Coreografía, ¿sí?

Pedro Ángel
29/9/2016
A Víctor Cuéllar, in memoriam.

El universo de la coreografía, como todo lo que tiene que ver con los procesos de creación artística, resulta un complejo laberinto de métodos, modos, procesos interiores del ente creador, que en muy pocas ocasiones logra ser descifrado de forma cabal. ¿Cómo llega el coreógrafo a concebir su obra? ¿Cómo la trama? ¿Cómo la hace arte?

Jorge Lefebre, el gran coreógrafo santiaguero, confesaba a este cronista que la música estaba en el principio de todo. En muchas ocasiones, llegaba de manera casual, mientras manejaba en la carretera de París a Bélgica, por ejemplo. Entonces se percataba de que allí estaba la base de la obra.


Jorge Lefebre. Foto: Tomada de Internet

Marianela Boán ha dicho pública y reiteradamente que es una creadora que se devora a sí misma en un proceso que denomina autofagia, dado el carácter cambiante y contestatario de su obra.

Víctor Cuéllar afirmaba que, sin una historia que seguir, como en La Celestina, se le hacían difíciles ciertas cosas, aunque no temía a ninguna exigencia coreográfica.

En los anteriores casos, los creadores explican o tratan de entregar los procesos de su creación a quienes se interesan por ellos.

Compositores de danza

La composición de danzas nos llega desde la antigüedad y es el proceso de componer los bailes, llamado coreografía, que es realizado por individuos expertos en tal actividad. Es un modo de saber que se diferencia de ejecutar el baile mismo. Quienes bailan no son necesariamente compositores de danzas o coreógrafos. Acto de carácter creativo, de saber hacer, pero no de manera esquemática; a la vez constituye un oficio bien diferenciado en el ámbito danzario.
La plena conservación de las danzas habría de llegar con un aporte tecnológico: la cámara grabadora y el reproductor de cintas de video. A partir de estos momentos, las cosas en el ámbito coreográfico cambiaron de manera vertiginosa.

El interés del compositor de bailes se halló siempre en la gracia de las combinaciones de pasos, y ello constituía su afán especial. Hasta inicios del siglo XVIII, maestros de baile y coreógrafos no se detuvieron a pensar en la forma de escribir sus danzas y conservarlas para el futuro.

Cuando Beouchamp, Feuvillet y Rameu concibieron la idea de escribir sus coreografías, estuvimos ante una nueva arista: el saber escribir y leer la danza, del mismo modo que se hace con la música. Este sería, en lo adelante, un afán que pasaría por muchos de los grandes maestros de danza; tomaría jerarquía con la metódica de Laban y mucho más desde la llegada de los tiempos digitales, con las versiones de la conocida aplicación digital Laban Writter.

Pero la plena conservación de las danzas habría de llegar con un aporte tecnológico: la cámara grabadora y el reproductor de cintas de video. A partir de estos momentos, las cosas en el ámbito coreográfico cambiaron de manera vertiginosa.


Foto: Archivo La Jiribilla

Resulta curioso que el video mismo va a dar lugar a una nueva arista: el video danza. Cuando el coreógrafo inglés Billy Cowie ofreció el pasado año su exitoso taller sobre el tema, auspiciado por Danza Contemporánea de Cuba y el British Council, estaba sembrando en Cuba la semilla de un nuevo modo de hacer la danza que, por paradoja de la vida, parece poderse identificar como una nueva arista epistemológica, muy cercana a la coreografía o, tal vez, la coreografía misma desde otra visión.

Coreógrafos cubanos
Las dificultades que pueda afrontar una determinada compañía por importante que esta sea, no debe ser confundida con el todo de la danza en la nación.

Cuba es un país pródigo en procrear coreógrafos. A partir de grandes maestros como Alberto Alonso y Ramiro Guerra, la producción coreográfica cubana es digna representante del talento de la danza cubana con ese potencial de bailarines con que contamos. Sin embargo, con frecuencia escucho criterios de insatisfacción al respecto. Y es preciso aclarar que las dificultades que pueda afrontar una determinada compañía por importante que esta sea, no debe ser confundida con el todo de la danza en la nación. Es cierto que las modalidades de coreografiar han cambiado. Los métodos colaborativos y participativos se apoyan en bailarines muy capaces y creativos, pero sin el talento de los coreógrafos no tendríamos los resultados que hoy podemos apreciar. De George Céspedes a Sandra Ramy, de Osnel Delgado a Laura Domingo, contamos con una pléyade de creadores cuya enumeración se haría extensa.


Foto: Archivo La Jiribilla

Poéticas coreográficas

En distintos artículos nos hemos referido al pensamiento poético de varios creadores cubanos: Alicia Alonso, Ramiro Guerra, Marianela Boán, Rosario Cárdenas… Entre los maestros del ISA, Noel Bonilla expone el cuerpo teórico que respalda lo que denomina danza del presentar; y de otros modos es posible identificar las poéticas de coreógrafos y agrupaciones: Sandra Ramy se adscribe a las poéticas performáticas y una fuerte influencia teatral; Lizt Alfonso acomoda su creación a las apetencias del público en un modo de hacer pragmático poco común en Cuba; Miguel Iglesias quiere para Danza Contemporánea una manera de hacer ecléctica y un desplazamiento para sus bailarines que él denomina “gatuno”; George Céspedes busca un arte que disguste al público; en tanto, Carlos Acosta, en su joven proyecto, labora con bailarines de diversas formaciones.

La crítica los identifica, pero, ¿cuenta con el instrumental capaz para descifrar cada poética, no en dos palabras, como estamos haciendo, sino con la profundidad que el caso requiere?

Esa vocación por explicar cada poética es una dicha, aunque no compartamos todo lo que se declara. A veces estamos ante el dilema entre lo deseado y lo posible, pero siempre será un buen inicio para el diálogo en lo que a la coreografía y sus poéticas corresponde, como hacer algo por provocar un gran debate.