El gran reto de octubre de 2022 puede ser el balotaje del día 30. Pienso que no solo para Brasil, sino en el camino de construcción de una América verdaderamente Nuestra, como la querían Bolívar y Martí. La victoria de Lula en la primera vuelta de las presidenciales de Brasil no fue una sorpresa. Aun si no se puede decir que justifique alegría completa para las mayorías que lo votaron, motivadas por las esperanzas que dieron algunos de los últimos sondeos, los cuales vaticinaban que podría alcanzar de una vez la mitad más uno de los votos requerida para ser elegido. Pero de todos modos el 48 % había sido el estimado más constante, y así lo ratificó el conteo final.

El gran reto de octubre de 2022 puede ser el balotaje del día 30. Imagen: Tomada de La Ventana

Lo excepcional en esta vuelta ―contradiciendo pronósticos― fue el éxito experimentado por Bolsonaro en la derrota, con un 43 %, muy por encima de todos los vaticinios de las encuestadoras, que lo estimaron cerca del 37 %. Su cacareada desconfianza en el dispositivo electoral pareció esfumarse al sentir que se revitalizaban sus esperanzas para la pulsada del domingo final de octubre, pero reaparecerá seguramente en la medida en que los pronósticos vuelvan a serle desfavorables. Las instituciones de la derecha brasileña cuentan con casi un mes de campaña, que en su caso vale decir de maniobras desde las oligarquías locales que mayor refinamiento han demostrado en la manipulación del lawfare en nuestra América.

También resalta en las elecciones del día 2 la mayoría asegurada por las derechas en la Cámara de Diputados y el Senado, así como de los gobiernos de Sao Paulo, Río de Janeiro, Minas Gerais y otros estados. Esto podría tener alguna incidencia en la segunda vuelta; será sobre todo un contrapeso importante para Lula, de regresar a la presidencia. Pero ese no es el tema de hoy.

Se hizo evidente en la primera etapa de la campaña de Bolsonaro el montaje calumnioso del turbio proceso judicial a que fuera sometido su contrincante, utilizado como antecedente en su contra, además de cargar a la cuenta de los gobiernos del PT los desastres propios. Calumnia además a Lula voceando que pretende cerrar templos y otras mentiras que pudieran restarle votos en una población de religiosidad tan generalizada. A la vez se percibieron, paradójicamente, en su discurso de campaña, pasajes de tono populista y flexibilidades totalmente ajenas a la estela de intransigencia que deja su mandato. Mi memoria no retiene conducta más fraudulenta y escandalosa que la de este mandatario que hoy trata de ser reelecto. Y que logra, sin embargo, acreditarse con el sostén de 51 millones de brasileños para la contienda definitiva.

No quiero llegar aquí a vaticinio de tipo alguno, pero no puedo pasar por alto que Bolsonaro, que ya sabíamos contaba con la oligarquía, el lawfare y las fuerzas armadas y policiales, también cuenta con 51 millones de votantes. Y que gran parte de este apoyo se inspira en el fundamentalismo protestante…

Bolsonaro se apoderó de los colores de la bandera de Brasil como instrumento de propaganda, apareciendo llamativamente vestido con una camiseta amarilla, con la cual le vimos acudir a las urnas en el marco de una explosión de exhibicionismo mediático. Es un claro algoritmo de marketing hacer de esta vestimenta un emblema del “bolsonarismo”. Del civil, precisaría yo, porque el “bolsonarismo” militar permanece uniformado, esperando en los cuarteles. El grito de guerra que todos le oímos, al final de los resultados de la primera vuelta, fue “el pueblo armado jamás será vencido”. Este trastrueco grosero de la legítima consigna “el pueblo unido jamás será vencido”, presagia, sin pudor alguno, el llamado hecho por Donald Trump a sus seguidores que tomaron por la fuerza el Capitolio de los Estados Unidos como repudio a la derrota en las urnas hace solo dos años.

No quiero llegar aquí a vaticinio de tipo alguno, pero no puedo pasar por alto que Bolsonaro, que ya sabíamos contaba con la oligarquía, el lawfare y las fuerzas armadas y policiales, también cuenta con 51 millones de votantes. Y que gran parte de este apoyo se inspira en el fundamentalismo protestante, tan extendido en Brasil, el cual jugó un papel de reconocida importancia en su arribo a la presidencia en 2019, tras ser bautizado el candidato, con gran divulgación por la prensa, en una de las sectas locales. Sin dudas una conversión muy provechosa.

A pesar de todas estas prevenciones, el candidato que se aproxima con perfil ganador a la segunda vuelta es Luiz Inácio (Lula) da Silva, con el caudal de una ventaja de seis millones de votos en la primera, incuestionable ventaja, aun si fue bastante menor que la pronosticada.

A pesar de todas estas prevenciones, el candidato que se aproxima con perfil ganador a la segunda vuelta es Luiz Inácio (Lula) da Silva, con el caudal de una ventaja de seis millones de votos en la primera, incuestionable ventaja, aun si fue bastante menor que la pronosticada. De los demás candidatos que contendieron ―once en total― Simone Tebet y Ciro Gómez, quienes ocuparon los lugares tercero y cuarto, respectivamente, con algo más del 7 % de los sufragios, hicieron público de inmediato su apoyo a Lula en el balotaje. Aunque ninguno de los siete candidatos restantes reportó más del 1 % es de esperar que sean muy pocos quienes se quieran ver alineados en la recta final al desprestigiado presidente actual. Aunque estos apoyos no se traducen en una suma aritmética, deben aportar, en buena ley, el margen holgado de completamiento de la mayoría necesaria para la victoria de Lula.

Como nota curiosa, entre los primeros respaldos recibidos para el balotaje, cabe destacar la declaración del nonagenario Fernando Henrique Cardoso, tras una indefinición relativamente prolongada dentro del escenario político. Dos décadas después de brillar en la izquierda académica latinoamericana de finales de los sesenta como uno de los “teóricos de la dependencia”, Cardoso emprendió la carrera política que le condujo a la presidencia de Brasil. Se le recuerda ―en sentido contrario de su estela temprana― por su papel en la consolidación del modelo neoliberal, bajo el cual la economía brasileña alcanzó su actual dimensión, y la modernidad capitalista correspondiente. Con todos sus males, tal vez habría que añadir, para no olvidar, que el crecimiento económico por sí solo no se traduce en bienestar. Pero, de todos modos, es Fernando quien ahora hace público que tampoco para él sería plausible optar por otro mandato de Bolsonaro.

La puja final por la jefatura del Estado recién ha comenzado. Con una valiosa ventaja ―cuantitativa y cualitativa― para Lula, pero, inevitablemente, con espacios visibles para los trucos y manejos de los que el mandatario en funciones ha sabido hacer gala sin recato hasta nuestros días. De modo que la victoria que no se logró sellar el 2 de octubre, convertirá en definitorio para Brasil el desafío de las urnas del día 30.

Tomado de La Ventana