Waldo Leiva: preguntas detrás del tiempo

Norberto Codina
23/1/2018

Waldo Leyva ha sido revistero desde sus inicios como escritor, estudiante de letras y promotor cultural. En los últimos veintitantos años —es la comprometida experiencia que tengo desde La Gaceta de Cuba—, Waldo se ha convertido en un excelente entrevistador. La primera de esas entrevistas, que compartimos, fue a Cristina García y Achy Obejas en 1995. Ese texto contribuyó a la convocatoria que en esos momentos se diseñaba desde la UNEAC y otros espacios académicos y editoriales, como respuesta a la necesidad ineludible de hacer visible la cultura cubana de la diáspora.

Del Waldo revistero repaso brevemente su labor. Ya desde fines de los 60 y los tempranos setenta, hasta décadas más recientes, estuvo vinculado a la creación fundacional de algunas publicaciones, y a la colaboración en otras. En el Santiago de sus amores fue director de la revista Mambi, de la Universidad de Oriente, colaborador de Santiago, cala universitaria que tuvo su momento de esplendor durante esa época, y lectura que me sigue siendo afín en la distancia. Fundó Columna, proclamado órgano del movimiento de escritores y artistas jóvenes de Oriente que presidió durante varios años; creó y dirigió Del Caribe, como suplemento cultural del periódico Sierra Maestra, antecesor de la Revista del Caribe, ya de larga data y probada valía.


Dibujo de Waldo Leiva usado como ilustración de portada en El otro lado del catalejo.
Editorial Pablo de la Torriente

 

Estando en la capital le tocaron nuevos empeños, como la gestación y responsabilidad de la publicación Letras Cubanas, tan necesaria cuando apareció asociada a la editorial de igual nombre. Colaborador muy cercano a El Caimán Barbudo en sus primeros años —donde descubrí sus poemas—, lo ha sido igual de La Gaceta durante mucho tiempo, como ya comenté. Esa asociación conforma junto a la poesía, “al lado izquierdo” de apreciar la vida, o al equipo de beisbol preferido —y ahora más que sufrido—, otro espacio de nuestras coincidencias, y condolencias. Bastaría señalar de esa colaboración “gaceteril” un grupo de entrevistas reveladoras dadas a conocer en las páginas de la revista y que se encuentran entre los mejores diálogos que hemos publicado, y valga decir —modestia, apártate— que este género ha sido, durante más de un cuarto de siglo, uno de los de mayor reconocimiento en nuestra publicación, y ha propiciado una docena de títulos diversos.

De esas encuestas, junto a la ya mencionada, podemos traer a colación otras, como las realizadas a los también autores de la diáspora Luis Ortega y Carlos M. Luís; a los intelectuales españoles Luís García Montero y Álvaro Salvador; al excelente poeta y mejor amigo, el colombiano Juan Manuel Roca; a su admirado y cercano maestro Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí; o la que, ante mi mucha insistencia, le hizo al recordado Sergio Corrieri, diálogo extenso e intenso este, que reconozco entre los de mi preferencia.

Ya en el prólogo a Escenas entrevistas, Diecisiete personajes en La Gaceta de Cuba —recopilación de textos míos que se publicó en 2012—, apuesto a un futuro título de Leyva:

“Asociado a la revista han sido editados en los últimos años varios libros. Algunos títulos formados íntegramente por compilaciones de textos allí publicados […], o en proceso, como el de entrevistas de Waldo Leyva, entre otros autores.”

En ese texto me propongo compartir determinados presupuestos del ejercicio de la conversación que ha tenido espacio privilegiado en el perfil de la revista.

La Gaceta de Cuba ha tenido en Orlando Castellanos, Leonardo Padura, Ciro Bianchi Ross y Arturo Arango, colaboradores con el oficio de dominar el decálogo del buen entrevistador, sin perder el hilo de la madeja que requiere toda conversación. Algunos como Magda Resik, Omar Valiño, Maité Hernández-Lorenzo, Emir García Meralla o más recientemente Carlos E. León o Arturo Sotto, dieron a conocer, en las páginas de la revista, sus primeros textos donde revelaban ya madurez en el género. A esta galería de participantes destacados se suma, por derecho propio, el autor de este volumen.

La entrevista que es consecuente y responde a los principios básicos que la rigen, logra recorrer el camino más corto para llegar al entrevistado y alcanzar su propósito. No importa que en ocasiones tome rumbos que aparentan alejarse de su objetivo, incluso hasta en sentido contrario, o que por momentos tenga más de parábola que de “cara a cara”. Si el entrevistador sabe a dónde quiere llegar no hay duda que lo hará. Una buena entrevista siempre se agradece y, por difícil, parco, torpe o escurridizo que sea el interlocutor, en el oficio del entrevistador está la clave, y como resultado final, el presunto lector pensará del que responde: “que persona tan asequible, locuaz, inteligente y franca es fulana o mengano”.

En el decálogo de la buena entrevista, hay axiomas como “no hay preguntas indiscretas, sino repuestas indiscretas” o, solo aparece en el protagonista el objeto de la encuesta, aunque la mano casi anónima del encuestador nos lleve paso a paso o, como suele suceder en los mejores ejemplos del género, el diálogo muestre, a la vez, el rostro del entrevistador y del entrevistado…

Y aprovecho, a manera de tributo al ya desaparecido Sergio Corrieri, para citar en extenso lo que allí escribí en esa ocasión; espero que sirva también como botón de muestra de las virtudes del entrevistador al que se debe este retrato de cuerpo entero del intelectual y el hombre que fue su amigo:

Volver a estas entrevistas, a estos textos, es como redescubrirlos después de su primer lectura en la revista. Ejemplar es la que se hizo a Sergio Corrieri, a la cual coadyuvó la amistad de años y la formación de Waldo como estudiante de teatro, amén de las muchas horas dedicadas al dominó y la poesía que ambos compartieron. Y se descubren historias significativas como la fundación y desarrollo de Teatro Estudio o el Teatro Escambray, o esa experiencia reveladora de los campesinos de la montaña, sin acercamiento durante siglos con la tecnología más elemental, casi vírgenes en cuanto a contacto con el mundo exterior, que tuvieron como nueva experiencia cultural en los primeros años de la Revolución el llamado “cine móvil”, ese “por primera vez” que también nos hizo llegar Octavio Cortázar, y que los lugareños, según cuenta Sergio disfrutando la originalidad de la imagen, por extensión y con mucha imaginación al referirse a las representaciones teatrales, las bautizaron como “cine personal”.

El cubano sencillo, recto, a veces duro con los otros porque él mismo “se llevaba demasiado recio”. El jugador de dominó, el buen conversador, con suerte envidiable para las mujeres pero para nada con pose de galán de cine, aunque Edmundo Desnoes lo llamará el “Mastroniani de los pobres”, imagen que aunque responde a clichés de la industria mediática occidental, no deja de ser ocurrente y reconoce una asociación válida.

He estado muy cercano a la idea original de este libro de entrevistas —El otro lado del catalejo—, que, felizmente después de larga espera, ya está en manos de lectores seguramente motivados por intereses diferentes, ya sean profesionales, cognoscitivos, o por el simple y legítimo placer de la lectura. No tengo dudas de que unos y otros encontrarán razones genuinas para adentrase en estas páginas. Este volumen fue esbozado hace unos años en La Gaceta, pues de las nueve encuestas incluidas, ocho aparecieron por primera vez en la revista —faltando solo la del poeta mexicano Mario Bojórquez—. Con ello doy fe tanto de nuestra voluntad editorial en esa época como de la correlación de la misma con las interrogantes diversas compartidas por el entrevistador.

Por eso, y a tenor de la indiscutible valía de estos disímiles encuentros literarios, le propuse hace algún tiempo al autor, con la impertinencia que me reconozco, la compilación de marras, que nos revela otra faceta no menos atendible del escritor que nos convoca. Suma hoy este cuerpo más de 300 cuartillas de las que, con licencia de su compañera de años Margarita Sánchez y el propio Waldo, siento igual que ellos el orgullo de la obra propia.

La prosa periodística del poeta está imbricada, como es natural, a lo que constituye el hilo conductor de su trayecto literario y vital, el verso en cualquiera de sus expresiones o formas. De ahí que perciba, de manera muy especial, el vínculo indudable que existe entre mis lecturas preferidas de su amplia bibliografía poética, como la seminal De la ciudad y los héroes, o la exorcista de El rasguño en la piedra, y las interrogantes y respuestas que comparte con los entrevistados.

Cito y hago una paráfrasis de lo que el hijo de Remates de Ariosa escribiera —en la entrevista ya mencionada—, sobre su entrañable Indio Naborí, quisiera con estas breves palabras —sin postergar al poeta, al animador cultural, al ensayista—, acercarme al hombre y al editor de publicaciones diversas, al periodista y entrevistador probado, y hacer justicia al que en sus parlamentos se despliega “vivencial, autobiográfico, intimista; al que expresa en sus diálogos ‘la angustia por hallar la palabra precisa’; a ese que ‘paladea el placer de la juventud en la memoria del hombre’; a quien sabe escuchar ‘en el silencio, el rumor de las distancias’, el misterio de la hora; al que ‘corre [como Borges], detrás del tiempo y hace [como Vallejo], preguntas a la muerte’”.

 

Nota: Prólogo a El otro lado del catalejo, libro de entrevistas de Waldo Leyva. Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2017.

 

1