Cuba 58: el debut de un grande del cine cubano
23/9/2016
José Antonio Rodríguez (1935-2016) fue de esos hombres universales, trascendentes, paradigmáticos, que tenía clara la ruta profesional de su vida. Tras abandonar los estudios como médico se enroló en el fascinante mundo de la actuación.
En los años 60 del siglo pasado hizo sus primeras incursiones en la radio. Complementó su formación actoral en los grupos Teatro Universitario y Teatro Estudio, dos emblemáticas compañías del período fundacional de la revolución cultural de la Isla, donde fraguó lo esencial de su trabajo como actor.
Foto:Internet
Su debut en el cine cubano fue en 1962 con el filme Cuba 58, un largo integrado por tres cuentos. Los dos primeros Un día de trabajo y Los novios, dirigidos por el cineasta español José Miguel García Ascot y el tercero, Año Nuevo, dirigido por el cubano Jorge Fraga, relato donde es protagónico José Antonio, devenido maestro de varias generaciones de actores.
En una entrevista realizada por la revista Cine Cubano, posterior a la premier del filme, el director de este cuento expresa:
“Año nuevo, es la historia de una falsa toma de conciencia, producida por el miedo. Un mecanismo bastante corriente que pretende fijar un poco, desde el punto de vista sicológico, las relaciones que hay entre el individuo y su responsabilidad. Este poner a los esbirros de Batista en una situación extrema de acorralamiento sirve, como respuesta dramática, para hacer una pequeña reflexión acerca de las causas que llevaron a que estos señores se convirtieran en los monstruos que fueron, vinculado esto, por supuesto, con la responsabilidad social que tenían. Claro, todo ello mirado desde el punto de vista de la responsabilidad”. [1]
Esta es la base narrativa del filme en el que José Antonio Rodríguez interpreta con rigor y demostrado dominio de sus resortes actorales el personaje de uno de los esbirros de este cuento, junto a Raúl Xiqués y Jorge Martínez. El papel del joven revolucionario torturado es asumido por el excepcional actor Adolfo Llauradó (1940-2001).
Una puesta fotográfica de cercanía, de primeros planos, que subraya los rostros, los gestos, el posicionamiento escénico, es parte de las claves de este filme bocetado con los acentosestéticos del expresionismo alemán, una corriente cinematográfica que fortalece los momentos dramatúrgicos, claramente entroncados con los postulados y aspiraciones de su realizador.
El escenario, cerrado, lúgubre, está resuelto desde limitados espacios que impone converger y dibujar el trazo escénico de los actores, quienes han de estar secundados y justificados por el posicionamiento de la cámara, las fugas de las luces; esenciales para fortalecer el drama, el clímax, el conflicto.
Todo este andamiaje técnico artístico, acompañado también por el sonido que toma para la banda sonora los jadeos, los tonos de voz y los requeridos acentos ante un conflicto en desarrollo. La puesta fotográfica, lograda por la sabia de José Tabío y el virtuoso trabajo escenográfico de Pedro García-Espinosa.
El triángulo actoral de los esbirros (Raúl Xiqués, Jorge Martínez y José Antonio Rodríguez) es la clave dramatúrgica de esta pieza. El increcento del conflicto se exacerba ante el pavor de estar en un escenario de “acorralamiento”, cuando los personajes conocen la noticia de que el dictador, el General Fulgencio Batista, había huido en la madrugada del 1ro. de enero de 1959, en medio de una sesión de interrogatorio y tortura.
Por tanto, se agudizan las posturas entre los personajes, las variables de escapar ante la inminencia del irrumpir de los revolucionarios en el cuartel de la policía, abandonado en desbanda por sus ocupantes.
En este escenario los sicarios habían quedado en un estatus donde afloran la vacilación. Las variantes para un posible escape y las consecuencias que les acecha centran el desarrollo del cuento, ante los crímenes cometidos por el historial de torturas que pesan sobres sus espaldas.
Los tonos de voz se disparan, las bajezas humanas afloran, los entresijos de sus historias aparecen como titulares cinematográficos. En este contexto dramatúrgico, José Antonio Rodríguez emerge con un protagónico diferente, signado hacia otros cauces.
En Cuba 58, su genio se revela como un actor de potencialidades, de probado registro.
En Cuba 58, su genio se revela como un actor de potencialidades, de probado registro. El cinismo, el pavor ante las consecuencias de sus actos, las reflexiones al interior de su conciencia, José Antonio lo resuelve con denotados parlamentos, pero sobre todo, por una transfiguración del rostro secundada por un plural abanico de su voz y la requerida contención de la que el maestro fue todo un virtuoso.
En este filme, gestado en el período fundacional del ICAIC, el actor construye legitimidad, organicidad histriónica ante el rol de su personaje que aparece como puente, como una sinuosa cuerda de equilibrios entre los otros dos sicarios. Fraga lo engrandece desde una cámara subjetiva, de retrato que hurga en las evoluciones de su rostro.
En este filme, gestado en el período fundacional del ICAIC, el actor construye legitimidad, organicidad histriónica ante el rol de su personaje que aparece como puente, como una sinuosa cuerda de equilibrios entre los otros dos sicarios.Foto joseantonio_10.jpg
Las poses de José Antonio Rodríguez en el último tercio del filme son edificadas por un cuidado trabajo de dirección escénica. El arte final de esta película, la intensa mirada y la expresión del rostro hilvanan el delgado hilo de la ironía, el miedo en grado superlativo y el cinismo de un esbirro que se sabe atrapado por la justicia.
Con este debut, nuestro actor de siempre, ya se anunciaba como uno de los grandes de la cinematografía cubana, construyendo durante toda su carrera artística una labor de sensibilidad y el talento.
Son las huellas de su descomunal trabajo los filmes: Tulipa (1967), de Manuel Octavio Gómez; La odisea del General José (1968), de Jorge Fraga; Hombres de Mal Tiempo (1968), de Alejandro Saderman;La primera carga al machete (1968), de Manuel Octavio Gómez; Una pelea cubana contra los demonios (1971) y La última cena (1976), de Tomás Gutiérrez Alea;Cecilia (1981), de Humberto Solás, Polvo Rojo (1981), de Jesús Díaz;Baraguá (1985), de José Massip; Bajo presión (1989), de Víctor Casaus; María Antonia (1990), de Sergio Giral y Pon tu pensamiento en mí (1995), de Arturo Sotto.