Me ocupa un poeta que sabía que “el árbol sube y cae al mismo tiempo, / pero para nuestros ojos / este doble movimiento es uno solo”.[1] Es Luis Marré, en cuya poesía encontramos el implacable paso del tiempo que se traduce a la vez en los vestigios y en la fuerza vibrante de la vida, o el peso de vivir sin albergar conciencia de ella: “El ardor de la vida fugaz”, para recordar a Montale:
Hoy
¡Qué dura y cierta esta luz del día!
Lejos de mí he vivido,
tan lejos
que ni siquiera sé quién soy yo mismo.
¡Ay, qué triste palpar estas cenizas
y no saber si alguna vez ardimos.[2]
Es algo así como experimentar la fuerza vibrante de la vida y a la vez su finitud, pues cultiva una poesía que avanza entre la luz y la ceniza, conociendo los peligros, “las estaciones” del fuego:
Los ojos
Los ojos en el fresco
quiero abrir, romper el vaho
de estos sueños, mirar por un instante
las cosas bajo el orden y la luz increíbles
del otro sueño, la realidad,
sueño de
Aquel Que nos Sueña,
Y en su momento sorprender la llama
de mi acabamiento.
Sólo
quiero, en fin, un instante lúcido
y entre tanto ardimiento, abrir
los ojos en el fresco.[3]
Son los lazos fuertes entre la muerte y la vida en los que se detiene una y otra vez, que fluyen sin perseguirlos, como agua que corre. Pues, sobre la herencia de los padres, aparece bordada la infinita pasión adolescente. Véase en este sentido su poema “La ventana”, verdaderamente antológico dentro de su poesía, o “Maisí”.[4] Todo se torna en apresar un instante de misterio —pues son sus franjas los caminos de comunicación e incomunicación entre los seres humanos—, en auscultar al universo a través de lo que descubre que “El tiempo y el espacio están sembrados de la ruina de un espejo inmenso.”[5] Del momento de la inspiración nos deja ver su espíritu irruptivo, al tiempo que fugaz, su gracia para la canción —pues supo conjugar la herencia clásica con los aires renovadores de la vanguardia—, para la elegía, con las que puede evocar sucesos heroicos que nos hizo vivir la Revolución, o algún entrañable afecto familiar.[6] Hay elegías y también tono elegíaco en esta poesía despojada y límpida, con regusto de romance español, y que hace gala de un conversacionalismo sutil permeado de lirismo:
Viento de cuaresma
Recuerdo el patio grande de tu casa
todo de orégano sembrado
el pozo
bordeado
de girasoles
enanos
y los arbustos de acerola con
las frutillas pudriéndose debajo
y recuerdo que un día
nos sorprendieron cuando
tú me enseñabas aquel juego
tan grato
No fue tu hermana quien se fue de lengua
sino el orégano que huele tanto
Nos pegaron con ramas deshojadas
¡qué olor amargo!
Perdona estos recuerdos
Ha tenido
la culpa el viento
trajo
olor
a patio
de orégano
y girasoles enanos
No fue tu hermana quien se fue de lengua
sino el orégano que huele tanto.[7]
“Del momento de la inspiración nos deja ver su espíritu irruptivo, al tiempo que fugaz, su gracia para la canción —pues supo conjugar la herencia clásica con los aires renovadores de la vanguardia—, para la elegía, con las que puede evocar sucesos heroicos que nos hizo vivir la Revolución, o algún entrañable afecto familiar”.
Hay varias piezas conversacionales que hacen gala de una originalidad y efectividad literarias asombrosas. Pues “algo de crónica hay también en las creaciones de Luis Marré, de relatar los avatares de un sujeto lírico ceñido a la humildad antipoética”, “[…]se magnifica la existencia del ciudadano común por encima de las genialidades y destellos arquetípicos: estar vivo y saber cómo estarlo era el acto poético supremo”:[8]
Ruta 5
(Guanabacoa–Luyanó)
Lo que llevo en esta jaba Un trozo de vidrio color acqua Una versión francesa de los poemas de Dylan Thomas Un pomo de leche de vaca Una barra de pan Varias ramas de hierbabuena Unos Prolegómenos para una Estética Marxista Una libreta de anotaciones y un mazo de cebollinos Los olores de la hierbabuena el pan y los cebollinos hicieron que aquella muchacha cambiara de asiento Ahora está componiéndose el blusón sobre el vientre abultado Soy un hombre raro[9]
Pero disfruto más cuando me muestra la vida humana trasmutada en las cosas. Los objetos, los objetos confundidos con la vida humana, o realzados unos por la otra cuando, con perfecto gusto por el giro oral, recoge aquella línea: “la sangre no recuerda, amigo”.
Notas:
[1] – Versos de José Watanabe.
[2] – Luis Marré. Antología mínima. Colección Sur editores, La Habana, 2013, p. 7
[3]– Luis Marré. Ob. cit., p. 13.
[4]– Luis Marré refería que un crítico le dijo que en su obra no había poemas antológicos. Se equivocaba el aludido. Junto a los ya citados en este acercamiento pueden mencionarse “Viento de cuaresma”, “Intemperie” y “El Faro de Maisí”. Véase “Lecturas de Luis Marré en Luis Marré”. Ob. cit., p. 6.
[5]– Luis Marré. “Las imágenes”, Ob. cit., p. 22.
[6] – Véase el poema “Mi hermano muerto vuelve en sueños”. Ob. cit., p. 6.
[7] Luis Marré. Ob. cit., p. 48. “Se presenta un poeta que mira hacia el campo, pero desde la ciudad; se conserva el ambiente citadino, aunque en Luis Marré no hay una dicotomía, una completa separación entre ambientes rurales, semirrurales o de plena ciudad”. Virgilio López Lemus. “La generación de los años cincuenta en la Revolución” en Historia de la Literatura Cubana, t. III, Instituto de Literatura y Lingüística. Editorial Letras Cubanas, 2008, p. 113.
[8] – Ricardo Riverón. “Luis Marré: los poemas en el fresco”. Portal Cubaliteraria, 13 de mayo de 2019.
[9] Luis Marré. Ob. cit., p. 34. Véase también el poema “Canción rusa de los 70”, p. 70.