Cuando la imagen de Fidel Castro salió proyectada en la pantalla que estaba en el fondo del escenario de la sala Covarrubias del Teatro Nacional, no a pocos se le erizó la piel. Este martes se pudieron palpar los resultados de una apuesta que hizo el líder histórico de la Revolución cubana por la cultura, para que el arte genuino fuese ese bastón que sostiene y defiende a un proyecto social, en el que pocos creían, y que hoy, más de seis décadas después, sigue regalando cultura a lo largo y ancho del país.
En el año 1962 se creó la Escuela Nacional de Arte, y de ahí en adelante se ha construido un sistema de enseñanza artística que pondera el talento, que da oportunidades a quienes nunca pensaron tenerlas, cumple sueños y coloca el nombre de Cuba en un pedestal, cuando artistas formados por esas escuelas se presentan en cualquier escenario internacional.
El prestigio con que hoy cuenta la ENA no es un resultado al azar, sino fruto del compromiso de educandos —la mayoría graduados de esos propios centros— que han retribuido con el magisterio todo el conocimiento que recibieron en esas aulas.
“Este martes se pudieron palpar los resultados de una apuesta que hizo el líder histórico de la Revolución cubana por la cultura”.
Hacer una revisión panorámica a seis décadas de resultados no es una tarea fácil. La alternativa más factible es ver el talento que hay en esas escuelas. Precisamente, parte de él mostrado en la gala de este martes que festejó el aniversario de esa institución cultural.
La noche inició con el tema Boceto No.3. Nelson Domínguez, desde el piano de Sofía Iraola Macías, de cuarto año de la Escuela Nacional de Música. Después, con un arreglo del maestro Joaquín Betancourt, la Jazz Band de la Escuela Provincial de Música Amadeo Roldán y el Proyecto de Compañía Juvenil de la Escuela Nacional de Danza, interpretaron Opening Rumba.
Las tres danzas cubanas de Ignacio Cervantes; y Cultivo una Rosa Blanca y Juguete, con arreglos de Daniel Torres Corona y Beatriz Corona respectivamente, en las voces del Coro Femenino de la Escuela Provincial de Música Amadeo Roldán, acompañado por la Orquesta de Cuerdas de Música Popular Amadeo Roldán y la Jazz Band de esa escuela, fueron las presentaciones siguientes.
Luego, las trompetas de los reconocidos músicos Enrique Rodríguez Toledo y Yaset Manzano tocaron la vibra de todos los que estaban en aquella sala cuando a pulmón interpretaron magistralmente Blue de Barrio, un tema de la autoría del propio Manzano.
Lázaro Dagoberto González y el estudiante de la Escuela Nacional de Música Dayan Alberto Valdés improvisaron a dueto en la canción Adiós felicidad, tema icónico de Rafael Lay. Detrás, fue el turno de Malagueña, de Ernesto Lecuona, con la ejecución de Daniela Rivero Cernuda y Eladio Hernández Carranza, ambos estudiantes del ISA.
Drume Negrita, de Eliseo Grenet, con un arreglo de Leo Brouwer, fue otra de las sorpresas de la noche. Un tema que de por sí es un regalo, fue enriquecido con la perfecta sincronización de cada acorde de Millet Padrón Fernández, profesora de la propia Escuela Nacional de Música. Antes, el Conjunto de Tres y Laúd y estudiantes de la Escuela Provincial de Danza Alejo Carpentier animaron al público con un popurrí de Puntos y Tonadas.
Las canciones Soy guajiro, Canción de las Artes y Baila mi ritmo, esta última acompañada por un dúo acrobático de la Escuela Nacional de Circo, mostraron esa versatilidad que caracteriza el arte que se hace en esta isla caribeña.
“Una escuela, que para no pocos se ha convertido en familia. Una familia que une el amor y el arte”.
El ritmo de La fuerza de un país, un público de pie y la alegría en la cara de estudiantes, profesores y graduados, fueron pruebas fehacientes de todo el cariño que se siente por una escuela, que para no pocos se ha convertido en familia. Una familia que une el amor y el arte.