“Esta es una pintura que expresa el momento en que vivo. Si un pintor puede expresar el momento en que vive, es genuino. Así que me absolví”, dijo en 1994, un año antes de su muerte, Antonia Eiriz, sin lugar a dudas, una de las principales figuras del arte cubano del siglo XX.

Antonia Eiriz: el desgarramiento de la sinceridad es una contundente y demoledora exposición que hasta el venidero mes de mayo puede verse en el capitalino Museo Nacional de Bellas Artes, meca del arte cubano, y que abarca, esencialmente, parte del quehacer de esta irreverente creadora nacida en La Habana en 1929 y fallecida en la ciudad norteamericana de Miami en 1995.

Roberto Cobas, curador de la exposición y especialista del Museo Nacional de Bellas Artes.

Unas cuarenta obras conforman la muestra, que incluye grabados, tintas, instalaciones y pinturas al óleo y que fue, cuidadosamente, curada por Roberto Cobas, destacado especialista del mencionado museo, quien se trazó —como hilo curatorial— enfocarse en el trabajo realizado por la Eiriz en la crispada década de los años sesenta.

Con esta frase de Antonia (dicha en 1963, ¡hace ya 59 años!): “La actitud del verdadero artista debe ser la sinceridad e insatisfacción y ser valiente y honesto hacia los demás. La conformidad engendra la mediocridad y el oportunismo”, y de la mano de Roberto Cobas, recorrimos las dos salas de la tercera planta del edificio de Arte Cubano que acogen la obra de esta singular mujer que, en muchos sentidos, se adelantó a su época.

¿Qué es y quién es Antonia Eiriz?

En el contexto femenino Antonia está al mismo nivel de Amelia Peláez en el panorama de la plástica cubana del siglo XX, es decir, estamos hablando de una artista excepcional y una pintora que fue reflejo de su época, de los convulsos años sesenta. Quizás ella —mejor que cualquier otro artista de ese momento— supo reflejar en su pintura la mística y la dinámica de los años sesenta en la Cuba en Revolución.

Una artista que en su momento no fue comprendida e hizo una obra tan fuerte como transgresora desde el punto de vista del concepto. ¿Hasta qué punto considera que Antonia Eiriz fue una artista absolutamente visceral?

Sin lugar a dudas fue una artista radical. Inicialmente hizo obras que tenían un sentido muy próximo a la temática revolucionaria como, por ejemplo, el tríptico “Ni muertos”,pieza en la cual se estremece de indignación ante la voladura del buque La Coubre, o sea, que la concibe como un reflejo de ese acontecimiento atroz que tantos muertos civiles provocó en aquella ocasión.

Pero durante el transcurso de los años sesenta su obra se fue radicalizando y en ese sentido ella hace una obra que es una protesta contra la mediocridad, la burocracia y el oportunismo: es una obra extremadamente transgresora porque, además, con sus ensamblajes introduce la técnica del instalacionismo que muchos años después se pondría de moda en Cuba.

En 1968 ella hace “Una tribuna para la paz democrática”,obra que constituye la primera gran instalación que registra el arte cubano, muchos años antes de que esta expresión artística se practicara en nuestro país.

Hace un tiempo, conversando con Nelson Domínguez, Premio Nacional de Artes Plásticas, calificaba la obra de Antonia como “telúrica”.

La pintura de Antonia sacude al espectador. Desde que ella realizó su gran exposición en Galería Habana —entre enero y febrero de 1964—, alguien la calificó como “un verdadero volcán en erupción”. En otras palabras, su pintura no deja indiferente a ningún público; es una pintura muy vital, dinámica, que además se adelanta a su época.

Por otra parte, es una pintura que representa los años sesenta, que no tiene nada de década prodigiosa, sino por el contrario: es una década marcada por la angustia, por el temor, por el dolor, por el terror a tantas expresiones de sufrimiento que ocurrieron en esos años. La muerte violenta de Patricio Lumumba, la voladura del vapor francés La Coubre,la agresión norteamericana por Playa Girón, el suicidio de Hemingway, la crisis de los misiles, el asesinato de John F. Kennedy, la muerte violenta de Martin Luther King, o sea, es un período signado por la violencia y eso está muy presente en la pintura de Antonia.

Esos hechos que usted menciona, efectivamente, se sucedieron a nivel internacional durante la década de los años sesenta; pero a nivel interno fue una etapa en que la sociedad cubana se reajustaba a nuevos códigos y constituyó una realidad muy compleja y difícil que, en gran medida, estuvo en la obra de Ñica

Efectivamente, Antonia deja de pintar en el año sesenta y nueve. Ella realiza “Una tribuna para la paz democrática” para el Salón Nacional de Artes Plásticas de 1968 y esa obra tuvo críticas muy fuertes, lo que fue considerado por ella como una agresión a su arte.

En el año 1969 comienza lo que se denomina “el silencio pictórico de Antonia Eiriz”, que dura hasta 1991 cuando vuelve a exponer en la Galería Galiano a partir de una muestra que se tituló Reencuentro. En esa exposición vuelve a mostrar sus obras antológicas de los años sesenta y una nueva instalación, que es su personal homenaje a Amelia Peláez.

Su pintura no deja indiferente a ningún público; es muy vital, dinámica y, además, se adelanta a su época.

Como especialista del Museo Nacional de Bellas Artes y curador de la muestra, en el orden personal, ¿qué ha sido para usted involucrarse tanto en la obra de la Eiriz?

Un tremendo privilegio y le doy gracias a la vida por la posibilidad de haber trabajado esta exposición. Soy un admirador de Antonia, ya no como curador sino como espectador, como público, que en algún momento fui. Siempre he sentido una profunda admiración por su quehacer. Tuve el privilegio de conocerla, de visitar su casa de Juanelo, donde siempre me recibió con gran amabilidad. Recuerdo que varias veces, junto a ella, tomé té y helado.

Tenía una característica que la definía: no hablaba de su pintura. Conversaba de temas aparentemente intrascendentes; sin embargo, su pintura es la que hablaba por ella. Tuve una relación muy amable y amigable con Antonia y siempre quise hacer una exposición dedicada a ella. Era algo que me había propuesto y constituía un sueño. Finalmente, se crearon las condiciones y hoy me siento muy orgulloso de esta exposición e invito al público a que la visite porque es una oportunidad excepcional. Hay obras de colecciones privadas y de otras instituciones y cuando se desmonte, difícilmente vuelvan a estar a la vista del público.

La labor pedagógica de Antonia también fue una faceta muy importante que, a veces, no se reconoce como debería.

Fue una excelente pedagoga. Su tarea como profesora marcó a una generación de artistas que actualmente se encuentran dentro de los más destacados e importantes de Cuba. Recordemos, por ejemplo, que Nelson Domínguez era su alumno ayudante, que Pedro Pablo Oliva, Ever Fonseca, Manuel López Oliva, entre muchos otros, pasaron por las aulas de Antonia. Incluso, hubo artistas que no les correspondía dar clases con ella y, de alguna manera, asistían a sus encuentros porque Antonia —además de ser un mito de la pintura cubana— era un mito como profesora.

Algunas de las obras de Tomás Sánchez —quien también fue su alumno— que datan de inicios de los años setenta están marcadas por el expresionismo grotesco de Antonia. En otras palabras: un artista de la gran talla de Tomás Sánchez también, inicialmente, tiene una deuda con la pedagogía de Antonia y su pintura.

Fue una gran maestra, y lo más lamentable es que no supieron respetar su sabiduría, su conocimiento, su carisma y en un momento determinado le cancelaron su contrato como profesora. Fue un acontecimiento verdaderamente triste porque esa acción impidió que uno de los talentos más poderosos de la pintura cubana siguiera transmitiendo sus conocimientos a otras generaciones de pintores. Lamentable.

¿A quién pertenecen estas obras expuestas?, ¿hay préstamos?, ¿se encuentran en Cuba?

La mayoría de las obras pertenecen al Museo Nacional de Bellas Artes. Contamos con tres obras que son prestadas por el señor Guido Toro, exembajador de Perú en Cuba. Ya él concluyó su labor y se marchó de La Habana, pero tuvo la gran gentileza de dejar obras de su colección personal en calidad de préstamo —un acto de gran generosidad—.

Tenemos también un préstamo de Alexis Leiva Machado (Kcho) —que es una instalación de 1991— e incluimos dos piezas que pertenecen al Museo Biblioteca Servando Cabrera Moreno y dos obras de Haydée Otero, una coleccionista privada que tuvo a bien facilitarlas.

“Todo el discurso plástico de Antonia —tanto los dibujos como los grabados o la pintura— marca el acontecer de un momento histórico”.

¿Cuántas obras de Antonia atesora el Museo Nacional de Bellas Artes?

Hay más de cien, pero la mayoría son grabados y tintas. La colección de pintura es reducida, pero para satisfacción de nuestro pueblo en el Museo se encuentran atesoradas sus obras capitales, como, por ejemplo,“La muerte en pelota”, “La Anunciación”, “Cristo saliendo de Juanelo” y el tríptico “Ni muertos”.

En el Museo de San Miguel del Padrón, municipio al que pertenece Juanelo —sitio donde nació y vivió Antonia—, existen alrededor de 16 piezas. El Servando tiene tres obras y en Estados Unidos hay mucha obra de Antonia, sobre todo de su última etapa.

¿En total cuántas piezas hay en esta primera sala?

Veinte piezas entre grabados y dibujos y, en la segunda sala, otras 20 entre pinturas y ensamblajes.

Hablemos de su grabado…

Su grabado entra dentro de un discurso expresionista, desgarrador, de protesta contra los aspectos negativos que ella veía en su entorno. Los sesenta no solo fueron la época efervescente de la salud pública gratuita y la Campaña de Alfabetización, también estuvo la lucha contra bandidos, la Crisis de Octubre y otros acontecimientos que fueron imprimiendo un sello convulso. No es la época paradisíaca que se ha querido ver. Fueron años muy difíciles de grandes traumas para la sociedad cubana del momento y esos traumas están muy bien reflejados en la pintura y la gráfica de Antonia.

En general todo el discurso plástico de Antonia —tanto los dibujos como los grabados o la pintura— marca el acontecer de un momento histórico. Son obras realizadas en blanco y negro en las que predomina, fundamentalmente, el negro que refuerza el desgarramiento y una expresión de trazos muy ágiles y, a la vez, muy fuertes, y las figuras muestran una mueca de dolor a partir de una marcada e intencional distorsión.

Como curador de Antonia Eiriz: el desgarramiento de la sinceridad usted estructuró la muestra a partir de dos grandes momentos. Y una primera parte está dedicada a su grabado.

Así es. Antonia, además de una excepcional pintora, fue una extraordinaria grabadora. Realizó unos grabados que fueron reconocidos en los concursos de grabados que convocaba la prestigiosa Casa de las Américas y por otros eventos internacionales.

Tenemos tres obras muy relevantes dentro de su grabado: “Pre Carcoma”, “Carcoma” y “Post Carcoma”. Fueron realizadas en 1964 y están dentro del discurso de la época porque, en definitiva, la carcoma se va comiendo la madera por dentro, pero por fuera todo queda, ilusoriamente, perfecto. Antonia cuestiona abiertamente a la llamada “burocracia cultural” y la acusa de mediocre y se enfrenta a las mentes grises, que tanto la afectaron. Como la carcoma.

Pero en esta primera sala hay una pintura, “La muerte en pelota”, que es óleo sobre tela

Una obra excepcional que, de alguna manera, recibe al espectador y que fue realizada en 1966. Es una obra de crítica social: es el momento de la UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción, en las que algunos de los amigos de Antonia fueron a dar. Ella hizo este cuadro en protesta y condena a la UMAP, institución que ella —como muchos— no comprendió.

“En la obra de Antonia no hay máscaras: su quehacer está marcado por la espontaneidad y la franqueza, tal como era ella y como veía las cosas”.

Es una pieza de un tamaño impresionante: 2 m x 3,42 cm.

Efectivamente, impresionante y de gran envergadura, con una marcada influencia de Francisco de Goya y de otros artistas expresionistas relevantes de mediados del siglo XX, como Francis Bacon.

La pieza representa un supuesto juego de pelota, de beisbol, y las figuras aparecen totalmente distorsionadas. Esta obra fue creada a partir de una fotografía publicada en la Revista Cuba, en 1964, que recrea un juego de pelota real.

Impresiona esta obra… se denota rabia en cada pincelada.

Rabia y, sobre todo, mucho dolor y desgarramiento. En la obra de Antonia no hay máscaras: su quehacer está marcado por la espontaneidad y la franqueza, tal como era ella y como veía las cosas.

¿“La muerte en pelota” fue realizada en su casa de Juanelo?

Sí, toda su gran obra pictórica de esa etapa la realizó en su casa de Juanelo, que era un hogar muy modesto, de espacio sumamente reducido. Antonia era poliomielítica y tenía un problema muy serio en su pierna izquierda —cojeaba y tenía que ayudarse con un bastón— y es increíble que una persona con esas severas limitaciones físicas y ambientales (porque su casa era sumamente pequeña) pudiera realizar cuadros de esta envergadura.

Indudablemente, una mujer con una voluntad de hierro.

Una mujer extraordinaria, de una voluntad de acero. Una de las grandes figuras del arte no solo cubano sino latinoamericano. Es una figura universal, porque los temas que trata en su pintura son universales: la burocracia, la mediocridad, las mentes grises, la arrogancia del poder. Todo ello entra dentro de las temáticas de la pintura universal y en ella se inscribe la obra de Antonia Eiriz.

En la segunda sala, da la bienvenida una obra, que ya mencionó, relacionada con Amelia Peláez.

Esta obra la seleccioné como gesto de amor de Antonia hacia Amelia. Se titula, justamente, “Homenaje a Amelia Peláez”;fue realizada en 1991 y se expuso en la muestra Reencuentro. Es un ensamblaje a partir de dos puertas batientes e incluye algunas fotografías tomadas a Amelia en su casa, que era un verdadero museo. Hay elementos de herrería. Es una obra que fue una nota especial porque se sale del concepto esencial de la exposición. Lo que más me interesaba mostrar con esta exposición era la época expresionista de Antonia, que coincide con el desgarramiento ante la realidad que vivió.

Del expresionismo ella evoluciona y se enmarca dentro de temas muy álgidos de la sociedad cubana. Una característica de Antonia es que pintaba su obra, pero jamás expresaba los conceptos que había en ella. O sea, hay que hacer una interpretación de la pintura de Antonia para llegar al fondo de la verdad que ella quiere remarcar.

“Naturaleza muerta” es una pieza muy directa en su mensaje: una mesa con unos vasos, un micrófono al centro y una figura totalmente distorsionada —a lo Francis Bacon— en uno de los extremos. Es una obra que critica el oportunismo.

“El dueño de los caballitos” es muy experimental y está concebida en óleo, pero tiene pegados fragmentos de telas, que han sido quemados y perforados.

“Cristo saliendo de Juanelo”, una de sus obras más importantes, toma como base una obra del pintor belga James Ensor, que se titula “Cristo entrando en Bruselas”.

¿Una apropiación, un divertimento denunciante?

Un detalle interesante es que se puede apreciar su trabajo con las lonas quemadas. Es una técnica que emplea para trocar la figura humana: ella quemó la tela y, luego, la fue pegando. Es como un collage. Esta obra es una de sus grandes interpretaciones de la sociedad cubana de los años sesenta con un componente experimental sumamente alto.

“Ni muertos”, un tríptico de 1962, denuncia la voladura de La Coubre; es una obra muy fuerte que, quizás, tenga una influencia del Guernica de Picasso y también de los pintores expresionistas de la Escuela de Londres. Esta es una de las obras fundamentales de la exposición de Galería Habana realizada en 1964 y ahora exhibida en esta exposición.

“La Anunciación” esotra de las obras maestras de Antonia. La anunciación, vista desde el Renacimiento, es la visita del ángel a la virgen comunicándole que será madre. Pero Antonia hace una interpretación sumamente personal: es una figura diabólica y la muerte está visitando a esta mujer que está lanzando un grito de dolor, y recuerda “El grito”, de Edvard Munch, una pieza capital de la plástica universal. Es una obra profética, una advertencia de algo que podía ocurrir. Premonitoria y con un contenido extensivo a toda la humanidad.

La tribuna, los micrófonos, el podio… fueron elementos recurrentes en su pintura.  

Ella hizo una denuncia del abuso de la oratoria y de los discursos petulantes.

Los ensamblajes, ¿un adelanto en el tiempo?

En el año 1964, los ensamblajes de Antonia constituyeron una verdadera revolución porque utiliza objetos de desecho. Los expone en la mencionada muestra de Galería Habana y después, por el impacto que tuvo esa exposición, se exhiben aquí, en el Museo Nacional de Bellas Artes en septiembre, pero solo los ensamblajes. Se realiza una muestra en un espacio denominado El artista del mes. Estos ensamblajes de Antonia no estaban concebidos para que duraran hasta este momento y, gracias a los restauradores, han logrado conservarse y constituyen un momento particularmente importante en su obra. Los ensamblajes presentes en esta exposición pertenecen al Museo.

El primero se titula “Los tres muñecones”,que son una suerte de tres jueces, evaluando, juzgando, la propia obra de ella o la de Umberto Peña, es decir, sopesando la obra, que es transgresora. “El crucificado” alude a la gente que, por algún motivo, es sancionada, y emplea la técnica de la tela quemada y con la madera realiza esta estilización.

En aquel momento estas obras no deben de haber caído ni regular…

Fue tan relevante e impactante lo expuesto por Antonia en Galería Habana y después en el Museo de Bellas Artes, que se reconoció la importancia estética y ética de esas obras dentro de la producción general de Antonia.

¿Y “Hombre con muleta”?

Ella —por su condición— siempre se apoyó en una muleta o bastón; era una mujer con un rostro bellísimo —parecía una actriz de cine—, pero con esa deficiencia física tuvo que luchar durante toda su vida. Para ella aquellas personas que tuvieran un trastorno en la locomoción tenían un especial significado. Esto se hace evidente en “El vendedor de periódicos” —este era un sujeto de la vida real que siempre andaba por la calle Obispo y utilizaba un carrito de madera como medio de locomoción—. De hecho los aparatos ortopédicos que están presentes en esta instalación, pertenecían a la propia Antonia.

Hay otra instalación que es un homenaje a José Lezama Lima. El autor de la novela Paradiso es un enorme intelectual, una figura cumbre de la literatura cubana y un crítico de arte excepcional, pero tuvo muy serios problemas de comprensión. Antonia le hace este homenaje a Lezama con tela, madera y hierro.

“En pie”,obra de 1963, es importante porque constituye un preanuncio de lo que va a ser su pintura por el resto de la década: una pintura expresionista, muy fuerte, muy dura: son calaveras y el cuerpo humano despejado de su carnosidad y aparece a nivel del esqueleto. Paradójicamente, esta obra se llama “En pie”.

“Una tribuna para la paz democrática” (1968) es, quizás, la obra más conocida de Antonia. Se expuso en el Salón Nacional de Pintura de 1968; se comentaba que iba a ganar uno de los premios, pero fue muy controvertida en su expresión plástica: es un micrófono ante un público expectante y una plataforma sobre la que se colocan unas sillas de tijera. Así fue concebida. Fue muy cuestionada y polémica, pero curiosamente no apareció ningún artículo en la prensa. No obstante, se cuestionó tras bambalinas y fueron críticas que lastimaron mucho a Antonia y ella paró de pintar. Se detuvo. Después de esta instalación hizo alguna que otra tinta: en 1969 se detiene su producción.

La obra que cierra la exposición es la pieza que marca el inicio de la radicalización de Antonia y se llama “Réquiem por Salomón”. Salomón era un personaje que aparecía en el periódico Revolución y que fue creado por Chago Armada, también gran amigo de Antonia. Era un personaje que no se expresaba, sino que su universo transcurría dentro de una caja, hacía gestos y decía frases o expresiones incomprensibles, dejaba todo a la libre interpretación del público. Para la burocracia de la época esto fue tomado muy a mal y en el año 1963 dejó de salir en el periódico el Salomón de Chago. Fue censurado y en defensa de su amigo —ella tenía un concepto muy elevado de la amistad— hace esta obra. También hizo un ensamblaje dedicado a Ángel Acosta León, a quien consideraba uno de los pintores más extraordinarios de Cuba. Ella realiza esta obra, que no está en nuestra colección sino en una privada, que se llama, precisamente, Homenaje a Acosta León.

Reitero, Antonia Eiriz: el desgarramiento de la sinceridad es una oportunidad única para acercarse al imaginario y al quehacer de esta gran artista y valiente mujer.

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