Grammy Latino: después del Santiaguero qué vendrá
21/11/2018
“… un son sabroso de Oriente tienen que tocarme aquí.”
Ramón Espígul
“Seguiremos haciendo esta música, muy vieja, pero que no debe morir, porque es nuestra raíz y debemos defenderla”.
Fernando Dewar (Director del Septeto Santiaguero)
Nuevamente una agrupación musical cubana radicada en la isla gana el Premio Grammy Latino, esta vez en su capítulo latino. Se trata del Septeto Santiaguero y su mancuerna musical, con el cantante dominicano José Alberto “el Canario”, quien suma un segundo gramófono a su lista de premios. La noticia, además de alegrías y esperanzas, implica un breve ejercicio de reflexión acerca de qué es lo que funciona o no en el campo de la música realizada en Cuba.
Septeto Santiaguero. Fotos: Internet
Cada año, al ser anunciados los nominados a este premio musical de carácter iberoamericano, aparece en alguna de sus categorías el nombre de algún músico o agrupación radicada en Cuba; lo cual es motivo de celebración por parte de los músicos implicados, sus casas discográficas, familiares, amigos y los medios de comunicación. Sin embargo, son contadas las oportunidades en que los jurados otorgan el galardón a los nacionales. Ciertamente importantes músicos cubanos radicados en diversas partes del mundo han merecido el premio, lo que enaltece nuestra música, pero el análisis toma como base lo que se produce en la Isla.
Una relación obligada pasa por el multipremiado Chucho Valdés (el gran gurú musical); el CD La rumba soy yo, hasta llegar a la dupla de la tribu de Fernando Dewar. Como se puede apreciar, no supera la decena de premios en más de 20 ediciones.
Entonces se imponen algunas preguntas. ¿Los discos producidos en Cuba no reúnen la calidad necesaria a la vista de los jurados? ¿Por qué siempre, o por norma general, las categorías en que generalmente califican los cubanos son Música Tropical Tradicional, Música Tropical, Jazz y rara vez alguna otra? ¿Qué peso tiene la industria musical cubana en la presencia con fuerza de nuestro producto musical en el mercado latino fundamentalmente?
Intentemos algunas respuestas:
Para nadie es un secreto que la calidad de las producciones discográficas cubanas ha ido in crescendo desde fines de los años noventa hasta la fecha. Esa calidad es fruto de los cambios que se produjeron a partir de esos años en las relaciones entre músicos y ejecutivos discográficos. Una relación en la cual la confianza mutua se ha ido fortaleciendo, pero que no ha tenido un real impacto en temas como la promoción internacional, las giras y otras variantes de promoción; los esfuerzos se han concentrado en las plataformas de distribución digitales, en las que muchas veces ha sido el mismo músico quien ha dado el primer paso, lo que no demerita el esfuerzo y trabajo de la discográfica.
Una análisis a priori de este punto incluye otros implicados, tales como promotores extranjeros, quienes se asocian al o a las agrupaciones e imponen pautas y cláusulas leoninas, que la mayoría de las veces sesgan el trabajo de las disqueras cubanas. También está presente la llamada “licencia para distribución en Cuba”, un eufemismo comercial que se aplica para no estar ausente, una ausencia relativa, pues la industria de la piratería reacciona antes que la empresa implicada e inunda el mercado con el producto. Conclusión: todo indica que es más beneficioso estar underground que presente en la red de distribución oficial.
El tema de las categorías es más sencillo. Para los organizadores, miembros de la academia y otros presuntos implicados, la música cubana se ha reducido a sones, rumbas y para de contar; en el caso de los jazzistas la visión se ha concentrado en aquellos que trabajan y viven fuera de Cuba con la excepción de Valdés.
Pero en estas categorías la presencia ha sido muchas veces simbólicas, para “callar la boca a los cubanos”. Sí, así como lo afirmo. Existe el precedente de que en las primeras convocatorias los organizadores abiertamente aplicaron la máxima de que “los cubanos de Cuba no” y eso provocó airadas protestas de la entonces presidencia de la SGAE (uno de los principales impulsores de este capítulo en sus comienzos) y de directivos cubanos en aquel entonces. Aquellas acciones fueron la causa del cambio de sede de las ceremonias de premiación.
Un elemento de peso en el que no participa la industria cubana, pero que influye en la percepción de los encargados de definir ganadores es la presencia del disco y el artista en los medios. Y este tal vez sea la asignatura no resuelta a nivel oficial.
Nuestros artistas, al menos los que forman parte del catálogo de las discográficas cubanas, no son mediáticos, no son líderes de opinión y por ende su círculo de promoción es muy reducido en su país de origen, ¿qué podremos esperar entonces del impacto de su trabajo más allá del muro del malecón? La causa fundamental de esta ausencia está en el deficiente trabajo o poco alcance creativo de los equipos encargados de tal misión.
La presencia o no en las redes sociales —para estar a tono con los tiempos— de parte importante de los músicos cubanos que graban con los sellos discográficos nacionales parte de la iniciativa personal y no de una estrategia pensada a tal fin institucionalmente.
No quisiera entrar en temas como emisiones televisivas en canales propiamente de música de los audiovisuales producidos, pues el tema es más que complicado. Una revisión de las emisiones de canales como Direct TV no incluye ningún concierto producido por músicos residentes en la isla o sus casas discográficas. Sin embargo; sus ejecutivos están abiertos a esa posibilidad, solo que el tema de los pagos por emisión se constituyen un problema debido a las leyes del bloqueo. Pero estar presente en algunos de sus programas de conciertos con audiencias de al menos 5 millones de personas (es lo mínimo registrado con la transmisión del BSC en sus comienzos) amerita el esfuerzo. Lo mismo ocurre con los medios impresos y digitales de grandes y pequeños medios.
No nos llamemos al engaño. Los espaciales sobre música cubana que transmiten algunos canales en el mundo parten de la iniciativa de algún productor aislado que ve un filón para aumentar audiencias y siempre tienen alguna vinculación con terceras intenciones. Así ocurre con el tema de la música urbana en Cuba y su visión desde la postura estatal (oficial).
Y entonces, ¿cómo encaja en este asunto el Septeto Santiaguero?
Sencillo. La tropa de Dewar, además de contar con el apoyo de la Egrem, se ha beneficiado de la estructura creada por su contraparte El Canario, a lo largo de su carrera musical, lo que no resta importancia a la labor personal del presidente de la empresa cubana, quien se ha involucrado al 1000 por cien en esa empresa.
El Canario y el Septeto Santiaguero festejan el Grammy Latino
Si revisamos el repertorio de los dos discos premiados veremos que se trata en lo fundamental de música escrita y difundida en los años cuarenta y cincuenta; lo que no excluye a compositores como Juan Formell y algunos otros contemporáneos; no importa el peso o calibre de los invitados internacionales y nacionales.
La apuesta ha sido sobre algo ya preestablecido, conocido y manoseado por la industria más de una vez (muchos temas corresponden con lo que se llamó periodo matancerizante dentro de la música salsa y que tuvo su mayor esplendor en los años 70 del pasado siglo).
La calidad musical de los integrantes del Septeto Santiaguero no admite dudas. Ellos son parte de un movimiento surgido en la ciudad de Santiago de Cuba a fines del siglo pasado por condicionantes económicas; movimiento que involucra otras formaciones afines como el Ecos del Tivolí, Turquino, Siboney y otros, que aunque no han navegado con la suerte del Santiaguero, han revivido y reinventado muchas veces la tradición musical de sus ciudad y han asumido “lo oriental en la música” como principio fundamental.
Y aunque la tradición no tiene fecha de caducidad (ahí están los mitos del Buena Vista Social Club, la Vieja Trova Santiaguera, Los Jubilados, La Familia Varela Miranda, Eliades Ochoa y el Cuarteto Patria, entre otros ejemplos) es hora de que pensemos en la que se ha venido formando en el último medio siglo; tal vez esa sea la puerta para que reaccionemos y volvamos a mirar al mercado, y por qué no, a nuestra música, en categorías como Canción o Disco del año. Talento musical hay. Solo falta que la industria y sus ejecutivos corran el riesgo.