José Luis Sierra, el poeta mexicano que amó intensamente a Cuba
27/1/2020
Yo no conocí a José Luis Sierra. La frase cayó de sopetón en medio del murmullo, y los que todavía estaban en el patio aguantando el frío intenso de Querétaro hicieron silencio para prestar atención. Sostuve el micrófono con un poco de temor, y repetí la frase para tomar valor y continuar mi pequeño discurso en homenaje a José Luis Sierra, un poeta mexicano al cual un grupo de amigos recordaron el pasado 5 de enero, día de su cumpleaños.
La reunión se realiza cada comienzo de año desde que el poeta murió el 18 de mayo de 2013. Josefina Arellano Chávez, su segunda esposa y madre de su tercer hijo —al que nombraron José María—, bailarina y maestra de la Universidad Autónoma de Querétaro,organiza el homenaje en el patio de su casa. Esa noche, los amigos leen sus poemas, hay música, se bebe y se come, compartiendo una buena conversación, porque los mexicanos recuerdan a sus muertos con alegría y disfrutando de las cosas que ellos amaban en vida.
El patio, lo suficientemente amplio y cómodo para acoger a los amigos que llegan cada enero al homenaje, fue un espacio de esta casa muy importante para José Luis. Cuenta Josefina que allí, rodeado de plantas, el poeta disfrutaba las tardes queretanas leyendo y fumando; en ese mismo patio se perdía en sus reflexiones por largo rato, y se alegraba con los pájaros que llegaban a saborear una mezcla de jarabe de granadina y agua, que todavía le suministran en un bebedero colgado en el centro. Allí también recibía la visita privilegiada de los colibríes y de un petirrojo, ese extraño pajarito con hermosos colores. José Luis decía que era su madre que lo iba a visitar. Por eso no existe mejor lugar en Querétaro que el patio de su casa para recordarlo.
Aquella noche, sin importar los 12 grados que nos ofrecía la ciudad, la gente se acercaba a la pequeña mesa, escogía uno de los libros donde están publicados los poemas de José Luis, y volvía cuando estaban listos para leer. Pero de la lectura muchos seguían a la anécdota de momentos compartidos con este poeta que vivió orgulloso de su Querétaro natal, que disfrutó la vida bohemia de la ciudad saboreando un café en algún bar del centro, leyendo el periódico o conversando con los amigos. Recorriendo cada palabra de los últimos versos escritos tal vez en una pequeña servilleta estrujada.
La noche del homenaje había transcurrido con buena energía, y todos los que leyeron conocieron muy bien al poeta. Así que cuando me acerqué al micrófono y dije “Yo no conocí a José Luis Sierra”, la mirada penetrante de algunos cuestionaba mi presencia. El silencio que se hizo en el patio me paralizó. Un trago de tequila me trajo el alma al cuerpo y retomé mis palabras.
Yo no conocí a José Luis Sierra, pero acabo de ordenar su fabulosa biblioteca. Lo he conocido a través de sus libros, de sus colecciones de revistas y periódicos, de sus discos de acetato. Lo he ido descubriendode a poco, en silencio, desempolvando cada volumen y tratando de organizar el rico depósito de libros que acumuló durante su vida.
Conocí a su esposa Josefina en un Congreso, en Cartagena, en 2018. Entonces, me contó del amor que sentía José Luis por Cuba, por la música de Compay Segundo, de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. No entendí la dimensión de ese amor hasta que me encontré organizando su biblioteca, donde hallé una suma importante de revistas Conjunto y Casa de las Américas. También descubrí muchas obras publicadas en Huracán, una de las colecciones más populares editadas en Cuba durante años. Saqué de cajas inmensas la poesía completa de Nicolás Guillén, publicada por Letras Cubanas, el Paradiso de Lezama Lima, y numerosos títulos que fueron Premio Casa de las Américas.
Su colección de discos de acetato guarda música de autor, tanto en español como en inglés. También allí está presente Cuba con el Causa y azares de Silvio, el Grupo de Experimentación Sonora del Icaic, discursos de líderes de la Revolución… Todo conservado y cuidado.
¿Y quién era este poeta tan admirado y con tantos amigos? José Luis Sierra estudió Derecho y Psicología en la Universidad Autónoma de Querétaro. Fue una figura pública comprometida con muchas causas sociales y así lo refleja una primera etapa de su obra. Luego fue profesor de esa propia Universidad donde estudió; también fue editor y tuvo una vida intelectual intensa con posgrado en España, y estancias en Estados Unidos y Bélgica, donde cumplió con cátedras y ejercicios de escritura.
Su libro Sueña canarios amor, que vio la luz en 1991 y luego fue reeditado en 2013 para el homenaje que en vida le hiciera la Universidad Autónoma de Querétaro, tiene una dulzura particular. Dedicado a su esposa Josefina, dato que muchos no conocen porque en la dedicatoria solo dice “a Jushe”, como cariñosamente le llamaba, este libro de poesía te enamora con sus versos.
Mi más hermosa impaciencia
Es tomar tus manos
Guiarlas hasta mi cuello
Para que estrangules mi soledad.
Me pasé varios días sumergida en la biblioteca de José Luis Sierra y una extraña sensación hizo que me creyera una intrusa al comienzo; luego me sentí como en casa, como invitada desde siempre. Los libros habían estado esperando por mí durante algunos años, esos que ya suman el tiempo de su ausencia en esta dimensión. Y estuve ahí para entender cuánto amó a Cuba. Encontré los trazos que lo trajeron a un festival de poesía, o a una jornada literaria, o simplemente a disfrutar del calor del país y sus amigos de La Habana, desde donde se llevó libros a raudales.
Así, también fui descubriendo su poesía, abriendo una página y otra, y otra. Tropezando con los versos, tratando de mirarlo a través de sus líneas, las que dejó para que yo descubriera algunos años después.
Rabinal
“a Jushe”
No hay hueco posible
Por donde no halle
Tu cuerpo…
Es la noche y el aire
Que tibian nuestros huesos.
Es mi secreta voz
Llegando con el resuello
Al oído de tu corazón.
Cada libro me revelaba una faceta distinta de este poeta que no conocí en esta dimensión pero que, y ahora estoy segura, debo habérmelo topado en otra vida donde posiblemente no era un hombre que armaba versos; por eso quiso que le conociera en esta otra existencia, sin su cuerpo pero con su poesía. La vida tiene esas cosas extrañas, y el azar concurrente del que hablaba Lezama a veces te regala unos capítulos que no necesitan explicación, solo queda vivirlos.