La construcción mediática del argumento. Caso Padilla en revisitaciones
Estamos en un punto de construcción cínica de la información. Sin el menor escrúpulo, se asumen los patrones de la propaganda hegemónica global y se definen los intereses ideológicos que deben suplantar a la verdad. Al retomar el “caso Padilla” como piedra de toque para su última producción, cuyas imágenes parece haber hurtado de los archivos de la institución a la que tenía confiado acceso, el cineasta cubano Pavel Giroud asume todos los patrones de descrédito y se atiene al cinismo natural mediático de los monopolios. Al parecer, si pagan, y acaso paguen bien, no hay que tomarse remilgos con el sojuzgamiento: un algo de concentración ante el espejo, De Niro mediante, podrá hacerte creer que ese es tu pensamiento íntimo. Sobre todo si ese pensamiento íntimo entraña el de dejarse arrastrar por el torrente de fama que calvo se pinta. Tanto ha crecido la mala yerba del cinismo, que no pocos lo colocan entre el espectro legítimo de opciones.
El porqué es más profundo, y se imbrica en el estado al que ha llegado el mundo del trabajo, donde la alienación del empleado se naturaliza al punto de ser calificada como don, no como explotación indiscriminada. Es un asunto que lleva a otros análisis, por el momento fuera de estas líneas urgentes.
Hay paralelos evidentes entre la actitud de Padilla, quien parodió con descaro la dramaturgia de las purgas del estalinismo, sobre todo a partir de los tópicos de propaganda occidental, y la estrategia de marketing que Giroud ha aceptado. Al cabo del tiempo y con tanta evidencia documentada, no le será posible dejar el juicio a cargo de los espectadores. Es necesario colocar el tópico de guerra cultural en casillero para que así se reproduzca. Después de todo, Padilla era un cínico cazador al que Mario Benedetti imagina desde entonces, no sin razón, “tan rubicundo y lozano como cuando se instalaba en el Hotel Nacional, a la caza de karoles y cortázares”.[1] Para el intelectual uruguayo las confesiones de Padilla obedecían a una clara intención de presentarse como víctima de un proceso de torturas y presiones. De ahí que Benedetti se preguntara, para dar de inmediato la respuesta: “¿No puede ser posible que Padilla esté jugando este nuevo juego? Es un personaje tan ambiguo, tan retorcido, tan inasible, que encaja mucho mejor en una novela de Dostoyevski que en la actual realidad de Cuba”. ¿Podría encajar incluso, me pregunto al azar, desmesuradamente, en otras de esas novelas de John Le Carre, o de Frederick Forsyth?
Al retomar el “caso Padilla” como piedra de toque para su última producción, cuyas imágenes parece haber hurtado de los archivos de la institución a la que tenía confiado acceso, el cineasta cubano Pavel Giroud asume todos los patrones de descrédito y se atiene al cinismo natural mediático de los monopolios.
Sea cual sea la respuesta, todo apunta a un guion elaborado con paciencia, anterior al propio escándalo. No obstante, el señor Giroud prefiere evadir los elementos que no provengan del consenso hegemónico global y someterse a un guion que no soporta una profundidad de análisis. Solo creer, ciega y oscuramente, en la insaciable propaganda negra. Al cineasta cubano parece no importarle la búsqueda y entendimiento de errores y aciertos, ni mucho menos la objetividad histórica, sino la línea ideológica de la cual es cliente satisfecho.
Así, del mismo modo en que las claras señales lanzadas por Padilla desde su delirante inculpación, quien sabe si acordadas en oscuro secreto, desencadenaron la avalancha de falsos positivos y dieron pie a una campaña de descrédito que trascendía la exigencia de la libertad de expresión de un escritor para transformarse en golpista intervención política, Giroud pone una piedra en la agresión al sistema constitucional cubano. Ni uno ni otro, trasegando las épocas, miran a la libertad de expresión, que no dejaron de tener, sino a cumbres de pago que usen al arte como pedestal a un eslabón político, de más altos ingresos y arbitrario manejo del mazo del poder.
Un elemento perenne de guerra cultural ha sido regresar al “caso Padilla”, tratándolo como si los errores cometidos desde la perspectiva revolucionaria en ese caso específico —imponer un prólogo de condena al libro ganador del premio Uneac, por ejemplo— fueran procedimientos comunes y vigentes, sencillamente en uso para la represión y la censura en el país. Publicaciones surgidas en los últimos años gracias al financiamiento directo de la NED, oficialmente declaradas en el acápite CUBA, también son parte del guion que recupera este cínico argumento y reproduce los patrones de juicio que llamen al descrédito y la intervención. La coincidencia en los tópicos de difusión nos deja la certeza de que el plan se ejecuta a plenitud.
Un elemento perenne de guerra cultural ha sido regresar al “caso Padilla”, tratándolo como si los errores cometidos desde la perspectiva revolucionaria en ese caso específico —imponer un prólogo de condena al libro ganador del premio Uneac, por ejemplo— fueran procedimientos comunes y vigentes, sencillamente en uso para la represión y la censura en el país.
Gabriel García Márquez, quien fuera incluido en las listas de firmantes sin siquiera consultarlo, y en contra de su voluntad, aparece de nuevo en el sistema de manipulación del tándem propagandístico de la película, a presentarse en dos festivales, uno en San Sebastián, España, y otro en Toronto, Canadá. La denuncia que hiciera el premio Nobel colombiano de que la inculpación de Padilla buscaba perjudicar a la Revolución cubana, queda de pronto utilizada como positiva, es decir, que nos cabe solo el derecho de admitir que aquella inculpación orquestada con cinismo sí perjudica, aún, a la Revolución precisamente porque revela que es cierta la tortura (antes y ahora mismo). Van pregonándolo así otros artistas y escritores que, por paradoja, ni un rasguño de bravío mosquito consiguen enseñar. Los propietarios de los derechos de ventas internacionales del filme, por su parte, se han encargado de establecer explícitamente el grado de “contemporaneidad” de los hechos. Como señal análoga, han declarado que Pavel y su productor “no tienen miedo”, lanzando al mundo la idea de que sus vidas se pondrán en peligro después de la película. No es de extrañar, por delirante que parezca —delirantes e inescrupulosos son, a fin de cuentas, medios, youtubers, influencers y etcéteras que acuden al corrillo de hostigamiento mediático—, que alguno asegure que un comando especial del Estado Islámico, comisionado por el gobierno cubano, los busque para ejecutarlos. Todo dependería de que el guion lo coloque en el torrente.
Las veleidades del montaje rebasan, pues, y desde mucho antes de la propia filmación, el cinismo común de la invasión mediática. No hay mucho que esperar, salvo lo ya acuñado, ni mucho que añadir, ni siquiera la vergüenza ajena de vender el talento en tan vulgar subasta.
Notas:
[1] Abel Prieto y Jaime Gómez Triana: Fuera y dentro del juego, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021, p. 8.