César, contigo, y no en la distancia, precisamente quiero que empecemos hablando de esa canción ya cincuentenaria.
La historia de Contigo en la distancia es la de una de mis grandes pasiones. De no haber sido así creo que no la habría podido componer. Con esta canción aprendí que la veracidad del tema en una canción pasa de ser algo meramente de interés artístico a ser la expresión exaltada de una vivencia que, como realidad humana, puede sostenerse en el tiempo por generaciones.
La motivación es una repetición de la primera canción que se escribiera en el mundo, por lo menos eso creo. Soy de los que piensa que la primera canción que se escribió fue motivada por el amor y, en mi caso, no fue distinto. Sobre Contigo en la distancia, te repito que ha sido mi mejor maestro de composición. Cuando la escribí tenía 24 años. Era un hombre muy joven y como artista también lo era. No tenía el oficio que tengo hoy, no tenía la cultura que tengo hoy, que no es mucha, pero que es mucho más que la que tenía a los 24 años. Después que escribí esa canción y se produjo su apoteosis, me puse a reflexionar y a buscar la razón de aquella respuesta tan contundente que había tenido esta obra. Yo me preguntaba: ¿Cómo en México todos los días hay una nueva grabación de esta canción y constantemente surgen nuevas películas que la incluyen? Me di cuenta de que esta canción —y en este caso me pasó como al burro de la fábula, que toca la flauta por casualidad— había expresado el problema del complemento que representa, para uno y otro miembro de la pareja, la otra parte. Era una canción que lo mismo podía cantársela un hombre a una mujer, que una mujer a un hombre. Porque podían sentir ambos la misma vivencia que expresaba, y esto había determinado, a mi juicio, el éxito; no los valores estéticos en particular o en primer orden, sino que era una canción con una vivencia tan universal, tan común, que se convirtió en una canción de todos.
Puedo decirte que el caso se repite con Delirio. Aquí hay que agregar que esta pieza, por tener entre sus componentes melódico‑armónicos, elementos de gran universalidad en nuestro contexto —como son el romanticismo, el impresionismo y el jazz—, ha devenido favorita de los jazzistas y ya cuenta con tantas grabaciones instrumentales como vocales.
Contigo en la distancia y Delirio me han enseñado muchas de las cosas que hay que tener en cuenta para que una composición trascienda y logre alcanzar universalidad. Esto es lo que significan estas dos obras en particular dentro de mi trabajo autoral. Contigo en la distancia y Delirio han sido incluidas, recientemente, en el disco compacto Boleros sinfónicos de la Warner; también en los discos Romance I y Romance II de Luis Miguel, y por si fuera poco, don Plácido Domingo me honró grabando Delirio.
¿Hay antecedentes de músicos en tu familia?
Mi familia es de origen humilde. Mi padre, constructor y tabaquero, torcedor. Mi madre, ama de casa. En mi hogar había un ambiente musical, porque ambos tenían una gran cultura trovadoresca. Recuerdo que muchas noches solían cantar aquellas canciones de los compositores cubanos más connotados del pasado, intercambiaban la voz prima y segunda. Eran gente de una gran musicalidad. Pienso que, genéticamente, la aptitud para la música la heredé de ellos, y la vocación quizás también. Eran los tiempos del fonógrafo, apenas la radio comenzaba, daba sus primeros pasos y en casa no había ni fonógrafo, así que la presencia musical en mi hogar era cuando ellos cantaban, lo que me hace pensar que eso fue definitivo en mi desarrollo del gusto por la música y de esta afición que me acompaña.
¿Cuál es el más lejano recuerdo que llevas de la música o tu primera impresión musical?
La primera impresión musical que recuerdo con gran emoción fue por el año 1927, cuando escuché el vals Ramona. En la cuadra donde vivía existía una casa donde tenían una pianola de rollos y uno de sus números era Ramona. Ese vals a mí me conmovía enormemente. Desde aquel momento en que escuché por primera vez Ramona, te repito, fue para mí como una señal de gran fuerza en mi psiquis. Pienso que esa fue mi primera marca musical. Ahí la música se afincó en mi espíritu y no he podido desprenderme jamás de ella.
Hablemos de tus inicios en la composición.
Yo vivía en el Vedado; buena parte de mi niñez y la adolescencia las pasé en esa encantadora barriada de La Habana, y en las noches solíamos reunirnos los amigos en el parque Villalón, frente al Teatro Auditorium, actual Amadeo Roldán. En el grupo había otros muchachos que, como a mí, les gustaba la música, entonces nos poníamos a cantar las cosas de moda de aquel tiempo, que lo mismo podía ser un tango de Carlos Gardel que un corrido mexicano de los Tariácuri o de Lorenzo Barcelata, Tito Guízar y otros. Era una actitud bastante indiscriminada hacia la música; era la necesidad de cantar lo que estaba de moda. Ello se repite en el tiempo siempre: la juventud canta lo que está de moda.
“La música se afincó en mi espíritu y no he podido desprenderme jamás de ella”.
Esta afición por la música se fue acentuando más en mí y empecé a hacer dúos y tríos; luego comencé a “manosear” la guitarra del que cantaba de primo en el trío y quise aprender a tocarla autodidácticamente, hasta que llegué a compenetrarme con el instrumento y fui desarrollando un dominio más profundo de este, al punto de que llegó un momento en que alcancé un nivel profesoral y me dediqué, por algún tiempo, a dar clases, y le gané buen dinero a la guitarra. Por el día, con mi padre y mi hermano, nos dedicábamos a pintar, lo mismo un edificio que un apartamento. Éramos pintores de brocha gorda. Por la noche impartía clases de guitarra. Me hice de un alumnado, y yo profundizaba más en el conocimiento de la guitarra. Cuando tuve un dominio mucho más completo, coincidió la necesidad de hacer una composición, debido a las circunstancias de un romance frustrado. La canción me quedó más o menos, regular. La idea me gustó, le cogí gusto al asunto y así comenzó mi carrera de compositor.
¿Cómo nace lo que se ha dado en llamar el filin? Ello es feeling, sentimiento, del cual, junto a José Antonio Méndez y otros, eres uno de sus creadores.
Fue una cosa espontánea. Como gente más o menos contemporánea que éramos todos, y con una formación similar, o sea, signados por toda la música que nos llegaba a través de los medios de difusión de aquellos años, toda aquella música fue conformando nuestro gusto, nuestro conocimiento, y esto hizo que coincidiéramos en una tendencia muy unificada y que nos resultara fácil a partir de estas impresiones, que nos motivaran, que coincidiéramos en la proyección y desarrollo de nuestro trabajo. Creo que fue una corriente producto de la cultura musical que nos rodeaba, nos impresionaba y nos permitió trabajar en grupo. Propició que el conjunto de nuestro trabajo creara o consolidara esta corriente de cierta modernidad y que estas canciones que hacíamos se distinguieran de la forma de la canción que habíamos encontrado antes de hacer la nuestra.
Había por entonces una tendencia a acompañar acompasadamente, y nosotros, precisamente por la inquietud armónica, por la ambición de manejar todo el mundo armónico que nos llegaba a través del impresionismo y del jazz, instintivamente liberamos el acompañamiento de esa forma rítmica para manejar mejor toda la armonía que se nos ocurría y hacer una serie de acordes que enriquecieran la dramaturgia de la canción con más elementos de expresión. En fin, trabajar con un procedimiento armónico distinto al que se venía empleando en ese momento y enriquecer la parte acompañante, que es la armonía con respecto a la melodía. Desde el punto de vista temático, o sea, el aspecto del texto, somos una generación que no tiende a hacer un texto imitando a la poesía que podemos encontrar en un libro, la poesía escrita para libro, sino más bien, quizá imbuidos por el argumento de películas o de la novelística, nos planteamos una situación concreta en el texto de la canción. No hacíamos un texto lleno de palabras floridas para musicalizarlo después, que era una tendencia en ese momento. Esto lo considero un aporte, desde el punto de vista de la modernidad, que se le reconoce a la canción conocida como filin, pues logró un texto más coloquial y dejó de hacer letras banales, fantasiosas.
Al expresar en nuestras canciones vivencias reales, factibles de ser comunes a mucha gente, nuestra canción se hizo de otros, porque, de hecho, recogía de una manera artística, con un lenguaje exaltado, vivencias muy comunes, muy universales. Creo que esa ha sido una de las cosas que ha contribuido, poderosamente, a darle vigencia a nuestras canciones en el tiempo. Las nuevas generaciones encuentran en el contenido de esas canciones, desde el punto de vista representativo, los mismos valores que las generaciones jóvenes de aquellos años.
César, tardaste muchos años en actuar fuera del país, ¿a qué se debió esto?
No me proyecté nunca como un cantante. Siempre me he sentido más compositor que intérprete, y por eso, profesionalmente, no proyecté trabajar por esos mundos. Me conformé con trabajar aquí, cantando cómo y dónde pudiera, sin esa intención que tienen y han tenido los solistas en todos los tiempos. Me dediqué a trabajar con grupos. Llegué a tocar en grupos de son y trabajé en distintos cabarés. No pensé en el exterior.
No fue hasta 1978 que hice mi primera salida a México. En esa visita se crearon las condiciones para regresar en el año 1981, cuando tuve la oportunidad de conocer a Vicente Garrido y de preparar con él otra visita a México, en la que me acompañó José Antonio Méndez. Hicimos una gira por aquel país Vicente Garrido, Mario Ruiz Armengol, José Antonio y yo. Muchas personas, y nosotros mismos, nos llamaban “los cuatros jinetes del Apocalipsis”. Fue una temporada muy hermosa de trabajo, de camaradería; había una gran amistad y afinidad entre los cuatro y disfrutábamos mucho. A partir de mis visitas a México fui con más frecuencia a ese país y posteriormente visité otros de América Latina: Colombia, Venezuela, Panamá, etc. También estuve en España. No he viajado mucho, no soy de los que se vuelven locos por viajar, aunque me gusta, como a cualquiera, pero te confieso que cuando me paso más de dos semanas fuera de Cuba, cada día me cuesta más quedarme dormido en la habitación del hotel.
¿Cuál es tu visión de la música mundial en estos momentos? ¿Cuál es la situación de la música cubana actual?
La posición de la música cubana en el mundo crea una expectativa muy interesante en estos momentos. Quizás, si tuviésemos las potencialidades industriales discográficas y de mercado para proyectar toda la música que hacemos aquí sin depender de empresas extranjeras, dominaríamos otra vez el exterior como hicimos con el chachachá y el mambo. Creo que el rock ha creado una saturación, al igual que mucha música pop. Todo se asemeja y ya nada se hace novedoso. Mientras tanto, la música nuestra, como parte de la cultura latinoamericana, ha ido interesando cada día más al Viejo Mundo, pues va ganando terreno. Habrás observado, como yo, que el mundo europeo que nos colonizó está volviendo sus ojos hacia nosotros y tratando de encontrar en nuestro carácter y en nuestra cultura la piedra filosofal de esa vitalidad, de esta alegría de vivir aun en medio de los problemas económicos y de desarrollo que tenemos y que no tienen ellos.
“La posición de la música cubana en el mundo crea una expectativa muy interesante en estos momentos”.
Esto ha despertado curiosidad y los ha llevado a hurgar en nuestro carácter y en nuestra cultura. La música cubana, que es una de las expresiones culturales con los medios más idóneos para propagarse, ha ganado terreno en estos últimos años pese a las limitaciones industriales.
¿Cómo se encuentra César Portillo de la Luz a los 64 años?
Todavía no tengo arteriosclerosis que me limite intelectualmente. No ha mermado mi entusiasmo de vivir, ni tampoco el profesional. Cuando alguien me pregunta cuál es mi hobby la respuesta es: “Mi trabajo”. Y es la verdad. En estos momentos me encuentro en la cúspide de mi capacidad profesional. Creo que he sabido superar las dificultades que he tenido que sortear para hacer todo lo que he hecho. Lo que he hecho tiene algún valor. Disfruto del reconocimiento social por mi trabajo.
Disfruto de afecto y simpatía por mi trabajo, del que he logrado vivir honradamente. Por vivir de mi trabajo no he tenido que esperar favores, ni limosnas, ni dádivas, ni paternalismos, los cuales no van con mi carácter. He vivido sobre mis pies, porque no he aspirado a otra cosa que a vivir de mi trabajo, y lo realizo con gusto. Me gano el pan con gusto, pues hago lo que me gusta: música.
Tomado de Palabras grabadas, Ediciones Unión, La Habana, 1996.