Vocación de servicio

Marlen A. Domínguez Hernández
27/10/2016

Algunos piensan en las academias de la lengua como cenáculos de ancianos conservadores, y otros las ven como policías de la lengua, dispuestos a vigilar, reprimir o sancionar comportamientos que consideran inadecuados o que se salen de las reglas que ellos mismos establecen. Por eso no es raro encontrar a alguien que cuando le dicen que está ante un académico, comience a disculparse por sus formas de hablar o a tratar de emplear unas que no le son propias.

Aunque el lema (Limpia, fija y da esplendor) y, en cierto sentido, los estatutos y parte de la historia de la Real Academia Española (RAE), fundada en 1713, podrían tender a reforzar esa visión, lo cierto es que en las últimas décadas se han dado pasos para modificar las estrategias de trabajo y relaciones con las demás academias. En consecuencia, los resultados comienzan a ser de mayor entidad social y relevancia, en tanto se desarrolla la idea del panhispanismo entendido como trabajo mancomunado de todos en las obras colectivas, y como comprensión e inclusión de la variedad de normas dentro de la unidad de la lengua española. Así, el lema se transforma en la práctica hacia Unifica, limpia y fija, o mejor, hacia el que preside todas las obras académicas recientes: el español de todo el mundo, con explotación interesada de la ambigüedad de la frase. Se trata, en realidad, de un proceso paulatino de incremento del peso de las academias nacionales en la documentación y la descripción de todas las variedades, con el objetivo final de mantener la intercomprensión en una comunidad cultural de base histórica.
Desde el punto de vista de la lingüística histórica, el surgimiento de la RAE fue la consecuencia natural del grado de maduración a que había llegado la lengua española.

Desde el punto de vista de la lingüística histórica, el surgimiento de la RAE fue la consecuencia natural del grado de maduración a que había llegado la lengua española, que reclamaba, para cumplir de mejor modo sus funciones, una labor de selección y fijación de formas, sobre todo para la escritura, tomando en cuenta las más frecuentes y prestigiosas. En la medida en que se asocia lo académico con lo correcto en el imaginario de las personas, los dictados de la RAE se convierten en oficiales en escuelas e instituciones.

En cambio en América, una vez que habían tenido lugar los procesos independentistas, la creación de academias nacionales fue promovida por la preocupación de uno y otro lado del Atlántico por la pérdida de ese bien común que es la lengua. Si es cierto que para algunos estos intentos significaban cierta forma de conservación de su antiguo poderío colonial, no lo es menos que contrarrestaban las posturas de quienes creían que la independencia política debía ir acompañada de una ruptura con la lengua patrimonial.

A una nueva manera de ver y entender el problema de la lengua como un esfuerzo entre iguales, contribuyó decisivamente la constitución de la Asociación de Academias de la Lengua Española (México, 1951), integrada hoy por 23 corporaciones nacionales de lengua española, y que se propuso tareas de unificación del léxico a partir del reconocimiento del valor de las voces populares para la lengua común, y en principio rectificar las acepciones de americanismos en el DRAE, así como crear academias donde no existían.


Foto: Kike

En el caso de la Academia Cubana, fundada en 1926, sin que podamos excluirla de las tendencias generales del mundo hispanohablante en uno y otro sentido (promoción desde España, defensa de la hispanidad, oposición a la idea de idiomas nacionales desgajados del español), cabe destacar la altura intelectual y el servicio cultural y social de quien fuera su primer presidente (Enrique José Varona) y de quienes la promovieron y gestaron (José María Chacón y Calvo y Fernando Ortiz). Asimismo, entre sus primeros 18 miembros se encontraron figuras relevantes de la intelectualidad cubana de la época como Carlos Loveira (Generales y doctores), Fernando Figueredo (La revolución de Yara) o Jorge Mañach (Martí el Apóstol), con diferentes historias de vida y afiliaciones, y que podían considerarse como modelos dentro de nuestro ámbito y más allá de él.

De aquí puede colegirse que el prestigio y la obra individual de sus miembros la han mantenido siempre visible en el panorama cultural del país, aunque la ACuL ha tenido una vida irregular: se fundó en 1926, pero no comenzó a ser más visible hasta 1951-52; ha tenido períodos de decaimiento o inactividad; la salida de sus publicaciones, igualmente, ha sido inestable; y no se recogen, en general, grandes trabajos colectivos realizados…

Baste mencionar, como resultado esencial de una figura de la ACuL, el de Adolfo Tortoló, quien marcó uno de los grandes hitos de la lingüística cubana: la aceptación por el Congreso de Academias (1956) de la legitimidad del seseo hispanoamericano. Tortoló se atrevió no solo a tomar como objeto de estudio el fenómeno hasta entonces estigmatizado del seseo, sino a procurar ante la Academia española y lograr de ella, “la autoridad oficial en que apoyar su defensa de la pronunciación hispanoamericana” (Tortoló, 1956: 50) como norma ortológica de igual mérito que la de Madrid, con ostensible sentido de afirmación del espíritu hispanoamericano y de sus más altos valores, dentro de la comunidad del mundo hispánico.

De cara al seseo, no admite valoraciones peyorativas: “Ni se trata de incultura, ni se trata de confusión, ni se trata de descuido. Porque cualquiera de estas causas sería un defecto, y no se trata de nada que pueda, ni remotamente, significar defecto”, para concluir que el problema estaba en la inadecuada “norma de valoración” (73).

El académico acudió a la autoridad de Tomás Navarro Tomás para fundamentar el carácter afectado y pretencioso del uso de la z en Cuba; a Amado Alonso para afirmar el cambio del ideal de lengua consonante con el cambio del ideal de vida, y defendió que nuestras normas geográficas no son dialectales en el peor sentido, agramaticales o subalternas (76), sino expresión de dos sistemas fonológicos distintos por la abertura, el timbre, la entonación, y el comportamiento de la s, la z y la j (75). De allí se desprende la “relatividad del concepto de lo gramatical” (99) tanto como “la relevante significación de Hispanoamérica y de su lengua” (99), que permiten a Tortoló conjugar los ideales de norma hispanoamericana y de unidad de la lengua española (120).


Foto: Academia Cubana de la Lengua

Recuentos semejantes podrían hacerse si tomamos en cuenta la obra de intelectuales como Dulce María Loynaz, José Antonio Portuondo, Salvador Bueno, Lisandro Otero o Roberto Fernández Retamar, quienes además, a partir de su influencia cultural, y cada uno en su momento y circunstancia, como directores o miembros, han trabajado por el sostenimiento de la ACuL.
La Academia Cubana de la Lengua, concebida institución consultiva y de interés público, se rige por sus estatutos y por las leyes vigentes en la República de Cuba, y posee vida autónoma, personalidad jurídica y capacidad civil para todos los efectos legales.

Con esa composición y esa historia, la Academia Cubana de la Lengua, concebida institución consultiva y de interés público, se rige por sus estatutos y por las leyes vigentes en la República de Cuba, y posee vida autónoma, personalidad jurídica y capacidad civil para todos los efectos legales. En su desempeño práctico tiene mucho que agradecer a la gestión del académico Eusebio Leal, y a su Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, que funciona como nuestro órgano de relación y que ha contribuido a que dispongamos de una funcional y hermosa sede.   

La ACuL es correspondiente de la Real Academia Española, tal como lo son sus integrantes de modo individual, y miembro de la Asociación de Academias de la Lengua Española. La componen escritores, investigadores y profesores, propuestos por tres académicos numerarios, y electos por el voto secreto y directo de la mayoría simple del pleno. También la integran académicos correspondientes que residen en provincias o son extranjeros.

En cuanto a la nómina actual de académicos, habría que decir, como lo hizo un español en su discurso de ingreso a la RAE, que hay personas que prestigian a la institución cuando ingresan a ella, y otras que se prestigian cuando son elegidas para integrarla. Queremos creer que, dados los planes y proyectos que las academias desarrollan hoy, ambos tipos de miembros son esenciales para el trabajo.
La Academia, desde luego, con sus cupos limitados a las letras del alfabeto, no puede recoger a todos los que por su hacer relevante merecerían estar en ella.

En otro sentido, vale decir que la Academia, desde luego, con sus cupos limitados a las letras del alfabeto, no puede recoger a todos los que por su hacer relevante merecerían estar en ella. También algunos a los que se ha llamado a pertenecer no han aceptado, acaso por aquel olor a rancio que mencionábamos al principio. Entre ellos hay muchísimos nombres, pero no queremos excusarnos de mencionar, entre los que rechazaron la distinción, a Juan Miguel Dihigo, uno de nuestros primeros y más importantes lingüistas (El habla popular a través de la literatura, Léxico cubano. Contribución al estudio de las voces que lo forman), cuyo nombre lleva orgullosamente el edificio de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, o a Cintio Vitier y Fina García Marruz, cuya excepcionalidad nadie pondría en duda.

La ACuL participa activamente en todos los proyectos de la RAE y la ASALE, tales como el Diccionario de la lengua española en su edición ampliada y digital en elaboración; la publicación nombrada El buen uso del español, derivada de las obras recientes de ortografía y gramática concluidas, que pueden ser consultadas en nuestra biblioteca especializada; el Glosario de términos gramaticales, de gran utilidad para la uniformidad de la nomenclatura; y toma parte también en otras investigaciones internacionales no académicas, como el estudio sobre la enseñanza de la lengua en el mundo hispanohablante, el estudio sociolingüístico del español de España y América, o el de disponibilidad léxica.

Asimismo, lleva adelante sus propios proyectos, como una gramática de trabajo para universitarios, en proceso de edición; un diccionario para niños de primaria, o investigaciones con los documentos de sus fondos como la propia historia de la ACuL o la continuidad y ruptura en la obra lexicográfica de los Dihigo (Juan Miguel y su hijo Ernesto).

Dada la importancia de la difusión y el conocimiento de sus opciones, la ACuL cuenta con una página web, que incluye información, documentos y un servicio de consultas; y un programa radial llamado Al habla con la Academia, los lunes, a las 6:30 p.m., en Habana Radio.

Si se nos preguntara qué diferencia a la ACuL actual de la del momento fundacional o de otro período cualquiera de su existencia ya nonagenaria, habría que decir que es el incremento del trabajo corporativo. Más allá de las hermosas individualidades que la componen, nuestra Academia puede exhibir, tomando en cuenta los objetivos considerados en nuestros estatutos, resultados cada vez más sólidos del trabajo colectivo, con acciones dedicadas a investigar, crear medios, complementar la formación del profesorado y, en definitiva, mejorar el proceso educativo; contribuir a que los medios de difusión masiva cumplan su papel de mejor modo; ofrecer a diferentes públicos ciclos de conferencias o publicaciones que les permitan completar sus visiones sobre la cultura cubana (Plácido, Lezama, Virgilio, Casal, revistas culturales cubanas, fundadores de la ACuL); y cooperar en que se advierta el valor patrimonial y simbólico de nuestra variedad de lengua y en la conformación de su política lingüística. El éxito de esas tareas significaría un reforzamiento del papel de la ACuL como institución comprometida con la transformación de la sociedad cubana, efectiva y eficiente en esa responsabilidad.

En relación con el resto de las academias americanas y con la RAE, el llevar adelante con decoro esa labor significa fortalecer, inter pares, el aporte de nuestra cultura y variedad lingüística a la descripción del español y a las obras con que se aprende y difunde nuestro idioma.

 

Citas y referencias:
Tortoló    Domínguez,    Adolfo. (1956)    “La    legitimidad    gramatical    de    la    pronunciación hispanoamericana” en Boletín de la Academia Cubana de la Lengua, No. 5, La Habana, Cuba.