Teatro cubano contemporáneo: potencia dramatúrgica insoslayable

Mayra García Cardentey
29/1/2016

Cuba fue ambiciosa en estos últimos lauros del reconocido premio Casa de las Américas 2016. Al menos así sucedió en el apartado de Teatro. Los dramaturgos de la Isla se repartieron el premio y dos menciones de los cuatro reconocimientos dispuestos por un riguroso jurado.

La primera que no dejó dudas de la calidad teatral cubana contemporánea fue Legna Rodríguez Iglesias quien con Si esto es una tragedia yo soy una bicicleta obtuvo el máximo palmarés. Este “poema teatral”, según el Acta del Jurado, destaca por su valor literario y una consistente construcción de personajes. Resalta también el abordaje de la muerte y el poder de amor, “que invitan a puestas en escenas posibles y tan diversas como quienes la lean”.

Sus coterráneos Laura Liz Gil Echenique y Rogelio Orizondo obtuvieron sendas menciones por Subasta. (Boceto No. 1 de la serie Diáspora) y Yellow Dream Rd., respectivamente. La primera pieza cuenta la trama de un momento histórico cubano que tuvo como protagonistas a creadores y creadoras del país y la capacidad de una persona de resistir los embates de la incomprensión de la sociedad. El segundo mereció la distinción por su potencia dramatúrgica y excelente manejo de la prosa.

Completaron las menciones en Teatro, Odisea doble par (Farsa del Imperio del argentino Mariano Saba. El texto dialoga sobre la capacidad de saberse latinoamericano; en función de esto emplea un lenguaje sólido y potente y desde un muy buen manejo del humor.

Otro de los apartados que tuvo una destacable presencia cubana fue el de Ensayo artístico-literario. Par de menciones para los volúmenes A flote. Dos décadas de arte en Cuba de Maylín Machado y Corazones errantes: ¿Dónde está mi mundo? de Joaquín Borges-Triana, confirmaron la vocación ensayística de los intelectuales en el país. La proposición de Machado lució pertinencia, atractivo estilo de prosa y agudeza crítica relacionada con la cultura audiovisual contemporánea en Cuba. En cambio, el destacado periodista Borges Triana llamó la atención por su aproximación a la música alternativa cubana como fenómeno ligado a la diáspora y a la globalización contemporánea.

No obstante, en cuanto a dotes ensayísticas sobresalió el ecuatoriano  Diego Falconí Trávez con De las cenizas al texto: literaturas andinas de disidencias sexuales en el siglo XX. Constituye esta una pieza sólida, propositiva, con destacable rigor teórico y con un tema poco tratado en el campo de la crítica latinoamericana.

Por su parte, el acápite de Cuento, uno de los más cotizados y de mayor participación, —en esta ocasión se revisaron más de 200 cuadernos—, tuvo aliento argentino. Ni una sola voz en el cielo de Ariel Urquiza, ganó sin custodias de ningún tipo el apetecido galardón. El jurado destacó el “demostrado talento narrativo en historias que van desde Buenos Aires hasta México D.F., teniendo en cuenta las atmósferas de cada lugar”. Virtuosismo en los diálogos,  argumentos que abordan problemas acuciantes del presente de América Latina, gran complejidad narrativa y sólida arquitectura de conjunto, resultaron algunos elogios a la obra.

El Premio Casa de las Américas en esta ocasión continuó, por segundo año consecutivo, con la iniciativa de reconocer los Estudios sobre culturas originarias de América. Para ello distinguió a Mingas de la palabra. Textualidades oralitegráficas y visiones de cabeza en las oralituras y literaturas indígenas contemporáneas de Miguel Rocha Vivas de Colombia. Esta investigación destacó por su originalidad, profundidad y visión actualizada sobre el tópico. Uno de los principales aportes radica en el “conocimiento de los movimientos que han protagonizado los pueblos originarios de América en pos de la afirmación de sus identidades”.

En el caso de Literatura brasileña, el reconocimiento fue a manos de Cristian Santos de Brasil por Devotos e Devassos. Representação dos padres e beatas na literatura anticlerical brasileira.  El estudio muestra un acercamiento innovador a la literatura anticlerical del naturalismo brasileño y realiza una revisión histórica minuciosa de esta temática; como resultado culmina en un bosquejo profundo y bien estructurado que cuenta, a su vez, con una amplia bibliografía historiográfica y literaria. Según el criterio del jurado, la indagación “tiene potencial para abrir caminos a investigaciones comparativas del período del naturalismo en América Latina”.

En cuanto a la Literatura caribeña en francés o creol, las palmas fueron para Le Bataillon créole (Guerre de 1914-1918) de Raphaël Confiant de Martinica. La novela deviene un gran fresco de la Martinica de ese entonces, en tanto muestra “cómo la guerra marcó al mundo colonial representado por una comunidad que se vio involucrada en un conflicto que le era ajeno”. Entre los principales valores de la pieza está el privilegiar las historias de las que no habla la Historia; y para ello emplea, en abigarrada polifonía, un mosaico de personajes reales y conmovedores.

Recibió mención Guadeloupe ouvre ses ailes froi­sseés, poesía de Ernest Pepin. La propuesta enriquece, “con nuevas y significativas experiencias, los hitos conocidos en la historia de su Isla”. A la par conjuga una gran capacidad de síntesis y un alto vuelo poético.

En esta edición, y por decimosexta vez, Casa de las Américas entregó los Premios Honoríficos a libros relevantes de autores de Nuestra América o que aborden temas latinoamericanos. El de poesía José Lezama Lima recayó en el mexicano Eduardo Langagne por Verdad posible; el de ensayo Ezequiel Martínez de Estrada lo obtuvo Cuando lo nuevo conquistó América. Prensa, moda y literatura en el siglo XIX del argentino Víctor Goldgel; mientras el de narrativa José María Arguedas distinguió a Las cenizas del cóndor del uruguayo Fernando Butazzoni.

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