Jesús Cabrera: cuando un fundador revela su espíritu
Cada vez que me hablan de Jesús “Chucho” Cabrera Acosta en Santiago de Cuba, lo hacen con veneración. Su eco nos alcanza. Cuando en 1968 llegó a la entonces capital de Oriente, para dirigir el primer canal televisivo fundado por la Revolución, Tele Rebelde, era ya un artista en todo su esplendor. Se convirtió en el artífice de una de las historias más singulares de la cultura cubana del pasado siglo.
Diseñó la programación, preparó al personal, fomentó una disciplina y un colectivismo emblemáticos. Encabezó una colaboración legendaria entre artistas y técnicos llegados de la capital con los orientales ―los que mayormente se formarían allí― en un puente que tal vez no se ha repetido más en semejante magnitud.
Nacido en el Central Cuba, Matanzas, el 11 de junio de 1926, “Chucho” Cabrera acaba de fallecer en La Habana, este 13 de noviembre 2022, a los 96 años. Jesús Cabrera es por antonomasia un fundador. Participó en la creación de la televisión cubana (1950), la colombiana (1954), la angolana (1976) y la nicaragüense (1981). Mencionar algunos de los programas bajo su mano, es entrar en la senda de clásicos de la pantalla como En silencio ha tenido que ser, La Frontera del deber, Sector 40 y Julito, el pescador.
Premio Nacional de Televisión por la obra de la vida, docente y maestro de generaciones de artistas audiovisuales, todos los caminos me llevaron a él cuando la Fundación Caguayo puso en mis manos retomar el hilo de su paso por aquel canal pionero. Conformar esas memorias ―hacerlas emerger―, exigió todas las vías posibles: mensajes que atravesaron la Isla, llamadas telefónicas, testimonios de primerísima mano durante sus visitas a los estudios de Tele Rebelde (hoy Tele Turquino) y la Uneac, y hasta inolvidables visitas a su casa.
“Jesús Cabrera es por antonomasia un fundador”.
No fue solo la suya, la de Jesús Cabera Acosta, una vida larga, sino una vida fértil. Aunque la fundación de Tele Rebelde es solo uno de los capítulos de su existencia, resulta de los más entrañables. Para quienes lo vivieron de cerca, haber trabajado con Chucho es una marca. En el diálogo que sostuvimos encontramos no solo al fundador que reveló las especificidades de aquel momento, sino las estrategias, la filosofía creativa y el espíritu que le acompañaron durante toda su existencia.
Tele Rebelde, uno de sus capítulos más hermosos
¿Qué hacía inmediatamente antes de dirigir la televisión en Santiago? ¿Por qué resultó escogido y bajo cuáles circunstancias?
En esa época éramos muy pocos directores y hacíamos de todo: Teatro ICR, comedias, cuentos… Yo era el director de la telenovela (Horizontes) que salía al aire tres veces por semana. Justamente en el momento en que me dan esta misión de Tele Rebelde, era el jefe de toda la programación dramática de la televisión.
El edificio de la televisión en La Habana sufre un atentado al triunfar la Revolución y se quema el equipo de kinescopio que grababa los programas que luego se veían en Santiago. Eso trajo como consecuencia que Santiago de Cuba se quedó “sin televisión”. Se sabe que la señal de televisión que se recibía en la zona oriental era muy mala y fue un deseo de la Revolución hacer lo imposible para que todo esto se solucionara. Le dieron la tarea al compañero Marcos Behmaras, pero muere en un accidente. Entonces fui designado por la dirección del ICR, por su presidente, el Comandante Jorge Serguera, como responsable para la misión.
Una misión exigente, un año difícil, ¿verdad?
Sí. Nos dan la tarea a nosotros, también por un problema político. En el año 1968, en Santiago había muchos problemas, unas guaguas Skodas que funcionaban cuando podían, los cines estaban rotos, había escasez de alimentos, de casi todo… Ahí radica también la importancia del proyecto de Tele Rebelde en ese momento: era político, social, humano y cultural.
“Cada vez que me hablan de Jesús “Chucho” Cabrera Acosta en Santiago de Cuba, lo hacen con veneración”.
¿Cómo fue ese primer encuentro con Santiago de Cuba?
Mi primer viaje fue de exploración. En primer lugar, me entrevisté con el escritor José Soler Puig: teníamos una gran amistad, pues dirigí y adapté para la TV una de sus mejores obras, Bertillón 166. Por los criterios certeros de este santiaguero, pude saber las grandes potencialidades de buenos actores en varios grupos de teatro de la época. La otra persona que busqué en Santiago fue a Francisco Muñiz. Fuimos viejos compañeros en la publicidad de la época del capitalismo, sabía de su interés por la televisión y que podía ayudarme mucho. A través de él localicé a Enrique Bonne, que estaba en la preparación del carnaval, y obtuve maravillosos frutos en nuestro intercambio. Sin esas tres personas, nada hubiéramos podido hacer los sesenta y ocho compañeros que llegamos. A ese grupo se unió después Ernesto Matos Ruiz, delegado del ICR en Oriente, compañero con un valor increíble, que se dedicó por entero a allanar muchos caminos.
¿Cómo seleccionó a las personas que le acompañarían?
Todo el personal tanto técnico como artístico, estaba muy bien definido desde el punto de vista revolucionario. En mayo de 1968, hice la primera selección. Días después regresé con un escritor de aventuras, Carlos Mas, y dos experimentados directores: Consuelo Elba y Pepe Simón, ambos con posibilidades de formar a otros directores. También vino María Fortes, especialista en programación infantil.
Nos hospedamos en el hotel Venus. Por el día, nos íbamos para ayudar en la construcción del estudio. Por las noches, en el propio lobby del hotel, nos la pasábamos proyectando lo que íbamos a hacer. Después de comernos una simple pizza, que nuestro amigo Suaritos (José Suárez Mosqueda) nos guardaba, nos poníamos a analizar y discutir el diseño de la Planta que saldría al aire de lunes a domingo de 6:00 p.m. a 12.00. Eran días enteros trabajando. Luego, ya con más especialistas, vivimos en una casa albergue cerca de Tele Rebelde.
Seleccionamos al resto del personal que vino de La Habana por varios meses, cuando ya teníamos consolidada la programación. Estaba formada por actores, directores, camarógrafos, operadores de master y de sonido, musicalizadores, luminotécnicos, coordinadores, escenógrafos, montadores, pintores, maquillistas, vestuaristas… todos con el mismo propósito de arrancar la programación y enseñar al personal de Santiago.
¿Qué requisitos debían cumplirse para ingresar a Tele Rebelde?
Formé una comisión que entrevistaba a los jóvenes para saber por qué querían participar, si tenían o no vocación, qué género de lecturas preferían y el grado de escolaridad. Finalmente, con los criterios colectivos, se aprobaban los candidatos. Después, con las clases y las prácticas, comprobábamos su sensibilidad artística.
Para todas las especialidades se exigía ser revolucionario y tener, al menos, sexto grado; aunque había especialidades en que pedíamos bachillerato. Todo el personal escogido pasó talleres. Los profesores fuimos nosotros y los demás que trajimos de La Habana. En las noches, el estudio se convertía en una gran aula y se hacían grupos de clases de las distintas especialidades.
¿Cuál fue la propuesta inicial de programación?
El diseño inicial se llevó a cabo con grandes sacrificios. Los programas fueron: Aventuras de lunes a viernes, tres programas infantiles, tres programas deportivos, un teatro de una hora o una comedia al mes, un cuento a la semana, un noticiero provincial (diario), tres espacios musicales y un programa científico que dirigía y animaba Antonio Resillez.
“Yo logré en Santiago un sueño de toda la vida: que todos los trabajadores de Tele Rebelde sintieran amor por lo que hacían y sentido de pertenencia”.
Era una programación ambiciosa para un solo estudio y los pocos equipos que había, ¿funcionaba en verdad?…
Estábamos muy seguros de nuestro diseño, pero te confieso que rebasó nuestras expectativas. También tuvimos un programa estelar musical los sábados y otras cosas que se nos ocurrieron sobre la marcha. Ese diseño fue aprobado por el entonces secretario del Partido en Santiago, Comandante Guillermo García, que en todo momento apoyó al canal.
¿Cuál fue su método de trabajo en una tarea que necesitaba aunar tantas voluntades, tantas especialidades, tanta gente inexperta junto a otra ya experimentada?
Al principio, todos los días en la mañana me reunía con el colectivo de especialistas, incluyendo al cocinero. Analizábamos diariamente lo que salía al aire. Las críticas eran sanas y constructivas. Yo logré en Santiago un sueño de toda la vida: que todos los trabajadores de Tele Rebelde sintieran amor por lo que hacían y sentido de pertenencia. Es verdad que trajimos a los mejores de La Habana, pero también que logramos a los mejores de Santiago.
NOTA: Agradecimiento especial a la Clarita Castillo, una de las discípulas de Jesús Cabrera y Premio Nacional de Televisión, 2018