Celia Cruz, más allá de La pupila…
8/9/2020
Por estos días ocurren ciertas reacciones en redes sociales, luego de que la guarachera Celia Cruz apareciera cantándole a Fidel y a la Reforma Agraria, en el programa La pupila asombrada de la televisión cubana. Los argumentos de quienes se oponen a tal aparición son básicamente dos, aunque lo cierto es que lucen contradictorios. Primero —dicen—, ella no debió ser presentada como un ícono de la contrarrevolución en Miami, sino ajena a la política, apenas como la importante figura cultural que es. Segundo: en cualquier caso, no debió haberse presentado con un número donde defiende la Reforma Agraria, porque harto conocida es su posición política en contra de la Revolución Cubana.
Ya sabemos, pueden existir tantas opiniones como personas examinen un hecho; lo que no abunda es que tales manifestaciones —de paradójico razonamiento— aparezcan en un mismo medio, o que sean esgrimidos por una misma persona, lo cual recuerda aquel famoso retruécano de Cantinflas: “Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”.
También, desde luego, sería posible recordar la célebre máxima de Antístenes: “Las pasiones tienen causas y no principios”. Y, siguiendo la rima, también aquella de Groucho Marx: “Si no te gustan mis principios, tengo otros”. En fin, detrás de tales inconsistentes y apasionados planteos, parece obvio que la causa es política.
Fue Vargas Llosa quien dijo que los escritores somos una suerte de catoblepas, animal mitológico descrito por Flaubert en Las tentaciones de San Antonio y cuya característica principal era que podía alimentarse de sí mismo. Cierto, los escritores siempre acudimos a la experiencia personal, aun cuando con falsa modestia la disfracemos de una tercera persona.
Así las cosas, voy a afirmar que en mis años mozos la cantante Celia Cruz era una ilustre desconocida en nuestro país. Mi generación —en los años setenta y ochenta— estuvo marcada por aquellos poderosos radios VEF soviéticos, capaces de captar con nitidez cualquier emisora con base en otro hemisferio, y, gracias a estos aparatos, nosotros cada noche nos dormíamos escuchando los hit parades transmitidos desde Miami. Entre ellos estaban Paul McCartney and Wings, Peter Framptom, Chicago, Barbra Streisand, Clearwater, Commodores y muchos otros incluyendo el cubano John Secada, pero nunca Celia Cruz.
Mi secundaria y preuniversitario transcurrieron en una gran escuela de Santa Clara, donde estudiábamos jóvenes de toda la antigua provincia Las Villas; luego me fui a la Universidad de Matanzas, donde había estudiantes de todo el país. Era una amplia muestra estadística y la gran mayoría teníamos semejantes gustos musicales. Desde luego, aparte de la música en inglés, escuchábamos también salsa producida en el extranjero: básicamente Oscar D´León y Rubén Blades.
Fuimos, asimismo, una generación muy irreverente con las prohibiciones musicales. En las habituales descarguitas o fiestas de quince preferíamos bailar con aquellos cantantes sobre quienes pesaba determinada censura: José Feliciano, Roberto Carlos y Julio Iglesias. No digo que Celia no pudiera ser conocida en determinados círculos, pero ni siquiera recuerdo un casual casete suyo, de los que solíamos copiar o prestarnos para ser oídos —no sin algún reflejo heterodoxo—, en aquellas grabadoras Sanyo o Philips que de repente empezaban a abundar. Celia entonces no era considerada prohibida ni por aquellos habituales irreverentes de las prohibiciones.
Ella se nos apareció un día de los años noventa, a raíz de la llamada crisis de los balseros y, junto con su música, también nos llegó su leyenda política de cantante impedida de entrar a Cuba. De hecho, su primer gran asomo mediático ocurrió al presentarse un día en la base naval de Guantánamo, recogiendo un puñado de tierra más allá de la cerca, para llevar un poco de suelo patrio —eso dijo—, en su ataúd el día que la sorprendiese la muerte.
Luego, Betamax o VHS mediante, solíamos escucharla en cierto contexto, donde a veces también aparecía Willy Chirino con aquel tema de promesa interminable (“Ya viene llegando”), siempre con su leyenda de hija impedida de asistir al funeral de la madre, por culpa de la crueldad y la intolerancia del régimen cubano.
¿Fue cierto esto último? Lo que hoy sabemos, gracias al documental Celia Cruz regresó a La Habana de José Luis Lobato estrenado en 2004 es que familiares y allegados tienen otro punto de vista al respecto. Allí se plantea que hubo permanente comunicación telefónica con ella durante esos días penosos y que no pudo asistir al funeral por razones de trabajo.
En fin, si la cantante y su vida política siempre nos llegaron en un mismo paquete, lo que sí parecería forzado es mostrarla hoy ajena de esa segunda vertiente. Volviendo entonces a La pupila asombrada, ¿qué tergiversa, sesga o manipula ese programa? En el Nuevo Herald leo declaraciones de Omer Pardillo, albacea de Celia. Dice que ella fue obligada a cantar esa canción. Dice que debió hacerlo porque se lo ordenó Rogelio Martínez, director de la Sonora Matancera. O sea, fue un número que en nada respondía a su manera de pensar entonces: puro compromiso, penosa tarea en contra su voluntad política.
Pero, ¿fue esto realmente así? ¿Quién manipula en este caso? El propio diario Miami Herald, en artículo publicado en 2004, se ocupa de oponer otras verdades. Allí se explica que, según documentos del FBI desclasificados por Ley de Libertad de Información, a Celia Cruz se le negó repetidamente la visa de entrada a los Estados Unidos dada su filiación comunista en los años ´50. Por entonces ella pertenecía a la Juventud Socialista y cantaba en la emisora Mil diez, adquirida inicialmente mediante colecta popular por el Partido Unión Revolucionaria Comunista, más tarde convertido en Partido Socialista Popular. Este, y otros detalles semejantes, han sido de formas oportuna y sistemática escamoteados de su biografía pública.
Según el artículo de 2004 del Miami Herald, la prohibición de radicarse en Estados Unidos solo fue levantada en 1965, luego de que ella realizara una “cruzada pública contra el comunismo” (sic.) y ofreciera su arte para recaudaciones monetarias a favor de grupos paramilitares violentos asentados en el sur de la Florida. Entre los documentos relatados por el Herald, aparece uno atestiguando la donación que, en persona, hizo a la Junta Revolucionaria Cubana —de Manuel Ray y Luis Posada Carriles—, para la compra de tres fusiles.
Es decir, manipulación y sesgo político sería que una historia no se contara completa o que esta faltase a la verdad documentada. Por otra parte, y tratándose de un programa dedicado a presentar contextos de los primeros veinte meses de la Revolución —el año ´59 y parte del ´60—, no hay nada contradictorio en mostrar a aquella otra Celia, porque esa era su filiación política de entonces.
En esa presentación, el trovador y periodista Fidel Díaz se apega por completo a las evidencias y, a la par de afirmar que Celia es figura importantísima de la música cubana, agrega que fue activista e ícono de la ultraderecha contrarrevolucionaria. No hubo énfasis ni a favor ni en contra, más bien hubo comedimiento. Y si ante tal planteo ocurrieron determinadas reacciones adversas, no fue exactamente por las cosas que Fidel Díaz dijo, sino por la que hubiesen querido que este callara. No por la referencia política en sí misma, sino porque hubiesen querido una referencia política de contenido muy diferente.
Yo creo que ha sido un paso importante que, por primera vez en sesenta años, se muestre a Celia Cruz en la televisión cubana, y ojalá llegue pronto el día en que podamos escucharla en toda su grandeza, al fin superadas las contradicciones política-arte que hoy la signan. Lamentablemente el tema va más allá de la figura de Celia y alcanza un contexto hostil donde aún perduran las causas que la hicieron tomar aquellos rumbos.
En el sur de la Florida siguen campeando grupos de odio que se ocupan de realizar semejantes chantajes a artistas del momento, acudiendo a presiones, linchamientos mediáticos, saboteo de conciertos y, por supuesto, también a su contraparte: el soborno mediante facilidades de visados y probables contratos. No es la calidad artística lo que comúnmente define una presentación en Miami, sino la extorsión y el dinero con interés político lo que sigue actuando en contra de músicos y artistas cubanos residentes en ambas orillas.
En fin, a mí como a Jefferson me gustan más los sueños del futuro que la historia del pasado. Pasa, sin embargo, que algunos persisten en seguir proyectándonos hacia un mañana de cierto ayer intolerable y, en ese caso, no queda otra que hacer la historia sin prescindir o censurar ninguna de sus partes.
Descemer Bueno y Alexánder se aliaron a la contrarrevolucion de Miami.
Muy atinado este artículo, que se fundamenta en hechos de la historia artística y sus pasiones, de la cantante del momento, Celia Cruz. Crecimos sin saberla, ni sus causas!
Me parece genial como a usted que la Tv cubana haya presentado un atisbo de quien fue la negra cubana que más alto puso el arte de cantar de nuestra isla. Amamos a muchos cantantes cubanos que dentro y fuera de la isla han hecho una digna trayectoria artística.
No se manipularon los hechos, usted lo demostró y nos dejó ver esa otra realidad que acompaña a los grandes. Celia es Celia. Muchos le han cantado, la han reverenciado cara a cara. Han hecho el gran esfuerzo de estar a su altura, a su voz única. Al lado de su potente y musical voz y su sabrosura criolla, su desparpajo atrayente, aún no veo a alguien que se le iguale. Y son muchos los que tienen muchos talentos. ?Porqué nuestra generación no la conocimos, no pudimos saber? Usted lo ha descrito y en parte coincidimos. No me vale la omisión que un periodista, quizás con el ánimo de reventar la polémica, lanzó frases despectivas hacia Celia! De qué sirve a esta altura, allá, acá, acullá, poner sobre el tapete nuevas discordias entre cubanos. No es justo ni ahora ni nunca. ?quien manipuló la realidad antes? Al menos no se recuerdan sus nombres.??quien sacó el tema y se vuelve a la redada? Ni lo sé sus nombres e igualmente en un tiempo más tampoco nadie lo recordará, de donde sea. Entonces, cómo usted, añoro que la música cubana, sus representantes históricos y actuales, sean nuestros en tiempo y espacio.
Y en esta actual circunstancia en que nuevos políticos, nuevos manipuladores, nuevos tendenciosos, atizan el mal que nos lastra, y en Cuba, y en la orilla de Miami, se recupere la verdadera música cubana. De cadenas brillosas, colgantes de ocasión, de palabras soeces, estigmas al amor, a lo femenino. Y toda esa laya de palón divino y sexo explícito, desaparezcan del ámbito cultural nuestro. Los reyes no son reyes. Son lo peor que se impone. Gracias si ha tenido la paciencia de leer este extenso comentario. Eso sí, empecemos por cerrar espacio a la mala cultura.
Este comentario está muy serio y objetivo, y abarca los problemas de allá de forma clara.
Saludos a la redacción del equipo por la valentía de tratar temas tan medulares respecto a la cultura e identidad de nuestro país, llegue a todos y cada uno mis respetos