El próximo noviembre seremos ocho mil millones
La población del globo terráqueo /ascenderá este domingo a cuatro mil millones de /habitantes….
Se supone que en el año dos mil /seamos tantos como en ninguna otra época, /tantos y tantos /que afortunadamente habrá menos paciencia.
En la primavera de 1976 escribí estos versos en un texto que se tituló “Un poema de amor, según datos demográficos”. Por diversas razones, desde entonces, su publicación se ha replicado varias veces y es uno de los que más he compartido en eventos públicos. Han pasado más de nueve lustros, y tristemente los motivos que dieron lugar a su escritura se han mantenido en toda su dramática vigencia. Es cierto que hoy, tal vez con menos paciencia, no se ve en el horizonte, ni cercano ni lejano, la solución para lo que aquí se intentó denunciar en su momento.
El próximo 15 de noviembre —en esta ocasión cae martes— se calcula que la población de este planeta en que vivimos ascienda a ocho mil millones de habitantes, según las estimaciones de los organismos internacionales. En treinta años, una de cada cuatro personas vivirá en la zona más hambreada, África. Me gusta recordar que todos somos afrodescendientes —como declaraba el sabio Rogelio Martínez Furé, del que seguimos lamentando su reciente pérdida—, pues África es sin duda la madre común de nuestra especie. Entre las naciones donde se pronostican más rápidos aumentos de población se registran algunas de las más paupérrimas, como la República Democrática del Congo, Etiopía, Nigeria y Tanzania, o desiguales como Egipto, India, Pakistán y Filipinas.
“La desigualdad económica es la peor de las pandemias que padecemos”.
La población del mundo —cito datos de las Naciones Unidas— alcanzará los 8500 millones en 2030; 9700 millones en 2050, y 10400 millones en la década de 2080. En partes de América Latina, Asia y África se destaca que la población en edad laboral (entre 25 y 64 años) continuará creciendo. Esto permite a esos países beneficiarse de aquello que los expertos denominan “bono demográfico”, que se procura cuando la tasa demográfica en edad laboral es alta en comparación con el número de menores y mayores que dependen de las fuerzas productivas o de las instituciones del Estado para vivir, o sobrevivir, depende de las circunstancias. Los especialistas aseguran que este es un punto clave para propiciar “un salto en el desarrollo”. Optimismo de las estadísticas que sinceramente no comparto, pues la desigualdad económica es la peor de las pandemias que padecemos.
Una diferencia notable en relación con los datos demográficos de hace casi medio siglo es cómo ha ido creciendo de manera acelerada el fenómeno migratorio, algo que hace años padecemos y hoy se ha acentuado dramáticamente. El informe revela una señal por todos conocida, y es cómo en las décadas venideras la migración continuará siendo el recurso del crecimiento poblacional en los países de altos ingresos, con la fuga a su favor de cerebros y mano de obra, en detrimento de las naciones más pobres —algunas incluso del llamado “primer mundo”, como se ha advertido con los médicos españoles—; naciones que pierden gran parte de su juventud y de sus fuerzas productivas calificadas.
Este crecimiento inexorable “es un recordatorio de nuestra responsabilidad compartida de cuidar nuestro planeta y un momento para reflexionar sobre dónde estamos en deuda con nuestros compromisos mutuos”,[1] dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. Y aunque en el mismo informe se celebran los avances de la ciencia y las conquistas en el campo de la salud, a mi entender estas desigualdades se han acentuado, como se pudo ver con el azote reciente de las pandemias en su diferentes variantes. Sin tener un espíritu apocalíptico ni pecar de pesimista, hay que valorar todo lo que implica el cambio climático en las regiones más vulnerables a las calamidades medioambientales, y el desconocimiento a los derechos de las mujeres —“el taller natural donde se forja la vida”, como dijera Fidel—, que en muchas partes del mundo —incluyendo en el presente la triste paradoja de los Estados Unidos—, se “sigue amenazando la vida, la dignidad, la libertad y el bienestar de las mujeres y las niñas”.[2] El tema del aborto, aunque ya en la tercera década de este milenio pareciera imposible, sigue siendo motivo de polarizada controversia, manipulaciones religiosas y electorales, políticas reaccionarias, y en algunos casos —como el ejemplo reciente de los que se atribuyen ser los líderes del mundo— con un declarado retroceso respecto a medio siglo atrás, cuando terminé este poema donde apostaba por un futuro mejor:
Y un día el hambre, mi amor, será una página
olvidada
y no como hoy un poema de enamorados
y millones,
y no como hoy un poema de dos y un poema de
esperanza,
sino la marcha segura
de los nuevos habitantes,
de los miles de millones de enamorados
que estudiarán a modo de curiosidad:
“En el año 1976,
cuando éramos apenas cuatro mil millones,
se escribió un poema de amor con la palabra
hambre”.
“La especie humana no puede renunciar a la esperanza”.
Seguimos abogando por un mundo mejor y recordando que en el peor de los escenarios la especie humana no puede renunciar a la esperanza, como nos recordó un guajiro pinareño —ya muy mayor y curtido, frente a las cámaras de televisión, con sus vegas y su casa devastadas por los embates del más reciente huracán—, quien ofreció una lección de esa sabiduría que no se estudia, sino que se vive. De memoria citó estas palabras a la joven periodista que lo interrogaba sobre sus adversidades: “Como dijera Martin Luther King: “Si supiera que mañana el mundo se acaba, hoy me levantaba temprano, y sembraba un árbol”.
Notas:
[1] Europa Press: “La población mundial llegará a 8 mil millones de personas: ONU”. (La Jornada, martes 12 de julio de 2022, p. 22).
[2] Europa Press: “La población mundial llegará a 8 mil millones de personas: ONU”. ob. cit.