Desde que el pensamiento científico adopta el estudio de la comunicación como un fenómeno en el cual el ser humano se construye y se reconstruye a sí mismo, a la vez que establece vínculos espacio-temporales con su entorno y la comunidad, las mixtificaciones y lecturas idealistas de la mediación social, desarrollada intensivamente en la modernidad, fueron desplazadas por nuevas aproximaciones que comienzan a concebir la comunicación como una función social estratégica para la reproducción (material e ideológica) de la sociedad en su más amplio sentido.
Sin embargo, los estudios sobre comunicación han estado jalonados por las posiciones extremas que han asumido muchos de sus investigadores y por la juventud del acercamiento científico a esta actividad humana, que, paradójicamente, es tan antigua como la propia humanidad, ya que puede considerarse que ha intervenido en la hominización —“es decir, en la transformación biológica del antropoide no humano en ser humano” (Serrano, 2007: 172)— y en la humanización —“creación de sociedades reguladas por normas, creencias y valores” (Serrano, 2007: 172).
Hoy pocos cuestionan esta presunción y se entiende que el eje de la comunicación se ha “mudado” al espacio de la reconstrucción ideológica y del consumo cultural. Desde hace años existen evidencias innegables de la centralidad de los medios de comunicación de masas en la construcción del discurso público en el mundo contemporáneo; así como su protagonismo en la creación y consolidación de estereotipos e imaginarios colectivos en torno a personalidades, sucesos e ideas. Al tiempo, el ecosistema de la comunicación pública presenta cada vez mayor complejidad por la confluencia en él de múltiples actores, el intercambio constante de roles entre quienes participan en la comunicación, y la ruptura constante de paradigmas tradicionales.
En este contexto, en el que la legitimidad y credibilidad de la figura del comunicador profesional y los medios de comunicación de masas constituidos parecen venirse abajo, lo único que se mantiene inamovible es la capacidad de transmisión de valores que tiene la comunicación, su lugar en la construcción de la opinión pública y el consenso o disenso en torno a ideologías.
Esa proliferación de actores responde también a la vertiginosa expansión de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones; lo que, unido al creciente uso de redes sociales y plataformas de intercambio virtual en Internet, constituye un reto para los tradicionales medios de comunicación y los grandes grupos mediáticos. En esos espacios, los otrora receptores pasivos se han convertido en grandes emisores que se presentan como nuevas figuras mediáticas (influencers, instagramers, youtubers, etc.) que complejizan el escenario infocomunicacional.
“Asistimos hoy a una estrategia que propone la relectura de los procesos históricos de la Isla y sus principales figuras”.
Ante este panorama, al cual podríamos sumar muchas otras variables, cabe observar que los medios de comunicación no solamente aportan información esencial para la construcción de representaciones sociales y estereotipos en torno a acontecimientos, ideologías y hasta personas, sino que en la mayoría de los casos se reproducen contenidos que están más alineados con el poder económico que con los intereses sociales.
Siguiendo esta lógica asistimos hoy a una estrategia que propone la relectura de los procesos históricos de la Isla y sus principales figuras, así como la resemantización de los hechos, consignas y códigos que han marcado el devenir cubano. Una feroz lucha por los símbolos ya arraigados y asociados a valores puros y patrióticos. Alertó Martínez Heredia:
Es obvio que ese trabajo trata de ser más eficaz hacia los jóvenes, que están más lejos de las jornadas y los procesos del siglo XX. Si logran que les salga bien, la victoria imperialista será mucho mayor porque se generalizará el desconocimiento y el olvido de aquel mundo de libertad, justicia social y soberanía, y les será más fácil implantar el mundo ideal y sensible correspondiente a su dominación.[1]
Ejemplos claros de esa guerra cultural que encuentra en las nuevas generaciones su principal objetivo se identifican sin mucho esfuerzo. Se apela a la esencia de la nacionalidad, a sus símbolos más auténticos, para dirigir los mensajes hacia los jóvenes en los formatos (hip hop, reguetón, etc.) y medios más populares entre ellos. Se pretende así activar desde lo emocional un determinado conjunto de representaciones sociales en torno a la Revolución Cubana que medie a favor del cambio de régimen en Cuba.
La realidad es, en alguna medida, el resultado de la construcción subjetiva de los individuos. Es por esto que no se puede afirmar que existan distintas realidades, sino que ella está atravesada por el proceso que conduce a la construcción de la visión propia de la realidad de los sujetos. Las representaciones sociales son un proceso de construcción de la realidad y, en tal sentido, apropiarse de ellas resulta estratégico, ya que generan de manera colectiva, en términos de conceptos, ideas, categorías, sentimientos, emociones, móviles de actos y de prácticas. Es por esto que podemos afirmar que ellas determinan casi todos los aspectos de la vida social, pues son estructuras que fundan comportamientos y relaciones.
Se explica entonces la intención de apelar a la imagen e ideario de los patriotas más insignes, aquellos que ya asociamos de manera consensuada a la búsqueda del bien común para posicionar y legitimar matrices de opinión, ideas y valores liberales. Se descontextualiza sin pudor, se inventan frases, se olvida la íntima relación del hombre con el tiempo que le toco vivir.
En la batalla de símbolos que hoy se está librando participan muchos, como observó Martínez Heredia:
Una multitud de cubanas y cubanos que sienten una profunda emoción al cantar el Himno Nacional —como el atleta premiado que lo entona llorando—, o portan, veneran, pintan, saludan a la bandera de la estrella solitaria. Participan los que tienen a Martí como el padre tutelar de esta nación, que nos enseñó las cuestiones esenciales y nos brindó su talento, su proyecto y su vida, le tienen devoción y lo representan, aunque lo hagan con más unción que arte. Y los que siguen a Maceo porque supo trasmutar la guapería en heroísmo, renunciar al mérito propio por la causa y presidir la familia que murió por Cuba.[2]
Participamos todos, y por eso es más necesario que nunca identificar, sin ingenuidad, cuáles valores y proyectos de sociedad se defienden y esconden detrás del uso de los símbolos culturales de la nación para poder elegir qué vamos a defender en la hora actual de Cuba.
Imagen e ideario de José Martí en los medios de comunicación
En el caso de la imagen e ideario de José Martí, se hace evidente su utilización como arma simbólica hoy en el campo de batalla digital, pero debemos reconocer que el ejercicio de apropiación de su figura ha sido recurrente en las prácticas de la comunicación política nacional, desde la independencia de España y hasta la actualidad.
Todos los gobiernos neocoloniales acudieron a la figura de José Martí para ganar ascendencia popular y legitimar sus propuestas políticas. Con independencia de la ideología que sustentara las formaciones de gobierno, la imagen de Martí fue alzada para fundamentar los programas políticos de cada período presidencial, desde el de Tomás Estrada Palma hasta el del dictador Fulgencio Batista.
“Todos los gobiernos neocoloniales acudieron a la figura de José Martí para ganar ascendencia popular y legitimar sus propuestas políticas”.
Los primeros años del siglo XX en Cuba fueron testigos también de la disputa por el símbolo. Personalidades como Carlos Baliño, Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras y Eduardo Chibás, por solo citar algunos de la etapa neocolonial, reivindican al Apóstol frente a los desgobiernos de la época. La propia Revolución Cubana y el movimiento insurgente que la llevó a la victoria reconocieron el ideario martiano como guía de su programa político y de gobierno. Es por esto que debemos reconocer que en la práctica de comunicación política nacional ha estado siempre presente la estrategia de apropiación de la figura martiana.
Martí no solo es “el misterio que nos acompaña”, como expresó el reconocido escritor José Lezama Lima, sino que es también, como aseguró el Comandante en Jefe Fidel Castro, “la idea del bien que él mismo describió”. Él es síntesis y esencia de los valores más puros de la identidad nacional cubana y todo el que tenga aspiraciones políticas en esta Isla debe reconocer y apropiarse de su pensamiento. De ahí la disputa.
Toda aquella persona u organización que en Cuba pretenda un liderazgo de cualquier índole debe incorporar en su discurso la figura y el pensamiento martianos, y ofrecer una interpretación de sus ideas medulares: independentismo, soberanía, igualdad, antimperialismo y justicia. Así ha sido en toda la historia republicana de este país y así será. Durante la primera mitad del siglo XX, las ideas de Martí aparecieron en discursos de campaña política, se erigieron estatuas y monumentos, se consolidó en doctrina el ideario del Apóstol desde el pensamiento y la práctica de la comunicación política. Luego del triunfo revolucionario, la puja por la apropiación del símbolo se hace más encarnizada, al punto de ser evidente el uso de la iconografía martiana y su legado como arma política: medios de comunicación financiados por Estados Unidos con el único propósito de incitar la subversión en Cuba, nombrados Radio Martí y Tv Martí, y organizaciones terroristas, como La Rosa Blanca, desde inicios del siglo XXI, casi omnipresentes en Internet y en las redes sociales.
Es bien sabido que el uso social y político del pasado está estrechamente vinculado a la memoria. Así, los diversos actores sociales buscan en el pasado y vuelven su mirada hacia la historiografía para obtener evidencia y argumentos que apoyen las agendas de acción en el presente. Difícilmente los sectores hegemónicos escapan de hacer uso de esta antigua estrategia en la que se seleccionan los episodios, los símbolos y las narrativas de otras épocas históricas que les ayudan a legitimar en el tiempo su razón de ser.[3] Tirios y troyanos, contendientes ideológicos históricos en Cuba, encuentran un asidero en José Martí.
Es por esto recurrente en el discurso de los medios de comunicación la evocación martiana para legitimar acontecimientos e ideas, así como opciones políticas e ideológicas. Esta regularidad que se verifica en la prensa nacional desde inicios del siglo XX también ha sido una constante en los medios de comunicación norteamericanos, sobre todo en los dedicados a públicos latinos. Asimismo, más recientemente se identifica esta tendencia en medios de comunicación de masas dedicados y financiados exclusivamente a la subversión interna en Cuba.
“Tirios y troyanos, contendientes ideológicos históricos en Cuba, encuentran un asidero en José Martí”.
En la actualidad, esta contienda se ha desplazado hacia las redes sociales e Internet, donde se identifican múltiples ejemplos, regularmente muy bien pagados, de cómo se recurre a imágenes generadoras de emociones y frases extraídas de su contexto (falsas en muchos casos), para dotar de valor político las posturas contra el proceso revolucionario cubano.
Estas redes sociales, las nuevas empresas, el llamado capitalismo de las plataformas digitales, que encuentra un gran colaborador en las élites de poder de los Estados Unidos,[4] han generado nuevas figuras de la llamada cultura digital, como los influencers, los instagramers o los youtubers, “que coincide con un discurso neoliberal de lo que se llama el emprendedorismo; ser un empresario de sí mismo es la máxima utopía liberal-conservadora”. Y aunque hay influencers con una línea crítica, normalmente proliferan con ideologías conservadoras y reproducen el discurso neoliberal.
Así, las distintas redes sociales como Facebook, Instagram o Twitterse ven inundadas de imágenes, frases, gifs y caricaturas relacionadas con la figura e ideario martianos vinculadas a campañas, muchas veces pagadas desde Miami y, sobre todo, para dar interpretaciones de procesos y sucesos nacionales como los hechos del 11 de julio de 2021 o fechas históricas. Hay también una guerra de etiquetas asociadas a ese uso de la imagen de Martí y su legado, por un lado están las #soscuba, #cubaestadofallido, #elcambioesya, entre otras; frente a #Martivive y #Cubanoestasola. Quedando bien claro desde qué postura política se evoca al Maestro.
Es ante este escenario que se vuelve entonces cada vez más necesario recordar a Cintio Vitier y su texto “Martí en la hora actual de Cuba”, publicado en el periódico Juventud Rebelde el 18 de septiembre de 1994: “En la hora actual de Cuba sabemos que nuestra verdadera fortaleza está en asumir nuestra historia, y sabemos que el escudo invulnerable de nuestra historia se llama José Martí”.[5]
Cuando la crisis de los años 90 del pasado siglo, momento histórico que guarda relación con los días actuales por la sostenida hostilidad del gobierno de los Estados Unidos hacia Cuba y el incremento de las acciones de grupos y personas que suponen el descrédito del proyecto revolucionario, Vitier aseguró que a todos aquellos que migraban en condiciones irregulares, ilegales, desesperadas y peligrosas no había llegado la palabra de Martí; una afirmación que podemos extender a nuestros días cuando advertimos que la palabra de Martí no ha llegado a muchos y que, en otros casos, se desvirtúa y manipula, para usarla con fines contrarios a las convicciones profundas que les dieron origen. No por manida, la idea de ser cultos como único modo ser libres deja de tener vigencia, cuando desde el relato hegemónico se propone una nueva narrativa de los hechos y, fundamentalmente, de la historia cultural de la Revolución.
Vitier confió para hacer, frente a los dilemas de la nación y el acecho mediático, en el poder de lograr un conocimiento sólido del pensamiento y la ética martianos en el pueblo cubano, y, agregaría yo, en los intelectuales y artistas. Un grupo que es hoy centro de las actividades de reclutamiento de organizaciones foráneas que pretenden erosionar el sistema social escogido por mayoría en Cuba.
Repetir, descontextualizar y ejemplarizar, cada vez con un alcance mayor; repercusión y permanencia en el tiempo, gracias al uso de las redes sociales e Internet, así como a la ruptura del discurso sincrónico dirigido a un público temporal y geográficamente delimitado, son las principales estrategias en el cibermundo, lo que también ofrece nuevas oportunidades y retos para el pensamiento crítico.
Hoy sigue siendo central propiciar el consenso social en torno a la Revolución. Una unidad cuya solidez se logra a partir del conocimiento profundo y la educación en valores martianos. Aprendizajes que nos permitirán identificar las acechanzas y hacer frente común para defender nuestra soberanía.
Del panel “José Martí en la lucha ideológica actual”, realizado en la Sala Bolívar del Centro de Estudios Martianos, el martes 18 de octubre de 2022.
Notas:
[1] Fernando Martínez Heredia: “Los símbolos nacionales y la guerra cultural”, en Dialogar, dialogar (blog de la Asociación Hermanos Saíz), 26 de septiembre de 2016. En: https://dialogardialogar.wordpress.com/2016/09/26/los-simbolos-nacionales-y-la-guerra-cultural/.
[2] Ibídem.
[3] Revista Mexicana de Sociología, vol. 74, no. 3, julio-septiembre de 2012, pp. 513-519.
[4] La complicidad de las élites del poder en Estados Unidos y las plataformas de redes sociales como Facebook, Twiter e Instagram es absoluta. Ejemplos claros son los apagones informativos que propiciaron cuando comenzaron las movilizaciones en Brasil en defensa del Partido de los Trabajadores. Estas plataformas han sido activos colaboradores para generar procesos de contrainsurgencia, con el propósito de evitar la movilización ciudadana que vaya en contra de los intereses geopolíticos y estratégicos de Estados Unidos.
[5] https://publicaciones.sodepaz.org/images/uploads/documents/revista016/06_martihoraactual.pdf