Volver a Peter Weiss en su Centenario

Pedro de la Hoz
17/11/2016

No todos se acuerdan de Peter Weiss. El teatro político parece no estar de moda. El París de Mayo del 68, la Nueva Izquierda, las polémicas en torno a la Escuela de Frankfurt y los conciertos de Luigi Nono en las fábricas italianas parecen más referencias nostálgicas que puntos de anclaje para entender el mundo de hoy.


Fotos: Tomadas de Internet

El centenario del nacimiento de Weiss (8 de noviembre de 1916 en Nowawes, pequeña villa subsumida por la urbanización actual de la ciudad de Postdam, Alemania), no ha generado el entusiasmo previsible en los medios culturales germanos, salvo en publicaciones de la izquierda o la oportunidad entrevista por la prestigiosa editorial Suhrkampf para relanzar La estética de la resistencia, acotada por el profesor Jurgen Schutte, de la Universidad Libre de Berlín. Ni siquiera en Suecia, país de adopción del escritor y dramaturgo, lo recuerdan demasiado.

Una representación de su obra maestra, Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat representado por los pacientes del Hospital de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade (1964), titulada simplificadamente como Marat –Sade, llega por estos días a la escena del Temples Theater, de Estados Unidos, que pertenece al circuito off-off Broadway. Con esto se dice todo.


La muerte de Marat de Jacques-Louis David

He vuelto a ver por estos días la versión fílmica de la obra de Weiss, realizada por el británico Peter Brook en 1968. Cuatro años antes, el teatrista devenido cineasta la había estrenado nada menos que con la Royal Shakespeare Company. Las crónicas de la época reflejan una conmoción en la escena. La película revive, en buena medida, esa pasión polémica, puesto que Brook exacerbó las aristas estéticas de una obra que se mueve entre el entonces llamado Teatro de la Crueldad y el denominado por el propio Weiss, Teatro-Documental.

Hay que ver la intensidad con que se plantea el contrapunto entre el radicalismo revolucionario y el agnosticismo de corte cínico, representado por los protagonistas, lo cual venía a ilustrar la atmósfera ideológica de los años 60.

Brook había realizado antes otro filme memorable, El señor de las moscas, basado en la novela homónima del inglés William Golding, tratado simbólico sobre la maldad.

Menos espectaculares, pero con extraordinaria agudeza, llegaron luego otras dos obras de Weiss. La indagación (1965), oratorio en once partes con música de Nono sobre las víctimas del campo de exterminio nazi de Auschwitz, y Discurso sobre Vietnam (1968), denuncia de la agresión estadounidense a la nación del sudeste asiático y el silencio de las élites políticas occidentales.

En los últimos años de su vida —murió en Estocolmo, en 1982— se consagró a escribir una versión suya de El proceso, de Franz Kafka. Le llamó El nuevo proceso.

Él mismo describió su trabajo con estas palabras: “Es una obra completamente independiente, en la que únicamente puede señalarse una relación de cierto parentesco con Kafka. Sin resonancias místicas o religiosas. Incluir asociaciones, fuentes históricas, paralelismos espirituales y temas psicológico-musicales forma parte de mi manera de obrar. Los personajes se ven rotos bajo la presión del tiempo histórico, e inmersos en violentos conflictos interiores. Intentan, o bien adaptarse por todos los medios a las reglas de la sociedad capitalista, o bien liberarse de sus imposiciones”.

En realidad, no ofrece respuestas, solo interrogantes. Esa es la virtud del teatro de Weiss, una cualidad extraña a nuestros días en que una zona de las artes escénicas tiende al artificio o al mero ejercicio formal.