No se consideraba dueño de la verdad, aunque defendía su verdad con el ímpetu de un gladiador. Era amante de llamar al pan pan y al vino vino, sin subterfugios ni formalismos. Cuando en un evento solicitaba la palabra sonaban las alarmas: ¿por dónde vendrá este ahora?, se preguntaban algunos, otros ponían atención con respeto. Su voz era severa y su mirada retadora. Su lengua, cortante como el filo de la navaja, un polemista por excelencia que dominaba amplias esferas de la cultura universal, aunque se llegó a decir que fue autodidacta. Su principal bandera era el antirracismo negro, fue un auténtico paladín de esta causa. Contó con amigos, admiradores y detractores. Estos últimos no le preocupaban.
Para escribir de Serafín Quiñones (Tato) no es necesario que sea fecha de su nacimiento o de su fallecimiento. Cualquier momento es oportuno.
Lo conocí justamente en medio del fragor de un combate contra el racismo y la discriminación que tuvo lugar a finales del pasado siglo en la Fundación Fernando Ortiz. Miguel Barnet, presidente de la Fundación, había convocado a algunos negros y mulatos para participar en lo que se denominó Taller. No me explico por qué en aquella época a todo encuentro o debate se le denominaba Taller. El asunto es que, según me confesara el propio Miguel, Fidel estaba interesado en conocer qué pensaban los intelectuales acerca del racismo en Cuba.
¿Racismo en Cuba?, exclamé sorprendido. Luego comprendí que aquello formaba parte de una estrategia del líder de la Revolución, una especie de termómetro para estar preparado antes del congreso de la Uneac que se acercaba.
Se efectuó el Taller. Recuerdo que el primero en hablar fue Rogelio Martínez Furé, quien comenzó con una Moyugba (rezo) a los eggun (espíritus) de luchadores por una sociedad sin discriminación por el color de la piel.
Antonio Maceo. Ibae.
Evaristo Estenoz. Ibae.
Pedro Ibone. Ibae.
Quintin Bandera.Ibae.
Fernando Ortiz. Ibae.
Después de la intervención de Rogelio brillaron otras voces como las de la poetisa Georgina Herrera, el cineasta Abraham Rodríguez, el investigador Tomasito Robaina y otros.
Allí Tato dijo verdades que lo son y que comúnmente no se decían. Su réplica ante cualquier titubeo o desaguisado no se hacía esperar. Fue un debate rico y enriquecedor.
Luego de este encuentro, un día Tato se apareció en mi casa acompañado de cámaras de televisión: ¿objetivo? Hacerme una entrevista para una serie de documentales que realizaba para Mundo Latino y que trataba acerca de la religiosidad de origen africano en Cuba. En este audiovisual se argumentaba por qué, si bien se consideraba a Nigeria como Cuna de la religión yoruba, Cuba debía ser considerada como la Meca. También se explica lo relacionado con el nominativo lucumí con el cual erróneamente fueron designados los esclavizados yorubas traídos a Cuba. Ocurre que, al parecer, estos esclavos, al llegar a la Isla, se llamaban los unos a los otros Oluku Mi, Oluku Mi, que en lengua yoruba significa “mi compañero de tribu”, “mi amigo cercano”, “mi socio”. Los colonizadores, al oírlos llamarse así, pensaron que ese era el nominativo de la región de donde procedían. Es como si después del triunfo de la Revolución los extraterrestres hubieran llegado a Cuba y, al escuchar a los cubanos llamarse los unos a los otros compañero, compañero, hubiesen considerado que llegaron a la tierra “Compañero”. Tato le puso por nombre a su documental Oluku mí.
Después supe que Tato Quiñones era periodista, narrador, guionista, investigador, sacerdote de Ifá, abakuá y también buen amigo. Con el devenir del tiempo y en más de una ocasión, coincidimos en los eventos organizados por el Proyecto Color Cubano, La Comisión Aponte, la Cofradía de la negritud, de la cual él era uno de sus dirigentes, o en la Peña de la Rumba organizada por Eloy Machado “El Ambia”, en los jardines de la Uneac.
“Después supe que Tato Quiñones era periodista, narrador, guionista, investigador, sacerdote de Ifá, abakuá y también buen amigo”.
Al decir del Dr. Orlando Gutiérrez, presidente de la Sociedad fraterna Abakuá, Tato fue uno de los más ardientes defensores de esta organización de raíz africana estigmatizada y difamada durante largos años. De su autoría conservo el libro Ecorie Abakuá, publicado por Ediciones UNIÓN en 1994. Era un tenaz activista por la promoción y conocimiento de la impronta africana y de los que Deschamp denominó “gentes sin historia”.
Recientemente, entre mis documentos encontré un texto fundamental de Tato que trata sobre la historia y tradición oral en los sucesos del 27 de noviembre de 1871. Después de la magistral denuncia que hizo el Che en 1961 del silencio que existía —y aún existe— sobre los cinco negros abakuá asesinados ese día, este ensayo, sin lugar a dudas, constituye uno de los más esclarecedores de aquellos históricos acontecimientos.
Casi al final de este texto, el autor apunta:
“Permítame el lector, no obstante, antes de poner el punto final a éste, expresar mi confianza en que su publicación pueda contribuir a que un día, cuando el estudiantado habanero conmemore, como todos los años lo hace, el aniversario del fusilamiento de los estudiantes de Medicina, no falte en el mausoleo de la explanada de La Punta, no ya el monumento que, en justicia, reclamara en su tiempo el Dr. O’Farrill, pero, al menos una flor, una sencilla flor en homenaje a la memoria de aquellos cinco hombres negros sin rostros ni nombres conocidos que supieron morir por la honra y la justicia, y demostraron con su sangre que había suficiente fuerza ya en el pueblo y no se podía matar impunemente”.
Tato, haciendo honor a esta propuesta suya y ante el silencio para con este reconocimiento, no tardó en promover el muy humilde y sencillo monumento que manos artesanas han dibujado en un muro de la esquina de Morro y Colón y que él mismo bautizara con el nombre de “La esquina de la descolonización”.
Hay que agregar que todos los años un grupo de activistas antirracistas y miembros de la Sociedad Abakuá acudimos a ese lugar para rendir digno homenaje a los mártires abakuá del 1871.
“Tato, (…) no tardó en promover el muy humilde y sencillo monumento que manos artesanas han dibujado en un muro de la esquina de Morro y Colón y que él mismo bautizara con el nombre de ‘La esquina de la descolonización’”.
La última vez que me encontré con Tato fue justamente en uno de esos homenajes. Se efectuaba el toque y el canto tradicional cuando lo observé sentado en una silla de ruedas bebiendo un vaso de ron y fumando un tabaco. Me le acerqué y le pregunté: ¿Socio, por qué haces eso, si sabes que no puedes hacerlo? Me miró con su mirada templada y me dijo:
“Mira, mi hermano, Orula me dijo que ya no me queda mucho, y que haga lo que yo quiera hacer”.
Apenas trascurridos dos meses, mi abure, mi oluku mi, el Obonueke Serafín Tato Quiñones falleció a los setenta y siete años de edad.
Después de su muerte, un ahijado suyo lo calificó como una estrella siempre cimarrona.
No se podrá escribir la historia de los verdaderos luchadores contra el racismo en Cuba sin mencionar su nombre.
No digo que descanse en paz Tato Quiñones. Dudo que ese espíritu pueda hacerlo. Hay eggun llamados obsesivos que no descansan en paz mientras hayan dejado algo pendiente por hacer en la Tierra. Nuestro reto es seguir trabajando con tenacidad y sin descanso hasta lograr esa sociedad antirracista por la cual Tato tanto luchó.