¿Réquiem por una galería?

Maikel José Rodríguez Calviño
3/10/2018

En octubre de 1963, La Habana acogió el VII Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), el primero realizado en América. Por tal motivo, se realizaron un conjunto de acciones urbanas encaminadas a enriquecer la imagen de La Rampa, una de las arterias más importantes de la urbe capitalina.

Calle La Rampa. Foto: Internet
 

Entre esas iniciativas contaron la transformación de la Funeraria Caballero (ubicada en la intersección de 23 y M) en Casa de Cultura, el diseño y la construcción del Pabellón Cuba, dos paradas de ómnibus en el perímetro de Coppelia, la cascada y fuente de 23 y Malecón, y la remodelación de las aceras, las cuales habrían de incluir una serie de mosaicos realizados por algunas de las figuras más significativas del panorama artístico del momento: René Portocarrero, Wifredo Lam, Sandú Darié, Hugo Consuegra, Antonia Eiriz, Raúl Martínez, Salvador Corratgé, Mariano Rodríguez, Antonio Vidal, Cundo Bermúdez, Guido Llinás, Antonio Quintana y Luis Martínez Pedro.

Los mosaicos, realizados en granito integral por la empresa cubana Ornacén, con la intervención de los arquitectos Fernando Salinas y Eduardo Rodríguez, se extienden desde calle J hasta calle Infanta, alcanzando la cifra de 180. Hoy, gran parte de ellos exhiben un deplorable estado de conservación. Muchos están rotos, otros han desaparecido a trozos bajo los efectos de remodelaciones emergentes y cambios de tubería o circuitos eléctricos. Los pocos que sobreviven están sepultados bajo años de polvo y suciedad, o carcomidos por los efectos de la intemperie. Los ubicados frente a la parada de Coppelia en 23 y K (que en estos momentos no ofrece servicios debido a la construcción, en sus inmediaciones, de un nuevo hotel) han sido maltratados por las máquinas empleadas durante el proceso de cimentaje.  

Mosaicos en La Rampa habanera. Foto: Internet
 

Más abajo, cerca del Banco Metropolitano de 23 y P, un trozo de cemento exhibe un rostro de habanera del artista cubano José Manuel García Rebustillos. Se trata de un dibujo hecho sin la debida autorización, por un ¿creador? que busca legitimarse y satisfacer su ego colocando una ¿obra? junto a piezas realizadas por grandes artífices de nuestro país.

Las preguntas se imponen: ¿por qué ocurren cosas así? ¿Por qué dejamos que el patrimonio arquitectónico y escultórico cubano se pierda frente a nuestros propios ojos? ¿Arquitectura y escultura ambiental no forman parte de nuestra identidad? ¿Por qué permitimos que desaparezcan estas piezas únicas, invaluables, rubricadas por lo más significativo del arte cubano de la Vanguardia y los primeros momentos de la contemporaneidad?

Comprendo que la construcción del futuro hotel más alto de La Habana en plena calle 23 juega un papel fundamental para el desarrollo económico del país, pero, ¿debemos edificarlo a costa del deterioro y la muerte del patrimonio artístico y arquitectónico ya existente? Por otro lado, ¿puede cualquier artista fundir un pedazo de cemento y dibujar en La Rampa por tal de que su obra forme parte de esta galería al aire libre?

En octubre del 2003 se conmemoró el 40 aniversario de la celebración del VII Congreso de la UIA en La Habana y, por tal motivo, fue convocado un concurso para seleccionar 15 nuevos diseños que serían emplazados en nuevas aceras de La Rampa. De las propuestas presentadas, solo se ha emplazado una: Guitarra, de José Miguel Pérez Hernández, ubicada en el Parque El Quijote.

Estamos en el 2018; han pasado 55 años desde que los mosaicos de La Rampa vieran la luz y comenzaran a engalanar nuestra ciudad. ¿Por cuánto tiempo más podremos disfrutar de ellos? ¿Los verán nuestros hijos y nietos?