El socialismo y el hombre en Cuba: una mirada desde la contemporaneidad
Hay obras que, ante cada lectura, son capaces de producir nuevas y valiosas aportaciones. El paso del tiempo, lejos de menguar su estimación, hace que se acreciente su trascendencia, en tanto propulsa debates de los cuales emergen, invariablemente, senderos que antes no fueron explorados. El socialismo y el hombre en Cuba, del Che Guevara, es uno de esos textos de los cuales hay que hablar siempre en presente, entre muchas razones, por su originalidad y la contribución proteica que anida en sus páginas.
El inolvidable comandante latinoamericano —que pertenece, como señaló Fidel en la velada solemne en su homenaje en la Plaza de la Revolución, el 18 de octubre de 1967, a un tiempo que está aún por venir, y cuya impronta desborda con creces la geografía argentina y cubana—[1] fue, desde su más temprana juventud, un ejemplo paradigmático en cuanto a contar con una sólida formación cultural y, al mismo tiempo, poseer la voluntad de enrolarse en empresas humanistas y emancipadoras. Su vida toda, sin sobresaltos, es expresión de lo que Gramsci denominaba “intelectual orgánico”.
Pensamiento, acción, coherencia, análisis crítico de la realidad, preguntas incesantes sobre su entorno, así como la vocación irreductible de desmarcarse de los lugares comunes y las formulaciones maniqueas, a la hora de examinar cualquier problemática, fueron, entre muchos imposibles de enumerar en estas breves líneas, varios de los atributos que marcaron su existencia.
Es por ello que, sin que permitamos que se coloque en un pedestal, ni lo veneremos de manera apologética, acercarnos a la figura del Che es una necesidad impostergable para los revolucionarios de todas las latitudes, desde la certeza de que las virtudes que encarnó son algunas de las más potentes herramientas que tenemos a mano para edificar una sociedad superior.
El texto que nos motiva (desde que vio la luz el 12 de marzo de 1965, hace casi exactamente 57 años, tuvo gran impacto en la izquierda latinoamericana, y en la intelectualidad revolucionaria tercermundista en general) fue concebido como una amplia carta enviada a Carlos Quijano, entonces director de la prestigiosa publicación semanal uruguaya, Marcha. Apareció con el sugestivo título: “Desde Argelia, para Marcha, La Revolución Cubana Hoy”, anticipo, en verdad, de las disímiles ideas sustantivas que su autor desarrollaría desde el comienzo y que, a manera de torbellino irrefrenable, se plasmarían hasta el final del ensayo.
Es importante realizar un precisión, dada la naturaleza de este trabajo: El socialismo… es una obra de madurez a través de la cual uno de los cerebros revolucionarios más potentes de cualquier época reflexionó, no solo acerca de la osadía de llevar adelante la primera revolución socialista en el hemisferio occidental, a solo 90 millas del imperio más poderoso que conociera jamás la humanidad, sino sobre aspectos medulares relacionados con el socialismo y los desafíos a encarar en el afán de superar las rémoras del capitalismo. Es también una síntesis de elevado simbolismo entre el conocimiento que a manera de summum se corporizaba en el Che y las acciones futuras que debían encararse en la lucha revolucionaria universal, de la cual sería protagonista cimero. [2]
Desde esa perspectiva las valoraciones del Che, que aparecen en un texto devenido clásico de la literatura revolucionaria, con innumerables reediciones en diversos idiomas, representan una contribución de especial significado. Con armonía, y a través de una prosa sencilla y elegante, en sus páginas combinó, desde la articulación dialéctica, las enseñanzas emanadas del vigoroso caudal que para la fecha ya exhibía la revolución en la Mayor de las Antillas, con las propuestas y consideraciones que habían cuajado en su mente.
Ni el más acucioso investigador de su vida podría calcular con exactitud el incontable número de horas que consagró a leer y estudiar las obras de Marx y Engels, y otras figuras excelsas como Lenin, Rosa Luxemburgo, Gramsci, Mariátegui, Aníbal Ponce y Mella. Ese basamento teórico lo complementó con las meditaciones que emanaban, con todo rigor y sin cortapisa alguna, de su acercamiento vivencial a lo que acontecía en Europa del Este y otras geografías.[3] Esa multiplicidad de afluentes, que convergían en el razonamiento de alguien sin “una sola mancha en su conducta” hizo que, desde el alumbramiento, El socialismo… fuera una obra de alcance universal y renovada vigencia.[4]
En sus páginas no hay formulario, ni proposición de decálogo mágico alguno, en el empeño de levantar un tipo de sociedad que trascendiera, desde la promoción de otros valores, el ordenamiento tradicional burgués. Si algo se percibe a través de su lectura es que el Che defiende que el socialismo hay que concebirlo como constante experimentación, sin temor de ninguna clase a rectificar las fallas inevitables que surgirán, dado el carácter de una epopeya a contracorriente del mainstream instaurado por el capitalismo.[5]
“En sus páginas no hay formulario, ni proposición de decálogo mágico alguno (…)”.
En su imaginario se presenta nítida la idea de que no se puede aspirar a una comunidad humana diferente, si se apela mecánicamente a las “armas melladas” de la vieja sociedad. Es así que, al igual que haría en varios de sus textos, desarrolla aquí la necesidad imperiosa de fomentar otros pilares en el trabajo con los seres humanos, particularmente con los más jóvenes. [6] En ese sentido se le antoja esencial la educación, no solo como proveedora de conocimientos sino, en la línea martiana, de dotar a los educandos, desde los sentimientos, de una capacidad integral para poder transformar su tiempo histórico concreto.
Para el Che la juventud es la “arcilla fundamental”, desde la convicción de que solo será posible, a partir de una mentalidad nueva que deje atrás los lastres de la sociedad explotadora que le precede, crear las bases de una convivencia emancipadora, que se asiente en preceptos que desborden el consumo y la ostentación material.
En ese bregar, dignifica el quehacer del cuadro como “columna vertebral” de la revolución, desde el prisma del papel que estos deben desempeñar como conductores de la vanguardia que va desbrozando el camino y a la cual, cada vez con más entusiasmo, se sumaba el pueblo. No es posible ahora ampliar sobre sus notables consideraciones acerca de la relación estrecha, sin fisuras, que tiene que existir entre vanguardia y pueblo, en tanto a la primera le corresponde ver más allá, impulsando a los más rezagados, pero no puede desconectarse, es decir separarse en el ritmo y la velocidad de sus acciones, de los grandes conglomerados humanos que le dan vida.
Esta obra, de principio a fin, refleja una de las ideas cardinales para el Che: hay que movilizar y comprometer, en los seres humanos, fibras que rebasen la acumulación material.[7] Para él una sociedad que tiene como basamento la obtención de ganancias a cualquier costo, como el capitalismo, está condenada a producir una enajenación galopante en sus ciudadanos.[8]
Aquí, desde un marxismo fecundo, en las antípodas de la vulgarización que se enseñoreó en otros lares, capta la esencia de la contradicción fundamental de un modo de producción que se erige, para generar bienes, desde lo colectivo pero cuyo proceso de apropiación de la riqueza es cada vez más privado. Asumir el trabajo voluntario como uno de los motores de la nueva sociedad se inserta, precisamente, en la línea de contribuir a educar a los hombres y mujeres en la necesidad de fomentar prácticas que no estén atadas al egoísmo que se incuba en el capitalismo desde la primera infancia.
“(…) no se puede aspirar a una comunidad humana diferente, si se apela mecánicamente a las ‘armas melladas’ de la vieja sociedad (…)”.
Para el Che —es otro eje transversal a lo largo de este texto— solo será posible avanzar si las grandes masas asumen dicho reto de manera consciente. Estaba claro para él que el socialismo jamás podría edificarse desde la pretensión pueril de competir con el capitalismo, en cuanto a brindarles, sin límites, objetos materiales a los ciudadanos. Ello no entraña, en modo alguno, que desconociera el peso, y la necesidad, de producir artículos (con calidad y eficiencia) para la población; lo que no aceptaba es que se redujera la condición humana al consumo desmedido.
Desde este ángulo el Che fue portador de una visión descolonizadora profundamente cultural, mediante la cual justipreciaba la diversidad de nuestros orígenes y no se resignaba a que se impusiera un modelo único en este plano, con las terribles consecuencias ideológicas que ello implicaba.
Sobre el tema del arte y la literatura, en el espíritu de lo planteado por Fidel en 1961 en Palabras a los intelectuales, expresa una mirada inclusiva, con plenas posibilidades en cuanto a la creación; en la misma medida en que no se oculte, como planteaba por ejemplo Juan Marinello, que ello implica una inexcusable responsabilidad social. Para el revolucionario nacido en Argentina no existían dudas de que la nueva generación, que se formaba en las nacientes escuelas de arte, sería superior en todos los aspectos a quienes les antecedieron. Ella estaría, asimismo, en mejores condiciones para reflejar, desde la perspectiva artística, la hondura de las transformaciones que tenían al pueblo como hervidero.[9]
Por último, nos gustaría resaltar la cosmovisión del Che en este trabajo sobre el líder. Desde su lealtad a toda prueba a Fidel, destaca que en Cuba está ocurriendo un fenómeno inédito: la caja de resonancia que se establece entre el conductor del proceso y un pueblo todo. No podemos soslayar que, a esa altura de la revolución, habían sido incesantes las concentraciones, en todo el país, donde un Fidel enérgico y vibrante compartía con el pueblo las principales decisiones que se generaban en el ámbito interno y en política exterior. Piénsese, por solo citar tres ejemplos en esta última dimensión, en la I Declaración de La Habana y la II Declaración de La Habana, del 2 de septiembre de 1960 y el 4 de febrero de 1962, respectivamente, y en la Declaración de Santiago de Cuba, del 26 de julio de 1964.
El socialismo…, en resumen, es una obra de profundo valor teórico, la cual, en muchos sentidos, posee más vigencia hoy que en el propio momento en que fue escrita. Así de visionario fue el Che desde su cotidianidad ejemplar y en el plano de la producción de ideas.
El hombre nuevo que perfiló, reinterpretando los aspectos de mayor calado del pensamiento revolucionario que le antecede, e incorporándole un conjunto de pilares desde su contemporaneidad, ensancha su valía como ideal inacabado e impostergable que está lejos de ser una entelequia.[10]
En esa dirección podemos afirmar que las reflexiones que le dan cuerpo a este libro inagotable serán útiles en el futuro, con renovada potencia, en tanto contribuyen a delinear el papel del sujeto revolucionario de nuevo tipo, llamado a ser protagonista de ese mundo mejor y posible, por el que se clama de Porto Alegre a Estambul.[11]
Notas