La sopa de piedras y el elevador de la creatividad

Juan Antonio García Borrero
30/4/2018

El pasado viernes concluyó en Camagüey el III Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales. Y cerraremos con nuestra tradicional “sopa de piedras”, ese momento final donde un grupo de participantes describen proyectos que pueden ayudar a que la comunidad donde vivimos crezca.


 

Por eso me gusta tanto esta imagen del elevador asociada a la sopa o convite, porque sugiere el interés por las alturas o la dimensión vertical de las metas que nos propongamos.

Es estos días, en la mesa donde estuve compartiendo ideas con Iroel Sánchez y Rafael Cruz, insistí en algo que ahora reitero: ningún Estado tiene el monopolio de la creatividad, y en una época como la nuestra, donde los “prosumidores” se encargan a diario de compartir soluciones informales en función de sus necesidades e intereses, sería un verdadero suicidio que el sistema institucional siga pensando de modo unidireccional y autoritario el proceso del uso creativo de las tecnologías.

Es decir, pienso que el Estado cubano debe garantizar la ciberseguridad de la nación (como hacen todos los países), pero tiene que ser sobre todo un facilitador de la creatividad tecnológica en función del humanismo digital. Lamentablemente, aunque la informatización es una prioridad dentro de los lineamientos de desarrollo propuestos, no existe una Política Pública que impulse ese uso creativo de las tecnologías.

Eso se ha puesto en evidencia también en este Encuentro, pues instituciones que pudieran ser claves en el fomento de esa idea (Joven Club, Etecsa, Universidad, por mencionar apenas tres) no han podido salir de ese insularismo de corte analógico a través del cual se sigue pensando nuestra realidad como si fuera una simple adición de cotos desconectados entre sí. A ello sumemos lo que llamo la "resistencia analógica" de quienes se sienten cómodos en su antigua manera de pensar las dinámicas culturales, y que si bien no se oponen a los cambios institucionales que se demandan, tampoco se integran, en tanto optan por la simple contemplación.

Mi criterio es que si queremos que la informatización de veras funcione en el país con un sentido humanista, necesitamos respaldar y hasta estimular la creatividad que ya existe en el seno de la comunidad de un modo informal. No es “desde arriba”, señalando con un dedo lo que se debe hacer o no, como conseguiremos modernizar el uso creativo de todos esos recursos e inversiones que el Estado hace.

Al contrario: el Estado tiene que ser esponja, un ente más receptivo que refractario. Lo que escucharemos en la clausura del III Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales, será apenas una pequeñísima muestra de lo que se puede conseguir cuando se favorecen entornos donde las ideas innovadoras fluyen de modo natural.

La creatividad, se viene mencionando desde el principio, es algo que todo individuo lleva dentro (y en estos días, los niños y niñas que han pasado algunos de los talleres programados lo han demostrado). Lo que sucede es que el entorno donde se mueven los individuos influirá en la suerte última de esa creatividad: las personas innovadoras lucharán hasta el último momento, aunque fracasen, por ver realizados sus sueños, pero en sentido general, cuando no hay apoyo institucional, las personas se repliegan, y se convierten en consumidores activos de lo que otros crean.

Debemos entonces priorizar la construcción de entornos creativos, donde además de tecnologías sofisticadas encontremos comunidades de usuarios que piensan de modo permanente en la solución creativa de sus problemas locales. En nuestro caso, los dos grandes problemas estarían asociados a la educación y el consumo cultural.

Bienvenidos entonces a nuestra sopa de piedra y al breve, pero intenso viaje, en el elevador de la creatividad.