I

En el argot popular cubano se le llama “gallego” a todo español o descendiente de este que ha sacado la “pinta”, entre los cuales me incluyo. También el término se aplica a todo aquel que, en determinado momento o actividad, no da “pie con bola”, independientemente, de su origen o descendencia. Por ejemplo, “es un gallego bailando”. Igual expresión puede aplicársele a un cubano buen bailador de rumba, cuando tiene que bailar un vals vienés. Además, expresiones como esta, de cierto sesgo despectivo, siempre acompañaron a los emigrantes en todos los tiempos y en todas partes del mundo. Aunque en esta isla nuestra, la misma nunca fue, ni ha sido motivo de humillación, pues, como es notorio, somos hijos de un pueblo que se ha hecho de los pueblos que nos han llegado de otras partes del planeta, en particular, el español.

“Su obra no solo lo ubica entre los grandes caricaturistas e ilustradores cubanos de todos los tiempos, sino que fue el último que tuvimos realmente grande”.

La comentada expresión, sin embargo, ha tenido en José Luis Posada Medio su más sobresaliente excepción. Primero, porque “el gallego Posada” —como siempre lo llamamos y lo llamaremos—, no nació en Galicia, sino en Villaviciosa, Asturias, el 10 de febrero de 1929, y, segundo, porque nunca fue un gallego con el lápiz y la pluma en la mano. Su obra no solo lo ubica entre los grandes caricaturistas e ilustradores cubanos de todos los tiempos, sino que fue el último que tuvimos realmente grande. Y esto no es poca cosa, si tenemos presente que, en nuestro país, en ambas manifestaciones sobresalieron figuras de la talla de Jaime Valls, Ricardo Torriente, Rafael Blanco, Conrado W. Massaguer, Enrique García Cabrera, Eduardo Abela y Juan David. A las que le siguieron otros nombres igual de sobresalientes, como los de René de la Nuez y Manuel, por solo citar dos contemporáneos de Posada. La continuidad y calidad conceptual y expresiva de la obra del gallego, de una solidez y originalidad indiscutidas, deviene única en el ámbito gráfico cubano de la segunda mitad del pasado siglo.

‘El gallego Posada’ no nació en Galicia, sino en Villaviciosa, Asturias, el 10 de febrero de 1929, y nunca fue un gallego con el lápiz y la pluma en la mano.

Como a tantas otras personalidades de la literatura y el arte español, la Guerra Civil es el primero de los acontecimientos históricos en marcar su vida. En 1938, ante el terror fascista, la familia pasa a Francia en una barca carbonera, para vivir un nuevo horror: los campos de concentración que establece el gobierno galo para los refugiados republicanos españoles. Dos años después, la familia Posada Medio logra emigrar a Cuba y establecerse en San Antonio de los Baños, donde concluye su odisea. José Luis había salido de su país natal de nueve años, y llega al nuestro de once.  

La prosperidad material y cultural de San Antonio de los Baños, fue realmente atípica para un pueblo “del interior” cubano desde la época colonial. El período republicano no fue la excepción. Tal situación le cupo en suerte a la familia de Posada, pues, a solo cuatro años de establecida en la villa del Ariguanabo, su padre era ya propietario de un establecimiento de venta de gasolina. Tradición familiar que marcaría un nuevo momento en el citado rubro, cuando sus tíos establecen el primer garaje, en el sentido moderno del término, frente a la garita de San Lázaro, en el Malecón habanero.

Como era costumbre entonces, el joven Posada empieza a trabajar en el garaje del padre, mientras en sus horas libres dibuja paisajes, tal y como lo había hecho en su Asturias natal. También se da a la tarea de recorrer los campos aledaños al pueblo, donde “recogía huesos de reses muertas y hierros viejos”, que luego revendía.[1] Si bien Sarusky sólo nos refiere que la venta de tales despojos le reportaba el menudo suficiente para pagarse la entrada al cine, es de tener en cuenta que esta experiencia redundaría más tarde en una propiamente estético-comunicativa, al incidir la observación, selección y manipulación de tales formas y estructuras en la consecución de una poética muy personal que, según el diseñador y pintor Pedro de Oraá, solo tiene como antecedente las pinturas de volúmenes ejecutadas por Picasso entre 1929 y 1930.

Esta experiencia al incorporarla reelaborada en sus dibujos y litografías, devino un factor expresivo de primer orden en la construcción onírica y hasta crítica de su universo visual. Para quien nunca fue un “filósofo de libros”, según me confesara en casa de Alberto Díaz (Korda), una tarde de finales de los sesenta, estas búsquedas de adolescencia terminarían por hacerlo un filósofo del dibujo.  

II

Con 23 años de edad, se ve en la coyuntura de decidir entre el garaje y el arte. Viaja a Nueva York. Allí contacta con la Art Students League, y si bien su propósito era estudiar pintura, la condición de ser esta ciudad la meca entonces de la gráfica publicitaria, terminan por inclinarlo hacia el dibujo y la caricatura. Comenzaba el decenio del cincuenta: Andy Warhol hacía sus primeras incursiones en la publicidad, ilustrando figurines de moda para afamadas revistas neoyorkinas. Mientras otros futuros maestros del pop art, como Rauschemberg y Liechtenstein, en elevados andamios se ganaban la vida pintando vallas y anuncios publicitarios. Solo Jackson Pollock, con su particular forma de abordar la abstracción, empezaba a imponerse en el mercado del arte, gracias a un artículo a doble página aparecido en la revista Life, en el que se hacía un símil visual entre sus chorreados extendidos y las praderas de Norteamérica. 

“A grandes momentos históricos, grandes decisiones personales”.

De vuelta a San Antonio, Posada reinicia sus labores en el garaje. En tanto, colabora con dibujos y artículos en la revista local Páginas del Círculo. Corre 1954. Dos años después, empieza a publicar sus caricaturas en la revista Actualidad criolla… El triunfo revolucionario de enero de 1959, como a tantos otros cubanos, es el segundo gran acontecimiento histórico que marca su vida, dándole un nuevo vuelco. Todo lo empezado en un ambiente local, provinciano, empieza a asumirlo entonces como experiencia y expresión de un ámbito cultural nacional, que, por las circunstancias históricas antes aludidas, pronto alcanzará proyección internacional. La suerte está echada para la nación y para él. A grandes momentos históricos, grandes decisiones personales. Posada renuncia a su trabajo en el garaje, ingresa en las Milicias Nacionales Revolucionarias, participa en Girón y en la Limpia del Escambray, y se decide por el arte. Tiene treinta años de edad, y es un contumaz autodidacta. Pero, poco importa. La realidad que se le abre al país, acoge por igual a todos; su constancia y talento personal lo harán a partir de este momento lo que siempre había querido ser, dibujante y caricaturista.

III

1966 es clave para él: se crea El Caimán Barbudo, órgano de la juventud revolucionaria.Y es el gallego quien le da nombre y diseña su imagen identitaria: un simpático caimán barbado. Su consejo editorial, constituido por una nueva generación de escritores y poetas, expresa en la portada los objetivos centrales del mensuario: “…nuestra publicación tratará de literatura y de política, de artes plásticas y de filosofía (…) toda obra de arte verdadera no puede ser contrarrevolucionaria”. Para más señas, el diseño de portada de este primer número, asume la tipografía sobre la base de “la palabra en libertad” que preconizara la gráfica de vanguardia de inicios de siglo, con lo cual hizo expresa su continuidad visual con su precedente más inmediato y emblemático del periodismo cultural de inicios del decenio: Lunes de Revolución.

“1966 es clave para él: se crea El Caimán Barbudo, órgano de la juventud revolucionaria.Y es el gallego quien le da nombre y diseña su imagen identitaria: un simpático caimán barbado”.

La obra de Posada en el Caimán Barbudo, marcará otro momento relevante de la gráfica de comunicación cubana en el período estudiado, de la misma manera que el Caimán… lo marcaría a él. Se discute y polemiza sobre los más variados temas de carácter nacional e internacional. Puede decirse que detrás de cada ilustración o caricatura de Posada para el Caimán… hay un sinnúmero de anécdotas, comentarios, discusiones, que hacen más viva y activa la imaginación del gallego, y, por consiguiente, la realidad visual a plasmar como ilustración o caricatura.  

“La obra de Posada en el Caimán Barbudo, marcará otro momento relevante de la gráfica de comunicación cubana en el período estudiado, de la misma manera que el Caimán… lo marcaría a él”.

Ambas manifestaciones, a no dudar, contribuyeron a darle una movilidad visual a la publicación, al concebirlas y plasmarlas sobre la base de un expresionismo hasta entonces inédito en nuestra cultura gráfica, no así en la pintura —remember Antonia Eiriz. Admirador de Grosz, desde mucho antes, supo tomar del gran artista gráfico alemán ese sentido trágico que le insufla a sus imágenes, sin desatender el humor, el cual se manifiesta más por el concepto que por la anécdota. Más que la carcajada, la sonrisa que visibiliza la inteligencia de un receptor ávido de verdades que parecen clarificarse al dictado de una estrategia de codificación visual de nuevo cuño. Su crítica a burócratas, oportunistas, políticos mediocres, genera todo un “bestiario” de personajes nacionales e internacionales —no olvidemos que la burocracia es el imperialismo más viejo que existe sobre la Tierra—, los que ilustra con eficacia y alto nivel estético-comunicativo, No mentía, cuando a la pregunta “¿Contra qué pintas odibujas?”, que le hiciera Víctor Casaus, respondió: “Dibujo contra la violencia, la mediocridad, el esquematismo y los imbéciles”, los de adentro y los de afuera, vale apuntar. Términos, por demás, que, en su propia voz, debieron de resonar como tambores de guerra.

“Dibujo contra la violencia, la mediocridad, el esquematismo y los imbéciles”, sentenció el gallego Posada.

En la caricatura de personalidades, Posada será más probo, es decir, no hará uso de su personal expresionismo para herir, sino para poner en evidencia las posibilidades expresivas del género, en cuanto a su capacidad para visibilizar los rasgos identitarios que hacen de todo humano una persona igual y diferente a las demás. La organicidad de su dibujo en tales “charges”, se hace objetiva a simple vista, a recaudo de una experiencia creativa que se regodea en lo esencial del caricaturizado, sin hacerle concesión alguna al referente. De tal suerte, sus caricaturas, sin faltarle a su estilo esencialmente expresionista, devienen verdaderos retratos psicológicos, en los que la deformación es más un recurso de apropiación del rasgo esencial de la personalidad del retratado, que una forma de encararlo desde el escamoteo de su verdadera imagen personal. Sirva de ejemplo la figura de nuestro cuarto poeta nacional, Nicolás Guillén, y las sesenta y seis caricaturas que le hizo, recogidas en el libro Guillén según Posada (Ediciones La Memoria. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau), así como las ilustraciones de las “elegías” del poeta. Verdadero tour de force, donde Posada transita con su dibujo las diferentes épocas de la vida de Guillén, sin apartarse de un rostro que, no por cambiar con el tiempo, deja de ser el que es.

“En la caricatura de personalidades, Posada será más probo, es decir, no hará uso de su personal expresionismo para herir, sino para poner en evidencia las posibilidades expresivas del género, en cuanto a su capacidad para visibilizar los rasgos identitarios que hacen de todo humano una persona igual y diferente a las demás (…)”. Caricatura de Gabriel García Márquez

Tampoco pudo sustraerse de ilustrar las emblemáticas obras de dos de las figuras más relevantes de la literatura hispanoamericana de la época: Gabriel García Márquez y Alejo Carpentier. Aunque se identificó más con García Márquez que con Carpentier, por la sencilla razón de que el mundo que recreó el Gabo respondía a un pueblo del interior de Colombia, parecido a San Antonio de los Baños o muy cerca de serlo, como tantos otros pueblos del interior de nuestra Isla. 

IV

A inicios de los noventa, la crisis social, económica y política que puso en vilo al país y en entredicho a toda verdad levantada como única, llevó al gallego, como a tantos otros cubanos, creadores o no, a una crisis personal. De vuelta a la semilla, es decir, a su Asturias natal, pasó varios años en una aldea de no más de veinte casas, según me confesó, donde continuó su labor de grabador e ilustrador, aunque algo así como en sordina. En este ostracismo voluntario, quizás, purificador, su arte fue su mejor y más seguro asidero para resistir y continuar. Acciones ambas, que lo traerían de regreso a nuestra Isla, ligada a su existencia de artista y hombre comprometido con su tiempo, tanto como sus dibujos y litografías al tórculo de la prensa de grabación. A Cuba volvió, esperanzado; la utopía soñada aún podía gestar poesía y obras. Y aquí, murió.

El 7 de febrero de 2019, en el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, con el auspicio del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, se inauguró la exposición antológica de José Luis Posada, Perfil de una época. En efecto, una época es la que marcó a esta obra y, viceversa. A no dudar, sin este legado del gallego, la gráfica de comunicación en particular y la cultura visual cubana en general, no serían la misma. Su obra lo perpetúa, lo hace más nuestro que nunca. ¡Hasta la gráfica siempre!


Notas:

[1] Jaime Sarusky. “Imaginación y creación sin barreras”, en Cabeza para pensar y corazón para soñar, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2005, p. 106.