Munkácsy y Vereschaguin en la crítica martiana
Uno de los temas que apasionó a Martí durante su vida fue las artes plásticas, por lo que cuando tuvo la oportunidad de publicar sus criterios sobre los movimientos artísticos de la época escribió críticas que por su exquisitez se consideran ensayos de arte.
En sus obras, Martí es capaz de vincular al lector con un universo de reflexiones que supera la crítica de la pintura por su belleza o recatada composición.
Logra que el público amante de la plástica no solo visite las exposiciones de pintura para admirar a su artista predilecto, conocer la técnica de la última escuela europea o lo que de exótico se produce en otras partes del mundo aunque poco se sepa de las condiciones que se visualizan en estos cuadros.
Uno de los temas que apasionó a José Martí durante su vida fue las artes plásticas. Por su exquisitez, sus críticas se consideran auténticos ensayos de arte.
La mayor parte de sus críticas artísticas se ubican entre finales de la década de 1880 y mediados de la de 1890. En esta etapa Martí alcanza su madurez ideológica absoluta en cuanto a la literatura que profesa, es en este período en el que se define por completo su inconfundible estilo.
Se caracterizan por ser una descripción, “el relato de la trayectoria de su propia mirada”. Dirige la percepción del lector hacia el criterio, la ponderación evaluadora y constructiva. Todo esto envuelto en aires optimistas, de criterio severo y justo.
Entre sus crónicas o ensayos de arte se reconocen las que él llamó fundamentales: “Nueva exhibición de los pintores impresionistas”, “El Cristo de Munkácsy” y “La exhibición de pinturas del ruso Vereschaguin”. Nos referiremos a las dos últimas.
A estos artistas que se dedican a representar en sus lienzos las distintas facetas de la vida, aplaude Martí en “Nueva exhibición de los pintores impresionistas”, cuando expresa: “Esos son los pintores fuertes, los pintores varones… cansados del ideal de la Academia, frío como una copia”.
En su crónica aparecida en el periódico La Nación el 28 de enero de 1887, Martí comenta la exhibición en Nueva York de un famoso lienzo del pintor húngaro Mijail Munkácsy titulado Cristo ante Pilatos, capaz de reflejar en la figura divina lo verdaderamente humano. Este será el hilo conductor de nuestro análisis.
Quien lea dicho trabajo queda asombrado ante la excelente descripción plástica que hace Martí de esa pintura de Munkácsy y de sus interpretaciones agudas en torno a la vida y la obra de un autor tan célebre en su época.
La vida del pintor, tal como la rememora Martí en su crónica, fue difícil. El niño “Miska”, de la aldea de Munkácsy, era huérfano y pobre, lo ayudó su tío, conoció más tarde a un pintor de retratos y, cuando aquel le enseñó su arte, dio lecciones de dibujo y retrató a gente diversa hasta alcanzar la fama.
¿Con qué había de pintar Munkácsy —se pregunta Martí— sino con las tristezas de su alma, con sus recuerdos tétricos, con aquellas tintas propias de quien no ha conocido la alegría?
…La idea ajena molestaba a Munkácsy como un freno: el amor de su raza a la naturaleza le nacía; prefería la vida al libro: crear le urgía… Se ve en el mundo lo que se tiene en sí, el hombre se sobrepone a la naturaleza, y altera con la disposición de la voluntad su armonía y su luz.
Martí apela a todos los recursos de su poder expresivo para entregar al lector la imagen del cuadro famoso. Se refiere a los hombres que están junto a Cristo: “A su lado se revuelve la cólera, se atreve la insolencia, se discute la ley, se pide a gritos la muerte”.
De su “túnica de lienzo blanco, por maravilla secreta del pincel, emerge una luz magna que domina y compendia todas las del contorno”, señala Martí.
A un costado está Pilatos, sentado en su sitial; también vemos al fanático Caifás, “que con el rostro vuelto hacia el pretor le señala en un gesto imperante el gentío que reclama la muerte”, más cercanos al espectador, “dos doctores… miran a Jesús como si no acabasen de entenderlo”.
La contemplación del lienzo gigantesco conduce a Martí a la interpretación de aquella escena significativa. La forma en que trabaja la luz, la habilidad en disponer las figuras, “los colores riquísimos, calientes y pastosos, como los de la vieja escuela de Venecia”, todos los elementos producen una obra plástica extraordinaria.
La pintura retrata el momento en que según el Apóstol Juan ocurrió el siguiente diálogo: Le dijo entonces Pilatos: ¿Luego eres tú rey? Jesús respondió: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de verdad oye mi voz.
Todo lo dice con calma mientras le mira a los ojos directamente al gobernador romano, quien a pesar de su inmenso poder no puede sostener esa limpia mirada y su vacilación se hace evidente.
Martí advierte en el cuadro la incertidumbre de Pilatos, vacilante, quizás temeroso; tal parece que la situación le resulta incómoda y que no desea crucificar a Jesús. Pilatos tal vez hubiese preferido que el problema lo resolvieran entre judíos.
Martí describe a Caifás, el sacerdote judío, con el fanatismo insano en el rostro, con la boca acusadora en rictus despreciable, aunque mudo en el lienzo parece rugir, pidiendo al representante del Imperio opresor de su pueblo, el castigo de la cruz para Jesús; castigo que era concebido solo para ladrones y criminales.
Caifás representa también la traición, porque prefiere que el poder de Roma imperial juzgue y ejecute a Jesús, que es de los suyos, antes de dejarlo continuar una prédica que podría ser dañina a sus intereses económicos; busca la alianza con el poderoso y pisa el alma de su pueblo.
Martí refleja los intereses en juego al describir al rico, allí no hace derroche de palabras, es directo y lapidario; solo dice: ese rico odioso de todos los tiempos.
Todo alrededor de Jesús es convulso, la serenidad solo está en él, nada en el cuadro es superior a él y a pesar de su humilde figura la luz le rodea; pero no es una aureola mística, es una fuerza espiritual interna que reconvierte en luz preñada de humanismo que cautiva; luz del Cristo avasalladora, que atrae a él los ojos como el término inevitable de las excursiones por el lienzo.
La fuerza del cuadro está en los ojos de la figura central, la debilidad de la parte acusadora está en los ojos del representante del Imperio; en esa mirada profunda del hombre que casi se está despidiendo de la vida, donde se refleja la fuerza de la idea que dignifica la actitud digna y segura del hombre convencido de que tiene una causa superior.
Aunque no se reconoce en Martí al ferviente religioso que predomina en estos años, muestra su empatía por el Jesús humano que sufrió las miserias del hombre y luchó por la redención. A este Cristo aplaude en el lienzo Cristo ante Pilatos del pintor húngaro Munkácsy, capaz de reflejar en la figura divina lo verdaderamente humano, por lo que se identifica la representación de Jesús con la propia fuerza natural de los hombres ante la arrogancia, maldad e ignorancia que en el mundo existe.
Lo que Martí exalta es el valor supremo del hombre entregado a la transformación redentora del mundo por el propio y voluntario sacrificio. Ese es su Cristo.
Después de visitar la exposición, Martí compra una copia del grabado Cristo ante Pilatos y lo obsequia a Manuel Mercado. Posteriormente el hijo de este, Ernesto Mercado, lo trae a La Habana y lo entrega a la Fragua Martiana. Ese es el gran homenaje martiano a Munkácsy.
Tres años después de las crónicas sobre las exposiciones de los impresionistas y de Munkácsy, Martí escribe otro de sus ensayos fundamentales sobre arte: “Las pinturas del ruso Vereschaguin”.
Al inicio de su crónica, Martí ofrece una descripción detallada del retrato del pintor que se podía comprar a la entrada de la sala. Se trata de una fotografía de Vereschaguin en la que se aprecia su rostro, el torso vestido con chaqueta oscura y los brazos cruzados sobre el pecho: …el retrato del pintor, frente honda y bruñida, ojo aguileño, nariz de presa, fuertes las quijadas, la barba de hilos negros, un pueblo de barba.
José Martí pudo apreciar tempranamente el trabajo del pintor ruso ya que, durante su estancia en París a finales de 1874, era bien reconocido en los medios artísticos, y en lo adelante demuestra su admiración por él.
Captó con brillante pluma los cuadros y tapices de Vereschaguin con sus temas militares, sus guerreros. La muestra acapara la atención del público y de la crítica.
Vereschaguin trató a Cristo en un estilo absolutamente realista, infrecuente en las pinturas de tendencia religiosa. Muchas de sus obras se refieren al entorno en el cual se ubican las escenas bíblicas, evocadas vívidamente por Martí quien, antes de pasar a desarrollar su análisis sobre los cuadros, se pregunta: ¿Qué es la religión, más que historia? Para Martí, el Cristo de Vereschaguin es el Cristo desdivinizado, el Cristo humano, racional y fiero, es el poder de la idea pura.
Apela Martí a todos los recursos de su poder expresivo y entrega al lector una excelente reseña del lienzo de Vereschaguin, con interpretaciones agudas en torno a su obra. Catador intuitivo de la esencia de sus cuadros, los describió magistralmente.
Y acaso sería, a no haberse quedado como en boceto, uno de los cuadros más notables de nuestra época, por lo franco de la concepción, y la habilidad con que por el contraste natural con lo que le rodea resalta en Jesús el alma sublime.
…aquel de Vereschaguin en que pinta la familia de José, en un patio pobre, con el padre y su aprendiz ensamblando por un lado, y María saciando a sus pechos el hambre de su recién nacido, con otro hijo al pie, y uno que viene deshecho en lágrimas…
…el brazo a los ojos, en tanto que de codos en tierra, dos más, ya en sus diez años, hablan de cosas no más graves que trompos y boliches…
…sobre la cabeza de María se seca, al aire, el lavado de la casa; con el gallo a la cola comen al pie de la escalera de piedra las gallinas, y en los peldaños de abajo, de modo que parece más alto que todos los demás, Jesús lee”.
Es el hombre en el cuadro lo que entusiasma y ata el juicio. Es el triunfo y resurrección de Cristo, pero en la vida y por su fuerza humana… Es el Jesús sin halo, el hombre que se doma, el Cristo vivo, el Cristo humano, racional y fiero.
Estas crónicas son, de modo significativo, las únicas sobre arte que Martí escogió para una posible edición de sus textos, tal como consigna en carta del 1 de abril de 1895 —considerada su testamento literario— a su entrañable amigo Manuel Mercado, donde hace patente su predilección por la obra del pintor Vereschaguin: “El Dorador pudiera ser uno de sus artículos, y otro Vereschaguin; una reseña de los pintores impresionistas, y el Cristo de Munkácsy…”.
Al no estar de acuerdo con errores en la edición de la crónica sobre Vereschaguin, escribe lo siguiente en carta a Manuel Mercado:
Mi hermano querido, solo un momento me queda, para rogarle, como buen egoísta, que me mire esa correspondencia con ojos de padre, de modo que salga sin errores, ya que espero que interese por el asunto, y me devuelva a la buena fama que han debido quitarme las rarezas con que han salido algunas de las anteriores.
Al leer la infortunadísima de Vereschaguin con verdadero dolor se me salieron de los labios estos versos, que por malos ya ve que son míos: — ¿Por qué, corrector, te cebas en mí, si el Sumo Hacedor hizo hermanos, al autor y al que corrige las pruebas?
En noviembre pasado, el Patio de los Laureles del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana fue escenario de la develación de una tarja en homenaje al ilustre pintor ruso Vasily Vereschaguin, coincidiendo con el 180 aniversario de su natalicio.
La tarja en homenaje a Vereschaguin refrenda las palabras lapidarias de Martí sobre el pintor:
Así corona la luz a los artistas fieles (…) ponen su caballete al sol, y hallan en la naturaleza, consoladora como los claros del amanecer, la paz y la epopeya que parecen pérdidas para el alma. Como con puñales pinta Vereschaguin sus retratos, como con zafiro desleído hasta dar deseos de morir en él pinta el mar samaritano.