Necrópolis Cristóbal Colón, un museo a cielo abierto
La Necrópolis Cristóbal Colón, una de las principales joyas del patrimonio cultural cubano, arribó este 30 de octubre al aniversario 152 de su fundación. A propósito de la efeméride, conmemorada en el propio camposanto en presencia de representantes del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, de la dirección institucional de Correos de Cuba, del Museo Nacional de Bomberos y trabajadores de la institución, se efectuó la cancelación rememorativa de seis sellos postales y una hoja filatélica que es la única emisión postal realizada con la imagen de un monumento funerario, en este caso el monumento erigido a los bomberos, en 1887.
Precedido solo por un cementerio en Génova, Italia, y otro en Barcelona, España, “el cementerio de Colón está considerado, por su amplitud y numerosos monumentos de alto valor artístico que en él existen, uno de los más notables de América y del mundo”, aseguró el doctor Emilio Roig de Leuchsenring, primer Historiador de la Habana.
A lo largo de su trazado yacen monumentos cuyo valor artístico, histórico, cultural y patrimonial le conceden la condición de monumento nacional a la más grande ciudad funeraria y la mayor muestra de arte funerario en Cuba. A escasos metros de su entrada principal, coronada con un hermoso conjunto escultórico representativo de las tres virtudes teologales —Fe, Esperanza y Caridad—, se halla el sepulcro de doña Leonor Pérez y don Mariano Martí, los padres del Apóstol de la independencia de Cuba, y a pocos pasos de este se erige el soberbio monumento, digno de su heroicidad, al generalísimo Máximo Gómez.
Asimismo, en esa amplia avenida pueden apreciarse dos majestuosas capillas, una perteneciente a la adinerada familia Falla Bonet que muestra en su parte más alta un Cristo de bronce, único en ascensión en todo el cementerio, mientras la otra resguarda los restos mortales de una pareja de enamorados que únicamente logró su unión con la anuencia del Sumo Pontífice: Catalina Lasa y Juan Pedro Baró.
Antes de llegar a la octogonal Capilla Central, ubicada en el mismo centro del camposanto, se encuentra el monumento a los Bomberos, el más alto que existe en la necrópolis y considerada la mayor expresión de majestuosidad y simbolismo de cuantos tesoros funerarios conserva la instalación. Todos sus ornamentos exteriores le imprimen carácter epopéyico, como es en general la labor de estos héroes salvaguardas de vidas humanas desde aquel primer gran incendio ocurrido en la ferretería Isasi hace más de un siglo (17 de mayo de 1890), hecho que dio origen a esta grandiosa obra del escultor Agustín Querol y el arquitecto Julio Zapata, ambos españoles.
A lo largo de su trazado yacen monumentos cuyo valor artístico, histórico, cultural y patrimonial le conceden la condición de monumento nacional a la más grande ciudad funeraria y la mayor muestra de arte funerario en Cuba.
Un poco más distante de esa avenida Fray Jacinto, donde se concentran casi todos los sepulcros de mayor valor artístico y arquitectónico de la Necrópolis de Colón, en una zona llamada Campo Común se levanta con sus diez metros de altura un mausoleo que es condena permanente a la injusticia y que inmortaliza la inocencia de ocho jóvenes estudiantes de Medicina.
Su construcción solo fue posible por suscripción popular y por la denodada lucha del doctor Fermín Valdés Domínguez, amigo entrañable de José Martí, quien no descansó hasta trasladar los restos de sus condiscípulos —fusilados por las autoridades coloniales españolas el 27 de noviembre de 1871— a un sepulcro digno dentro de los muros cementeriales y no fuera de ellos, como inicialmente se inhumaron, para que el crimen fuera todavía más execrable.
Junto a los monumentos mencionados anteriormente y otros muchos, como los erigidos a los caídos en las acciones del 13 de marzo de 1957, a los veteranos de nuestras gestas independentistas y el panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, confluyen igualmente en la Necrópolis Cristóbal Colón diversas creencias religiosas.
En ese sentido, destacan los seguidores de la religión católica que acuden a la Capilla Central en busca de los salmos divinos que le concedan el descanso eterno a sus difuntos. Mientras otros, en dirección opuesta, se postran ante la humildísima y apartada tumba de un hermano llegado de África, reconocido con el nombre de Ta José y a quien sus devotos veneran con jícaras de aguardiente y platos con pequeñas cantidades de alimentos y tabacos.
No faltan tampoco aquellos que, en busca de un acto milagroso, se presentan anhelantes ante el sepulcro y la escultura bondadosa de una joven habanera con un niño en brazos, Amelia Goiry de la Hoz, la cual ha sido bautizada por no pocos cubanos como La Milagrosa del Cementerio de Colón.
Cientos de páginas pudieran escribirse de los valores patrimoniales, testimonios y leyendas que se tejen en torno a este camposanto capitalino, testimonio fiel de la formación de la identidad cubana.
Hoy, sin embargo, las actuales generaciones, a diferencia de nuestros predecesores, le conceden mucha más importancia a la vida que a la muerte y ya casi nadie se preocupa por el sitio donde se acogerán al descanso eterno. En la mejor de las opciones, decenas de miles apuestan por la incineración. No obstante, ese museo a cielo abierto que es la Necrópolis Cristóbal Colón continuará resguardando entre sus gruesos muros un pedazo invaluable de la historia y la cultura de nuestra nación y algunos de sus protagonistas, al tiempo que mantendrá imperturbable el afán de sus fundadores de dejar para la posteridad cómo eran sus vidas y sobre todo sus muertes.