El 8 de octubre de 1942, en vísperas del aniversario 74 del grito de independencia de Carlos Manuel de Céspedes en Demajagua, dieron inicio en el Palacio Municipal de La Habana, las sesiones de trabajo del Primer Congreso Nacional de Historia. La idea de celebrar esta convención de historiadores, investigadores, estudiosos, publicistas, profesores y divulgadores del pasado cubano, le pertenece al profesor de Historia de América de la Universidad de La Habana Herminio Portell Vilá, quien la expuso en la sesión ordinaria del 27 de febrero de 1942 de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales.

Dicha proposición fue acogida con verdadero entusiasmo por el Historiador de la Ciudad de La Habana y Presidente de la referida Sociedad, Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, quien de inmediato desplegó toda su energía y talento creador para llevar a vías de hecho aquel proyecto. En este sentido, la celebración de los congresos nacionales de historia constituyó un esfuerzo intelectual de enorme relevancia, dentro del fértil entramado de eventos e instituciones culturales que el propio Roig había venido articulando desde la segunda mitad de la década de 1930.

El Dr. Emilio Roig de Leuchsenring desplegó toda su energía y talento creador para llevar a vías de hecho los congresos nacionales de historia. Foto: Tomada de Internet

El hecho de que no fuera la Academia de la Historia de Cuba, institución rectora del conocimiento histórico en la Isla, sino una joven y pujante institución como la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, la organizadora de este primer congreso y de los posteriores, que en número de 13 se desarrollaron en La Habana y otras localidades cubanas (Matanzas, Cárdenas, Trinidad, Santiago de Cuba y Jiguaní) hasta 1960, no significó en ningún momento un espíritu de desdén antiacadémico o sectarismo historiográfico. El presidente de la Academia, Dr. Emeterio Santovenia, fue convidado a presidir la sección de estudios cubanos, que declinó por razones personales; y también fue invitado el más importante de los historiadores de aquel momento, el Dr. Ramiro Guerra y Sánchez.

El prestigio de Roig, su enorme capacidad de trabajo y su vocación unitaria de voluntades diversas permitieron que se reunieran en estos congresos lo más valioso del pensamiento y la producción historiográfica cubana, latinoamericana y de otros países en aquellos años, sin que mediaran discriminaciones por motivos ideológicos, religiosos, asociativos o de otra índole. La Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, además, era una corporación privada y no gubernamental, lo que la mantenía alejada de cualquier partidarismo político o de compromiso con las autoridades de turno.

Cada uno de los congresos nacionales de historia estuvo presidido por un relevante intelectual o figura histórica de la independencia cubana, iniciando por el patriarca de las ciencias sociales y los estudios culturales don Fernando Ortiz, entre el 8 y el 12 de octubre de 1942, y terminando con el ilustre profesor Fernando Portuondo del Prado, del 5 al 10 de febrero de 1960. Entre ambas fechas, ejercieron en calidad de rectores de las conferencias, distinguidas personalidades como Monseñor Eduardo Martínez Dalmau (La Habana, 1943); Gerardo Castellanos (Trinidad, 1944); el coronel Federico Pérez Carbó (Santiago de Cuba, 1945); el capitán Joaquín Llaverías (La Habana, 1946); José Andrés Martínez-Fortún y Foyo (Trinidad, 1947); Ulises Cruz Bustillo (Santiago de Cuba, 1948); Mario Guiral Moreno (Trinidad, 1949); el comandante Miguel Varona Guerrero (Cárdenas, 1950); Enrique Gay Calbó (La Habana-Matanzas, 1952), Manuel Isidro Méndez (Trinidad, 1955) y Celso Valdés Rondón (Jiguaní, 1956). En todos los casos, Emilio Roig declinó los cargos honoríficos y ocupó funciones como secretario general, director general y presidente del Comité Organizador, lo que le permitía tener una visión integral de los trabajos presentados y realizar luego la relatoría y resúmenes del evento, muchos de ellos publicados en los Cuadernos de historia habanera.

La agenda del Primer Congreso concebía las intervenciones en tres apartados: Historia General, Historia de América e Historia de Cuba, que fueron presididos por los doctores Leví Marrero, Herminio Portell Vilá y Mario Guiral Moreno. Dentro de cada sección los trabajos fueron asignados en dos grupos, dedicado el primero a las investigaciones y estudios, yel segundo a los medios, métodos y condiciones de la enseñanza y divulgación de la historia. Esta manera de organizar las ponencias tuvo luego una importante variación, pues alcanzaron mayor protagonismo las cuestiones relacionadas con la evolución histórica nacional, de manera primordial la época colonial y las luchas emancipadoras del siglo XIX, así como contenidos afines al devenir regional y local.

Cada uno de los congresos nacionales de historia estuvo presidido por un relevante intelectual o figura histórica de la independencia cubana, iniciando por don Fernando Ortiz. Foto: Tomada de Granma

En sus palabras dirigidas a los delegados al Primer Congreso Nacional de Historia, Roig esclareció cuáles eran las motivaciones y esperanzas depositadas en aquella reunión:

Pero es indudable que quien de buena fe y limpio de bajunas intenciones, persiga la felicidad de su patria y de sus compatriotas, requiere axiomáticamente, al igual que el médico con el enfermo que asiste, para curar o aliviar los males de su país, descubrir las causas y raíces de estos. Y ese conocimiento solo nos lo proporciona la Historia. De tan trascendente papel a la historia reservado, ahora es cuando los cubanos nos estamos dando cuenta precisa, y que, obrando en consecuencia, hemos puesto manos a la tarea de conocer nuestro pasado remoto colonial y el de los primeros tiempos republicanos, sobre las fuentes documentales indispensables, acopiándolas, y desbrozándolas de leyendas y supercherías, y no por mera y tonta vanagloria del erudito inútil a quien solo importa la posesión —por la posesión misma, y para sí exclusivamente— de un manuscrito raro, o el hallazgo intrascendente de una fecha o de un suceso nimio: sino con la altísima y patriótica finalidad —patrióticamente utilitaria— de que la historia sirva, como ya apunté, de ejemplo y de enseñanza, rectificadores del presente y encauzadores del futuro.

Un repaso a los textos presentados a este coloquio inaugural, y en referencia solamente a la sección de Historia de Cuba, nos revela una considerable diversidad temática, ideológica, geográfica y cronológica. Fueron presentadas las “Seis actitudes de la burguesía cubana”, de Sergio Aguirre; “Trinidad, la secular y revolucionaria”, de Gerardo Castellanos García; los planos de acciones militares de la Guerra del 95, explicadas por Ulises Ruiz Bustillo; los estudios sobre la masonería cubana de Roger Fernández Callejas; “La Habana en 1841”, de Francisco González del Valle; “Las bolas y las dagas líticas, nuevo aporte cultural indígena en Cuba”, de René Herrera Fritot; “Comentario en torno a las ideas sociales de Arrate”, de Julio Le Riverend; “Lo negro y el negro a través de la historia de Cuba”, de Heriberto Portell Vilá; “La Aurora y los comienzos de la prensa y de la organización obreras en Cuba”, de José Antonio Portuondo y “Revaloración de la guerra libertadora cubana de 1895”, por Emilio Roig de Leuchsenring.

Este último aspecto, concerniente a las reinterpretaciones y revisiones de la historia insular, desde una perspectiva patriótica y nacionalista de izquierda, fue el principal aporte de Emilito a los congresos, donde defendió con pasión su tesis sobre la denominación del periodo bélico del último tercio del siglo XIX como Guerra Libertadora Cubana de los Treinta Años; abogó por generalizar el nombre de la Guerra hispano-cubanoamericana y afirmar la victoria de las armas libertadoras mambisas en dicha contienda; demostró con pruebas innegables que Cuba no debía su independencia a los Estados Unidos y fue enérgico en destacar la acción deletérea del imperialismo norteamericano contra la soberanía insular en los albores de la república.

Cada uno de los congresos tuvo un sello particular, y en la mayor parte de los casos prevaleció un argumento central de reflexión y discusión historiográfica. Así, el segundo encuentro llevó el lema de “Historia y cubanidad”; el tercero “La colonia hacia la nación”; “Historia y americanidad”, el cuarto; “Un lustro de revaloración histórica”, el quinto; “Reivindicaciones históricas”, el sexto; “La lucha por la independencia de Cuba”, el duodécimo e “Historia de Cuba republicana y sus antecedentes favorables y adversos a la independencia”, el decimotercero. Efemérides de notoria trascendencia patriótica como el Centenario de la Bandera, el Cincuentenario de la República y la personalidad histórica de José Martí, recibieron detallada atención en las reuniones de 1950, 1952 y 1955.

Los congresos tuvieron un sello particular y, en la mayor parte de los casos, prevaleció un argumento central de reflexión y discusión historiográfica.

Un aporte trascendental de los congresos nacionales de historia se encuentra en su conjunto de acuerdos, recomendaciones y mociones, cuyos argumentos se dedicaban a esclarecer o realzar hechos históricos relevantes, ponderar adecuadamente acontecimientos y procesos, subsanar errores históricos, destacar figuras y sucesos olvidados, recomendar buenas prácticas en los más diversos ámbitos de la enseñanza y la divulgación histórica, así como en la adecuada gestión y preservación del patrimonio histórico nacional y local.

Son numerosas tales declaraciones y rectificaciones, por lo que me ceñiré a destacar algunos de los acuerdos más trascendentes adoptados en el Congreso de 1942: en primer lugar, modernizar y extender la enseñanza de la historia en todos los niveles educativos de la república, con un carácter integral, libre de prejuicios y falsedades, y con preferencia para la explicación del desarrollo cultural y económico-social de las sociedades humanas, en detrimento de los hechos militares y políticos y los detalles personales o episódicos; en el caso particular de la docencia en la asignatura Historia de Cuba, el Primer Congreso fue enfático en los siguientes puntos:

La enseñanza de la Historia de Cuba deberá proponerse como fin esencial la consolidación del espíritu de nuestra nacionalidad, realzando nuestros valores positivos en todos los campos de la actividad humana, la doctrina y el ejemplo de los forjadores de la cubanidad a través de nuestra evolución histórica, y el esfuerzo, los ideales y propósitos de nuestros libertadores, donde se dará el merecido lugar privilegiado al programa revolucionario de Martí, que deberá ser la base del ideario cubano, tanto en su sentido profundamente nacional como en su proyección americana y su inspiración y magnitud universales, para que la reafirmación patriótica sea primer paso hacia el reconocimiento justo y dinámico de la posición y la misión histórica de Cuba en el continente y en el mundo.

De igual modo, el coloquio inaugural se pronunció por reconocer el elevado papel de la masonería cubana en la independencia, la libertad, la cultura y el progreso de Cuba; recomendar a profesores y autores de textos de historia de Cuba que, al referirse a determinadas insurrecciones, en particular la del año 1912, no las denominasen “movimientos racistas”, ya que tuvieron un carácter político y no exclusivamente de índole racial; reivindicar la memoria de Finlay como el único descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla; promover que en los altos centros educativos de la nación se realizaran investigaciones históricas con rigor científico sobre la evolución étnica del pueblo cubano, y la significación de las culturas que han contribuido a su formación, desde la época precolombina hasta la republicana; designar una comisión de expertos compositores encargados de realizar una revisión cuidadosa y definitiva del Himno Nacional; unificar los museos públicos existentes bajo un patronato único de museos y lugares artísticos de carácter oficial; recomendar al Gobierno de la República que se dirigiera a sus representantes diplomáticos y consulares en Washington, París, Madrid y Londres, a fin de que realizaran búsquedas de los documentos existentes en dichos archivos sobre Cuba y remitieran copia autorizada al director del Archivo Nacional; y acordar que se le denominara, de manera oficial y pública, a la Guerra del 95 como La Revolución de Martí.

Como secretario general, director general y presidente del Comité Organizador, Emilio Roig realizaba la relatoría y resúmenes del evento, muchos de ellos publicados en los Cuadernos de historia habanera. Imagen: Tomada de Internet

Tras el éxito de aquella primera reunión académica de los historiadores cubanos, el Segundo Congreso Nacional de Historia, que originalmente correspondía transcurrir en Matanzas y Cárdenas, finalmente sesionó en La Habana en octubre de 1943. Su objeto de análisis sería exclusivamente la historia de Cuba y los movimientos, hechos y personajes de la historia de América o universal que se relacionaran directamente con aquella. De igual modo fue señalada la conmemoración de los 250 años de la fundación de Matanzas y del centenario del primer descubrimiento arqueológico de Cuba. El intelectual y bibliógrafo matancero Carlos Manuel Trelles y Govín debió ser el Presidente de Honor de aquella cita, pero motivos de salud determinaron su relevo por Monseñor Eduardo Martínez Dalmau, Obispo de Cienfuegos, quien dio la bienvenida a los asistentes con un trabajo referido a la “Ortodoxia del pensamiento filosófico, político y religioso del Padre Varela”.

También hicieron uso de la palabra en la ceremonia inaugural, que tuvo por sede el Paraninfo de la Academia de Ciencias, el Dr. Felipe Pichardo Moya, director ejecutivo de la Junta Nacional de Arqueología, quien se refirió al primer hallazgo arqueológico producido en Cuba (el caney de muertos en la ensenada de Santa María, al sur de Camagüey, por el Dr. Bernabé Mola) y el Dr. Emilio Roig, con una conferencia titulada “La cubanidad en los congresos nacionales de historia”, en la que el Historiador de la Ciudad reafirmó los principios rectores de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales y realizó un extenso panegírico sobre la vida y obra de su gran amigo, recientemente fallecido, el Dr. Francisco González del Valle.

Algunas de las ponencias presentadas al segundo congreso fueron la de Julio Le Riverend sobre documentos cubanos y relativos a Cuba en archivos mexicanos; las tesis revisionistas de Rafael Soto Paz referidas a Martí y Agramonte; “Fundación de la ciudad de San Carlos y San Severino de Matanzas”, por José Ángel Treserra; “El tabaco en Matanzas. Apuntes históricos”, de José Rivero Muñiz y “Las cuatro culturas indias de Cuba”, de Fernando Ortiz.

En el Tercer Congreso Nacional de Historia, celebrado en la ciudad de Trinidad en 1944, fueron apreciables los aportes realizados, desde nuevas perspectivas científicas y arqueológicas, al conocimiento de las comunidades prehispánicas de la Isla y de manera particular a resaltar sus actitudes combativas frente al proceso de conquista y colonización. Ejemplo de ello son los textos de Oswaldo Morales Patiño, “Manifestaciones de la rebeldía indocubana”; “Hatuey, el primer libertador de Cuba”, de César Rodríguez Expósito, y la novedosa propuesta de Gustavo Gutiérrez Sánchez: “La primera guerra de los diez años por la independencia de Cuba, 1523-1533 (reivindicación del héroe indocubano Guamayrí)”. En la cautivadora villa colonial, el congreso fue escenario para dar a conocer el decreto presidencial, promovido por la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, que reconocía a Trinidad como ciudad de excepcional riqueza artística e histórica.

El prestigio de Roig, su enorme capacidad de trabajo y su vocación unitaria de voluntades diversas permitieron que se reunieran en estos congresos lo más valioso del pensamiento y la producción historiográfica cubana, latinoamericana y de otros países en aquellos años.

El Cuarto Congreso Nacional de Historia fue acogido por Santiago de Cuba, en octubre de 1945, y fue dedicado al cincuentenario de la guerra de independencia de 1895 y al centenario del nacimiento del lugarteniente general del Ejército Libertador Antonio Maceo Grajales. Entre las conferencias de mayor relieve estuvo la titulada “La función social del historiador”, a cargo de Emilio Roig, verdadera pieza programática del oficio de investigar el pasado, como lo entendía el Historiador de la Ciudad: “Para nosotros la historia no es, ni ha sido, ni será simple tarea erudita, narrativa o apologética, sino empeño de crítica y revaloración de los verdaderos factores económicos, sociales y humanos que constituyen las raíces de nuestra integración nacional”.

Asimismo, fueron de mucha importancia los acuerdos tomados en relación con la vida y personalidad de Antonio Maceo, a quien se consideró “en la historia de nuestras luchas libertarias, el combatiente por excelencia, el más grande caudillo nacido en tierra cubana”. Entre las recomendaciones de esta reunión, se destacan las de estimular el estudio de las circunstancias de la muerte de Francisco Gómez Toro al lado de Maceo; sugerir al pintor Enrique Caravia, autor de un boceto titulado La protesta de Baraguá, que en lugar de la escena del inicio de la entrevista de Martínez Campos con el general Maceo en Mangos de Baraguá, representara el momento de la protesta, cuando el jefe español pretende leer el documento de adhesión a la Paz del Zanjón y Maceo lo rechaza; y proponer la designación del Dr. Leonardo Griñán Peralta, para que informara quiénes eran los personajes que estuvieron presentes en la histórica entrevista.

Un asunto que suscitó particular interés entre los asistentes a los congresos estuvo referido a la historia de la medicina en nuestra patria, de lo cual una muestra elocuente fueron los aportes realizados al Quinto Congreso, que tuvo su sede en La Habana en noviembre de 1946, relacionados con la historia de la medicina de los tempranos siglos coloniales, la historia epidemiológica de enfermedades tropicales, la historia del uso y evolución de la anestesia quirúrgica en Cuba y los acercamientos biográficos a importantes galenos y patriotas como Vicente Antonio de Castro y Bermúdez y Juan Guiteras y Gener.

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