El sabor del instante, diálogos de Eugenio Marrón

Erian Peña Pupo
15/4/2020

Eugenio Marrón Casanova (Baracoa, 1953) es un perspicaz conversador que paladea las palabras y su justo peso como si saboreara la mítica ambrosía, prohibida a los mortales.

El sabor del instante, de Eugenio Marrón, reúne un grupo de entrevistas a “importantes escritores cubanos que integran el obligado cuerpo identitario de la Nación”. Foto: Cortesía de Ediciones Holguín
 

Con El sabor del instante, bajo el sello de Ediciones Holguín, Marrón se nos muestra, además de narrador y poeta, como un locuaz interrogador de su tiempo y de aquellos que le han precedido, mediante el ejercicio del periodismo, en este caso la entrevista, uno de los géneros más complejos, abarcadores y necesarios en la prensa en la actualidad.

Utiliza Marrón como pórtico de su libro el siguiente verso de Eliseo Diego: “el sabor del instante como un vino de oro” y, luego de haber paladeado ese elixir dorado y antiguo, compartido con escritores amigos, reúne un total de trece entrevistas realizadas a lo largo de dos décadas —y publicadas, la mayoría de ellas, en diferentes medios de prensa de Cuba y América Latina— a importantes escritores cubanos que integran el obligado cuerpo identitario de la Nación, aquel sustrato mágico, piedra de toque identitaria, que acompaña al país frente a las múltiples variaciones de su tiempo.

“Las poéticas, historias personales, preocupaciones culturales y visiones del mundo de estos escritores nos ayudan a entender el siempre complejo y misterioso proceso de la creación, sus incertidumbres y búsquedas, sostenidas muchas veces en tiempos complejos y hasta turbulentos”, asegura, en el prólogo, el escritor y periodista Leonardo Padura.

Así Marrón conversa con Dulce María Loynaz, casi en las postrimerías de la autora de Jardín y Últimos días de una casa, y solo tres días después de la noticia que uniera su nombre a la pléyade de ganadores del Premio Miguel de Cervantes, la más alta distinción en lengua española: “El Premio ha sido un accidente y no lo entiendo de otra forma. Sería yo muy vanidosa si pretendiera que mi nombre y el de Miguel de Cervantes pueden estar unidos”, asegura Dulce María a Eugenio. La entrevista explora, en buena parte, la relación de la escritora con España, sus letras y escritores; y nos ofrece, además, confesiones como esta: “Yo estoy entera en mis versos. Y también estoy en mi novela y en todo lo que he escrito. Mi legado es haberme entregado yo misma”.

Otro de los escritores incluidos, y con quien conversa Marrón en 1993, esta vez en el estudio del poeta, custodiado por fotos familiares y las miradas protectoras de varios poetas, es Eliseo Diego, autor del volumen de traducciones literarias Conversación con los difuntos —recién salido entonces— y de otros títulos necesarios como Por los extraños pueblos, Inventario de asombros y Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña.

Desde el conocimiento profundo y sosegado de los autores y los textos sobre los que inquiere, Marrón se acerca a la obra de Pablo Armando Fernández tras el “aliento bíblico” de Salterio y lamentaciones, y la influencia en el escritor cubano de los paisajes de Carson MacCullers; los diferentes momentos en la narrativa de Jaime Sarusky a través de las novelas La búsqueda, Rebelión en la octava casa y Un hombre providencial; el escudriño del ensayo como género literario y sus posibilidades expresivas en voz de Graziella Pogolotti. Transita los senderos de la narrativa de Lisandro Otero en novelas como La situación, Pasión de Urbino, En ciudad semejante y Árbol de vida, textos que conforman “una obra que conjuga, con parejas solicitudes, tiempo y fabulación, memoria y lenguaje, historia y nación”.

Además, Eugenio Marrón desanda la amplia poética del autor de Los siete contra Tebas, La puerta está cerrada y La noche del aguafiestas, en diálogo con Antón Arrufat, una de las voces imprescindibles en la literatura cubana contemporánea; recorre la capital cubana de la mano de Reynaldo González y su obra, en una entrevista realizada para la revista Opus Habana “en clave estrictamente habanera”, y se adentra, también, en la obra poética del cubano-judío-americano José Kozer, a través de “la poesía como álbum familiar in extenso” del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, en 2013.

Asimismo, Marrón se adentra en la obra de otros creadores hoy en activo, voces sólidas en nuestras letras: Delfín Prats, Margarita Mateo, Luis Álvarez y Lourdes González; estas tres últimas entrevistas, junto a la de Antón Arrufat, inéditas hasta el momento, en busca de las esencias creativas de su discurso, de la impronta que van dejando, a la par de su escritura, en la literatura contemporánea cubana.

Muchas de las entrevistas están teñidas por la circunstancialidad y la inmediatez de la prensa plana, por el “estilo elíptico” del periodismo, según Carpentier; aunque Marrón nos dice que ahora, en forma de libro, están mucho más completas y cuidadas. Pero en todas, el aliento de profundidad, investigación y sapiencia prevalece como brújula en alta mar frente a toda posible tempestad. En Eugenio, por cuestiones propias y aprehendidas en su ejercicio como lector avezado y editor

No encontramos el estilo irreverente y, en ocasiones, agresivo de una genial Oriana Fallaci, esa no es la intención del entrevistador, pero tampoco la interrogante fácil, incluso obvia, de la prensa diarista. Por si fuera poco, un cuadro suficientemente sugestivo, Bouquet de dalias y libro blanco, de Henri Matisse, custodia, a manera de invitación suculenta, incluso curiosamente tropical, la cubierta de El sabor del instante, con edición de Dunia Verdecia, corrección de José Luis Serrano y diseño de Roddier Mouso.

Según Píndaro, una de las impiedades de Tántalo fue ofrecer a sus invitados la ambrosía de los inmortales, un robo parecido al que cometió Prometeo cuando entregó el fuego. Eugenio Marrón, como Tántalo, aunque su objetivo y personalidad sean diferentes al personaje del mito griego, nos ofrece el sabor del instante compartido en estas entrevistas, con la seguridad de que toda búsqueda inicial es, más que atrevimiento y osadía, fugacidad y placer, un peldaño para alcanzar el conocimiento anhelado, para edificar, en comunión con todos, el verdadero corpus de la Isla.