8 grados al noreste

Emanuel Gil Milian
8/8/2019

Como espectador valoro y creo fervientemente en el teatro nacido de la investigación social. Quizás por eso agradezca tanto que en esta semana haya transitado por la escena del Teatro Milanés de Pinar del Río, 8 grados al noreste[1], a cargo de Charles Wrapner y su grupo La Quinta Rueda.

 La puesta en escena de 8 grados al noreste no ofrece criterios concluyentes, de manera que el público puede
acceder al espectáculo y razonarlo según sus propias motivaciones. Foto: Cortesía del autor

 

Ganadora de la Beca de Creación Milanés (2017), que otorga la Asociación Hermanos Saíz, y estrenada en febrero de este año en la sala-museo El Arca, 8 grados al noreste, como texto y espectáculo surgió, según afirma su autor y director Charles Wrapner, de dos años de investigación[2] que le facilitaron detalles, cartas[3] de aquellos que se arrojaron en el centro del país, Villa Clara, al éxodo marítimo que sacudió a Cuba en 1994.

Así llegamos a conocer los pormenores del viaje de una mujer embarazada que sostuvo una imagen de la virgen en su mano mientras atravesaba las aguas del Golfo de México. Se revela el testimonio de quien vivió las penosas condiciones que padecían los que esperaban, se fugaban en improvisadas embarcaciones hechas con pomos grandes de agua o morían víctimas de las minas antipersonales que rodean la Base Naval de Guantánamo, donde muchos cubanos arribaron y estuvieron a la expectativa de un destino incierto con relación a su llegada a EE.UU. También mediante las cartas leídas, conocemos las experiencias de un sujeto que se siente satisfecho por haber permanecido en Cuba en medio de la crisis migratoria o que se decepcionó de la realidad que encontró en el interior del sueño USA 1994.

Charles nos hace transitar por esos espacios, vivir las agonías que evocan las cartas que conforman el cuerpo de la puesta en escena de 8 grados al noreste. Porque si algo se agradece en este espectáculo, es que está bien pensado.

Al igual que Aleja tus hijos del alcohol, Así quiero. La Familia como Teatro, Baquestrisbois, de Osikán Teatro. Plataforma Escénica Experimental; Antigonón, un contingente épico, de Teatro El Público; El mal gusto, de Rogelio Orizondo y Marcos Díaz; toda la obra performática de El Ciervo Encantado o los espectáculos de Teatro El Portazo, entre otras propuestas escénicas forjadas por jóvenes artistas —como también lo son los integrantes de La Quinta Rueda—, en 8 grados al noreste se muestran preocupaciones generacionales en cuanto a la investigación del referente real, de temas sociales polémicos y soslayados, como la teatralidad de la política, las secuelas de las limitaciones económicas, la lucha por la sobrevivencia, los afectos o las fisuras entre familiares distantes.

En 8 grados…, pesa la voluntad de presentar, exponer, más que juzgar posiciones e historias personales o macrosociales, por lo cual se trata de establecer una inteligente equidad en los planteamientos que surgen en escena. No se privilegia, sino confronta los discursos que encierran las cartas y que exponen los puntos de vista, los afectos sociales, políticos y filiares de quienes abandonaron el país vía marítima en los 90 y los que quedaron, los familiares que permanecen en territorio nacional. A partir de esto, si bien los relatos que integran la puesta en escena[4] no son otra cosa que documento real, una visitación a las historias de vida y los testimonios reales, que parecen solo estar vinculados por un tema, la migración; quedan zonas indeterminadas en la acción para que el espectador las llene con sus propias fabulaciones. La puesta en escena no ofrece criterios concluyentes, de manera que el público puede acceder al espectáculo y razonarlo según sus propias motivaciones, formas de sentir y entender la realidad. Esa es la gran virtud de la más reciente propuesta teatral que presenta Wrapner.

Como también se advierte en la obra de muchos jóvenes creadores cubanos, en 8 grados… se delinea que, en lo formal, se ha asumido un producente influjo de lo posmoderno y de lo posdramático (inclinación a la presentación del referente real, todo el tiempo sabemos y se nos remarca que la escena es un espacio de comentario y no un lugar donde sucede la vida); del ritual en escena[5] (herencia del Odin Teatre, Grotowski); de la hibridación de lenguajes artísticos (música, teatro, danza,); el establecimiento de relaciones de cercanía física entre la acción escénica y el espectador (el público se coloca en ambos lados del espacio escénico). Influjos que intentan operar, desde la apropiación de herencia histórica del teatro, del documento, sobre el espectador.

8 grados al noreste es un resultado activamente performativo. La acción no se limita a lo que se ve, a la fábula teatral trazada a la manera tradicional marcada por los choques de voluntades conscientes, a lo que hacen las actrices en escena (no estando estas existe acción escénica); sino se gesta y robustece en lo que no se ve, pero que sensorial y activamente golpea nuestros sentidos, la razón. Un apagón —que en estos momentos ya encierra significaciones y cercanías de todo tipo—, el sonido del serrucho que corta desesperadamente la madera, el ruido del martillito que tal vez clava unas últimas tablas, el agua que se estrella contra la orilla, serán los resortes de una dramaturgia sonora y musical coherentemente seleccionada, que estimula la lectura, dibuja mapas y refuerza lo que a nivel de fábula escénica acontece en 8 grados al noreste.

Otro detalle que hace interesante 8 grados…, es la articulación de un sistema significante que potencia el establecimiento del centro de debate de la representación. Amplias gamas de sentido se producen a partir la naturaleza de los materiales y presencia de los elementos escénicos (una balsa formada con un neumático de auto que pende sobre el centro de la escena, el juego de ajedrez que se dibuja en el tablado del teatro Milanés); de la disposición de los elementos (dos sillas colocadas en extremos opuestos, un mar de cartas que une un lado y otro del escenario); las relaciones entre los elementos escénicos y los actores (un vaso de leche que se toma de un golpe, las pequeñas macetas que cargan las actrices y que contienen agua, piedras y una vela encendida). Todo en escena nos cuenta algo, nos muestra que como un juego de ajedrez, las emociones, los contextos, las relaciones afectivas, la necesidad de sobrevivir, la vida, es una constante lucha; que los límites físicos no son nada ante el trasiego de efecto entre los que se quieren; que se tienden a diario puentes entre diferentes lugares del mundo; que no se olvida a los que se ama, a los que nunca llegaron aunque no se compartan sus criterios.

No obstante los engranajes, la habilidad de la dirección para decir mucho con poca materialidad y sintetizar, en apenas una hora, los dolores y hechos que han extendido sus efectos por más de 30 años, debemos reconocer un trabajo actoral digno por parte de Lissette de León y Maité Zamora. Estas jóvenes que integran el elenco de 8 grados…., con organicidad, con la pasión y la contención que rehúye al melodrama barato, con un dinamismo absoluto, una capacidad de transitar limpia y rápidamente de un estado a otro, del juego al drama, de la narración o lectura a la acción escénica; dibujan un universo, nos enciman realidades ignoradas, dan vida a cada letra que compone las cartas de los posibles testimoniantes reales involucrados en la travesía marítima de los 90.

Más allá de los reclamos que podamos hacer en cuanto a desbalances en el ritmo y algunas zonas lúdicas que quizás no se ajustan al tono del espectáculo, a la necesaria síntesis de temas musicales; nos parece que 8 grados al noreste es una puesta en escena esencial ahora mismo, porque es sincera y abierta al debate que, desde la meridianidad de unas estructuras teatrales que exploran nuevas resonancias, busca articular relaciones y diálogos con estos tiempos, tocar sensibilidades, necesidades, marcas que han permanecido en la piel del cubano. Por ello es que agradecemos la presentación de 8 grados al noreste en Vueltabajo.

Notas:
 
[1] 8 grados… debe su nombre a un fenómeno particular: según aseguran algunos pescadores villareños, en el centro del país, al entrar en las aguas profundas del mar y tomar 8 grados al noreste, las corrientes marinas conducen las embarcaciones de manera directa y segura a las costas de EE.UU.
[2] Años que investigación que serían o decantarían en  ejercicio de graduación de la especialidad de Dramaturgia del ISA (2018), de Charles Wrapner.
[3] Las cartas y los detalles relacionados con los viajes, con las relaciones personales, fueron facilitadas por los familiares de los implicados en la travesía de 1994.
[4] A Charles le interesa el efecto y no los efectivos en la puesta en escena. Por eso la economía de recursos, el preciso ajuste al núcleo conceptual que unifica los relatos escénicos, defendidos por una dramaturgia fragmentada, que participa de un provocado descentramiento en que no se altera la veracidad del documento real, el contenido de las cartas, las historias personales.
[5] Se agradece un rasgo particular que continúa la herencia del teatro cubano y es que, en 8 grados…, se denota el influjo de lo ritual, la búsqueda de lo antropológico desde el teatro que heredera Charles de Roxana Pineda, quien fuera su maestra de actuación y quien lo iniciara en el teatro, que a su vez está muy influenciada por el teatro barbiano.