A partir del siglo XV, con la llegada de los conquistadores y colonizadores a las Américas, la música comenzó una nueva historia en la mayor de las islas del Caribe. Alejo Carpentier consideraba este uno de los acontecimientos más decisivos de la historia del planeta.
A inicios del siglo XVI inició el arribo de negros esclavos a Cuba; cada vez llegaban más españoles y forasteros al país, considerado el sueño de muchos emigrantes. Los hispanos desembarcaron con sus bandurrias, guitarras y romances. Los negros descendieron casi sin ropas, hasta que, por el milagro de la vida, comenzaron a reproducir sus instrumentos musicales y, cuando pudieron, se unieron en cabildos y cofradías.
“La cultura del colonizado se fue imponiendo al colonizador a través de la fascinación misteriosa por la magia del arte”.
Aunque la cultura musical negra fue de inicio aplastada, ignorada y casi clandestina, esa coerción suscitó la conservación de las manifestaciones tradicionales, la memoria ancestral, cuentos, relatos, historias y fábulas musicales. La música y la cultura están llenas de muchas sorpresas: poco a poco hispanos y negros se fueron poniendo en contacto, y el dominador y el dominado se mezclaron. Como muchas veces ha sucedido en la historia, la cultura del colonizado se fue imponiendo al colonizador a través de la fascinación misteriosa por la magia del arte.
El sociólogo cubano José Antonio Saco escribió en 1832 acerca de esa prerrogativa de la que goza “la música de fundir negros y blancos, pues en las orquestas vemos confusamente mezclados a los blancos, pardos y morenos”.
Los instrumentos musicales nativos (güiro, maracas, marímbola, bongó y tres) se interrelacionan con los tambores de origen africano y algunos instrumentos de las bandas militares españolas. Lo profano se va mezclando con lo académico. De esa manera va cocinándose el ajiaco de la música cubana.
A través de los tiempos, entre la música de origen hispano y la de ascendencia africana se fue generando cierto rechazo y, a su vez, un atractivo inevitable.
Ambas culturas tenían mucho que aportarse una a la otra; juntas ofrecieron a la cultura lo más importante: unidad, identidad y alegría. Las canciones y la música cubanas se fueron forjando como un espejo de la nacionalidad.
Todo ello ocurrió espontáneamente, pero con el sentimiento de la nación, de la hermandad y la solidaridad. Hoy, luego de más de cinco siglos, vemos la música como lo expuso el profesor Guillermo Rodríguez Rivera: “El alma de la cultura cubana”.