Ciencias sociales, cine y sociedad cubana: apuntes vitales
2/9/2016
I
La primera gran epopeya de la obra cultural de la Revolución cubana fue el destierro del analfabetismo en la Isla. Secundaron a esta proeza del año 1961, el acceso universal y gratuito a todos los niveles de educación, una de las medulares políticas del estado socialista; la masificación de la enseñanza técnico-profesional, insuficiente en el período prerrevolucionario, y la multiplicación de las universidades por todo el país, muchas de ellas afincadas en las serranías de la nación.
Con la creación de la Imprenta Nacional de Cuba se construyeron las bases materiales para un nuevo peldaño de la ofensiva cultural de la joven Revolución. Casa de las Américas y el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos desarrollaron en estas primeras décadas de socialización nexos referenciales con la intelectualidad artística y literaria nacional e internacional.
Constituyó una plataforma impostergable para el desarrollo de la sociedad socialista la creación del Ministerio de Cultura, fundado por el intelectual Armando Hart, pues se imponía edificar la política cultural de la nación. Interconectado con los Institutos y Consejos, todo el sistema caló, junto a la UNEAC y la AHS, en los cimientos de la Isla.
El anclaje de bibliotecas, casas de cultura, cines, librerías, galerías de arte en todas las provincias y municipios del país completó un pensado empeño de socialización del arte y el pensamiento. Las escuelas de enseñanza artística (de nivel medio y superior), presentes en todas las regiones de nuestra Isla, tributaron formación cualificada a cientos de jóvenes. Los egresados de estas academias fortalecieron el andamiaje cultural en todos los estratos sociales.
II
Muchos son los datos y argumentos que podrían fotografiar en primer plano las dimensiones de esta obra social, definitivamente histórica. Sin embargo, amerita particularizar un acontecimiento que se ha afianzado en la sociedad cubana, la práctica de la lectura.
Dos de los grandes ejes que contribuyeron a este logro fueron el precio asequible de los libros y las voluminosas tiradas que caracterizaron aquellas primeras décadas de desarrollo instructivo, más la creación de una biblioteca en cada municipio, así como en todos los centros de enseñanza general.
El diseño de una estrategia de comunicación cultural, estética e ideológica, que apunta hacia la jerarquización de los valores literarios, los contenidos de los libros y a sus autores, rompió con las prácticas pseudoculturales imperantes antes de 1959, una experiencia cuyo momento climático es la Feria Internacional del Libro de La Habana, extendida a todo el país.
Entroncada con la política de la Revolución cubana, coexiste una sólida red de editoriales responsables de materializar este esfuerzo, ante los desafíos de las instituciones y asociaciones de las que son parte vital. Todas ellas tienen un permanente reto: edificar una sociedad culta, comprometida, solidaria, de profundos valores humanistas.
Casas editoriales como la de Ciencias Sociales, Arte y Literatura, José Martí, Letras Cubanas, Ediciones Unión, Capitán San Luis, Pablo de la Torriente, Ediciones ICAIC, Oriente, Editora Política y muchas otras, desarrollan una labor socializadora en cada entrega de libros, fortalecida también por las editoriales de las provincias.
Se impone significar una problemática en torno a este tema. En los últimos años ha disminuido significativamente el número de ejemplares que se imprime por títulos, en relación con otros períodos, debido a la situación económica del país. Este decrecimiento está condicionado también por el deterioro de la industria poligráfica nacional, que no cuenta con todas las condiciones tecnológicas y de insumos para hacer frente a las demandas productivas de las editoriales cubanas.
Un dato mayor, de gran contundencia social, pesa en las coordenadas ciencias sociales-cine-sociedad. En 50 años de Revolución Cultural se han publicado en nuestro país más de 80 mil títulos, de los cuales más de 57 mil son de autores cubanos.
Este no un simple valor estadístico, un número puesto para cubrir líneas horizontales y verticales llevadas a programas informáticos, muchas veces fríos, inocuos, insuficientes para entender el calado y las esencias de sus “ocultos logaritmos”. En los vértices de este demoledor dato numérico, habita el simbolismo de la obra de los intelectuales cubanos que han edificado historias, narrativas, poéticas, ideas, valores y principios.
Son un tesoro de conocimiento acumulado que reposa en las baldas de las bibliotecas públicas, institucionales y familiares, que amerita ser redimensionado en dos primeras líneas de trabajo: la presencia de los autores en los medios de comunicación y la creación de audiovisuales basados en esos contenidos.
III
¿Cómo socializar el conocimiento de los intelectuales cubanos ante el reiterado reto de una ofensiva globalizadora venida de las políticas subversivas del gobierno de los Estados Unidos y de Occidente?
Sobre este tema se han desarrollado lúcidos enfoques venidos de nuestros pensadores sociales que apuntan hacia una participación activa y comprometida de estos protagonistas de la Revolución, imprescindibles constructores de la obra cultural cubana.
Las esencias de sus análisis están dirigidos a ser parte vital de la construcción de un revolucionario arsenal ideoestético ante los desafíos de un nuevo período de nuestra historia, cuyo antes y después es el restablecimiento de relaciones con los EE.UU. y el declarado empeño del gobierno de ese país de subvertir el curso socialista y martiano de Cuba. Asistimos a una era erigida con renovados y sinuosos andamiajes fabricados para desarrollar una escalada ideológica (de nueva generación).
Sobre el escenario de nuestras ciencias sociales y sus condiciones actuales, el intelectual cubano Fernando Martínez Heredia subraya:
“Contamos con mayor cantidad que nunca de especialistas calificados, cientos de monografías muy valiosas, centros de investigación y docentes muy experimentados, y un gran número de profesionales con voluntad de actuar como científicos sociales conscientes y enfrentar los desafíos tremendos que están ante nosotros. Pero son minorías respecto al ámbito general de las actividades dedicadas a los conocimientos sociales o relacionados con ellos, y tienen una incidencia realmente limitada en ese ámbito y en la sociedad” [1].
Algunos pilotes referenciales sobre este asunto en el país son el Centro de Investigación Cultural Juan Marinello, las revistas Temas, Casa y La Gaceta de Cuba, la colección Pensar a Contracorriente, de la Editorial de Ciencias Sociales, o el espacio mensual Dialogar dialogar, organizado mensualmente por la Asociación Hermanos Saíz.
Desde esta línea argumental, el ICAIC, con la Videoteca Contracorriente, materializó una voluminosa colección de diálogos que supera los 190 capítulos. Así ha quedado impresa en cine digital la sabia de notables intelectuales cubanos y de otras regiones en una biblioteca fílmica que atesora descollantes contribuciones al pensamiento progresista y revolucionario de la última década en plena era global. Pero es preciso subrayar un dato, más de la mitad de los entrevistados de esta colección no son cubanos.
Muchos de estos documentales son de obligada lectura por la trascendencia de sus contenidos, la vigencia de sus abordajes y la riqueza de sus enfoques. Sin embargo, en no pocas entregas, se ha logrado la exigida factura de realización frente a un lector multimedia permeado por los síndromes del discurso global. La estética de las nuevas tecnologías aplasta los argumentos, el esencial contenido, el hecho histórico o la ilustrada palabra.
Desde una mirada hacia nuestros medios de comunicación es un gusto contar, cada domingo, con las columnas de la ensayista Graziella Pogollotti y el escritor Ciro Bianchi, bajo el abrigo de Juventud Rebelde. En Cubadebate se impone leer al intelectual Luis Toledo Sande, al economista José Luis Rodríguez o a los historiadores René Barrios y Elier Ramírez Cañedo, por citar solo unos pocos de los que más “busco” en la columna de opinión del sitio.
Pero la citada suma de pensadores, y algunos otros que no he nombrado, no se corresponde con el inmenso arsenal intelectual construido por la Revolución cultural de la Isla, edificada a contracorriente: orgullosos disidentes del pensamiento global reaccionario, este último conceptualizado como una estela ondular unificadora de ideologías y culturales que anula lo genuino de cada país, lo que distingue a cada nación.
Nuestros medios de comunicación digitales han de incluir en sus páginas nuevos rostros, nuevas letras. Urge sumar a estas plataformas, cada vez más tenidas en cuenta, textos de opinión y análisis de otros autores a través de columnas diarias, cuyos temas trasciendan lo político. La cultura, la historia, la filosofía, la economía, lo relacionado con la sociología, la sicología o los urgentes asuntos medioambientales, también podrían ser abordados para construir cromatismos al servicio de nuestra obra revolucionaria.
Sólidas plazas a tener en cuenta para la materialización de esta idea son el Centro de Estudios Martianos, el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, el Centro de Investigación Psicológicas y Sociológicas, el Instituto de Historia de Cuba, la Fundación Fernando Ortiz, el Centro de Estudio sobre la Juventud o los variados centros de investigación adscritos a la universidades, por mentar unos pocos de manera representativa, erigidos como centros de pensamiento en permanente labor intelectual.
IV
La Oficina Nacional de Estadísticas e Información de la República de Cuba en su anuario sobre 2015 aporta un dato, todavía insuficiente, pero claramente relevante ante el desafío de la socialización de las ideas. Para el cierre de ese año, 3 millones 912 mil 600 usuarios disponían de acceso a internet [2], una cifra que se incrementará en el 2016 con otras modalidades de conectividad y servicio materializadas de manera gradual. Este dato no entra en contradicción ni desconoce la lentitud y precariedad del acceso a las fuentes que pululan en el ciberespacio, un escenario global de influencias, donde debemos contribuir a la socialización de los argumentos, las lúcidas ideas.
V
Enfocadas hacia los jóvenes y adolescentes, nuestras publicaciones digitales generalistas nacionales y provinciales han de incorporar textos de otros muchos pensadores cubanos como parte de esa gran estrategia de seguir construyendo una sociedad culta, comprometida, solidaria, de profundos valores humanistas.
Ellos aportarán riqueza literaria y periodística a nuestras publicaciones, necesaria también para los que ejercemos el periodismo. Sus artículos pueden profundizar en los más diversos asuntos de la sociedad cubana y las dinámicas que establece la globalización. Estos nichos digitales contribuirían también a enriquecer y multiplicar las identidades de nuestros intelectuales y la grandeza de su labor, como esenciales pensadores de una nación genuina, revolucionaria, soberana. Una idea necesaria frente a las prácticas nocivas y mediocres de establecer en nuestra sociedad otros íconos ajenos a los pilares de la nación.
VI
Ese cromatismo intelectual multiplicado en los medios de comunicación también es muy útil para el cometido del cine cubano. Al edificar graduales identidades, requeridos temas y puntos de vista abordados por nuestros pensadores, los adolescentes y jóvenes tendrán la oportunidad de incorporar el requerido arsenal de argumentos a sus prácticas sociales. Construir un pensamiento cubano requiere de constancia, jerarquía, significados, graduales listones temáticos.
A nuestro cine y al audiovisual le asiste entonces la labor de profundizar, de erigir códigos, sólidos relatos y necesarias iconografías. Todo ello ante la obvia virtud de poder multiplicarse en la pantalla televisiva, en los escenarios digitales y en los espacios culturales y de pensamiento de nuestra Isla, naturales receptores de obras de esta naturaleza.
He comentado en este texto sobre la Videoteca Contracorriente del ICAIC y su gran acierto por lo producido. Se impone, no obstante, materializar otras entregas desde todos los géneros con la participación de varias generaciones de creadores, incluidos los egresados y estudiantes de la Facultad de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte (Universidad de las Artes de Cuba), quienes han ser parte de estos proyectos más allá de las prácticas académicas.
Series, documentales, obras de ficción y multimedia constituyen ese diapasón de entregas donde el caudal de pensamiento cubano ha de morar en intencionadas realizaciones y tiempos en pantalla concienzudamente programados. Estas obras han de ser acompañadas por los medios de comunicación para potenciar dichos productos, trascendentes también desde el punto de vista cultural, ideológico, ético, educativo, y no solo estético.
No solo los cineastas han de ser los protagonistas de estas líneas de realización. Directores de arte, sociólogos, musicólogos, realizadores y diseñadores digitales, historiadores, estudiosos de la cultura y la sociedad cubana, no siempre incluidos en las apuestas cinematográficas (por abaratar costes de producción), son necesarios para enriquecer los contenidos y las estructuras narrativas de cada obra terminada.
Este sueño es un asunto de muchos y ha de verse, como dice un amigo, desde una perspectiva integradora. Subestimar la ofensiva mediática a la que asistimos o pretender contrarrestarla con soluciones trilladas, endebles guiones o mediocres soluciones estéticas, es apostar por esfuerzos baldíos. Volvamos entonces a la obra de nuestros intelectuales, los que han edificado por más de 57 años de Revolución, un arsenal de ideas impresas en más de 57 mil títulos publicados.
2. http://www.one.cu/aec2015/17%20Tecnologias%20de%20la%20Informacion.pdf