Dramaturgia, baile, performance, visualidad: arte contaminado

Thais Gárciga
18/5/2016

La Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño que por estos días acontece en la capital cubana hasta el 22 de mayo, no solo presenta como platos fuertes las funciones de los grupos teatrales invitados en las diferentes salas, sino que también concita a directores, críticos, dramaturgos, investigadores, actores, bailarines, diseñadores de escenografía, asesores dramatúrgicos, entre otros, para participar y reflexionar durante el Encuentro de Teatristas Latinoamericanos y Caribeños. Este espacio se centra en el debate y el intercambio para actualizarnos sobre la trayectoria y la labor de aquellos cuyas vidas orbitan sobre las tablas y los salones de ensayo.

Mayo Teatral, como se le conoce a esta fiesta de frecuencia bienal, inauguró dichas jornadas con la presencia del intelectual y presidente de Casa de las Américas, Roberto Fernández Retamar, para luego dar paso a los paneles cuyos temas giraron en torno a problemáticas y actualización del panorama actoral y dramatúrgico.

Uno de los paneles matutinos congregó a Sandra Ramy, líder del colectivo Persona; Roxana Pineda, directora del grupo La Rosa; y Miguel Iglesias, a la cabeza de Danza Contemporánea de Cuba (DCC).

Persona cuenta con muy poco tiempo de creado. Allí convergen la actuación, la danza y el diseño. Ramy ha realizado proyectos colaborativos junto a la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso y sostiene un vínculo permanente con el Instituto Superior de Arte. Persona nace en el año 2006, por idea de la coreógrafa y el poeta Omar Pérez, tras haberse nutrido del lenguaje teatral durante una etapa de trabajo con Vicente Revuelta y también haber entrado en contacto con Carlos Díaz y El Público. Mediante un eje temático como punto de partida, el grupo construye una estructura de puesta en escena con artistas provenientes de diferentes disciplinas, donde ponen a dialogar acción teatral, movimiento, texto poético, texto de ensayo y artes visuales.

De igual modo, Ramy ha logrado aunar en Fábrica de Arte a no pocos bailarines y coreógrafos en un pequeño espacio dedicado a la danza un día a la semana. Allí el lenguaje corporal halla un lugar físico más donde expresarse, en una fructífera amalgama a la que aún le resta un largo camino de concepción como espectáculo y madurez estética.

Proveniente de Villa Clara, Roxana Pineda, investigadora y líder del grupo La Rosa, abordó las particularidades de “hacer teatro en provincia”. Pineda es fundadora del Estudio Teatral de Santa Clara, al cual perteneció durante 25 años. Ahora dirige su propio colectivo integrado por actores y músicos, algunos estudiantes, “que han venido a mí porque sienten deseos de trabajar conmigo, se han interesado en este proyecto por voluntad propia”, afirma orgullosa la actriz y profesora de la Escuela Provincial de Arte de Santa Clara.

La Rosa tiene cuatro actores cuyas edades oscilan entre 18 y 20 años, y ahora mismo están próximos a graduarse. “La obra Apócrifas o todas son María, con la cual inauguramos nuestras puestas teatrales, es interpretada por la única actriz que viene del Estudio Teatral… El resto son muchachos tan jóvenes que da miedo, pero esperan de mí la seguridad de estar y soy la única responsable por ellos. Me conmueve y compromete que se hayan acercado, y mientras permanezcan en el grupo trabajaré para ellos.

“Uno tiene que estar preparado para el día en que ya no estén, y entonces veremos qué hacer. Mientras tanto, continúo probándome en el rol de directora, algo que conocía a medias en el Estudio Teatral de Santa Clara”.

El siempre provocador Miguel Iglesias, profesor y director de DCC, se refirió a cómo la compañía ha debido reinventarse cada día y recomponer su repertorio continuamente, sin perder la esencia que la caracteriza.

El “estilo contaminado” —citando a la coreógrafa Marianela Boán— distingue al grupo, por montar piezas de estilos totalmente opuestos en muchos casos y por sus modos disímiles de crear, pero siempre respetando los criterios estéticos del colectivo. Cada creador nutre a los bailarines y ellos, a su vez, enriquecen al coreógrafo desde la asimilación corporal de su discurso en la escena.

Aunque Iglesias se formó en la danza clásica, proveniente del Ballet de Camagüey, ha hecho suyo un conjunto próximo a celebrar seis décadas de intenso bregar, de las cuales ha estado al frente durante poco más de tres decenios. En sus casi 70 años de vida ha visto pasar por los salones del Teatro Nacional a 18 generaciones de bailarines…y contando.