Cienfuegos: 80 años de luces y sombras bajo el dominio colonial hispano
22/4/2019
El 22 de abril de 1819 colonos blancos —en su mayoría franceses, de religión católica, procedentes del puerto de Burdeos y bajo el mando de Don Luis De Clouet, un teniente coronel de los Reales Ejércitos de España nacido en New Orleans en el seno de una familia francesa—, inician en los bordes de la bahía de Jagua, bello escenario natural de la costa sur de Cuba, la fundación y trazado de un pueblo que devendría, al conmemorarse el bicentenario de ese acontecimiento, en Patrimonio Cultural de la Humanidad, por constituir el centro histórico urbano de Cienfuegos “excepcional ejemplo de un conjunto arquitectónico representativo de las nuevas ideas de modernidad, higiene y orden, en el planeamiento urbano desarrollado en América Latina” durante la centuria decimonónica.
La fundación de Fernandina de Jagua, nombre de la naciente colonia en 1819, expresa el contrapunteo existente en el seno del grupo de poder metropolitano madrileño, fuertemente entrelazado con la oligarquía criolla cubana, para poblar las deshabitadas tierras de Cuba: unos, los más numerosos dentro de esa elite del rey Fernando VII, siguiendo a Francisco de Arango Parreño y otros ideólogos cubanos, propugnaban la expansión de la plantación azucarera o cafetalera basada en la masiva introducción de esclavos africanos; mientras los otros, en número menor, pero con gran peso en las estructuras de poder de la Isla, entre los que destacaban el Intendente Alejandro Ramírez, el Obispo Espada y el Capitán General José Cienfuegos, defendían la colonización mediante la inmigración blanca en familias para fomentar la pequeña producción agrícola.
En la compleja coyuntura internacional, la balanza pronto se inclina a favor de implementar una política de poblamiento en Cuba con personas de raza blanca, como ocurre en los terrenos en torno a la bahía de Jagua. Todo indica que el Obispo Espada, Ramírez y Cienfuegos no pasaban por alto el temor a una sublevación esclava en las plantaciones esclavistas azucareras y cafetaleras del occidente cubano, cuestión que les servía de pretexto a la metrópoli y sus aliados criollos para fortalecer el sistema defensivo de Cuba. De ahí el interés por la inmigración con familias blancas, sin abandonar totalmente los postulados de Arango y Parreño de expandir la producción de azúcar con mano de obra esclava.
En esos momentos la monarquía absolutista española dependía de las riquezas generadas en Cuba para enfrentar las luchas independentistas que encabezaron Francisco de Miranda, Simón Bolívar y otros próceres en sus antiguas colonias del continente americano. Al gobierno colonial español también le preocupaba la actividad conspirativa del sector de los criollos cubanos que abrazaron las ideas libertarias.
Apenas transcurridos diez años de fundado el poblado portuario, el Rey Fernando VII le otorgó el título de Villa de Cienfuegos. En ese tiempo, hombres de diferentes culturas y oriundez étnica habían arribado desde Francia, New Orleans, la costa este de Estados Unidos, España y otros pueblos de Cuba, para marcar un singular cosmopolitismo en la colonización de la región circundante a la bahía de Jagua.
Cuando se festejaba el título de Villa, muchos de los inmigrantes extranjeros habían desatendido las tierras mercedadas gratuitamente para las labores agrícolas por el gobierno y empezado a reinvertir los capitales acumulados en las más lucrativas actividades del comercio y los servicios del pueblo costero. Por entonces destacan en esos negocios citadinos los franceses Julio Leblanc Bressols, Félix Lanier Langlais, Luis Howard, Antonio Desvernine, Juan Gazel, Cayetano Bayard, Gabriel Texier, Agustín Barrade, Juan Bonneval, Pedro Benet, Luis Merlin, Ramón Chevrefin y Juan Marsillan; los irlandeses Guillermo Carr y Felipe Honery; el belga Carlos Hornay; el norteamericano Guillermo Hood; el inglés George Fowler; el portugués José Homen de Magalhanes; la italiana María Lagomasina; el alemán Juan Agustín Humel; el vasco francés Andrés Dorticós; los catalanes Antonio Tomas, Francisco Gessa, Desiderio Pujada, Mateo Bover y José Cunill; los mallorquines Juan Vives, José Coll y Juan Simo; el vasco Martin Irady; los gallegos Antonio Casales y Pedro Seigedo; los canarios Antonio Casanova Fagundo y Pedro Lorenzo; el granadino Juan Avilés Panage de Russe y el caraqueño Tomás Terry Adams.
Eran tiempos en que habitaban el incipiente pueblo de Cienfuegos más de mil personas y alrededor de un tercio de la población la constituían esclavos africanos o criollos, mientras los considerados “de color libres” alcanzaban algo más de un centenar y estaban dedicados a los oficios de albañiles, carpinteros, sastres y aserradores, con humildes viviendas en las calles periféricas del poblado.
Hacia 1830 la porosidad de la estructura social marca la cotidianidad de la villa de Cienfuegos y los esclavos urbanos tienden a vincularse con el mundo de las personas “de color libres” en el espacio pueblerino, donde gozan de prestigio individuos con propiedades como Pedro Karell, Luis Alderson y Ángela Crespo —nacidos en territorio norteamericano—, junto a los antiguos esclavos africanos Bartolo De Clouet y Carlos Monduy y los pardos criollos Diego González, Tomás Calderón, Lucas Santana y Pedro N. Cigarroa, por solo citar algunos ejemplos. Desde entonces la villa de Cienfuegos se va convirtiendo en crisol de “nuevas identidades criollas de color” y el crecimiento demográfico va creando un tejido social complejo donde la población negra es parte consustancial del día a día de la Villa, en cuyas instalaciones portuarias todavía la exportación de azúcar no alcanza grandes volúmenes debido a las capacidades productivas de la decena de ingenios y trapiches que están moliendo en la zona, uno de los cuales, el Nuestra Señora de Regla, había sido adquirido por Luis De Clouet y Honorato Bouyon, personeros del gobierno español que iban dejando atrás sus compromisos con el proyecto de colonización blanca.
Siguiendo esa misma línea de análisis, todo parece indicar que en la configuración de una identidad regional resultan elementos esenciales, no solo los colonos de piel blanca llegados de Francia y de las ciudades portuarias de la costa norteamericana bañada por el Golfo de México y el Océano Atlántico, sino también los españoles procedentes de la península hispana y el antiguo territorio colonial español independizado en América, a los que debemos agregar los negros y mestizos, libres o esclavos, llegados a territorio de Fernandina de Jagua con los primeros inmigrantes. Por cierto, De Clouet favoreció en esos momentos iniciales de la fundación, el asentamiento de un significativo número de personas provenientes del propio territorio aledaño a la bahía de Jagua y otros lugares de la Isla.
En la década de 1835 a 1845 un inusitado boom azucarero traería la prosperidad económica al territorio y determinaría la creciente importancia de Cienfuegos en el acontecer histórico cubano. El alza momentánea de los precios parece estar relacionada con este salto productivo. La región cienfueguera disfrutaba de magníficas condiciones naturales y abundantes recursos para desarrollar el negocio azucarero, que fue capitalizado por inversionistas trinitarios, villaclareños, habaneros-matanceros y locales, incluidos entre estos últimos, los colonos franceses. Sarria, Acea, Brunet, Iznaga, Entenza, Hidalgo, Sánchez, Suárez del Villar, Abreus, Díaz de Villegas, Jiménez, Suárez Agudín, Hood, Quesada, Casales, Rodríguez Prieto, Bouffartique, Chevrefin y Barrios, son algunos de los apellidos de las personas que fomentan plantaciones azucareras esclavistas durante los años de boom regional. También comerciantes de los mismos lugares participan en la refacción azucarera en Cienfuegos y el suministro de la fuerza de trabajo esclava. Esta última muchas veces introducida de forma ilegal por los negreros habaneros Pedro Martínez, Pedro Blanco y Julián Zulueta y la camagüeyana Carrías y Sobrino, con el apoyo de los comerciantes locales Julio Leblanc, Juan Avilés, Tomás Terry, Agustín Goitisolo, Fowler and Prosper y Font y Tartabull, o los trinitarios Pio Bastida y Apezteguía, Zaldo y Compañía.
Hacia 1866 muelen 108 ingenios y la fuerza de trabajo empleada supera la cifra de diez mil esclavos, de mil coolies chinos, medio centenar de yucatecos y más de quinientos asalariados, de los cuales un tercio eran negros libres. En esos momentos el ferrocarril enlazaba Cienfuegos con Villa Clara y Sagua la Grande, facilitando el trasiego internacional de mercancías. Esclavitud, azúcar y comercio atrajeron nuevos pobladores y cimentaron las fortunas de las familias Terry, Leblanc, Fowler, Acea, Apezteguía, Ponvert, Torriente, Cacicedo, Goitisolo y Castaño. El acendrado esclavismo y el fervoroso integrismo eran las piedras de toque en su actuación política.
Cienfuegos, afincada en el triángulo azúcar-ferrocarril-puerto, arribaba a sus 60 años de vida conectada con el mundo capitalista desarrollado y abierta a profundos intercambios culturales, lo que propició un diálogo entre la tradición y la modernidad, reflejado en las páginas de los periódicos El Fomento y El Telégrafo.
Corrían años en que algunos de los más de 55 000 habitantes de esta jurisdicción sureña comenzaron a impulsar las ideas independentistas basadas en los principios de igualdad jurídica, libertad política y confraternidad étnica. La influencia de las revoluciones de 1848 en Europa y la Guerra de Secesión Norteamericana influyeron en la configuración de un pensamiento más radical, que asumió las ideas liberales antiesclavistas y conceptos acerca de la República como forma de gobierno para una Cuba sin el yugo colonial hispano.
Hacia 1867, año en que se hace más evidente el fracaso de la Junta de Información, la corriente independentista comienza a ganar espacio entre elementos radicales de diversos grupos y clases sociales en la villa portuaria de Cienfuegos. El minoritario sector intelectual de pensamiento liberal independentista, en el que sobresale Antonio Hurtado del Valle, Rafael Fernández del Cueto, Germán Barrios Howard y Carlos Serice Morales, comienza a agruparse y hacer más intensa sus actividades. La Sociedad Filarmónica y la Logia Gran Oriente de Cuba y las Antillas servirán de cobertura a las actividades conspirativas independentistas de Juan Díaz de Villegas, Federico y Adolfo Fernández Cavada, Antonio Hurtado del Valle, Luis de la Maza Arredondo y Félix Bouyon, entre otros hacendados y profesionales de Cienfuegos. El 6 de febrero de 1869 estos patriotas encabezarán el alzamiento independentista de más de tres mil cienfuegueros. Muchos esclavos de los ingenios engrosarían las filas rebeldes. Los independentistas locales estuvieron estrechamente relacionados con la Junta Revolucionaria de Villa Clara y la de Trinidad.
En la cruenta lucha por la independencia morirían casi todos los Jefes insurrectos cienfuegueros y emergerían figuras de las clases humildes que paulatinamente ascendieron a los escalones de mando del Ejército Libertador, como el Brigadier General José González Guerra, muerto el 25 de febrero de 1875, y el coronel mestizo Cecilio González Blanco. Este último seguidor de la Protesta de Baraguá y muerto en la Guerra Chiquita.
En el campo insurrecto cienfueguero, los aspectos de la cultura de raíz hispana que venía interactuando no solo con lo europeo, lo africano y lo asiático para configurar la nacionalidad cubana en un complejo proceso de mestizaje, encuentran un nuevo crisol asentado en principios democráticos de confraternidad racial, igualdad jurídica y libertad política. Los efectos de la contienda libertadora, unido a la labor legal de los propios esclavos para alcanzar la libertad, erosionaron los cimientos del régimen esclavista y provocaron que el proceso de erradicación del trabajo forzado fuera irreversible al finalizar la década de los 70.
Cuando corrían los años 80, la implantación de centrales azucareros operados por obreros asalariados transcurrió de forma vertiginosa en la región cienfueguera. La cifra de centrales en producción llega a 13 en 1888. Cubanos, canarios, gallegos y otros inmigrantes hispanos, cuadrillas de chinos, antiguos esclavos y sus descendientes, integran una multiétnica fuerza de trabajo a la que se unen en tiempo de zafra azucarera los técnicos norteamericanos y europeos. Hacia 1888 la población de la región cienfueguera llegó a 85 866 habitantes y exhibía la tasa de crecimiento poblacional más alta de Las Villas, tendencia que se mantiene hasta fines del siglo XIX. Por esos años la urbe de Cienfuegos ostenta el título de Ciudad y a los nuevos edificios de códigos neoclásicos se les han ido adicionando elementos que anuncian un cierto eclecticismo en las nuevas edificaciones.
El Teatro Terry emerge como joya de la cultura cienfueguera y posibilitó el impulso de diversas prácticas artísticas, literarias y culturales en las capas blancas de la urbe. La presencia de sociedades de color y asiáticas en la estratificada sociedad cienfueguera favorecerá el desarrollo de expresiones culturales de raíz popular marginadas por los criterios elitistas de “civilización”. En la fusión e intercambio de lo hispano y lo francés con lo criollo, africano, norteamericano, europeo y chino, se reafirmará aún más esa suerte de sentimiento de pertenencia al terruño natal afincado en un ideal libertario de raigambre cosmopolita.
Corrían años en que las prédicas revolucionarias de José Martí encontraban gran acogida en la región cienfueguera. Integrando la conspiración independentista estuvieron los veteranos del 68: Rafael Cabrera López, José González Planas, Antonio Machado y Juan B. Castellanos, entre otros. Igualmente, respalda la labor martiana, la nueva generación de Alfredo Rego, Antonio Reguera y Juan López del Campillo, por solo citar algunos. Son estos patriotas los protagonistas de los alzamientos en la Guerra de 1895 y la conformación de la Brigada de Cienfuegos del Ejército Libertador, muchos de cuyos integrantes acompañarían a Gómez y Maceo en la invasión a Occidente después de la batalla de Mal Tiempo. La vida cotidiana en el campo insurrecto, donde prevaleció la idea martiana “con todos y para el bien de todos”, borró las fronteras raciales y clasistas de la sociedad colonial dando otra perspectiva, dimensión y sabor al ajiaco —como lo calificara Fernando Ortiz— que iba configurando la patria, la nacionalidad y la nación cubana.
En la divisoria de los siglos XIX y XX la elite adinerada hispano-cubana de Cienfuegos consolidó vínculos con los círculos de poder en España, Francia y Estados Unidos. Eso facilitó el funcionamiento del Gobierno de Ocupación Norteamericana desde inicios de 1899 en Cienfuegos, donde confluían numerosas tropas españolas, norteamericanas y de la brigada sureña del Ejército Libertador. Las autoridades de ocupación norteamericana impidieron la entrada en la ciudad de la Brigada de Cienfuegos de las fuerzas mambisas. Luego de la salida por el puerto cienfueguero del último soldado colonialista español en América, el 24 de febrero de 1899, los soldados independentistas pudieron entrar en la ciudad. La prensa consideró el recibimiento a los libertadores como el más impresionante y masivo de la historia local. En esas circunstancias de marcado intervencionismo del gobierno norteamericano, los veteranos independentistas se convirtieron en paradigmas del nacionalismo patriótico y antimperialista de los cienfuegueros, cuyo poderoso sentimiento patriótico, rebelde y democrático alcanzaría expresión pública en los meses venideros para demostrar que el pueblo de la región solo aceptaría la instauración de la República Independiente en Cuba.