guerras.
En el imperio de los persas también se había desarrollado una gran civilización que creaba y utilizaba su belleza. Existen ejemplos muy apreciados en arquitectura, pintura, tejido, cerámica, caligrafía, metalurgia, escultura… Los palacios, jardines y el escueto mausoleo de Ciro el Grande en Pasargadas, ciudad fundada en el siglo VI a.n.e. por el propio Ciro en Pars, cuna del imperio persa, son una muestra extraordinaria de esa civilización, y sintetizan los aportes culturales de diferentes poblaciones. Fruto también de varias culturas, Persépolis, fundada por Darío I en 518 a.n.e., se caracterizó por un enorme conjunto palacial que se distingue por la “selva de columnas” de las salas hipóstilas; estas apadanas, también apreciables en palacios de Pasargadas y Susa, constituyen espacios de audiencia y socialización, y en los capiteles de sus robustas columnas aparecían con frecuencia grifos y colosales cabezas de toros para expresar su fuerza. A pocos kilómetros de Persépolis, las cuatro tumbas pertenecientes a reyes aqueménides, talladas en la pared de roca en Naqsh-e Rostam, resultan imponentes monumentos funerarios.
Toros androcéfalos y alados, cerámica vidriada para aprovechar las bondades de la luz del sol, una exquisita orfebrería en bronce, decoraciones zoomórficas, antropomórficas o fantásticas en las piedras, el uso del arco…, múltiples saberes aportados por los diferentes pueblos involucrados en la construcción de monumentales edificaciones, forman parte del ideal de perfección puesto en función de enaltecer un poder teocrático que se imponía no solo por la fuerza de las armas.
El esplendor de una compleja belleza puede hallarse asimismo en territorios que hoy pertenecen a India y Paquistán. En Harappa y Mohenjo-Daro (actual Paquistán), en el valle del Indo, se han encontrado vestigios de complejas ciudades. Bailarinas en movimiento y estatuillas entre las que abundan cabezas y torsos masculinos, distinguen esta cultura, de las más antiguas de la humanidad. Del período budista han aparecido figuraciones de deidades populares, protectoras naturales del ser humano; dentro de la riqueza de la mitología hinduista y budista proliferan espíritus del medio ambiente que rigen los tesoros ocultos de la tierra, cuevas abiertas en las rocas, esculturas monumentales, escenas de la vida de Buda —que ilustran simbólicamente los jatakas o relatos budistas— en monumentos ceremoniales llamados estupas, con profusión de iaksis —espíritus femeninos de la naturaleza—; todos tributan a una cultura que prepara el gran desarrollo del budismo posterior.
Representaciones del dios Krishna y de su amor por Radha, extraídas del extenso y complejo texto épico-mitológico de la India, el Mahābhārata, embellecen pinturas murales en muchas de sus construcciones. La intención religiosa se hibrida con la reverencia a los gobernantes en civilizaciones para las cuales generalmente estos eran representantes divinos, mientras los templos comienzan a “salir” de dentro de las rocas. El dominio del cuerpo para el baile constituye para el hinduismo una virtud especial, por lo que las frecuentes figuras danzantes son símbolo supremo de belleza, capaces de encarnar con el cuerpo los microtonos de su música.
Es imposible separar el arte de la India en manifestaciones específicas, y así ocurre con todo el Oriente. Alegorías a dioses y héroes, sin decorados y solo apoyadas en vestuario y maquillaje, también caracterizan las representaciones teatrales, que pueden extenderse por siete actos, como en Śakuntalā, o hasta diez, como en Mricchakaṭikā.
La estética de la India se desarrolló a partir de los escritos védicos, y los Śastras fueron un conjunto de textos budistas e hinduistas que contenían tratados y enseñanzas, guías para la construcción de templos y la creación plástica; principios estéticos como “ciencias” de la formas, las relaciones, las comparaciones, el ritmo, el sentimiento, la gracia, el gusto, los colores…; se trataba de un código que regía las intenciones de emotividad para conmover, y clasifica nueve tipos de relaciones simbólicas entre colores y conceptos: el negro podía ser amor o miedo; el rojo, valor o cólera; el blanco, alegría y paz; el amarillo, asombro; el gris, dolor; el azul, asco…
Además, este sistema establecía correspondencias con las posturas —āsana—: la samabhaṅga como actitud rígida y equilibrada, de pie o sentado, significa serenidad espiritual, y es la de Buda y Visnú; la ābhaṅga, muestra una ligera inclinación y simboliza la meditación, propia de bodhisattvas o los que siguen la ruta de Buda; la tribhaṅga propone una triple flexión para la espiritualidad sensualista, propia de las apsaras o ninfas acuáticas; y la atibhaṅga, de extrema inclinación, personifica la violencia o dramatismo, propia de Shiva y los lokapāla o guardianes del mundo en los cuatro puntos cardinales.
Un aparte merece la belleza concentrada en Sri Lanka y las tradiciones de su arte, diferente al de la India. En el pico Mihintale se encuentran el estupa de Kanthaka Chetiya, construcción circular y con estelas del siglo ii a.n.e.; de esa época también es el Maha Stupa, en el propio Mihintale. Cofres tallados, pinturas en las galerías, estelas profusamente decoradas, balaustradas y relieves con múltiples escenas, así como estatuas talladas en la roca o esculpidas en piedra, recrean diferentes leyendas.
Otras maravillas menos célebres de la antigüedad se localizan en el sudeste asiático, en Birmania, Tailandia, Cambodia, Vietnam, Laos, Indonesia…, demostrativas de que no existen pueblos “menores”. Vale la pena destacar las numerosas pagodas antiguas de Birmania —hoy Myanmar—. En Tailandia sobresalen en los relieves de las paredes o en esculturas de bulto de muchos de sus templos, músicos y mujeres, y diferentes tipos de Budas muy antiguos. En Cambodia —antigua Kampuchea— también se hallan pagodas arcaicas donde se admiran estatuas de ascetas, imágenes de dioses, escenas de luchas, las apsarás —ninfas acuáticas de la mitología hindú— y los garudas —hombre-pájaro mítico, considerado un semidiós del hinduismo y el budismo—. En Vietnam y Laos se han hallado piezas del siglo ii a.n.e., Budas y templos pequeños, algunos relacionadas con la dominación china y otras invasiones. En estos países hay vestigios de antiguos templos budistas entre grutas.
“(…) no existen pueblos ‘menores’ (…)”.
Muy poco conocemos en profundidad, o no lo entendemos suficientemente por nuestra limitación educativa occidental, del verdadero contenido y recóndito sentido de las milenarias culturas asiáticas. El arte de los pueblos de los países del Himalaya es todavía más indescifrable, por su aislamiento en la “cima del mundo”. En China, Japón, Corea y otras civilizaciones del Lejano Oriente, existe una antigüedad aún desconocida, y se ha tergiversado o distorsionado la belleza de su arte, vinculado estrechamente a la profunda interiorización y refinamiento de su filosofía y religiosidad, que tiene en cuenta el espíritu humano y su relación con la naturaleza, tanto desde el punto de vista individual como social, con la gravitación del poder político.
La civilización china es una de las más antiguas del mundo, con evidencias arqueológicas de los primeros homínidos. El Hombre de Pekín en la cueva de Zhoukoudian, se estima ubicado entre los 680 000 y 780 000 a.n.e. Se han encontrado en estas zonas cráneos humanos muy antiguos y una especie de protoescritura. Esta civilización floreció en la cuenca del río Amarillo y desde las épocas más remotas de la humanidad mantuvo el sistema político de dinastías hereditarias.
La cultura china desde tiempos antiquísimos ha estado influida por el sincretismo del confucianismo, el budismo y el taoísmo, bajo formas que tienen en cuenta tradiciones populares, interactuaron desde diferentes lugares y con origen en creencias depuradas, fundamentalmente del Indostán. La sociedad china se formó sometida a un fuerte examen y disciplina imperial; su arquitectura de madera y ladrillo es antiquísima, con columnas de baja altura sin capitel y cuyas cubiertas poseen aleros gruesos encorvados ligeramente hacia arriba, buscando la comunicación con el cielo; muchas de sus construcciones estaban decoradas con azulejos policromados y abundaban las porcelanas, incrustaciones de diferentes materiales y campanillas detrás de la puerta, entre otros detalles. Su pintura data de tiempos imposibles de calcular; dibujaban personas y animales en las rocas con tintes hechos de mineral, y producían cerámica y piezas de bronce utilitarias y ornamentales, con grabados y dibujos que también representaban motivos religiosos; pintaban en seda o papel, madera o materiales menos perecederos, y se han encontrado piezas de miles de años de antigüedad. Un ding, caldero ritual de bronce de la dinastía Shang, se cree que data del siglo xviii a.n.e.
China debió defenderse de los ataques de etnias nómadas de Mongolia y de la Manchuria; las dinastías crearon un fuerte sistema de murallas defensivas de piedra, cuyo comienzo, según la leyenda, se ubica en el siglo v a.n.e. y todavía se reconstruía en el xvi d.n.e. Una de las más famosas reconstrucciones se le encomendó al general Meng Tian después de las campañas invasoras entre 215 y 214 a.n.e. La Gran Muralla China se extendió por más de 21 000 km, entre la frontera con Corea y el desierto de Gobi; posee un alto entre 6 y 7 m, y un ancho entre 4 y 5 m. Aunque hoy solo se conserva el 30 %, se trata de la fortificación más importante del planeta.
La imponente Ciudad Prohibida —palacio imperial desde la dinastía Ming hasta la Qing, con unos 720 000 m² y 980 edificios— está llena de simbolismos propios de la cultura china y de su profundo vínculo entre religión, filosofía y poder político: muralla, torres, puertas, complejos tejados, bajorrelieves, uso intencionado del color… Al norte de China, cerca de la ciudad de Xina, fueron encontradas las figuras conocidas como Guerreros de terracota, creadas durante la antigua dinastía Qin; unas 8 000 figuras de guerreros y caballos de tamaño real, enterradas en el lugar donde fue autoproclamado el primer emperador de China de la dinastía Quin, entre 210 y 209 a.n.e. Otro motivo de asombro ha sido la enorme capacidad para organizar la sociedad desde tiempos inmemorables; un solo ejemplo: el sistema de irrigación de Dujiangyuan, proyectado en el siglo iii a.n.e. para evitar inundaciones y para el regadío, que no solo funciona sin interrupción desde entonces, sino que aún está en pleno desarrollo y expansión.
Una tradición de refinadísima belleza posee Japón, con una exquisita y distintiva cultura muy ecléctica, capaz de fundir, refundir y lograr soluciones intermedias sabias y filtradas hacia su propia identidad, a partir de resistencias y hasta de imposiciones foráneas asimiladas de manera sorprendente. Desde el sintoísmo —religión nativa japonesa muy antigua— hasta un budismo peculiarísimo asimilado para depurar la interrelación ser humano-naturaleza. La cultura japonesa se fue construyendo con un sentido emocional de belleza, caracterizado por un ritual de tranquilidad y paz interior.
Algunas de las más primitivas costumbres japonesas fueron introducidas desde la península coreana y de China, pero muy pronto se transformaron por una percepción estética que concede un valor altísimo a la proyección de la intuición y de la sencillez. El dibujo lineal sin perspectiva se integró al conjunto de su ideal de belleza, basado en la transitoriedad de las estaciones, que en la isla son muy marcadas; sus categorías estéticas traslucen una delicada emoción ontológica exigente de simplicidad en la complejidad creativa, muchas veces relacionada con los cambios de la naturaleza. Los jardines para la meditación zen y la relación del micro con el macro mundo, conforman una de las zonas más antiguas y recurrentes de espiritualizaciones del arte japonés, un arcaísmo transmitido en objetos como recipientes con escenas figurativas simples junto a elaboraciones geométricas y paisajes con guerreros. Templos y monasterios, pagodas, estatuas de príncipes y emperadores, santuarios con abundante y exquisita caligrafía, y objetos sencillos como linternas, biombos, sombrillas y dibujos en papel, constituyen piezas tan antiguas como apreciadas.
La península coreana guarda tesoros en construcciones de piedra, pagodas con símbolos propios, objetos de oro y jade, tazones y botellas profusamente ilustrados con leyendas antiquísimas, collares y pendientes de gran elegancia, estatuas en bronce, piezas de arte y reliquias religiosas, imágenes de Buda en pinturas murales de tiempos muy antiguos… Cualquier pueblo del mundo con larga historia atesora una gran cultura, generadora de única y exclusiva estética, generalmente poco estudiada de manera auténtica y mucho menos divulgada con la justicia que merece.