Trump, Netanyahu y la UNESCO: chantaje y desprecio

Pedro de la Hoz
5/1/2018

La empatía genética de Donald Trump y Benjamín Netanyahu registró una nueva evidencia al determinar ambos que sus respectivos gobiernos, Estados Unidos e Israel, abandonaran la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).


Donald Trump. Foto: Internet
 

En el lenguaje mediático suelen verse estas medidas como decisiones personales. Sabemos que no es así. Detrás de tales acciones se mueven los intereses espurios de ciertos sectores de las élites del poder en dichos países y una filosofía política ultranacionalista, que concuerda en menospreciar el multilateralismo, el diálogo y la cooperación internacional como elementos básicos para la convivencia en un mundo globalizado.

A Trump y sus asesores no se les puede atribuir novedad en la andanada —chantaje— contra la UNESCO, como tampoco el maridaje en el terreno militar con Israel. Los que tengan buena memoria recordarán cómo en septiembre de 2016, administración Obama mediante, quedó pactado, con el beneplácito del Congreso, un programa para la asistencia norteamericana a Israel en armamentos e insumos bélicos de 38 mil millones de dólares a ejecutar a partir del año fiscal 2018-2019.

La inquina de los gobiernos de EE.UU. hacia la UNESCO se remonta a 1974, cuando la 18va. Conferencia General, efectuada en París entre el 17 de octubre y el 23 de noviembre, al modificar las normas relativas al programa de participación, “con miras a asociar a los movimientos de liberación reconocidos por las organizaciones intergubernamentales regionales”, invitó a la Organización de Liberación de Palestina (OLP), por contar con el aval de la Liga de Estados Árabes.

Desde el 9 de agosto ocupaba la Casa Blanca Gerald Ford, reemplazante del dimitente Richard Nixon. En represalia al convite a la OLP, Ford suspendió las contribuciones financieras al organismo, aunque adujo como pretexto no estar de acuerdo con la sanción recibida por Israel ese año debido a la alteración de “los rasgos históricos de Jerusalén”, fundamentada por parte de un grupo de trabajo de la UNESCO que enjuició la improcedencia de las excavaciones en el Monte del Templo llevadas a cabo por las autoridades de Tel Aviv.

En 1976 Israel fue readmitido y EE.UU., un año después, reanudó sus pagos. Pero Ronald Reagan volvió a la carga en 1983 y retiró su país de la UNESCO, al acusar a la comunidad internacional actuante en su seno de “politización” en sus programas y decisiones. Solo EE.UU. regresó 20 años después. Lo que en realidad molestó a la cúpula norteamericana fue la concertación de fuerzas en torno a la necesidad de establecer un nuevo orden internacional en el campo de la información y las comunicaciones, lo cual no pasó de ser, como hoy está demostrado, una utopía.

En 2011, con Obama en el poder, EE.UU. e Israel recortaron la asignación de fondos ante la admisión de Palestina como miembro pleno del organismo, con el apoyo de 107 países, la abstención de 52 y la oposición de 14. Tel Aviv dio una señal: como estaban las cosas reconsideraría su permanencia en la UNESCO. La rabieta costó dos años después a ambas naciones la pérdida del derecho al voto.

Las tensiones se elevaron en 2016. El Consejo Ejecutivo de la UNESCO aprobó por mayoría, el 13 de octubre, una resolución en la que reclamaba de Israel —“potencia ocupante”, señalaba textualmente el documento— la protección del patrimonio cultural palestino en Jerusalén Este, y en la que deploraba los constantes ataques contra las personas y lugares históricos como la mezquita de Al Aqsa. Era demasiado para el arrogante Netanyahu y su corte; quedó en cero la participación israelí en los programas de colaboración.

La copa se desbordó el verano de este 2017 cuando el comité evaluador de las propuestas para engrosar la lista de sitios a ser reconocidos como Patrimonio Cultural de la Humanidad, reunido en la ciudad polaca de Cracovia, adjudicó esa condición al centro histórico de Hebron, presentada por Palestina. 

Netanyahu puso el grito en el cielo. Calificó como una afrenta y “delirante decisión” el veredicto, por cuanto ultrajaba uno de los símbolos del judaísmo, la Tumba de los Patriarcas, enclavada en Hebron. “Esta vez decidieron que la Tumba de los Patriarcas en Hebrón es un sitio palestino, lo que quiere decir no judío, y que es un sitio en peligro. ¿Que no es un sitio judío? ¿Quién está enterrado ahí? Abraham, Isaac y Jacob. Sarah, Rebecca y Leah. Nuestros padres y madres”, profirió. Y de inmediato dispuso que los fondos antes destinados a la UNESCO fueran invertidos en el ilegal y condenado programa de colonización de los territorios palestinos ocupados.

Al ministro de Defensa, Avigdor Lieberman, se le escapó un detalle revelador del contubernio con Washington en su reacción amenazante: “Es una decisión escandalosa y espero que con la ayuda de nuestro aliado Estados Unidos se corten las alas de la organización”.

Netanyahu, Lieberman y todos los que siguieron su libreto ignoraron que al ser reconocido el centro histórico de Hebron no se dio primacía a ninguno de sus referentes espirituales por encima de otro, por el contrario, la UNESCO aprobó vindicar y protegerlos todos, sean judíos, musulmanes o cristianos. La herencia cultural de Hebron debe ser entendida en su integridad, diversidad e inclusividad. Pero eso no cabe en una ideología segregacionista como la que predica y practica el gobierno de Tel Aviv y sus patrocinadores en EE.UU.   

Termino esta nota citando a una personalidad para nada sospechosa de filiación izquierdista. Es un científico, de probada estatura ética y hombre de bien. Por varios años desempeñó la Dirección General de la UNESCO. Hablo del doctor Federico Mayor Zaragoza. El pasado 26 de octubre, ante el repudio de Trump a la UNESCO, seguido luego a pie juntillas por Israel, declaró:

“Los Estados Unidos se van porque el Partido Republicano, con ambiciones hegemónicas, es incompatible con un Sistema multilateral democrático. Ya en 1919 hicieron imposible la existencia de una Sociedad de Naciones eficiente porque impusieron la inmensa incongruencia de que, creada por un presidente norteamericano, Woodrow Wilson, ¡los Estados Unidos no fueran nunca miembros de la Sociedad de Naciones! Y luego siempre han sido hostiles al excelente diseño del Sistema de las Naciones Unidas realizado por el presidente demócrata Franklin D. Roosevelt…”.

Y concluyó: “Lo me preocupa no es que los EE.UU. abandonen de nuevo la UNESCO, sino que el mundo en su conjunto, sin la asistencia de unas Naciones Unidas fuertes y eficaces, se abandone a su suerte… especialmente cuando sabemos a ciencia cierta que pueden alcanzarse puntos de no retorno”.