A veces en la vida tenemos el privilegio de conocer a uno de los grandes intelectuales del mundo. En mi caso esta persona es Roberto Fernández Retamar, cuyo éxito literario alcanzó fama mundial y quien, igual que José Martí, sigue siendo cubano y universal a la vez. Su impacto en mí no solo fue académico sino también ético. En toda su obra se respira la dignidad del ser humano visto como prójimo, y en su vida se destacan la inteligencia y la creatividad entregadas a la humanidad. Su ejemplo me inspiró y formó mi carrera como profesora en las universidades de los Estados Unidos, donde enseñé sus estudios sobre José Martí, sus ensayos críticos y su poesía. Martiano fiel, entendió a fondo la otredad mucho antes de que los teóricos la descubrieran.

Hace unas semanas mi marido y yo ofrecimos un curso de forma virtual (debido a la cuarentena) sobre la Revolución cubana, con la meta de presentar en forma abreviada una historia que ya entra en su séptima década. El curso iba destinado a los de la tercera edad que están con ganas de seguir aprendiendo y contábamos con un grupo nutrido de 46 jubilados, muchos de los cuales habían viajado a Cuba cuando era posible hacerlo. Por supuesto, Roberto Fernández Retamar fue una figura clave en nuestro curso, por su rol imprescindible como presidente de la Casa de las Américas y su comprensión cabal de la vida y obra de Martí. Pusimos en la presentación fotos de él sacadas de los archivos de la red informática y también esta foto mía de un congreso celebrado en Casa de las Américas en 1998. Recuerdo su generosa amistad con profundo aprecio y sincero agradecimiento.