Para no perder el camino
15/1/2016
Interpretar el piano adecuadamente es algo que va más allá del simple deslizamiento de los dedos por el teclado para alcanzar el sonido perfecto con cierta habilidad. Interpretar el piano adecuadamente es un estado de gracia que se alcanza solo cuando convive la espiritualidad de un artista con un rigor profesional entrenado a diario y durante mucho tiempo. Al final, se consuma el hecho artístico; pero se desvanece muy rápido, y apenas queda en la memoria de aquellos que lo pudieron apreciar.
Isabel Mesa (Guantánamo, 1985), es una joven músico cubana que hizo del piano su razón de ser. Desde niña se vinculó con este mundo: al principio como receptora; luego, como emisora.
Su formación académica inicial, en el ámbito pianístico, transcurrió en la Escuela Vocacional de Arte Regino Eladio Boti, de su ciudad natal, tutelada por el profesor Francisco Gardner. Posteriormente, continuó sus estudios en el Nivel Medio del Conservatorio de Música José María Ochoa en la provincia Holguín, con la profesora Julia María Barrientos. Matriculó en la Escuela Nacional de Música y comenzó a perfeccionar su técnica asesorada por las docentes Ana María Mena y Miriam Cruz, hasta su graduación, con Título de Oro, en 2004. Ese mismo año, ingresó en la Universidad de las Artes (ISA), en la especialidad Piano. En este punto de su carrera, comenzó una escalada hacia la calidad interpretativa excepcional que aún no concluye, pero que, definitivamente, ha sido determinante en los resultados que actualmente exhibe. En el ISA, de la mano de las profesoras Dánae Ulacia(Piano), María Victoria del Collado (Música de Cámara) y María Antonia Mayans (Acompañamiento) redondeó su formación musical; simultáneamente comenzó a cosechar lauros en importantes concursos: Primer Premio en la IV Edición del Concurso Iberoamericano de Piano (2004) y el Premio Musicalia de Música de Cámara (2008) junto a la clarinetista Jany Serrate. Ya desde esta etapa se comienza a percibir cierta predilección por la interpretación de temas icónicos dentro del repertorio cubano y latinoamericano.
Como heredera de una tradición pianística nacional y sin dejar de lado sus intereses generacionales, Isabel ha logrado ubicar su estilo dentro del panorama musical joven de la Isla. Ha sido invitada en varias ocasiones al Festival de Música Contemporánea de La Habana y al Festival Jazz Plaza, y se ha presentado en los principales teatros y escenarios cubanos. Por otra parte, ha colaborado con músicos de primer nivel como Zenaida Castro Romeu, Antonio Pedroso y Roberto Valera, lo que le ha permitido enriquecer sus conocimientos.
La docencia ha sido parte esencial del ejercicio diario; dedicó diez años de su carrera como profesora de piano en la Escuela Nacional de Música y tres años en el ISA, como pianista acompañante de la Cátedra de Clarinete.
Este 2015 marcó para la carrera de Isabel Mesa el renacer de su música. Un retorno hacia los escenarios nacionales signado por el énfasis en la interpretación de piezas cubanas y latinoamericanas mayoritariamente, sin abandonar el estudio de los clásicos europeos. Su música y su modo de hacer ya le han fraguado un sitio en la más reciente hornada de jóvenes talentos que, desde Cuba, apuestan por este instrumento universal.
¿Se puede definir alguna influencia familiar muy específica que haya marcado tu inclinación por el piano?
Ambiente musical en mi casa sí había, aunque no exactamente de música clásica. Mis primeros años los viví con mis abuelos y mis padres, en un hogar que, realmente, poseía muy buen gusto musical, resultado de una familia culta, educada… Tengo antecedentes musicales pues un hermano de mi abuelo era cantante de filin, allá por los años 50 y 60; y su hija fue una pianista talentosa, murió en EE.UU. siendo aún muy joven. Al relacionarme en un medio tan melódico, decidieron llevarme a hacer las pruebas de la escuela de arte, yo acepté y ahí comenzó todo.
Por otra parte, el contexto familiar ─única nieta y única niña del barrio─ influyó en el modo en que las personas me trataban; prácticamente, me abordaban cual si fuera una persona adulta, con mucho nivel de respeto. Eso impuso una dosis de responsabilidad en mí que nació con la niñez y me ha acompañado hasta ahora y que, para asumir este tipo de tarea, ha sido muy necesario, porque el piano requiere de mucho esfuerzo y disciplina, para poder perfeccionar continuamente tu técnica.
Conocemos de tu interés por la música cubana y latinoamericana en general; ¿influyó directamente en tu formación el interés por este tipo de repertorio?
Para crear una buena técnica es necesario incluir las obras de los compositores europeos, los grandes métodos de estudio nos llegan desde allá; a pesar de esto, siempre es gratificante incorporar algo del repertorio cubano y latinoamericano. Realmente, en cuanto a las interpretaciones, mis maestros siempre señalaron que a mí se me daban muy bien las obras del repertorio cubano y latinoamericano ─incluso, los lauros que he obtenido en diversos certámenes han dado prueba de esto─, porque siento una especial predilección por ellas. En este momento de mi vida, cuando me encuentro en un renacer como pianista, estoy abordando esta línea tradicional porque me parece importante llegar a nuestras raíces, conocer exactamente qué se ha perdido o no de la tradición pianística más próxima a nosotros. Por eso, estoy intentando retomar los siglos XIX y XX cubanos, toda esa música hecha desde nuestra región que, aunque se exhibe en las salas de concierto, pretendo impregnar con mi manera de tocar y de sentir. A la vez que interpreto esas obras, que son pilares fundamentales dentro del desarrollo de géneros importantes de la música cubana, me voy nutriendo y llenando de esos valores estéticos que conocía y empleaba, pero no a profundidad.
Cuando Isabel Mesa se presenta en concierto, ¿qué condicionantes toma en cuenta para seleccionar el programa?
Primero, mi satisfacción personal; es muy importante interpretar aquello que le cause a uno placer como músico, para que seas capaz de trasmitir tu goce a quienes te escuchan. La música es un arte temporal; por eso, el pianista tiene que estar en óptimas condiciones, sentirse cómodo, seguro y potente, porque ese momento del concierto es efímero, y transcurrirá en corto tiempo. De ahí parte todo.
Segundo, considero el público ante el cual me voy a presentar, tratando de buscar el equilibrio. El público cubano en particular, agradece la interpretación de la música cubana.
Tercero, trato de que la selección se caracterice por un nivel técnico e interpretativo riguroso.
Por último, siempre me trazo metas. Por eso, aunque interprete piezas habituales dentro de mi repertorio, trato de incluir obras nuevas que me obliguen a superar lo alcanzado.
Con respecto al concierto realizado en la Basílica Menor del Convento San Francisco de Asís, cuéntanos qué interpretaste, que representó para ti tocar en un espacio tan simbólico…
Interpreté ocho danzas cubanas de Ignacio Cervantes; cuatro danzas de Ernesto Lecuona, al estilo del Siglo XIX ─forman parte de un conjunto de diez danzas─; dos piezas de Heitor Villa-Lobos (“Vals del dolor” y las “Impresiones Seresteiras”) y una obra de un compositor cubano muy joven, Ernesto Oliva, guantanamero por demás; esta pieza, titulada “Mimos”, el público la agradece muchísimo y siempre trato de incorporarla ─incluso aquellos que no conocen de música y sin embargo asisten al concierto por el hecho de compartir la experiencia─, la disfrutan en demasía.
Para todo pianista es enriquecedor e importante interpretar obras de compositores que aún viven, porque las sugerencias, la espiritualidad, el mundo interno que te trasmiten sobre el hecho musical en sí te facilitan de cierto modo el trabajo.
Mi Recital de Graduación del ISA fue en la Basílica Menor del Convento San Francisco de Asís, es decir, que el espacio no me es ajeno; además, desde mi época de estudiante participé en presentaciones que se realizaban en esta sala. Pero mi primer gran concierto allí fue el 30 de septiembre del 2015, cuando interpreté en un primer tiempo de concierto tres sonatas ─escritas para clavecín─ de Domenico Scarlatti y la Sonata op.31 No. 3 de Ludwig van Beethoven; la segunda parte fue dedicada a la música cubana y latinoamericana, desde el siglo XIX hasta el XX, con piezas de Manuel Saumell, Ignacio Cervantes, Ernesto Lecuona y Heitor Villa-Lobos.
De los maestros de la escuela pianística cubana y latinoamericana, ¿hay alguno en específico con el cual te sientas más identificada?
Existen grandes pianistas herederos de las mejores escuelas y corrientes pero no creo estar identificada con ninguno en específico. Los escucho y estudio sus métodos.
Mi interés está dado, fundamentalmente, por recuperar ese modo interpretativo que caracterizó a la pianística de los siglos XIX y XX; es necesario no desnaturalizar la música cubana, no europeizarla, en fin, no perder el camino.
Sí trato de escuchar mucho las experiencias vividas por aquellos que me anteceden; beber de las tradiciones para nutrir mi trabajo.