Con su visión escrutadora del alma humana, Rebeca Chávez puso a dialogar a dos mujeres poetas, cubanísimas, esenciales, en su más reciente obra documental Charo Guerra y Georgina Herrera ante el espejo. El estreno se produjo en la última jornada del 42 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Charo estaba en la sala; Georgina, no, había enfermado de la Covid-19 y el pronóstico no resultaba alentador. Dos días después murió a los 85 años de edad.
No solo habrá que ver ahora el filme de Rebeca con otros ojos, y otro oído, el del tributo a una obra, la de Georgina, terminada, sino que habrá que volver a rastrear cada verso escrito por Yoya, la negra Yoya, la imbatible Yoya —solo la enfermedad pudo con ella; su lírica es irreductible—, la Yoya que pudiera inspirar una película de ficción.
“Quiero ser lo que soy ahora, volver las veces que sean necesarias como la primera vez: fuerte, guerrera, amorosa, cimarrona, palenquera, volver como si no me hubiera ido, siendo lo que soy: negra, pobre y mujer”.
Matancera, de una región poblada por descendientes de esclavos africanos, esos que a látigo y sudor levantaron la economía de plantación en la era colonial, provino Yoya.
Su coterráneo, el poeta y pintor matancero Rolando Estévez, sintió su partida con las siguientes palabras: “Pierde la cultura cubana una de su voces y espíritus poéticos de mayor originalidad, fuerza y sincera asunción de la realidad negra de una mujer de esta tierra. La recuerdo en su navegar por una Habana de la que se adueñó, digamos tímidamente, presente siempre en sus bordes más que en el centro”.
En efecto, salió de Matanzas hacia la capital y fue duro su bregar. De empleada doméstica —mujer, negra, pobre— a escritora. Mientras descubría su vocación poética, la facilidad con que se le daba contar historias le hizo un temprano espacio en la radio. Así llegó a Radio Progreso en 1962. Al medio dedicó una buena parte de su vida, entre libretos y escaletas. Como guionista mucho después colaboró con la cineasta Gloria Rolando en el documental Raíces de mi corazón.
Pero en la poesía instaló su reino. Un poemario, escuetamente titulado con sus iniciales, GH, puso al alcance de los lectores en 1962 su talento indiscutible y un modo muy particular de transmitir vivencias.
La obra poética fue creciendo: Gentes y cosas (1974), Granos de sol y luna (1978), Grande es el tiempo (1989), Gustadas sensaciones (1996), y para redondear, un tomo de Poesías completas, que vio la luz en 2016.
En Yoya cada verso nació de una sensibilidad visceral. Su lugar poético se ubica en la memoria de los ancestros, en la batalla por rebasar la subalternidad social de las mujeres, en el espejo de la piel, en la tenacidad para desafiar cualquier tipo de fatalismo, en la necesidad de fertilizar la esperanza por encima de pérdidas y dolores propios y ajenos.
Se entiende que diga en clave lírica directa:
Qué bisabuela mía esa Victoria.
Cimarroneándose y en bocabajos
pasó la vida.
Dicen que me parezco a ella.
Se entiende que ante una pieza arqueológica africana, oculta en tierra nigeriana, pregunte:
¿Dice alguien que no es
mi rostro este que veo?
¿Que no soy yo, ante el espejo
más limpio reconociéndome?
O…. ¿Es que vuelvo a nacer?
Esta que miro
soy yo, mil años antes o más,
reclamo ese derecho.
Cuando cumplió 80, Yoya declaró: “Quiero ser lo que soy ahora, volver las veces que sean necesarias como la primera vez: fuerte, guerrera, amorosa, cimarrona, palenquera, volver como si no me hubiera ido, siendo lo que soy: negra, pobre y mujer y retomar mi puesto en nuestra lucha, porque esta lucha, la nuestra, no va a acabarse en largo tiempo”.
Santas y sabias palabras de una mujer que se empinó sobre sí misma para repartir lo mejor de sí en esta tierra, en nuestra hora.