Infortunios y dichas en la compra de una enciclopedia por un hombre bueno
3/6/2020
Años 90. Roberto y Adelaida nos anuncian de su llegada a Madrid para participar en los Cursos de Verano de una universidad extremeña, de cuyo nombre no puedo acordarme, y de su deseo de pasar unos días con nosotros en nuestra casa, durante los días de antes y después del Curso. Juntos pasamos unos días burbujeantes —como diría mi querido jefe— en los que se habló de lo divino y de lo humano, siempre acompañados por los Martini-Medina, especialidad de la casa.
Una mañana, hora de desayuno, risas y cigarros, Roberto nos contó que llevaba años soñando con tener una enciclopedia y que sus circunstancias no lo habían permitido, por lo que quería ir a la librería del Corte Inglés. Tan pronto llegamos a la librería salió disparado a los estantes donde las editoriales exhibían sus ofertas enciclopédicas y sus descuentos. Veía a mi jefe como pez en el agua; con un tomo en cada mano iba y venía como si buscara nuestro consenso y veía a Adelaida horripilada, recogida sobre sí misma; seguramente estaría pensando cómo meter aquel muro enciclopédico en su ya saturadísima biblioteca.
Regresaron del Curso de Verano y volvimos a la librería, pero ya desde la perspectiva de postergar la compra: había que esperar. Y claro que esperaron: fueron necesarios los emolumentos de dos Cursos de Verano para su adquisición, que Roberto y Adelaida dieron por buenos, y la invaluable ayuda de un amigo para su envío a La Habana. Por fin, la enciclopedia llegó y Roberto nos llamó para contarnos: sonaba como novio casado por poderes al que al fin le llega la novia. Y estoy segura de que fue feliz y disfrutó de su enciclopedia, pues me atrevería a decir que la alegría y la felicidad de Roberto transcurren entre sus libros, su familia y su casa en H.
Encuentros como el relatado y la convivencia en familia me hicieron conocer al hombre honesto, afectuoso, tímido, siempre coherente con sus principios, y amigo generoso de sus amigos. Nunca, en ningún momento, le escuché crítica alguna.
Y vaya usted a saber por qué, rememorando ese tiempo, recordé lo leído sobre el encuentro de Goethe con Napoleón, en el que este le mira atentamente y le dice: Vous êtes un homme.
Hoy, al leerlo de nuevo, veo la imagen de Roberto.
RFR: Vous êtes un homme
Jefe querido, nunca serás pretérito, te necesitamos.