Los héroes anónimos del tornado en La Habana
5/2/2019
No fue hasta las primeras luces del día siguiente que tuvieron idea de la magnitud real del desastre. Quién les hubiera dicho, antes de aquellas últimas cinco horas, lo que pasaría, hubiese sido tildado de loco, de exagerado. Pero allí, en la Calzada de Luyanó, y allá en Guanabacoa y en Regla, no había ni pizca de fantasía.
El capitán Wilmer Yumar Mendoza jura que en sus 20 años de servicio no había visto cosa igual. “Ni cuando el terremoto de Ecuador”, cuando prestó ayuda en esa nación amiga, dice quien es jefe de Grupo de Rescate y Salvamento.
Acababa de entrar a su casa con su esposa y su hija, y por azar se estaba comunicando con un compañero, “otro jefe de salvamento”, cuenta.
“Yo vivo cerca, detrás de la iglesia de Jesús del Monte y él vive en Toyo. Habíamos quedado en que iba a pasar por su casa. Colgué el teléfono, entré y se dio toda esta situación”.
Wilmer dice que atinó a mirar que su familia estaba segura, que no había pasado nada, pidió que no salieran de casa, que se mantuvieran en comunicación con él… “Me vestí y les dije que iba a la calle a auxiliar en lo que hiciera falta… es mi trabajo. El aviso de que habría penetraciones del mar, lluvias, lo teníamos…”.
Salió entonces a buscar al compañero, a ponerse de acuerdo, a dejar también a la familia de él a buen resguardo, a ver en qué podían ayudar en la zona.
“Fueron minutos, y nadie se explica cómo en tan poco tiempo un municipio quedó con tantos daños. Derrumbes totales de viviendas; el tendido eléctrico en el suelo; carros, guaguas, camiones volcados. La población pidiendo auxilio”, dice.
No hay peor incertidumbre que no tener idea clara de qué ocurre, es la antesala del shock, el desasosiego. Y es justo lo que hallaron Wilmer y el subteniente Aniel León, en plena vía.
“Nos encontramos con el carro número uno, al que le habían dado la tarea de participar en una acción frente al hospital Hijas de Galicia. Se trataba de un derrumbe con personas incomunicadas”, relata Wilmer. Estaban bien, pero tenían la salida obstruida”, explica.
Justo al abordar el carro, un señor se les acerca para comunicarles que había una pareja de ancianos atrapada bajo los escombros de una segunda planta, en Luyanó y Benavides. “Tomé la decisión de decirle al jefe de compañía que venía en ese carro que íbamos a avanzar a esa primera dirección, porque era la prioridad, había personas atrapadas”, rememora Wilmer.
Para Aniel, si algo dificultaba cada momento era la necesidad absoluta que los llevó a establecer prioridades, a socorrer primero entre los heridos a los más heridos, a decirle al necesitado que hay quien necesitaba más. La urgencia mayor, y en pos de utilizar el personal y los recursos de la manera más eficiente, obligaba a eso.
“Al llegar, vimos que ya había una ambulancia que no podía acceder al lugar, como tampoco la técnica nuestra pudo. Llegamos a la vivienda caminando, subimos por la escalera y nos introdujimos al segundo nivel por un huequito, hoy yo no sé cómo fue que pudimos entrar. La pared se desplomó en su totalidad y quedó aguantada por una reja y una cerca perle. Lo importante es que pasamos. La enfermera también lo logró”, dice Wilmer.
“A esa pareja la sacamos nosotros a mano, tratamos de ir quitando las cosas que le impedían la respiración a la señora, imposibilitada de caminar, y logramos extraerla con una camilla. La enfermera logró canalizarle la vena. Se había desplomado también la placa, y hubo que pasarla prácticamente al vacío”, agrega Aniel.
Transitaron toda esa calle, unas dos cuadras caminando con la señora a cuestas, hasta la ambulancia que la llevaría al hospital Calixto García.
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“Éramos pocos para todo lo que ocurría”, confiesa el teniente coronel Noel Silva García, jefe del Destacamento Especial de Rescate y Salvamento.
“Había una situación fuera de lo común: mucha alteración, la población tenía pánico, estaba muy asustada, por lo que sucedía y por lo que estaba viendo”.
Menciona Noel que cuando ocurre el tornado, muchos de sus compañeros, como él, se encontraban en casa disfrutando del descanso. “Es protocolo establecido que ante situaciones de desastre debemos de inmediato presentarnos en la unidad y ocupar los puestos de trabajo que tiene asignado cada cual.
“Fue una situación muy atípica, en cuanto a lo que normalmente hacemos. Porque cuando hay un ciclón nos alertan, nosotros nos preparamos, estamos en la unidad y de ahí salimos a cumplir la misión. Esto transcurrió de la noche a la mañana, no se esperaba un evento de esta naturaleza, por demás imprevisible”.
Minutos después que una parte de La Habana fuese sacudida, estos hombres se incorporaron a las áreas que más cerca tenían de sus casas, sin pensar.
No contaban siquiera con el equipamiento especializado para ello, porque la noche del 27 de enero se suponía fuese tormentosa, pero no fatídica.
“Casualmente muchos de nosotros estábamos cerca de Diez de Octubre, en Luyanó, la Víbora, Santos Suárez, que fueron áreas muy afectadas.
“Hicimos, yo diría, que un despliegue de nosotros mismos para tratar de ocupar cada hombre la mayor área que se pudiese y dar una respuesta lo más pronta posible. Nos tropezamos con derrumbes de viviendas, de instalaciones estatales, personas que nos estaban llamando para que las ayudáramos a resolver los problemas que tenían en las casas”, recuerda.
El mayor Even Gato Morón es el jefe del Comando 11 del Cotorro. “Estaba en casa de mi esposa, habíamos arreglado un poco el techo porque el viento estuvo bastante fuerte por el día… y del Sur, así que la noche iba a ser de tormenta. Ya se había anunciado, pero no imaginamos que se produjera un tornado, y menos de esta magnitud.
“Dormimos casi siempre con el walkie talkie encendido por si hay alguna emergencia… somos jefes de Comando. Escuchamos por la planta a los compañeros que estaban en la vía, pidiendo refuerzos. Salí directo al Comando 25 que me queda bastante próximo a mi vivienda en San Miguel del Padrón, y cuando llegué ya estaban los muchachos listos para partir hacia el lugar de donde estaban solicitando ayuda. El jefe de Compañía del Comando Número Uno se encontraba ya en el lugar trabajando”, precisó.
Explica Even que tuvieron que buscar algunas vías alternativas para llegar, porque la Calzada de Luyanó estaba completamente devastada. “Avanzamos por Vía Blanca. Había varios accidentes de tránsito. Una rastra se había impactado con varios vehículos volcados. Pudimos llegar hasta Fábrica y ahí dejamos el carro, como a 500 metros del lugar.
“Parecía que había ocurrido un terremoto. En aquella calle no se podía ni caminar. No teníamos conocimiento todavía de la situación que había en el hospital materno de Diez de Octubre, en Hijas de Galicia”, dice.
Rancel Cordovaz también estaba en su casa cuando recibió la llamada para movilizarse. Es primer técnico de Salvamento y Rescate y salió bajo la lluvia caminando desde San Miguel del Padrón. Se incorporó a la técnica del Comando 25, el mismo de Even, cuando iba rumbo a la zona afectada.
“Hubo un momento cuando pasamos por la Vía Blanca que miramos a la derecha. El Jefe del Comando me dice: “mira como el viento ha tumbado el muro”, y yo le respondo: “¡no, qué va!, eso tiene que ser que lo están demoliendo”, cuenta asombrado aún.
Elieser Fonseca Reitor sí estaba en su comando cuando llegó la orden de salir hacia Guanabacoa a socorrer la guagua que se había volcado con personas dentro, y aún permanece en su puesto de trabajo, una semana después. Dice que lo único que le vino a la cabeza cuando comenzó a ver árboles caídos, autos destrozados, gente pidiendo socorro, fue un tornado. Pero, ¿sería?
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Luego de escarbar en los escombros hasta sacar viva a una señora y su esposo de debajo del derrumbe que era su casa, Wilmer Yumar Mendoza recibió la orden del mayor Alexander Santillano, jefe del Comando Especial Número Uno, de acudir con un grupo de hombres al hospital Hijas de Galicia, pues habían entrado unas llamadas del Centro de Dirección, reportando que había dificultades allí.
“Al llegar a la entrada del hospital me aborda un médico residente con varias lesiones, heridas visibles. Le dije: “mira, a ti hay que tratarte”, y él respondió que no. “Ven para acá dentro que tengo tres personas graves”, me dijo. En el cuerpo de guardia había una muchacha con cuatro costillas fracturadas, una mujer muy mayor sentada en una silla con quemaduras de tercer grado por fricción con la calle, porque todo esto la cogió fuera de su casa y la arrastró; otro muchacho en una silla de ruedas con golpes por dondequiera, heridas de puntos todas… Ahí yo le solicito al comando Uno que envíe tres ambulancias y es cuando realmente nos damos cuenta de que la situación es muy grave”, apunta Wilmer.
Caos. Esa es la palabra con la cual Alexander describe la escena. En 25 años de servicio no encuentra, con esa noche, punto de comparación. Tuvo que andar ligero en cada una de las decisiones: se reunió con todos los técnicos de Rescate, los compañeros del Comando 25, los del suyo propio, y acordaron crear tres grupos de exploración. Todo ello en minutos.
La orden era mantener la comunicación a través del equipo de radio, y desde el primer contacto comienzan los muchachos a pedir ambulancias, rememora.
Para entonces, dice, ya no era solo el hospital, sino también las viviendas que estaban próximas: había gente con lesiones, algunas en la cabeza, fracturas… estábamos casi a 50 metros de un policlínico que hay en la calzada de Luyanó, y ahí también había heridos.
Teniendo en cuenta la situación, la decisión primera que se tomó fue dirigir la mayor parte de las acciones hacia el hospital, debido a sus características.
“Allí había un total de 82 mujeres embarazadas y 14 neonatos, y dentro de estos niños había dos que estaban en estado grave. Empezaron a acercarse los compañeros del Gobierno, del Servicio Integrado de Urgencias Médicas, de la Cruz Roja, la Policía… Todos desempeñaron un papel fundamental en que se desencadenara con éxito la estrategia de evacuación”.
“De ese hospital teníamos que sacar a todo el mundo con vida. Estuvimos más de cinco horas trabajando, en condiciones muy adversas, prácticamente en total oscuridad, y con las calles obstruidas los carros no podían acceder al lugar”, explica el mayor Santillano.
Dice, además, que sin la preparación diaria y el sentido de pertenencia que se le inculca al Cuerpo de Bomberos no hubiesen podido. “Disciplina, honor y valor”, esa es la clave, afirma.
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Cuando Wilmer subió a la tercera planta del hospital, donde están los neonatos, comprobó que a pesar de ser la única área de la institución donde se mantuvo el servicio eléctrico, el panorama era desolador.
Asesorados por los médicos del lugar y de acuerdo con la situación de las madres y los neonatos, comenzamos a clasificar a los pacientes y a solicitar al mayor Alexander los medios necesarios para una evacuación segura. No éramos nosotros solos en la ciudad, el sistema de asistencia estaba colapsado, recuerda.
“Había que compartirse las tareas. Un grupo se hizo cargo de la evacuación de la sala de Neonatología, el otro de la sala de preparto y un tercero de la sala de las embarazadas normales. Por último bajamos las tres cesareadas, que tenían poco tiempo de intervenidas; incluso sus bebés se trasladaron primero”.
Una muchacha comenzó con dolores de parto justo cuando el subteniente Aniel y sus compañeros la bajaban por las escaleras. “Con mucha cautela la llevamos hasta la ambulancia y después supimos que estaba dando a luz allí mismo”, refiere.
“Trabajando en el hospital tuvimos que fragmentarnos varias veces. Entraban llamadas de derrumbes de viviendas en los alrededores, tomábamos rápido la decisión allí y mandábamos un grupo de exploración. Todo eso era a pie, no había acceso con vehículo ninguno”, recuerda Aniel.
El jefe de Compañía del Comando Especial Número Uno, Andy Michel Ramos Sotolongo, lo confirma: “En varias ocasiones, como los técnicos de rescate estaban trabajando en el hospital, nosotros nos movimos entre 12 y 14 cuadras en los alrededores porque estaban indicando que había ciudadanos que no podían salir de su vivienda”.
Noel Silva cree que el tornado entró por el tercer piso del hospital, y “de arriba para abajo fue acabando con todo lo que encontraba al paso. La situación era atípica, distinta al resto de los lugares, porque era un hospital de embarazadas, niños que prácticamente llevaban horas de nacidos y menos. Y mujeres que estaban dando a luz o siendo operadas en ese momento”.
Dice el mayor Even Gato que cuando se paró en la puerta del hospital materno, en lo primero que pensó fue en su hija, que había cumplido dos años hacía solo dos días. “Nació con íctero y tuvo que pasar cinco días en la sala de Neonatología, la del tercer piso”, aclara.
Las luces del día le devuelven, dice, una pregunta. “La iglesia frente al hospital había perdido la cúpula. Un equipo de clima, de los que se colocan en el techo del hospital y pesan muchísimo, estaba tirado en el medio de la vía. Autos atravesados, palmas caídas… No sé bien cómo pudimos trabajar en esas condiciones. Fue al amanecer que vimos con claridad el desastre”.
Hubo momentos críticos, añade. Mujeres embarazadas que se quisieron ir para su casa y hubo que conversar con ellas, calmarlas… Fue un momento tenso, pero la población colaboró.
A ráfagas añaden detalles: el suministro de gas que hubo que cortar por la fuga en el cuarto y quinto piso, el arrojo de los trabajadores que aun con heridas no abandonaron a los pacientes, los médicos cercanos que llegaron a ayudar.
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La noche del tornado, el mayor Maurilio Reyes Reina no estaba en la vía patrullando. Su primer contacto con el desastre fue al amanecer, cuando como parte del turno de trabajo de la Unidad Provincial de Patrulla se dirigió a la rotonda de Guanabacoa.
Mantener en estricto control las regulaciones operativas en días de desastre, no es la más sencilla de las tareas. Dice que ha sido posible gracias al trabajo mancomunado de todo el sistema del Ministerio del Interior (Minint). “La prioridad era poder dar paso ordenadamente a todo el apoyo y aseguramiento que estaba teniendo lugar en ese momento, los carros que ya habían empezado a botar escombros, las ambulancias, los suministros… Lo sigue siendo”, afirma.
Brindar apoyo, insiste, es la orden principal recibida en estos días, apunta Maurilio. “Son muchas anécdotas, pero no se me despinta esa anciana de entre 70 y 75 años, cuya casa se había caído y estaba en la calle, sin desayunar o almorzar. Buscó ayuda en nosotros y la trasladamos al puesto de mando que habían creado en la circunscripción, donde se le dio la atención requerida”.
No es un caso aislado. “Nos enfocamos en orientar a las personas, sobre todo direccionándolas a los lugares donde pudieran ser atendidos. Los ayudábamos a cruzar las calles, a recoger las pertenencias que les quedaban y se podían recuperar. Ha sido duro”.
Las fuerzas del orden, de conjunto con la población, han trabajado de forma respetuosa, dinámica y ética. “He notado una cohesión de trabajo. Todos, incluyendo otros factores como las Fuerzas Armadas, hemos sido uno solo…”, agrega.
Insiste en la coordinación con organismos como Etecsa, Comunales, Aguas de La Habana y la Unión Eléctrica, entre otros. “Donde han demandado un aseguramiento operativo nosotros se lo prestamos. Se dio prioridad a las avenidas y las calles principales para poder limpiarlas y descongestionar otras vías que estaban sobresaturadas de tráfico”.
Los carros patrulleros se han mantenido recorriendo las calles en estos días, en turnos de trabajo de ocho horas. Dice Maurilio que ha podido rotar por todos los municipios afectados e insiste en cómo se han reforzado las unidades de patrullaje, sobre todo en el horario nocturno. “No solo por parte de los órganos de enfrentamiento, sino también de los administrativos de todos los órganos del Minint”.
“Los servicios de emergencia nuestros —el 106— no han dejado de funcionar, y se mantienen al tanto de cualquier tipo de evento. Una cosa es cuando pasa el tornado, pero ayer mismo los bomberos recibieron una llamada por una persona atrapada, a quien le había caído un árbol encima. Aún continúa la movilización de toda la fuerza necesaria. El tiempo de llegada al lugar de la emergencia oscila entre tres y siete minutos. Todavía seguimos enfrascados en la protección de los municipios golpeados”, explica.
Los tenientes Idilio Calzado Ramírez y Raidel Spengler Otaño no se encontraban patrullando en las áreas afectadas. Andaban en el otro extremo de La Habana, en Playa.
Han tenido la misión no solo de estar, sino de registrar en imágenes la zona devastada. “Es como ver doblemente el sufrimiento de las personas, los daños, el perder por lo que tanto se ha luchado. La gente pide ayuda porque se quedó sin nada, alimentos, casa”, comenta Raidel.
Nosotros como oficiales vamos recogiendo también las inquietudes, y las transmitimos al puesto de mando, tratamos de dar la solución a nuestro alcance, agrega Idilio.
Lo más duro para estos dos muchachos es escuchar las historias. Para esa tarea, casi tan importante como la de ofrecer algo concreto, también los han preparado. “Cada mañana se insiste en la necesidad de que seamos ecuánimes, de que transmitamos tranquilidad, de que hay que entender el dolor de la gente y tratarla sin perder eso de vista”, precisa Raidel.
¿Y en la noche? “Nos quedamos allí”. ¿Mucho frío? “Nada importante frente al desastre, frente al compromiso de mantener la tranquilidad ciudadana”.