Jazz Band cubana en New Orleans

José Luis Estrada Betancourt
8/1/2017

Pasado seguramente el nerviosismo del pasado jueves cuando la Jazz Band del Conservatorio Amadeo Roldán debutara en Nueva Orleans, ya los 14 alumnos de la primera academia de música de la Isla (se fundó en 1903), bajo la dirección del maestro Enrique Mario Rodríguez Toledo, estarán listos esta tarde del 7 de enero para volver a presentarse en la tierra donde naciera tan universal género, al habérseles otorgado la residencia Jazz Amistad con la Fundación Preservation Hall y haber sido invitados a actuar especialmente en la Conferencia JEN (Jazz Education Network).

foto de la Jazz Band del Conservatorio Amadeo Roldán
Bailar en casa del trompo. La Jazz Band del Amadeo se presenta en New Orleans. Foto: Iván Soca

El notable acontecimiento se inició el día 3, gracias al proyecto Horns / Horns to Havana (con el apoyo principal de la Fundación Positive Vibrations) encargada de organizar este programa de intercambio educativo y cultural, que incluía el ya mencionado concierto comunitario que ofrecieran gratuitamente en el Centro George and Joyce Wein Jazz & Heritage. Tarea difícil porque se trata de ir a tocar el jazz en su cuna ante un público conocedor en extremo; una experiencia que habrán de repetir a las 4:30 p.m. de este sábado, como antesala de la presentación que protagonizará la Jazz Band de Preservation Hall.

Antes de partir, Enrique Mario Rodríguez, también director del legendario centro, le explicó a JR que si bien esta es la primera vez que la agrupación viaja a Estados Unidos, el vínculo con músicos norteamericanos por mediación de Horns / Horns to Havana cuenta ya un lustro. «Sin dudas, esta fructífera relación ha hecho posible una mayor comprensión de las conexiones musicales e históricas que hay entre Cuba y Norteamérica, y especialmente con Nueva Orleans. Hemos aprendido juntos y nuestros jóvenes han podido potenciar más sus prometedoras carreras. Que ahora puedan actuar para ese pueblo significa también una magnífica oportunidad para ellos», apunta Enrique Mario.

Un programa conformado por afamadas piezas firmadas por leyendas como Benny Moré, Pérez Prado, Joseíto Fernández, Sonny Rollins… pone a disposición del auditorio «esta Jazz Band del Conservatorio Amadeo Roldán creada hace tres años. Surgió a partir del interés que despierta el género en los alumnos y con el impulso del Jazz at Lincoln Center, aunque propiciamos el diálogo con instrumentistas de otras naciones. Se imparten estos talleres como las clases de Práctica de conjunto, donde el alumnado adquiere más habilidades relacionadas con el instrumento que estudia».
Susan Sillins, cofundadora y directora ejecutiva del proyecto Horns / Horns to Havana, está convencida de que el enriquecimiento será mutuo tras el contacto de los muchachos con Nueva Orleans, «una ciudad históricamente conectada a La Habana. Estamos muy contentos, porque creemos que les aportará mucho. Preservation Hall custodia muy bien todo ese legado increíble que los inspirará seguramente».

Por su parte, Ashley Shabankareh, directora de Programas de la Preservación Hall (PHF), adelantó a nuestro diario que durante su estancia en Estados Unidos la fundación le facilitará a los jóvenes de la Isla el acceso al cancionero tradicional de Jazz y de Brass Band, que reúne más de 2 000 composiciones originales compiladas durante un siglo por los portadores de cultura de Nueva Orleans. «Los miembros de PHF enseñarán una selección de estas nuevas canciones a los estudiantes y ampliarán su comprensión de las tradiciones de Nueva Orleans, las raíces del jazz y las conexiones culturales y musicales entre ambas ciudades. El intercambio incluye sesiones de escucha, demostraciones sobre formas básicas y teoría, ensayos para enseñar estilos y técnicas, etc. No faltarán conferencias y conversaciones interculturales».

Noveles protagonistas
Parte del quehacer de Horns/ Horns to Havana consiste en la reparación de instrumentos y entrenamiento de reparadores. Es así como «construimos futuros y amistades compartiendo tradiciones musicales», afirma Sillins. Esta práctica posibilitó que Lilibeth Espinosa Suárez fuera sorprendida no hace mucho con un regalo inesperado, su peculiar contrabajo al que nombró Susan. Justo esta muchacha de 18 años es una de las noveles protagonistas del importante suceso que ahora se desarrolla en tierra norteña.

Hija de un bajista de la emblemática Aragón, estuvo rodeada de melodías desde pequeña, pues en su casa no había límites para géneros ni agrupaciones. «La música me ha inspirado siempre y se apoderó más de mí cuando comencé a estudiarla. Me encanta el instrumento que toco siguiendo los pasos de mi papá, por su sonido grave, pero también por su sabrosura, porque es como el dictador del ritmo».
Parecía que le resultaría fácil poder dominarlo, «pero desde el primer momento mis profesores me hicieron saber que si lo estudiaba a conciencia no tendría ningún problema y han estado completamente en lo cierto. Ellos me han enseñado las técnicas para sacarle el mayor provecho. No importa el tamaño, pues lo esencial es el corazón que le pongas», afirma Lilibeth quien se comparte «haciendo magia» entre la Jazz Band, y los proyectos Ceda el paso y Las Ninfas. «A veces tengo la sensación de que no podré con todo, que es demasiado, pero al final me las arreglo. No puedo evitar experimentar con todo tipo de música».

Lo mismo le sucede a la santiaguera María Helen Font Álvarez (16 años) que terminó enamorándose del trombón, aunque en los inicios la mayor atracción la ejercían la flauta y el clarinete. «No alcancé plazas después de hacer los exámenes, pero por un milagro se abrió esta otra línea y no lo pensé dos veces cuando llamaron a casa para informarlo. Juro que para esa fecha no tenía ni la menor idea de qué era aquello, nunca lo había visto, sin embargo, a partir del segundo año empecé a tomarle cariño y ya no me concibo sin él».
María Helen considera que estudiar trombón puede ser tan difícil como acercarse a cualquier otro instrumento. «Lo esencial es ser constante, no dejar pasar ni un solo día sin prepararte», enfatiza, al tiempo que agradece a su mamá, profesora del Conservatorio, que insistiera en que se uniera a la Jazz Band. «Cuando comencé me ponía tan nerviosa que no conseguía tocar, sentía miedo, no me atrevía. Ahora es un espacio en el que estoy a gusto y donde aprendo constantemente. ¡Tanto que hasta nos ha dado la posibilidad de viajar hasta Nueva Orleans! Es como ir a la mata del jazz, como se dice popularmente».

En la sección de los metales, María Helen comparte glorias con Jorge Sergio Ramírez Prieto y su saxofón, quien con 18 años culminará este curso sus estudios, al igual que el ya multipremiado Rodrigo García Ameneiro, el pianista de la Jazz Band del Amadeo Roldán.
Narra Jorge Sergio que su pasión arrancó con el violín, el cual fue descubriendo mejor durante cuatro años por las clases que se agenció en la calle, al no ser admitido en la escuela. Entró finalmente al nivel elemental por esta otra variante, tras hacerle guiños, además, a la percusión.

«Lo mío era estar en la música de todos modos. Sin ella no consigo estar bien. La culpa la tiene mi mamá, enfermera, pero la farandulera de la familia (sonríe). Fue ella quien me llenó el alma con las composiciones clásicas, de los Van Van, la Aragón… Ella me abrió un mundo infinito», insiste Jorge Sergio, a quien a estas alturas no se le resiste el saxo tenor, pero tampoco el alto, el soprano o el barítono, el cual asume dentro de la juvenil agrupación.

¿Cómo se ve este muchacho en lo adelante? «Sigo estudiando fuerte porque quiero ser grande, un reconocido instrumentista que además sea exitoso en la composición, haciendo arreglos, orquestación… Tal vez esté deseando mucho, pero no me detendré hasta conseguirlo».
Y lo conseguirá Jorge Sergio, porque posee tanto ímpetu como el resto de sus compañeros, entre ellos Rodrigo, el único a quien no le es ajeno el público estadounidense, el cual ya lo conoce por ser el cubano más joven que ha actuado en la afamada Carnegie Hall, de Nueva York, y porque en el verano pasado —también por mediación de Horns to Havana— participó en el campamento de jazz que acoge la Universidad de Stanford, en California.

«Uno se emociona nada más de pensar que podremos compartir de cerca con grandes músicos que nos transmitirán sus conocimientos. Uno no puede menos que agradecer por sus fabulosas clases, sus interesantes conversatorios, sus interpretaciones, su entrega.
«Integrar la Jazz Band también resulta una suerte inmensa. Pertenezco a ella desde hace un año y un poquito. Es el sueño de aquellos que gustamos del jazz en la escuela, porque constituye un gozo hacer buena música juntos, interpretar piezas antológicas de nuestro repertorio y otras arregladas por la Jazz Band at Lincoln Center… Como valoro tanto la amistad me siento feliz, porque cuando nos unimos el resultado es superior. ¡Ya pronto lo notarán allá y aquí!».

 

Tomado de Juventud Rebelde

 

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