Venezuela. A seis años de la muerte de Chávez, dos minutos de reflexión
5/3/2019
A seis años de la muerte de Hugo Chávez, Venezuela vive una agresión constante del gobierno estadounidense y de la derecha y ultraderecha regional y mundial, con el fin de terminar con el “virus bolivariano” de soberanía, empoderamiento popular, autodeterminación y unidad latinoamericana que él reinauguró en 1999.
Hugo Chávez, la locomotora que impulsó la construcción diaria de la Patria Grande, la de los pueblos, dejó una nación huérfana, una patria huérfana. Fueron 14 años que transformaron Venezuela, pero también la región. Las grandes mayorías, los invisibilizados por las élites y los medios hegemónicos, dejaron de ser objeto para transformarse en sujetos de política. Vida digna para todos, empoderamiento de los pobres: acceso a la educación, alimentación, salud, educación.
Se atrevió a hacer lo que muchos consideraban (o creíamos) imposible, como enfrentarse al imperialismo, o romper con las buenas costumbres de la democracia formal y liberal, institucional y declamativa.
Chávez comprendió que había que pasar de la etapa de más de 500 años de resistencia a una etapa de construcción de naciones soberanas, de una verdadera democracia participativa, de construcción de poder popular, mediante una revolución por medios pacíficos, avanzando hacia la integración y unidad de nuestros pueblos —y no de nuestro comercio—, mediante la complementación, la cooperación y la solidaridad, lejos de los dictados del Consenso de Washington.
A seis años de la muerte de Chávez, el principal vocero de la oposición, Juan Guaidó, declaró que no descarta la intervención de EE. UU. “de ser necesario”, una posición fuera de los principios de patriotismo de cualquier nación, y en particular de las suramericanas, fundadas en la gesta independentista. Y lo que llama más la atención es que públicamente ningún dirigente de oposición haya contestado esa declaración.
Hugo Chávez simbolizó la emergencia del pensamiento regional emancipatorio del cambio de época, con críticas anticapitalistas de cuño marxista, con una concepción humanista. Y rescató la “sepultada” idea de socialismo como horizonte utópico
Hoy la política imperial, caballo de Troya de los intereses económicos de las grandes corporaciones transnacionales, está desestabilizando no solo a Venezuela, sino a países y continentes enteros. Quieren invadir Venezuela, apropiarse de sus riquezas (petróleo, oro, la Amazonia), pero sobre todo quieren aniquilar por todos los medios el hondo sentimiento chavista de su pueblo.
Hoy, las viejas formas democráticas y republicanas no son asediadas por revoluciones populares, sino por “populismos derechistas” de corte ultraconservador y dependiente, que ponen en riesgo todo el proyecto globalizador y las formas democráticas occidentales que parecían consolidar una “nueva lógica del capital” en este siglo.
En los sectores progresistas de la región se debate aún si se vive una breve ruptura del ciclo progresista en la región, si, en realidad, estas experiencias de gobiernos progresistas constituyeron una escueta ruptura de la estructura imperial. Lo cierto es que la discusión se plantea no solo en que el progresismo retome el gobierno, sino que tome el poder. De nada sirve acceder al gobierno para aplicar las viejas recetas de medias tintas, sin cambios estructurales.
El planteo es para toda la región, pero bien le viene también a Venezuela, porque sin una evaluación consciente de lo realizado, si se ensayan nuevamente los mismos programas sin transformar las relaciones estructurales de dominación, la posterior derrota va a ser más contundente.
Proceso político que no se profundiza, retrocede y destruye la subjetividad que la hizo posible. “Los gobiernos de izquierda pudieron resolver a su favor las contradicciones del neoliberalismo y avanzaron hacia un posneoliberalismo, pero no pudieron avanzar hacia un poscapitalismo, sostiene el exministro de gobierno boliviano, Hugo Moldiz.
Hoy vivimos la reconfiguración del mundo bipolar, que ya no se asienta en una dicotomía ideológica, sino geopolítica, donde la dominación se sustenta en el caos sistémico. “Si hoy se nos clausuran todos los espacios legales de lucha ¿Qué otros caminos nos quedan?”, pregunta Moldiz, para responderse: “No tengo respuestas, pero lo que sé es que los pueblos encuentran formas novedosas para abrirse caminos, relacionados con sus propias tradiciones y su historia”.
Todo lo que ha sucedido en estos 20 años certifica que no se puede construir una democracia sólida en Nuestra América sin la alfabetización política de la población ni la organización de las bases populares; sin reformas estructurales, constitucionales, que cambien la estructura electoral, que terminen con una justicia corrupta y al servicio de los poderes fácticos, y sin la democratización de la comunicación para que se acabe el monopolio de los medios, factor decisivo en la disputa político-ideológica.
Y tampoco se puede construir democracia sin prestar la debida atención a un mundo que ha cambiado radicalmente, con una democracia formal en crisis, que parece dirigirse hacia plutocracias (refutación práctica del credo liberal), y donde la hegemonía del capital financiero quita los recursos que podrían dirigirse hacia la generación de bienes y de empleo, y hacia actividades productivas, para orientarlos, desviarlos hacia actividades especulativas.
Pensamiento, acción, creatividad
Hoy no queda dudas de que Venezuela (y el mundo) extrañan el pensamiento, la acción, la creatividad de Chávez. La izquierda latinoamericana está a la defensiva: defiende la obra y no habla de cambio ni de futuro, de lo que viene y cómo abordarlo. La izquierda desdeña a las clases medias e ignora que cuando los pobres dejan de ser pobres actúan como clase media.
Hace dos años, exactamente, decíamos que se hace necesario recrear una izquierda que no se base en la melancolía o la nostalgia. ¿Por qué la izquierda no llega a la juventud y no la seduce? Porque le habla solo del desarrollo y no de la felicidad humana; le habla de las conquistas sociales pero no le da esperanza, sin darse cuenta incluso que, gracias a sus políticas inclusivas, ha surgido un nuevo proletariado, de base universitaria. No se puede repetir el mismo libreto de hace 40 años, porque así es imposible llegar a los jóvenes. No basta con justicia social, ¿y el futuro?
La izquierda sigue desunida mientras la derecha está contenta con seguir los libretos imperiales (como lo hace el “autoproclamado” Juan Guaidó); perdió la comunicación y entonces no hay una lucha común contra el enemigo común. Con la “locomotora” de Hugo Chávez había una coordinación informal-formal al menos de los gobernantes: ahora cada cual está por la suya, muchos de ellos repitiendo las consignas de Washington… y otros en desbandada.
Hace seis años nacía el mito
Su muerte significó mucho dolor, inmenso dolor de todo un pueblo desolado en las calles. ¿Quién, chavista o escuálido (antichavista) podía imaginarse hace seis años a Venezuela sin Chávez, a Latinoamérica sin él?
Chávez comprendió la necesidad de crear un símbolo ideológico propio. Y Chávez lo pensó basado en un Estado eficaz, que regule, impulse, promueva el proceso económico; la necesidad de un mercado, pero que sea sano y no monopolizado ni oligopolizado, y el hombre, el ser humano. En su propuesta de ruptura con el capitalismo hegemónico, apareció un modelo humanista con bases marxistas, en la necesidad de construcción de un modelo ideológico propio, de verse con ojos venezolanos y latinoamericanos.
“La democracia (formal) es como un mango, si estuviese verde hubiese madurado. Pero está podrida y lo que hay que hacer es tomarlo como semilla, que tiene el germen de la vida, sembrarla y entonces abonarla para que crezca una nueva planta y una nueva situación, en una Venezuela distinta”, solía decir. Y puso en marcha su revolución pacífica hacia el socialismo, camino que trazó desde Porto Alegre, en uno de los Foros Sociales en los que participó, junto a los movimientos sociales.
Sobrevivió al golpe de 2002, cuando el pueblo en la calle exigió el retorno de su presidente constitucional. Sobrevivió al sabotaje petrolero y paro patronal de 62 días. El cáncer —propio, inducido— terminó con su vida cuando iba a comenzar un nuevo mandato, y dio inicio al mito. El soñador, a veces ingenuo, perdonavidas, el guerrero, el que siempre quiso ser beisbolista, que sufrió también la soledad del poder, supo combinar el pensamiento político e ideológico con lo pragmático.
A seis años de su muerte y el comienzo del mito, la imagen de sus “ojos” no deja de esparcirse por Venezuela. El ícono chavista ha sido borrado del edificio de la Asamblea Nacional por la dirigencia opositora, pero este sigue apareciendo en cada barrio de todo el país, en el campo, en las camisetas de los jóvenes y los viejos, acompañando sus anhelos, sus esperanzas, su fe. “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”, diría César Vallejo.
Recordando a Hugo Chávez, los venezolanos tratan de retomar el camino de la lucha, de la esperanza, de darle poder a los pobres, de la integración, de la unidad… de la esperanza y del futuro común, pese a los denodados intentos de Washington y sus cómplices, latinoamericanos y europeos, de impedirlo, y la ineficiencia e ineficacia de sus sucesores en solucionar la grave crisis económico-social, en buena parte producida por las sanciones, pirateo de fondos, embargos de EE. UU. y la Unión Europea.
Chávez ha muerto, el chavismo sigue aquí, en Venezuela y Latinoamérica y el Caribe.
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).