El 17 de diciembre de 2014 Raúl Castro y Barack Obama anunciaron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, la excarcelación de los héroes cubanos condenados por proteger a su país de ataques terroristas desde Miami, y de prisioneros estadounidenses en la Isla apresados por acciones subversivas, además de otras medidas como el establecimiento de respectivas embajadas en Washington y La Habana. Comenzó un período diferente en la historia de los dos países y se abrió la posibilidad de mantener intercambios beneficiosos para ambos pueblos, basados civilizadamente en el respeto, como corresponde a países vecinos, aunque tengan proyectos políticos antagónicos para organizar sus sociedades. El gobierno cubano, contando con el apoyo mayoritario del pueblo, aceptó el reto de que el estadounidense probara otro método para derrotarlo.
El cavernario presidente norteamericano elegido posteriormente no creyó que ese fuera un camino exitoso para lograr el mismo objetivo que su predecesor y optó por inventar un sinnúmero de falsedades —algunas poco creíbles hasta para sus aliados, como los “ataques sónicos”— para acusar a la Isla de colaboración con el terrorismo y de tráfico de personas, necesarios para dictar nuevas medidas de bloqueo y asfixia contra el pueblo cubano, con la esperanza de que se rebelara. Además de una perversidad monstruosa, se manifestaba una ignorancia supina, al desconocer que la clave de la firmeza del sistema cubano radicaba en el apoyo popular.
La nueva administración demócrata, a casi un año de gestión, que ha exhibido una notoria ineptitud para la política exterior, apostó por llevar hasta el tope la presión, aprovechando que en 2021 la COVID-19 golpeó duro en Cuba, y paralelamente se sucedían intensas transformaciones en la Isla, con medidas inéditas para reanimar la economía y un reordenamiento monetario que no podía esperar más. Aprovecharon o provocaron momentos de máxima tensión social y política para incitar a una revuelta, utilizando situaciones de agotamiento y desesperación, o usando líderes falsos o microlocalizados. En vano.
En 2014 quizás una parte de los cubanos creímos posible establecer relaciones normales con el enemigo histórico de la nación; hoy ya pocos lo creen.
En el Oriente se han concentrado las economías más importantes del mundo, y si bien hasta 2014 China había demostrado saltos económicos descomunales y un dinamismo de su comercio exterior en diversos renglones estratégicos, actualmente nadie pone en duda que será cuestión de años, y no de décadas, que se convierta en la economía más importante del planeta. Estados Unidos mantenía a duras penas el control financiero del mundo con la impresión de billetes, según sus propias reglas, para paliar sus crisis; hoy la diversificación monetaria con convenios bilaterales entre gobiernos y soluciones ingeniosas para no depender del dólar estadounidense— incluida la proliferación de criptomonedas en algunos espacios comerciales— debilita el impacto de medidas coercitivas.
Si por aquellos años el panorama político de América Latina giraba hacia una zona conservadora y neoliberal, en la actualidad la dirección va torciendo hacia la izquierda, con gobiernos que tienen más en cuenta las políticas públicas y de inclusión social; si para algunos entonces Estados Unidos aún representaba un modelo de democracia, ahora, incluso quienes intentan instalarse en ese país buscan la sobrevivencia al amparo de sus ventajas ante el arrasamiento neoliberal en naciones saqueadas, pero sin creerse “modelos” de democracia y respeto a los derechos humanos. El deterioro de la política interna de justicia social en Estados Unidos se hizo evidente en la presente centuria —entre otras razones debido a que las nuevas tecnologías comunicativas facilitan la evidencia de los abusos—, y se han acumulado experiencias inéditas, especialmente en el cambio de gobierno de Trump a Biden, que grabaron una huella simbólica semejante al derrumbe de las Torres Gemelas, pero esta vez sin ataque exterior.
Otros acontecimientos alejan la posibilidad de relaciones normales entre Cuba y Estados Unidos, pues se ejecutaron con relativo éxito campañas por las redes sociales para dividir amigos y familias, y a pesar de que nunca se cortará tajantemente la relación entre cubanos de aquí y de cualquier parte del mundo, así como las de estadounidenses y cubanos, porque existen lazos históricos y culturales muy difíciles de romper, han quedado lastimaduras apreciables que solo sanan con el tiempo.
“Desde EE. UU. no solo se ha tratado de destruir un sistema político, sino que se ha dañado a todo un pueblo, pretendiendo que se culpe exclusivamente al gobierno cubano de los problemas y dificultades que padecemos”.
En el año que dejamos atrás los cubanos hemos debido crecernos ante la escalada del bloqueo en medio de la pandemia, con tres vacunas y dos candidatos vacunales propios, gracias al talento de nuestros científicos, la vitalidad de nuestro sistema de salud y la voluntad política de salvar vidas, a cualquier costo. Más del 99 % de pacientes recuperados, una tasa de letalidad muy inferior a la del mundo y la capacidad para ayudar a otros países demuestran, sin muchas palabras o cifras, hechos evidentes. La pandemia no ha terminado y el sistema de salud cubano parece más fuerte para enfrentar rebrotes; prueba de ello ha sido la acelerada aplicación de la dosis de refuerzo con nuestras propias vacunas —mi familia celebró la Nochebuena a las 8:00 p. m. “reforzados” a la 1:00 p. m—.
Hemos manejado diversos tipos de crisis motivadas por el constante bloqueo y a causa de políticas propias erradas o demoradas. Desde EE. UU. no solo se ha tratado de destruir un sistema político, sino que se ha dañado a todo un pueblo, pretendiendo que se culpe exclusivamente al gobierno cubano de los problemas y dificultades que padecemos. En ocasiones la ineficiencia criolla al enfrentar el bloqueo ha causado estragos, a pesar de la difícil lucha y la voluntad para enfrentarlo; pero no se puede perder de vista que ningún país ha padecido un asedio tan grande, durante tanto tiempo.
Hemos visto el accionar de una dirección colectiva, apoyada cada vez más en la ciencia y la tecnología para tomar decisiones y buscarles soluciones a viejos problemas ahora intensificados, y hasta superpuestos a otros por la falta de recursos materiales y por la inoperancia y dejadez de algunos cuadros. Vendrán otras batallas de todo tipo, pero el año 2021 que ya concluye ha sido uno de los más duros de la historia de la Revolución. La experiencia adquirida frente a un escenario totalmente nuevo ha probado la capacidad de resistencia y la creatividad de la dirigencia cubana, sin la presencia física de su líder histórico, quien, gracias a sus indiscutibles méritos, acumulaba un extraordinario capital simbólico, nacional e internacionalmente. El pueblo ha logrado otra gran proeza y en estos momentos está mejor preparado para enfrentar hostilidades y perversidades; la dirección política y administrativa, a pesar de equivocaciones, también.
La experiencia de este año deja enseñanzas definitivas. La rectificación de errores en la concepción y en la implementación de la Tarea Ordenamiento, aun en las condiciones más adversas; la aplicación creciente de la ciencia en numerosas ramas de la economía —aunque deban atenderse más los resultados investigativos en las Ciencias Sociales, que ya habían lanzado no pocas alertas ante situaciones que después hicieron crisis—, y el dinamismo legislativo, preparan el escenario en un fogueo más profundo para emprender un camino de superiores resultados.
Los cubanos nos hemos ido entrenando en vivir no solo con el bloqueo impuesto, sino con su recrudecimiento, hasta que no les haga falta a quienes lo mantienen. La capacidad defensiva, tradicionalmente concentrada en lo militar, incluido su aparato de Inteligencia, se ha ampliado y trasvasado hacia la dinámica social, sobre todo en el espacio de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones. El sostenimiento y ampliación de la democracia en las más duras condiciones es uno de nuestros mayores desafíos. Como una vez se dijo, el funcionamiento del parlamento en una trinchera es más necesario que nunca.
No solo los combatientes de uniforme cuidarán la integridad de la nación; se trata de un deber de cualquier ciudadano que ame a su patria —más allá de naturales diferencias en cómo construirla—, de cualquier nacional que sienta a Cuba, y que, sin importar su lugar de residencia, necesite oponer resistencia a arteros ataques encaminados a deshonrarnos y a involucrar en causas espurias a quienes poco saben de nuestra historia y de la tanta sangre derramada a lo largo de siglos para edificar un país libre e independiente.
Hemos aprendido a conquistar nuevos espacios para el bien de la nación, aunque se haya pagado un altísimo precio que todavía se cobra. El año que cierra ha servido para un ejercicio práctico de ciudadanía, y será imprescindible ampliar el debate de ideas y seguir atendiendo las voces críticas; Israel Rojas, en un spot televisivo trasmitido con mucha frecuencia, asegura que la verdad es siempre revolucionaria, aunque la diga el enemigo, porque nos obliga a examinarnos.
Se impone avanzar con originalidad, evitar la desunión en asuntos que no atañen a los principios y beneficiar a la nación, afianzando logros en la estrategia económica y comercial, más allá de lo que dictaminen, castiguen o aprueben desde Estados Unidos. Buscar autosustentabilidad, desarrollo y prosperidad basados en el trabajo real y no en la especulación, los resultados “inflados”, la falta de solidaridad, la corrupción y la corruptela. Mientras no seamos fuertes económicamente y con una diversificación comercial para no depender de nadie, como aspiraba José Martí, seremos débiles políticamente.
“Vendrán otras batallas de todo tipo, pero el año 2021 que ya concluye ha sido uno de los más duros de la historia de la Revolución”.
Roberto Fernández Retamar, a propósito de la “leyenda negra” contra Cuba, escribió un texto —dedicado a Pepe Rodríguez Feo y a Pedro Henríquez Ureña, dos intelectuales formados en la cultura de Estados Unidos—, que se refiere a un país imaginario de nuestra América: Haipacu, topónimo formado por el nombre de países reales: Hai(tí), Pa(raguay) y Cu(ba). Francia perdió Saint-Domingue, la colonia más rica del mundo a finales del siglo XVIII, a causa de la revolución más radical de su tiempo; allí fue derrotado el ejército napoleónico, además de tropas coloniales de España e Inglaterra, y el bloqueo francés contra el azúcar haitiano dejó a esa nación como una de las más pobres del orbe. Gran Bretaña la emprendió contra el proyecto independentista de Paraguay en el siglo XIX, la única nación latinoamericana “que el capital extranjero no había deformado”, como apunta Eduardo Galeano, y alentó y financió la guerra contra un país que, por vías propias, había erradicado el analfabetismo, el desempleo y la mendicidad, sin deuda externa; el enfrentamiento de la Triple Alianza —Brasil, Uruguay y Argentina— contra Paraguay arrasó con ese país, convertido en uno de los más pobres del mundo.
A partir de 1959, el último de los imperios ha pretendido repetir las mismas historias con Cuba; los actuales gobernantes de Estados Unidos no quieren recordar que, igual que en Haití y Paraguay —incluso, las Trece Colonias—fuimos víctimas de imperios europeos, los combatimos y los derrotamos. El impacto de la Revolución cubana en América Latina es una realidad innegable y hoy la influencia del último de los grandes imperialismos capitalistas está llegando a su fin; se avizora el declive de quien, de tanto sancionar y bloquear, se está sancionando y bloqueando a sí mismo. Los diversos procesos emancipadores y autónomos americanos, con los más diversos nombres, orientaciones y estilos nacionales, se están sacudiendo del estigma de “patio trasero” de un imperio que soñó una vez con adueñarse del hemisferio occidental.
Por los años 60 del siglo XX muchos revolucionarios en el mundo creímos que el sistema capitalista en Estados Unidos estaba llegando al final; lo auguraban la guerra en Vietnam, la crisis del dólar y del petróleo —visible al final de la década—, la crítica situación social y política ante las protestas, sobre todo de negros y jóvenes, contra la guerra imperialista y sus costos en vidas; la escandalosa discriminación racial y la obscena desigualdad social interna. A pesar de que el bloqueo a nuestro país fue implantado desde el propio 1959 y los cubanos lo denunciábamos en cuanto foro internacional existía, se intentaba evadir, burlar y derrotarlo internamente con ingenio y capacidad creativa, con pericia e inmediatez, tal vez porque creíamos que al sistema de explotación yanqui no le quedaba mucho tiempo. Pero el viejo capitalismo aceptó su derrota en Vietnam, dividió a los árabes, negoció con los chinos, usó trucos y mañas para imprimir todos los billetes que necesitaban, endrogó o reprimió a sus jóvenes y resolvió, puntualmente, esos y otros problemas, y pasó a la ofensiva.
Sin embargo, en un contexto global en que el dinero va perdiendo su poder, la inteligencia se traslada al mundo artificial y la civilización humana corre muchos riesgos por la falta de capacidad racional para enfrentar sus acuciantes problemas; en un entorno en que emergen otras potencias cuyo objetivo consiste en un mayor desarrollo económico y comercial propio, sin injerencia extranjera; en un planeta en que el medioambiente se agota a nivel galopante y se sustituyen matrices energéticas tradicionales, solo nos salvaremos como especie si se impone la cultura de la inclusión social y la cooperación para el desarrollo, dejando atrás modelos unilaterales egoístas de apropiación y esquemas irracionales de consumo.
Mientras, en Cuba se trabaja para aprender de los errores, modernizar leyes, aplicar políticas cada vez más inclusivas, enfrentar a la corrosiva burocracia, renovar la comunicación, organizar las finanzas, luchar contra la inflación, alcanzar la aún pendiente soberanía alimentaria, aplicar los avances de la ciencia y la tecnología para el beneficio de las personas, atender intencionadamente a los más desfavorecidos —no con políticas asistencialistas, sino alentando el trabajo y la participación comunitaria— y depender cada vez más de nuestras propias fuerzas, porque el propio bloqueo nos ha enseñado los caminos para ello. Estamos en mejores condiciones de enviarle un mensaje para el nuevo año al prepotente vecino: “Goodbye USA!”.