El poeta Alpidio Alonso Grau (nacido en 1963) decide la edición de un poemario suyo cuando lo considera suficientemente “maduro” para su publicación. Quizás por eso entre uno y otro de sus libros de poemas hay tiempo suficiente como para la mejor depuración de los textos que ha creado. Si de depuración hablamos, Tótem, libro de 2022, es un ejemplo fehaciente de lo que el poeta considera un conjunto armónico, bien pensado y en el que los poemas dialogan con el lector desde su sentido rítmico hasta sus contenidos elegíacos. Publicado por Ediciones Cubanas, goza no solo de la belleza de sus contenidos, sino también de una presencia de gran primor.
El amor y la muerte, Eros y Tánatos, dominan este finísimo conjunto ilustrado a las mil maravillas por el pintor, diseñador, poeta y narrador José Luis Fariñas, un nombre insigne de las artes cubanas. Ilustraciones y poemas forman una comunidad de intereses expresivos ejemplar para un poemario.
“El amor y la muerte, Eros y Tánatos, dominan este finísimo conjunto ilustrado a las mil maravillas por el pintor, diseñador, poeta y narrador José Luis Fariñas”.
Alpidio comienza bajo la fortaleza martiana, con poemas en redondillas, cuartetas y décimas que a veces tienen el ritmo de los Versos sencillos del Apóstol cubano. No se crea que ese primer conjunto de Tótem se vuelca “a imitación de”, sino que la franca creatividad de Alpidio pone a los poemas fuera del simple calco para trabajar más bien en el orden de la reminiscencia, porque no es su propósito parafrasear a Martí, de quien toma la personal “estética del dolor” del sentido poético martiano, pero la transfiere a la personal aprehensión, a la expresión auténtica de su sensibilidad de ancha capacidad para la aventura ontológica, para captar el ayer de lo perdido y la despedida definitiva por la extinción vital.
Para más gala, consta de un breve prólogo del poeta Roberto Manzano, quien hace notar que “hay versos en el presente libro que son áureas nervaduras, crispaciones de silencio, y el lector no deberá extrañar la brevedad del conjunto, pues no se puede, según la estructura anímica del hombre, permanecer largo tiempo en éxtasis”. Cierto, esa es palabra clave en Tótem: éxtasis, arrobamiento, hechizo, incluso ensimismamiento. El tono íntimo está muy alejado del conversacionalismo social, porque el poeta busca y halla otras plenitudes del canto; no quiere contar, sino hacer que brote “la verdad” más personal, esa que “se me escapa como el humo”. Toda la primera parte que el autor ha titulado “Hojas del ansioso noviembre” está llena de reminiscencias de otros poetas, incorporados en el brío expresivo personal, ya sea Manrique o Lezama, Martí en grado superlativo o Antonio Machado, entre otros. Es como si el poeta quisiera homenajear desde su profundo sentir a otros autores que le han ofrecido la gala honda de la palabra hermosa: “Yo soy un simple aprendiz / de mundos y mariposas / que se contenta en la rosa / y agoniza en la raíz”.
“Trovas del iluminado”, la segunda parte del poemario, es mi preferida por la autenticidad con que Alpidio se mete en el terceto, el tercetillo y hasta tienta al haiku con una pasión que se llena como la luna ancha en su cielo: “La palmera / quiere / toda la pradera”. Mucho poeta hay que ser para resumir en tres versos una aprehensión tan elevada. Si la primera parte fue el arcoíris del sentimiento, esta lo es de la reflexión; cada gota de versos es condensación, pero no júbilo, sino que se ejerce una suerte de susto ante la muerte, un susto que resigna el ala, que deja caer sutilísima una queja por aquellos manriqueños ríos que van a dar a la mar o por la machadiana idea de que “lo nuestro es pasar”. Así se coloca el poeta en diálogo con la eternidad, aquella que se alcanza al ya no ser más, jamás.
“No hay mayor atributo para un poeta que el de lograr un libro enteramente hermoso: eso es Tótem, poesía para saber, para recordar, para deleite, memorable”.
La parte final de Tótem agrupa nueve décimas, como si se detuviera ante el diez, número de la perfección, o nos dijera que siempre falta algo. El poeta sostiene sus espinelas en medio de una fuerte intertextualidad, usando versos de otros poetas que aúna con los suyos en un ritmo fácil y complejo propio de tal estrofa lírica. El título dice todo del propósito autoral: “Libro donde se glosan las estrofas que encabezan los versos al túmulo de la señora Muerte, entre ilustraciones aparecidas en las páginas finales del ya famoso Muestrario del Mundo o Libro de las maravillas de Boloña”, de Eliseo Diego, poeta fundamental en la formación de la generación de autores a la que pertenece Alonso Grau.
Que Alpidio sepa manejar la espinela con soltura y gracia puede ser porque procede del mundo rural donde ella sería reina y señora de las noches campesinas. Pudiera ser, pero cientos de personas pasan por esa experiencia sin que logren perfeccionar el obelisco poético que es una décima. Hay que ser un poeta de ley para no repetir el enorme mundo del repentismo cubano, de la improvisación en décimas, y convertir esta estrofa en arte elevado, como en su momento hicieron, en el siglo XX, Agustín Acosta, Eugenio Florit, Samuel Feijóo, Jesús Orta Ruiz, Eliseo Diego…
Cito, en honor a Alpidio, este sextillo final de décima en que el poeta, sin darse cuenta, retrata su modo de cantar:
Qué formidables momentos
te son la noche y el día
para que tu algarabía
perpetuamente sea tema,
y al final, todo poema
conviertas en elegía.
Aquí, en Tótem, y no siempre en otros de sus libros, Alpidio Alonso Grau es un poeta elegíaco, quizás, junto al amor, la más vieja tradición de la poesía cubana, a la par del canto a la naturaleza cubana, que él también ha practicado en otros de sus libros (La casa como un árbol, 1995; Alucinaciones en el jardín de Ana, 1995; Ciudades del viento, 1999; Tardos soles que miro, 2007; Idas, 2012; País de los viernes, 2013, etc.). Por su canto al medio ambiente había ganado años atrás el Premio Samuel Feijóo de 2011, de la Sociedad Económica de Amigos del País. Su nombre no es uno más confundido entre la no escasa sino prolija tribu de poetas de Cuba, por lo que se le ha honrado con otros premios y distinciones. Pero no hay mayor atributo para un poeta que el de lograr un libro enteramente hermoso: eso es Tótem, poesía para saber, para recordar, para deleite, memorable. Me complace saludar esta obra de un poeta que fulge su verso en mares difíciles de trabajo intenso y poco tiempo material para versar. Sea Tótem eso: emblema, ascendiente, ficha en un juego poético que marca un derrotero.