Fútbol y béisbol: encrucijada nacional

Aliet Arzola Lima
20/9/2017

Puestos en una balanza, la brecha entre fútbol y béisbol en Cuba es abismal. Así ha sido por casi dos siglos. Sin embargo, en los últimos tiempos ha disminuido la diferencia, y la gente vibra tanto, o más, con goles y atajadas que con jonrones y ponches. El fenómeno en cuestión tiene mucho que ver con las cientos de horas mensuales de transmisión del más universal de los deportes, las cuales superan con creces unos pocos partidos de pelota.


“Un total de ocho cubanos han jugado en el Real Madrid”. Foto: ABC

 

Si establecemos una línea histórica, la trayectoria del fútbol en nuestras fronteras no es nada despreciable. El Campeonato Nacional se fundó hace más de cien años, Cuba fue pionera del Caribe en los Mundiales con un séptimo lugar en 1938, y un total de ocho cubanos han jugado en el Real Madrid, sexto país con más representación en el laureado club blanco.

Desde el punto de vista deportivo, para una nación sin grandes canchas, sin jugadores profesionales, sin barras bravas ni hooligans, y sin el andamiaje mediático que rodea al balompié, estos son logros para enmarcar. Pero…

El béisbol entró en Cuba en el lejano 1864, hace 152 años, cuando Nemesio Guilló vino con un bate y una pelota en su maleta proveniente del Spring Hill College de Mobile, Alabama. Cuatro veranos más tarde, ya se había fundado el primer club de pelota (Habana) y ya se sabía jugar gracias a las enseñanzas de Esteban Bellán, quien aprendió los fundamentos del deporte en el Saint Johns College de Fordham, Nueva York.

A estos detalles centenarios podemos sumar el hecho de que Cuba, sin un caudal monetario relevante y sin dos terrenos al menos decentes en ningún momento de su historia, ha logrado más de 60 coronas internacionales (25 mundiales), cientos de jugadores han debutado y saltado al estrellato indiscutible en Grandes Ligas, y nuestros circuitos domésticos han sido valorados como un destino atractivo por estelares de siempre. Sin dar muchas señas, basta decir que Babe Ruth recorrió las calles habaneras, bateó y se ponchó en diamantes de la Isla.

Desde este punto de vista, la franja entre béisbol y fútbol en Cuba es inmensa, y pienso que debe seguir creciendo, pues si bien la pelota atraviesa un lapso de retroceso, el balompié se encuentra detenido en el tiempo, viviendo de una suntuosa, pero lejana historia, y de la transmisión de los partidos de Barcelona, Real Madrid, Bayern de Munich, Stoke City y cuanto club aparezca en el planeta.

No obstante, hay una percepción generalizada de que el fútbol, como fenómeno socio-cultural, gana enteros en Cuba y marcha camino a desplazar por completo al pasatiempo nacional, sumido en una crisis deportiva y mediática que puede culminar en un atolladero sin salida.

Retroceso beisbolero, ¿Fenómeno exclusivo de Cuba?

Contrario a lo que pudiera pensarse, no somos la única gran potencia de la pelota mundial con una pérdida de legitimidad y un descenso sustancial de fanáticos y practicantes en los últimos años.

De acuerdo a la National Sporting Goods Association, una organización sin fines de lucro que proporciona diversas informaciones sobre el universo atlético, alrededor de 9 millones de personas entre 7 y 17 años jugaban béisbol en Estados Unidos en el 2002, cifra que para el 2013 se había reducido en un 40% (5.3 millones).

El asunto no termina ahí. También en Estados Unidos se ha hablado por mucho tiempo sobre cómo los afroamericanos han dado la espalda al béisbol buscando cumplir sus sueños deportivos en la NFL o la NBA, pero un artículo publicado en The Wall Street Journal (“Why Children Are Abandoning Basebal”) refleja que se ha perdido el interés por la pelota sin importar la edad ni la raza.

En Japón, el otro epicentro de los diamantes a nivel mundial, el número de niños de secundaria involucrados con la disciplina descendió un 28% entre 2009 y 2014, y en ambos sitios existe temor por la indiferencia de los aficionados más jóvenes respecto al deporte de las bolas y los strikes.

La dinámica del juego, en ocasiones lento y demorado, así como la complejidad de las reglas son algunas de las principales causas del alejamiento de los fanáticos más bisoños y de potenciales practicantes, atrapados por la puesta en escena mucho más sencilla del fútbol o el baloncesto, disciplinas con límite de tiempo y no tan difíciles de entender.

Además, la temprana especialización en el béisbol y el sobreuso han provocado una ola creciente de lesiones serias en atletas bien jóvenes, quienes “terminan sus carreras antes de comenzarlas”, de acuerdo a Bob Cook, analista norteamericano de temas deportivos juveniles.

En Cuba, no se ha producido un punto de quiebre en la práctica del béisbol entre los más jóvenes, sobre todo porque siguen surgiendo talentos naturales con condiciones para imponerse donde se lo propongan. A pesar del crecimiento hasta proporciones inusitadas de la popularidad del juego callejero de fútbol, el sistema organizado del balompié es arcaico y no brinda una real opción de crecimiento a los muchachos que deciden apostar por la disciplina.

La pelota, en cambio, ofrece mayores garantías de éxito, incluso en estos tiempos de éxodo permanente de entrenadores y de déficit de recursos en un deporte que no se puede practicar con dos piedras y un balón. La escasez de bates, guantes, bolas y un terreno decente no ha frenado a los jóvenes amantes del pasatiempo nacional, cada vez más decididos a buscar la gloria en las Grandes Ligas.

El mejor fútbol vs. Ninguna pelota

Justamente, la práctica sostenida de la pelota en nuestro país desde las categorías inferiores, sustentada en el inmenso esfuerzo de padres y amantes del pasatiempo nacional que corren con gran parte de los gastos necesarios para practicar la disciplina, nos permitirá mantenernos como una potencia en los diamantes.


Jason Jay da instrucciones a niños habaneros en estadio Latinoamericano de La Habana. Foto: Cubadebate

 

Puede ser que no tengamos el mismo señorío en torneos internacionales, que no caigan los trofeos como décadas pasadas, pero existe una tendencia al aumento del valor de nuestros jugadores, cada vez más codiciados por organizaciones profesionales que admiran la resistencia física y el talento innato del producto beisbolero made in Cuba.

Sin embargo, el valor del béisbol como patrimonio cultural en nuestro país sí corre mayor riesgo, porque estamos muy distanciados de un consumo constante y transparente de la mejor pelota del mundo y de otros productos de inferior calidad, pero igual de necesarios para contrastar nuestra realidad en este deporte. En cambio, nos embutimos de fútbol, desde el más sublime hasta el repleto de mediocridades.

Contrario a años atrás, cuando la transmisión en vivo de los principales eventos futbolísticos del planeta se limitaba a los Mundiales y Eurocopas, ahora vemos en pantalla, sentados cómodamente en nuestras casas, cuanto partido podamos imaginar, de España, Alemania, Italia, Inglaterra, Francia…

Estos productos los consumen todos, desde los más jóvenes hasta otras personas que nunca se habían interesado por el fútbol y ahora están atrapados por el fenómeno mediático que rodea a Messi, Cristiano Ronaldo y al resto de jugadores y equipos más populares del mundo.

La televisión cubana transmite hasta diez choques del más universal en una semana. El sábado puedes toparte con una maratón de tres o cuatro pleitos de máximo nivel, cuando hay un hueco aparece también cualquier partido, el que menos sospeches, y ni rastro de emisiones beisboleras, solo algunas pinceladas ocasionales.

Esto tiene que ver directamente con la gestión del canal Tele Rebelde y el Instituto Cubano de Radio y Televisión, desde donde se negocia la compra de los derechos de transmisión de competiciones deportivas, por ejemplo, la Liga Española, la Bundesliga y la Liga de Campeones, eventos que se pasan en vivo por un precio ínfimo en algunos casos, según fuentes de la entidad.

El resto de los productos se graban y son colocados después en parrilla con un pésimo balance. El fútbol predomina, pero también podemos encontrar disciplinas tan “cercanas” al cubano como el hockey sobre hielo, el rugby o el lacrosse, todo en una semana donde tal vez solo se emitió un partido de béisbol…o ninguno.

Por supuesto, tener en punta nueve entradas del pasatiempo nacional lleva su trabajo, porque los choques se graban por turnos directamente del mismo satélite utilizado para recopilar películas y series que engrosan la programación de otros canales nacionales. Dichos partidos no pueden ser pasados en vivo, pues no existen posibilidades de pagar derechos de transmisión o contratar señales de cadenas de Estados Unidos por el tema bloqueo.

En el caso del béisbol de otros países americanos o Japón, la gestión se complica debido a los altos precios que demandan. Pero semejantes contratiempos no deben ser justificación para encontrarnos con tan pocas emisiones de pelota, maltratadas además por una edición macabra que mutila la esencia del deporte, llena de cortes bruscos e inesperados y limitadas repeticiones.

Todos estos detalles hacen que cada vez la afición deportiva se sienta más atraída por el consumo (que no práctica) del fútbol, incluso los propios peloteros, que viven en los dogouts de la Serie Nacional la asfixiante rivalidad entre Real Madrid y Barcelona. Muchas veces, debajo de las chamarretas de Industriales y los Tigres de Ciego de Ávila podemos encontrar camisetas de Neymar o James, por increíble que parezca.

Béisbol es nación

Quienes no concuerdan con la anterior tesis dirán que en naciones tradicionalmente beisboleras como Venezuela, México, Panamá, Japón, Corea del Sur y Nicaragua, donde sí se pueden ver las Grandes Ligas, existe también una tendencia al mayor consumo del fútbol.

No es menos cierto, pero los defensores de dicha idea deben estar conscientes de que en esos países los estadios de pelota se siguen llenando y los fanáticos siguen ávidos de disfrutar del espectáculo que se monta entorno a los diamantes, incluso cuando duran cuatro o cinco horas.

La situación no es tan diferente en Cuba, salvando las distancias. Ya explicamos que el consumo del fútbol en la sociedad contemporánea crece por día, pero no al punto de que se pueda esbozar la teoría de que no se ve béisbol en esta Isla. Así solo se excluye por completo de la ecuación a los miles y miles que en rincones (mayormente clandestinos) de todo el país siguen a hurtadillas las Grandes Ligas, en casas donde transmiten partidos en vivo gracias a antenas improvisadas.

En esos lugares se apuesta, como en los estadios, juego por juego, y hasta strike por strike. Y como el cubano odia perder, limita al mínimo sus posibilidades de derrota a golpe de estudio detallado de las novenas de las Mayores, sus estrellas, sus estadísticas, sus fortalezas, sus puntos ciegos. Cuando se trata de béisbol, cualquier criatura de esta nación se transforma y busca debajo de la tierra si es preciso.

De esa manera se mantiene vivo el espíritu beisbolero, y la prueba es que se puede palpar la influencia provocada por la irrupción de figuras jóvenes el fenómeno Shohei Othani en Japón, o los impetuosos Bryce Harper, Mike Trout, Kris Bryant, Anthony Rizzo (los Bryzzo de Chicago), quienes han servido de gancho para ilusionar a los seguidores de siempre y atrapar a otros escépticos que dudaban del señorío de un deporte rico e imperial.

Por desgracia, en Cuba la dirección amorfa del béisbol en la actualidad proyecta una imagen lamentable del juego por excelencia de la nación. Amarrados en un inconcebible inmovilismo, seguimos atrapados en parámetros vetustos, sin hacer caso al reclamo popular de oxigenar el deporte y salir de estructuras rígidas que cumplieron su cometido, pero ya no arrojan resultados.

Para colmo de males, fallan en cuestiones tan sensibles como el resguardo de la memoria histórica del pasatiempo nacional, sin dar el pecho a la necesidad de contar con un Museo del Béisbol y un Salón de la Fama con todas las de la ley, escenarios que deben convertirse en un templo cultural e identitario de un país con más de 150 años de polvo levantado en los terrenos.

De esta forma, solo le están negando al cubano sus ídolos, pecando de ignorantes, porque al final, el cubano, saldrá siempre a buscarlos al precio que sea necesario.

Versión del artículo original publicado en Cachivache Media
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