Antonio Maceo frente al autonomismo
Es real que ninguna figura del independentismo cubano descolló tanto como Martí en la comprensión del fenómeno autonomista. No hubo quien lo combatiera con tanta recurrencia e intensidad, ni quien lo enfrentara con tanto sentido de la táctica y la estrategia política en pos de la causa revolucionaria y de la República que quería fundar y construir. Pero no sólo José Martí, sino también otras relevantes figuras del independentismo cubano y los que acariciaban el mismo ideal, tanto en la manigua como en la emigración, fueron también protagonistas del encarnizado enfrentamiento entre el independentismo y el autonomismo, que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX.
Antonio Maceo, como representante de los sectores populares, adoptó una posición contraria, pero a la vez estratégica desde el punto de vista político, con respecto a los autonomistas. Ya desde la histórica protesta de Baraguá, había dejado claro cuál era su parecer respecto a cualquier paliativo que no significase la independencia absoluta. Conocía la contumacia del gobierno español y no se detendría a suplicar ningún tipo de limosna a la Metrópoli. Para él solo había un camino para Cuba, luchar con denuedo por su definitiva constitución histórica con las armas empuñadas; así lo dejó plasmado años después en una de sus cartas al coronel Federico Pérez Carbó: (…) “De España jamás esperé nada; siempre nos ha despreciado, y sería indigno que se pensase en otra cosa. La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide, mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos (…).”[1]
También en unas de sus misivas dirigida a Arcadio Leyte Vidal, criticó a los que con candidez aguardaban las ansiadas reformas, quedando “desengañados al ver el largo tiempo transcurrido sin haber obtenido nada absolutamente…. ”[2]
Pero Maceo, al igual que Martí, anidó el criterio de consentir a los autonomistas que decidieran unirse al torrente revolucionario, pues por encima de los sinsabores existentes, eran por igual cubanos que sufrían la explotación colonial. Asimismo, acarició la idea de que muchos de ellos eran de vital importancia para la causa independentista por sus virtudes intelectuales y patriotismo, y hasta en su momento confió en que con el paso del tiempo estarían unidos, junto a él, en las filas emancipadoras. Ya en 1883, en una carta dirigida el 16 de diciembre a Fernando Figueredo Socarrás, había lanzado la siguiente interrogante: “¿No podemos envolver a los autonomistas en nuestros principios de independencia? ¿No habrá medio de lanzarlos a la lucha armada?”[3]
De la misma forma, tres años más tarde, Maceo hizo énfasis en que los revolucionarios debían, para bien de la causa común, asegurar la incorporación a las filas independentistas de los autonomistas y que había que dar “tiempo al tiempo”, sin ser “impacientes en la espera”, pues “ningún cubano” era “español de corazón”. Resaltaba que entre los autonomistas había “hombres de ciencia, saber y cultura; muchos con probidad y virtuosas dotes de patriotismo” que probarían “más y más llegada la hora feliz” de la “lucha redentora”.[4]
A similitud de los criterios del Apóstol, Maceo sostuvo que el Partido Autonomista debía su existencia a la revolución independentista, al respecto señalaba: “Ellos deben su existencia política al Partido Independiente y se sostienen a nuestro calor… ¿Qué sería del Partido Autonomista, si no existiera el nuestro?”[5]
Sin embargo, una de las diferencias entre Martí y Maceo radicó en el nivel de comprensión sobre el problema autonomista. Al inicio, el Titán erró al pensar que los autonomistas, al igual que los revolucionarios, querían la independencia, así lo manifestó en su carta a José A. Rodríguez[6] el 1ro. de noviembre de 1886:
…pero entendieron que era necesario recoger nuestra bandera, enterrada en el Zanjón, y no siendo ellos de armas tomar, adoptaron ese medio, con la perspectiva de una nueva contienda, creyéndola segura, para sostener en jaque a nuestros contrarios… (…)
…, quieren, como nosotros la independencia de Cuba, y ansían el triunfo de nuestra revolución y aman las libertades patrias (…).[7]
No obstante, en la misma carta se percibe que Maceo aprecia con claridad la inviabilidad de la solución autonómica para la realidad imperante en la Isla, donde sus ilusos exponentes se encontraban “rodeados de bayonetas e inconvenientes”,[8] sin optar por la insurrección armada, único remedio verdadero en dicha coyuntura.
Igualmente señalaba en la misiva, que antes de que los autonomistas se unieran a las filas irredentistas era probable la repetición, por miedo a España, de su actitud contraria a la revolución, como la habían hecho en 1879. En esto no se equivocó, pues esa fue la actitud de los autonomistas frente a los distintos intentos redentores que se produjeron durante la Tregua Fecunda, así como en el transcurso de la Guerra Necesaria que se inició en 1895.
Maceo transitó hacia una posición menos flexible en relación a los autonomistas, al comprobar que estos no deponían su actitud antirrevolucionaria, y su proespañolismo se hacía cada vez más lacerante. De esta forma, enérgico como solía serlo, no escatimó, llegado el momento, fuerzas para combatir el autonomismo, y manifestó que este se encontraba plagado de servidumbre colonial. A sus miembros los calificó de contrarios a lo “…proclamado en Yara, a nuestro decoro, antecedentes y necesidades públicas”.[9]
La radicalidad de Maceo frente a esta corriente se hizo visible de nuevo el 19 de mayo de 1894, en una carta dirigida a su abogado en Cuba y antiguo independentista Antonio Zambrana,[10] donde le comunicó su terminación ante la representación de sus pequeños intereses en la Isla, entre otras cuestiones, por haberse unido a los autonomistas: “Circunstancia que espero ponga fuera de duda pública mi decoro personal y la dignidad cubana, mancillada ésta por esos tránsfugas de nuestra causa”.[11]
Ya de nuevo en los campos de Cuba, después de una larga espera, Maceo, ducho en las ya manidas intenciones de doblegar a los mambises con promesas de reformistas, ordenó a José Miró Argenter, Jefe de su Estado Mayor General, el 21 de abril de 1895:
…. tengo noticias de que el general Martínez Campos piensa poner en juego toda la astucia de que dispone a maravillas, para entablar conferencias con el propósito de llevarnos al denigrante contubernio de un nuevo Zanjón manchando así, ante el juicio sereno de la Historia, la honradez de los buenos patriotas y los esfuerzos supremos por la santa causa de la independencia cubana; y como quiera que debemos estar prevenidos ante tales intenciones, por extremo bochornosas si las aceptáramos he juzgado conveniente manifestarle que, según orden que ya debe obrar en su poder, sea ahorcado todo emisario del gobierno, peninsular o cubano, que se presente con proposiciones de paz…; que nuestro lema es la independencia o la muerte: yo asumo toda la responsabilidad histórica de la orden dictada.[12]