La guajira más simpática de la radio y la televisión
En verdad, Eloísa Álvarez Guedes fue de origen campesino, nació el 7 de octubre de 1916 en Unión de Reyes, Matanzas, y creció y se formó en una finquita no distante de la Ciénaga de Zapata, donde la pobreza era tan común como los mosquitos. Sin embargo, la niña Eloísa no se dejó abrumar por el medio y seguramente porque poseía una imaginación desbordada y la semilla de la actuación le germinó temprano, desde pequeña se explayó a través del canto, el baile, y la lectura de décimas familiares. Aquel medio campesino le forjó la personalidad, le entregó su savia e hizo de Eloísa una guajira nunca desarraigada, aunque tuviera ante sí las luces de las cámaras y los públicos más entusiastas.
“La timidez, que fuera natural, la dominó para convertirla en una de las armas que junto a la ingenuidad y la picaresca la llevaron a conformar caracteres antológicos”.
Los inicios de su vida artística se remontan al final de la década del 40, como “voluntaria”, es decir, sin cobrar. Así transitó por Cadena Roja y Radio Progreso. A partir de 1953 lo hizo ya profesionalmente, en la radio y la televisión, que era entonces una novedad y ponía a prueba el temple y la memoria de cuantos se paraban en vivo frente a las cámaras. Desempeñó papeles dramáticos, pero Eloísa, o acaso los directores, tuvieron el buen tino de encaminarla hacia los personajes humorísticos, que la harían popular, tan popular como ninguna otra guajira de la televisión. La timidez, que fuera natural, la dominó para convertirla en una de las armas que junto a la ingenuidad y la picaresca la llevaron a conformar caracteres antológicos como los de Simplicia y Valeria, siempre recordados por su humanidad y sencillez. Sin embargo, dotó a sus personajes de carácter, con sumo respeto por la idiosincrasia del guajiro.
La emisora Radio Progreso le permitió entrar en los hogares por muchos años, convertirse en alguien más de la familia, escuchar su voz y sus salidas ocurrentes, caracterizadas por el respeto a las tradiciones cubanas, el humor auténtico y el arte perfilado de la actuación natural, como si dialogara con el radioyente.
“Fue una mujer excepcional, de una modestia exquisita y un decoro, y una decencia personal que resulta inolvidable”.
Tuvo Eloísa la conciencia de cuánto se le quiso. Su presencia en cualquier programa, en cualquier papel, fue el resultado de un trabajo mancomunado de guion, dirección y actuación. En 1982, al cabo de 25 años de ausencia de las tablas, regresó al teatro para representar el personaje de Amparo en la obra Una casa colonial, de Nicolás Dorr.
Además, interpretó dos películas: El bautizo, de 1967, dirigida por Roberto Fandiño, y Retrato de Teresa, de 1979, dirigida por Pastor Vega. Recibió la Distinción por la Cultura Nacional.
Murió el 25 de diciembre de 1993, y Enrique Núñez Rodríguez, Premio Nacional de Radio y de Humorismo, expresó de ella:
“Si pudiera personificar en algún nombre mi extraordinario cariño y veneración, ese sería el de Eloísa Álvarez Guedes. Fue un personaje de mis seriales muy querido. Fue una mujer excepcional, de una modestia exquisita y un decoro, y una decencia personal que resulta inolvidable”.
Por su parte, el poeta repentista Adolfo Alfonso le dedicó estos versos:
No sé de forma precisa / qué vocablo utilizar / para en décimas honrar / la memoria de Eloísa.
La de la ingenua sonrisa / y la mirada feliz / y no sé por el matiz / de su condición genuina / si era la actriz campesina / o la campesina actriz.
Alcanzó por la razón / de su gracia natural / un elevado sitial / en radio y televisión.
En cada presentación / llenó el cofre de la brisa / y para ver su sonrisa / deja una paloma hermosa / cada mañana una rosa / en la tumba de Eloísa.