Francisco Morín, nuestro Prometeo

Norge Espinosa Mendoza
9/12/2017

A casi cien años de edad acaba de morir en Nueva York el teatrista cubano Francisco Morín, uno de los nombres más importantes de la escena nacional en el siglo XX. Fundador del grupo Prometeo, así como de la revista de igual nombre, a fines de la década del 40, fue uno de los más persistentes defensores de un teatro de arte en la capital de la Isla. Alumno de la generación inicial que se graduó de la Academia de Arte Dramático de La Habana, estudió allí junto a Adolfo de Luis, y otras figuras no menos cruciales en la búsqueda posterior de un teatro moderno entre nosotros, que se alejara del espíritu de lo sencillamente comercial o siguiera patrones ya gastados. A él se debe, entre otras cosas, el estreno de Electra Garrigó, la pieza de Virgilio Piñera que instauró la modernidad en nuestro ámbito escénico, y que desató una polémica en las páginas de la propia revista Prometeo que visibilizó las nuevas y viejas tensiones de nuestra cultura hacia lo nuevo, la tradición y el rol del crítico.


Calígula
, montaje de Morín con Adolfo de Luis y Adela Escartín.
Fotos: Cortesía del autor
 

Morín insistía en que hubiese o no público, la representación no se suspendiera en la pequeña sala de Prometeo, donde siempre tuvo como importante colaborador al diseñador Andrés García. Muchos actores y actrices se forjaron con él, y con montajes como Las criadas, de Jean Genet, en 1954, consiguió elogios y reconocimientos que lo destacaban en aquel panorama en el que se hacía este tipo de teatro con mucho sacrificio. Berta Martínez, Myriam Acevedo, Ernestina Linares, Eduardo Moure, Helmo Hernández, Dulce Velazco, la española Adela Escartín, Lilian Llerena, Asseneh Rodríguez, Roberto Blanco… fueron algunos de los intérpretes que aparecían en el elenco de Prometeo, en piezas de autores tan exigentes como Camus, Coccioli, O´Neill, o cubanos como Virgilio, Carlos Felipe o Antón Arrufat, de quien dirigiera El vivo al pollo. Su teatro llamaba la atención por reducirse a los elementos estrictamente necesarios: un teatro esencial, dijo él para calificar su búsqueda, en la cual la figura central era siempre el actor.

En 1970, tras desencantarse del proceso revolucionario, abandona Cuba rumbo a España. Desde ahí continúa su exilio hacia Estados Unidos, donde finalmente se radica. No dejará de hacer teatro durante un tiempo, y en Miami, una de sus más fieles discípulas, Teresa María Rojas, animó durante años un nuevo Teatro Prometeo. A instancias de amigos y conocidos, redactó sus memorias: Por amor al arte, que apareció en Ediciones Universal, y que se convierte en un libro imprescindible para seguir el día a día de varias décadas de trabajo escénico, entre 1940 y su fecha de salida de la Isla. Libro fiel a su carácter, es un retrato al mismo tiempo de esa época y de quien lo escribió. Cuando le conocí, en una fría mañana de New York en la que, a pesar de sus años, insistió en ir a verme en lugar de que yo me acercara a su casa, podía citar con precisión fechas, anécdotas y nombres. El teatro era su mundo, el teatro cubano que él vio y animó. Creo que hasta el momento de su muerte, con 99 años, siguió siendo fiel a ello.


Electra Garrigó
, reestreno de 1958. Francisco Morín, junto al diseñador Andrés García
y el elenco de la puesta: Lilian Llerena, Elena Huerta y Asseneh Rodríguez, entre otros
 

Con Morín la cultura cubana pierde a un veterano de sus batallas teatrales. De él aprendieron Roberto Blanco, Berta Martínez y muchos más. Su legado, a favor de un teatro donde la calidad del libreto fuera importante, y donde el trazado sicológico de los personajes no fuera opacado por otros elementos, perdura en el misterio que alimentó otras poéticas a través de esos discípulos. Quiso que en La Habana se vieran las obras más interesantes y curiosas, lo mismo que en París, New York o Buenos Aires. Con él llegaron a nuestra cultura, por vez primera, importantes obras de la postguerra. Fundó, animó y siguió siempre dando sus criterios, a veces tajantes, sobre lo que pensaba. Cuando muchos le daban ya por acabado, en los años 60, sorprendió a todos con una puesta que hizo decir al no menos tajante Virgilio: “Morín sigue teniendo duende”. Ese duende acaba de morir, pero como las imágenes a las que mucho tiempo después Roberto Blanco rindió tributo con su montaje de Electra Garrigó, nos alienta desde una escena que no puede prescindir de su legado. 

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